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Extractos - John Levy

La Naturaleza del Hombre según el Vedanta

por John Levy

Tercera Parte:  El Sí mismo

XXVI. No-Dualidad

1. La disparidad de la consciencia y los objetos

La relación aparente entre la consciencia y su objeto debe permanecer siempre ininteligible, porque si las consideramos como entidades distintas, resultan ser completamente dispares; y si consideramos el objeto desde el punto de vista de la consciencia, su objetividad desaparece (XXV, 4). Esta dificultad a menudo ha tentado a pensadores superficiales o perezosos para revertir la posición verdadera. Dicen que, puesto que conocemos el objeto directamente y que la existencia de una consciencia intangible parece ser meramente inferida, solo el primero es real y esta última un producto conveniente. Espero haber dejado claro, en el curso de este trabajo, que tal posición contradice la considerada evidencia; y que la consciencia no es más una invención que la luminaria cuya luz hace visible la página ante nosotros. (1) Todo lo que se ha dicho, o se dirá, sobre esta materia, puede resumirse de la siguiente manera: ese principio único cuya existencia no puede ser puesta en duda, cuyo ser no depende de ningún otro, y que es inmutable, sólo ese puede llamarse real.

2. La insuficiencia de la palabra escrita y la realización metafísica

Nadie que lea este trabajo puede ignorar la insuficiencia del lenguaje, o de cualquier otro medio de expresión, como vehículo directo de la verdad metafísica, porque la verdad metafísica en realidad es pura experiencia. No quiero decir que esta experiencia puramente privada de la verdad metafísica no pueda ser comunicada en absoluto, como de hecho es posible a través de la palabra hablada, los gestos y la presencia viva de aquel que ha realizado la no-dualidad. Quiero decir que la palabra escrita por sí misma no puede hacer otra cosa que ayudar a disipar el conocimiento erróneo que nubla el sol de la verdad, al menos para uno que no ha oído la verdad de los labios de un sabio: entonces no es más que una preparación. Pero, al mismo tiempo, uno que ha sido bendecido por esta presencia también pueden obtener placer de la lectura de libros auténticos, un placer no muy diferente al de disfrutar escuchando una buena música una y otra vez: un aspecto nuevo siempre puede aparecer. Y, en cualquier caso, la verdad nunca se repite.

En este intento de dar a mis lectores una muestra de lo que por naturaleza es indescriptible, me he dado cuenta de que todo el tiempo he usado palabras tales como consciencia (consciousness) y sí mismo (self) de una manera que viola las normas establecidas por el uso común, de manera que puede incluso necesitar consistencia. "Consciencia" y "sí mismo" normalmente denotan un principio personal subjetivo. Hemos visto, sin embargo, que la dualidad es una ilusión, porque las nociones de un sujeto y un objeto son cada uno eventos separados que se repiten en la memoria (IV, 5). El conocedor y lo conocido son cada uno los objetos de un principio impersonal que he llamado indistintamente consciencia, el testigo, el principio de la consciencia, la consciencia no-dual y el yo o sí mismo real. He utilizado estos términos con el fin de establecer un puente entre la experiencia individual como tal y la no-dualidad. Ningunos otros pudieron servir tan bien para el propósito de este método: y tengo que asumir que mis lectores tienen una cierta capacidad para mirar más allá de la letra hacia el espíritu. Entonces, lo que fácilmente podría ser tomado por muchos como contradicciones de términos se convertirán, por el contrario, en ayudas por las cuales la ilusión de la dualidad, la esclavitud que resulta de la identificación y el uso irracional de un lenguaje basado en esta, pueden finalmente ser descartados.

3. El conocimiento directo

Con el fin de comprender mejor la afirmación de que, aunque la consciencia no puede conocerse de manera objetiva, es espontáneamente aprehendida como el sí mismo (XXV, 5), consideremos la afirmación, Yo soy, cuyo significado básico no puede ser comunicado directamente por ningún modo de expresión: es algo que todos experimentamos. Yo sé con certeza que Yo soy; y todo el mundo sabe que es. Sin embargo, en caso de que alguna persona se sienta inclinada a dudar de su ser, podemos preguntarle quién es ese que duda. Su única respuesta debe ser positiva, yo soy: y esto significa que, yo soy consciente del tipo de experiencia objetiva llamada una duda, que, por lo tanto, es trascendida. Y en caso de que espere eludir el problema mediante la observación de que Yo soy, si (es que) yo existo, no tendrá éxito, porque el pronombre personal subjetivo singular siempre refleja el estado de ser incondicionado que trasciende la individualidad. Así que aquel que realmente pone en duda que Yo soy duda solamente que existe como un individuo; y dudar es una característica de la experiencia individual. Ha adivinado intuitivamente que el ego no es una entidad, pero carece del conocimiento que le permitiría verlo claramente.

4. Expresando lo inexpresable

Los anteriores párrafos han sido escritos para preparar al lector para lo que sigue, porque estoy a punto de probar de diferentes maneras que, mientras que la consciencia y la objetividad no se pueden relacionar como dos entidades distintas, son, en última instancia, idénticas. Aquí también, las palabras no pueden transmitir directamente la verdad de que sólo hay no-dualidad. Sin embargo, si los que siguen leyendo son capaces, aunque sea de forma poco clara, de discernir lo que hasta ahora los ha estado eludiendo, mi intento de expresar lo inexpresable no habrá sido en vano.

5. El veedor y lo visto

Cuando hablo de un objeto, quiero decir que algo está presente para mí, el sujeto consciente. Cuando hablo de mí mismo como el sujeto consciente, quiero decir que algo es percibido. El carácter complementario de estos términos será expuesto claramente si hablamos del conocedor y lo conocido, o del veedor y lo visto. Esto los sitúa a ambos en la dualidad; y puesto que uno nunca puede encontrarse, y ni siquiera puede concebirse, sin el otro, tienen que ser los dos aspectos de un (uno) original.

6. No-dualidad

Si hubiera consciencia de algo, entonces debería haber un cambio en la consciencia, lo cual es imposible. Pero puesto que la objetividad aparece en la consciencia, no puede ser en realidad otra (cosa) que la consciencia, cuya naturaleza inmutable no permite ser otro que sí misma. La unidad de la consciencia y su objeto aparente se demuestra por el hecho de que antes y después de la aparición o la cognición de un objeto, es decir, cuando no hay experiencia objetiva (como en el intervalo entre dos pensamientos), el objeto es inexistente. Si no tenía existencia antes y no la tendrá después, debe ser inexistente en el medio, porque la aparición de algo de la nada, y su desaparición en la nada, son imposibles. Por su existencia o por su inexistencia, sin embargo, me refiero sólo a su objetividad. Como hemos visto, cuando no se produce ninguna experiencia objetiva, lo que queda es el principio de la consciencia y no la nada que postulamos desde el punto de vista de la experiencia objetiva. Antes y después de haber aparecido como un objeto, no puede entonces ser una mera nada: más bien, no es (nada) más que el principio de la consciencia, es decir, es existencia absoluta. Y así debe ser, incluso cuando la ilusión de objetividad surge.

Ahora bien, si la consciencia nunca tiene un objeto, es una palabra que ya no podemos tomar literalmente, porque la consciencia sin un objeto trasciende la dualidad. Es la esencia de todas las apariencias, ubicua y única, y sólo podemos llamarla no-dualidad o el principio de la consciencia. Por qué la no-dualidad debe parecer asumir la dualidad de un conocedor y lo conocido, y por qué el principio impersonal de la consciencia debe parecer que se personifica como el pensador, son problemas idénticos: que serán examinados en el capítulo de Cuestiones Absurdas. En este momento, estamos interesados en la no-dualidad, con la que continuaremos ahora con otro enfoque.

7. Materia, mente y no-dualidad

Toda experiencia objetiva, como tal, tiene lugar en el cerebro y por lo tanto la distinción entre materia y mente es irreal: sin embargo, vamos por el momento a suponer su existencia en dos niveles distintos, ya que esa es nuestra experiencia relativa. Por lo tanto, como somos capaces de pensar en los objetos materiales, nos parece que la materia es conocida por la mente. Pero, ¿cómo puede la mente conocer la materia? La mente podría conocer la materia sólo si dejara de ser ella misma y se volviera material. Si un cambio de tal naturaleza fuera factible, no podría decirse que la materia ha sido conocida por la mente. ¿Y cómo, en ese caso, se podría decir siquiera que la materia ha sido conocida? Incluso si es cierto, desde el punto de vista de la física (aceptando la existencia independiente de los objetos), que una parte de materia puede actuar sobre otra, la materia, al estar desprovista de consciencia, no pueden formar nociones tales como la de la materialidad en general y de los objetos materiales en particular. Así que la materia nunca ha sido el objeto de la consciencia y nunca ha existido. Lo que llamamos materia, por lo tanto debe ser mental; y la distinción entre la mente y la materia es puramente verbal. (2)

Además, puesto que los objetos materiales no son más que nociones, según parece, podríamos todavía suponer la existencia de la mente como una entidad, y que las nociones fueran los objetos de la mente. La mente en sí misma, sin embargo, no es más que una noción (XIX, 2), basada en la memoria de pensamientos separados. Y entonces, ¿puede un pensamiento ser consciente de otro? Hemos visto que un pensamiento parece ser una entidad real sólo cuando hay identificación con el cuerpo (XIX, 3), mientras que es simplemente la consciencia de algo. Por lo tanto suponer que un pensamiento puede conocer a otro es suponer que puede haber consciencia de la consciencia de algo, lo cual es absurdo. (3) Una nueva percepción, por otra parte, implica un nuevo pensamiento, o un nuevo pensamiento una nueva percepción; un pensamiento y su objeto son por tanto uno. Este objeto no puede ser material, como vimos hace un momento, ni puede ser mental, ya que un pensamiento no puede conocer a otro. De ello se desprende que la objetividad es una ilusión. Pero cuando hablamos de un objeto nos referimos a una modificación que ocurre en el cerebro, de modo que el pensamiento y la mente expresan simplemente la relación aparente entre la consciencia y la actividad cerebral. ¿Puede existir esta relación?

Como en el caso de la mente y la materia, el principio de la consciencia podría estar relacionado con el cerebro, es decir, con la objetividad, sólo si deja de ser el sí mismo no-dual y se convierte en material. Esto es imposible, ya que incluso si pudiera cambiar su naturaleza y apartarse de ser la única realidad para convertirse en una ilusión, no podría al mismo tiempo ser un principio consciente y su propio objeto, ya sea que consideremos al objeto real o ilusorio. Sin embargo, tenemos la experiencia de la objetividad; y puesto que sólo puede aparecer en la consciencia, no puede ser otra que la consciencia.

8. La ola y el agua

Al igual que una ola se compone de agua, todas las cosas objetivas, no importa la forma en que aparezcan, se componen de consciencia.

 

XXVII. LA Realiazación Metafísica y la No-Existencia de la Memoria

1. La realización metafísica

Mientras que para las personas comunes el mundo es sin duda real, y su apariencia, para aquellos que han estudiado la naturaleza de la percepción sensorial, es irreal, sigue siendo a la vez real e irreal para el que ha disuelto la ilusión de un pretendido ego y realizado la no-dualidad. Es irreal debido a que su apariencia depende enteramente de la consciencia, y es real porque es inseparable de la consciencia y, por tanto, no puede ser otra cosa que la consciencia no-dual misma. El sabio, en definitiva, ha trascendido todos los opuestos. (4)

2. La sucesión nunca es experimentada

Experimentamos la duración sólo en estados caracterizados por la sucesión de pensamientos (XV, 1). Sin embargo, hemos descubierto que la consciencia y su objeto son inseparablemente uno (XXVI, 6). Esta es de hecho la conclusión que surge de sí misma por el hecho de que las nociones del pensador y el pensamiento son experiencias separadas, lo que implica que entre la consciencia y lo que llamamos su objeto, no hay ningún intermediario. Estamos por lo tanto equivocados cuando hablamos de la sucesión y dividimos los elementos de esa sucesión en muchas experiencias presentes: la consciencia en la que los pensamientos parecen ocurrir es una perpetuidad única, inmutable y no temporal de la que estos acontecimientos aparentemente distintos no pueden de ninguna manera ser diferentes. En consecuencia, no existe ninguna experiencia fuera de la no-dualidad. La ilusión de un tiempo presente tiene como sus concomitantes necesarios el recuerdo de pasados, y la expectativa de futuros, eventos, junto con la noción de una consciencia individual persistente. En la medida en que dichos eventos se experimentan como reales, son reflejos de la perennidad que he llamado el principio de la consciencia: pero puesto que no son más que reflejos, son en verdad irreales.

3. La no existencia de la memoria

Como ya se ha dicho, puedo recordar sólo lo que he conocido. No sólo recuerdo mis pensamientos; recuerdo también haber pensado. De ello se desprende que, como el pensador o individuo, soy el objeto de la consciencia: pero como el conocedor de este y de todos los demás objetos, se deduce que soy la consciencia misma. Es de esta manera, a través de la aparición de la memoria, que se establece la presencia de una consciencia testigo impersonal (XXII, 1).

Pasemos ahora al más alto punto de vista, veremos que ninguna experiencia puede nunca repetirse realmente. Pero no se debe pensar por un momento que el testigo es algo que debe ser desechado. Incluso para alguien que ha realizado la no-dualidad, la no-dualidad seguirá apareciendo como el testigo siempre que la objetividad parece aparecer. En su caso, la objetividad será como un espejismo: puesto que sabe que es una ilusión, no puede engañarle. Y para el que no ha realizado la no-dualidad, el testigo proporciona el único medio de lograrlo (XXIII, 3 y 4). Por lo tanto, las palabras que siguen deben ser consideradas como se pretende, mi intención es dar al lector una idea de la no-dualidad.

El recuerdo de un objeto sensorial como tal es una imposibilidad, porque el objeto no tenía existencia aparte del ver, suponiendo que el objeto fuera visual. (No hay ninguna diferencia si el objeto se experimenta como "físico" o "mental".) Tampoco es posible recordar el ver, porque el proceso de ver se terminó cuando apareció lo que llamamos el conocimiento del objeto. Pero, ¿qué es este conocimiento? Si aparece sólo cuando el proceso del conocer ha terminado, trasciende el dominio sensorial y por tanto debe estar desprovisto de atributos. Es la no-dualidad. Pero la no-dualidad no puede ser su propio objeto y no puede entonces ser recordado. De ello se desprende que lo que aparece como un recuerdo en términos de los sentidos es en realidad la espontánea auto-expresión del conocimiento absoluto. Y en la no-dualidad, no puede haber ninguna duda de por qué, como veremos en el siguiente capítulo en "Cuestiones absurdas". El conocimiento absoluto parece manifestarse porque se manifiesta. Esta es la última palabra sobre la apariencia.

 

XXVIII. Cuestiones Absurdas

1. El origen del mundo

Desde tiempos inmemoriales, la gente ha estado especulando acerca del origen del mundo, tratando de averiguar el lugar, la hora y la causa de su comienzo. Aun cuando el problema del origen no se discute en estos términos, los términos utilizados, no importa los que sean, siempre son reducibles a esta formulación, ya que el espacio, el tiempo y la causalidad en conjunto constituyen el mundo. Pero estas cuestiones son totalmente ilógicas. Si el mundo tuvo su origen en algún punto en el tiempo, el tiempo ya existía; si tuviera su origen en algún punto en el espacio, el espacio ya existía; y si era el efecto de alguna causa que entró en vigor, la causalidad ya existía. Todas estas cuestiones son por lo tanto absurdas. Hubiera sido más provechoso que los pensadores del mundo analizaran los conceptos de tiempo, espacio y causalidad como lo hicimos en los capítulos anteriores (XI a XVI), de acuerdo con el método utilizado por el Vedanta Advaita.

2. El origen de la identificación

Consideremos ahora un problema paralelo, uno que siempre preocupa a los buscadores al comienzo de su búsqueda. Si el sí mismo es de naturaleza no-dual, un yo individual debe ser a la vez irreal e imposible. Entonces, ¿cómo es posible que nos creamos que estamos encarnados? Dicho de otro modo, ¿cómo y por qué identificamos al sí mismo con un cuerpo, admitiendo que exista un cuerpo? La pregunta implica que antes de que exista un ego como resultado de la identificación, ¡existía un ego con el fin de identificar al sí mismo con un cuerpo! Esta cuestión no es menos lógica que las otras.

3. El problema fundamental

Hemos descubierto ya que el problema de una primera causa es insoluble (IX, 2): lo que acabo de decir sobre el origen del mundo lo confirma. Pero ya que cuestiones de esta naturaleza están obligadas a surgir tarde o temprano, el camino adecuado es demostrar su absurdidad, con el fin de que el buscador pueda rechazarlas y así permanecer libre para dedicarse con toda la atención al problema fundamental: "¿Qué soy yo". Una vez que esto ha sido resuelto, también quedarán resueltos todos los problemas menores, no en la forma de hipótesis que siempre se puede discutir, sino decisivamente, en términos de la consciencia, sin la cual ningún problema puede surgir. En otras palabras, la naturaleza de la objetividad no se habrá comprendido hasta que sea comprendida la naturaleza del sujeto que piensa que la percibe: entonces la objetividad como tal, con todos sus inherentes e insolubles problemas, dejará de ser una atadura.

4. Perspectivas absurdas

Las personas que deseen ampliar su stock de poder y conocimiento mundano con el fin de aumentar su propia estima, y la estima de los demás, no van a encontrar el más mínimo consuelo en esta doctrina. Será apropiada para quienes solo cuenta la eliminación de la oscuridad y la incertidumbre.