Extractos - Ken Wilber
Siempre Ya
El Transparente Resplandor de la Conciencia Omnipresente
(Tercera parte)
Ken Wilber Integral+Life, 10 diciembre 2016El Ojo del Espíritu
Cuando descanso en la conciencia simple, clara y omnipresente, estoy descansando en el Espíritu intrínseco, yo no soy, de hecho, más que el Espíritu testigo. No es que me convierta en Espíritu sino que simplemente reconozco el Espíritu que siempre he sido. Cuando descanso en la conciencia simple, clara y omnipresente, yo soy el testigo del mundo, el ojo del Espíritu. Entonces veo el mundo como lo ve Dios, como lo ve la Diosa, como lo ve el Espíritu, y todo objeto es la más pura expresión de la belleza, toda cosa y todo evento un gesto de gran perfección, todo proceso el latido mismo de mi ser eterno. Entonces no soy un testigo ajeno a todo lo que aparece sino que soy un solo sabor con todo lo que emana de mi interior. El Kosmos entero brota ante el ojo del Espíritu, ante el yo del Espíritu, ante mi propia conciencia, el estado simple omnipresente que siempre he sido.
Desde el fundamento de la conciencia simple y omnipresente el cuerpo-mente se renueva por completo. Cuando usted descansa en la conciencia primordial, la conciencia satura todo su ser y de la corriente misma de la conciencia emerge un nuevo destino. Cuando la gran búsqueda ha finalizado, cuando la sensación de identidad separada ha desaparecido, cuando la continuidad del testigo se ha estabilizado, cuando la conciencia omnipresente constituye su continuo sustrato, su cuerpo-mente resucitará y se reconstruirá en torno al Espíritu intrínseco y usted se levantará de entre los muertos, por así decirlo, para asumir un nuevo destino y una nueva misión.
Cuando usted deje de existir como yo separado (y ponga fin al daño que eso provoca al cuerpo-mente), se convertirá en un vehículo del Espíritu (y su cuerpo-mente, libre ya de las distorsiones y brutalidades de la contracción sobre sí mismo, podrá actuar desde sus potencialidades más elevadas). Desde el sustrato de su conciencia omnipresente, usted personificará todas y cada una de las cualidades iluminadas de los budas y los bodhisattvas ― "aquellos cuyo ser (sattva) es la conciencia (bodhi) omnipresente".
Los términos budistas son poco importantes, lo único que importa son las cualidades iluminadas que representan. El hecho es que, una vez que usted ha estabilizado la conciencia simple y omnipresente ―una vez que la gran búsqueda y la contracción sobre el yo ha dejado de seguir alimentando la vida separada y ha vuelto a Dios, ha vuelto a su fundamento en la conciencia omnipresente―, entonces podrá resurgir desde el sustrato de su conciencia omnipresente y personificar las posibilidades más elevadas de ese sustrato. Entonces usted será el vehículo del Espíritu que ya es, el sustrato omnipresente vivirá a través de usted, como usted, en una extraordinaria diversidad de formas.
Tal vez entonces usted se convierta en Samantabhadra ―cuya conciencia omnipresente asume la forma de una inmensa conciencia de igualdad― y entonces se dé cuenta de que la conciencia omnipresente que se halla en usted es la misma conciencia que se halla totalmente presente en todos los seres sensibles sin excepción alguna. Una y la misma, singular y única, un solo corazón, una sola mente, una sola alma que respira y late en todos los seres sensibles recordándoles ese simple hecho, recordándoles que lo único que existe es el Espíritu, recordándoles que ninguna otra cosa se halla más cerca de Dios, porque sólo existe Dios, sólo existe divinidad.
Quizás usted devenga Avalokiteshvara, cuya conciencia omnipresente asume la forma de la compasión bondadosa. En la resplandeciente claridad de la conciencia omnipresente, todos los seres sensibles emergen como formas iguales del Espíritu intrínseco, de la vacuidad pura, y todos ellos son tratados como hijos e hijas del Espíritu que son. Usted habrá elegido vivir esta compasión con una delicada entrega, de modo que su misma sonrisa caldeará los corazones de quienes sufren y ellos le buscarán para que les confirme la promesa de su posible liberación en la gran amplitud de su conciencia primordial y usted nunca les dará la espalda.
Quizás aparezca entonces como Prajnaparamita, la madre de los budas, cuya simple conciencia omnipresente asume la forma de inmensa vastedad, el útero de lo no nacido en que reside el Kosmos entero. Porque lo cierto es que, del sustrato de su propia conciencia, simple, clara y omnipresente, nacen todos los seres y a él terminan retornando. Cuando descansa en el claro resplandor de su conciencia omnipresente, contempla el nacimiento de los mundos del que emergen y al que terminan regresando también todos los budas y todos los seres sensibles. Y usted permanecerá sonriendo y abrazando la inmensa amplitud de la sabiduría eterna mientras todo comienza de nuevo, una y otra vez, por siempre jamás, desde el útero de su omnipresente estado.
Tal vez se presente como Manjushri, cuya conciencia omnipresente asume la forma de la inteligencia luminosa. Aunque todos los seres sean igualmente Espíritu intrínseco, los hay que no reconocen fácilmente esta esencia omnipresente y la sabiduría discriminativa emergerá brillantemente del sustrato de la conciencia de igualdad. Entonces usted percibirá instintivamente lo verdadero y lo falso y clarificará todo lo que toque. Y si el yo contraído sobre sí no escucha su amable voz, su conciencia omnipresente se manifestará en su forma más airada que, según se dice, no es sino el temible Yamantaka, el vencedor del Señor de la Muerte.
Quizás aparezca como Yamantaka, el fiero protector de la conciencia omnipresente, el samurai del Espíritu intrínseco. Este aspecto terrible aparece para superar los obstáculos que bloquean la conciencia omnipresente. En tal caso, usted simplemente brotará desde el sustrato de la conciencia de igualdad para revelar lo falso, lo superficial y lo menos-que-omnipresente. Ése ya no es un tiempo de sonrisas, sino de la espada de la sabiduría discriminativa, que atraviesa sin piedad todos los obstáculos que impiden acceder al sustrato que todo lo engloba.
Tal vez se presente como Bhaishajyaguru, cuya conciencia omnipresente asume la forma del resplandor curativo. Desde la brillante claridad de la conciencia omnipresente, usted siempre recordará a los enfermos, a los afligidos y a los que sufren que, aunque su sufrimiento sea real, ése no es su verdadero ser. Y ante la simple presencia de su sonrisa, las almas contraídas se relajarán en la inmensa vastedad de la conciencia intrínseca, una relajación ante la que la enfermedad perderá todo su sentido. Y esa conciencia omnipresente es tan ajena al esfuerzo que nunca se agotará y recordará de continuo a todos los seres qué y quiénes son, del otro lado del miedo, en el amor esencial y la aceptación ecuánime que es la mente-espejo de la conciencia omnipresente.
Quizás devenga usted Maitreya, cuya omnipresente conciencia asume la forma de la promesa de que, aun en el más alejado de los futuros, la conciencia siempre se hallará presente. Desde la brillante claridad de la conciencia primordial, usted hará el voto de permanecer con todos los seres hasta una eternidad de futuros, porque esos mismos futuros emergerán en la simple conciencia del presente, la misma conciencia que ahora se da cuenta de ello.
Éstas son, simplemente, algunas de las potencialidades de la conciencia omnipresente. Poco importan, repito, los términos budistas, porque no son más que algunas de las formas de su propia resurrección, algunas de las posibilidades que pueden presentársele cuando haya llegado al final de la gran búsqueda, algunas de las formas en que el mundo se aparece ante el ojo omnipresente del Espíritu, ante el yo omnipresente del Espíritu, lo que usted ve, ahora mismo, cuando contempla el mundo tal como lo ve Dios, desde el sustrato sin fundamento de la simple conciencia omnipresente.
Cuando todo ha concluido
Tal vez usted aparezca como cualquiera de esas formas de la conciencia omnipresente. Pero en realidad eso tampoco importa, porque cuando usted descansa en la resplandeciente claridad de la conciencia omnipresente, no es buda ni bodhisattva, no es esto ni eso, no se halla aquí ni ahí. Cuando usted descansa en la conciencia simple y omnipresente, usted es lo no nacido y carece de todo tipo de cualidades. Carente de color, usted es lo incoloro, carente de tiempo, usted es lo atemporal, carente de forma usted es lo sin forma. Cuando usted descansa en la vacuidad primordial, es invisible a este mundo.
Sólo que, como ser encarnado, usted también emerge al mundo de la forma que es su propia manifestación. Y algunos de los potenciales intrínsecos de la mente iluminada (los potenciales intrínsecos de su conciencia omnipresente) ―como la ecuanimidad, la sabiduría discriminativa, la sabiduría semejante a un espejo, la conciencia sustrato y la conciencia que todo lo alcanza― se combinan con las predisposiciones naturales y los talentos concretos de su cuerpo-mente individual. Así pues, cuando el yo separado muere en la vasta amplitud de su propia conciencia omnipresente, usted aparece alentado por algunos o varios de estos potenciales iluminados. Entonces ya no se halla motivado por la gran búsqueda, sino por la gran compasión de esas potencialidades, algunas de las cuales son amables, otras airadas, pero todas, a fin de cuentas, posibilidades de su estado omnipresente.
Así pues, cuando usted descansa en la conciencia simple, clara y omnipresente, usted reaparece con las cualidades y virtudes de sus posibilidades más elevadas, quizás como la compasión, la sabiduría discriminativa, el discernimiento, la intuición cognitiva, la presencia curativa, el recuerdo airado, las habilidades artísticas, las destrezas atléticas, las virtudes pedagógicas o algo ―por qué no― tan sencillo como ser el mejor jardinero del barrio. (Dicho en otras palabras, cualquiera de las líneas de desarrollo llevada a su condición primordial.) Cuando el cuerpo-mente se libera de las brutalidades infligidas por la contracción sobre uno mismo, naturalmente gravita en torno a su estado más elevado, manifestado en los potenciales superiores de la mente iluminada, las grandes potencialidades de la conciencia simple y omnipresente.
De modo que cuando usted descansa en la conciencia simple y omnipresente, usted es el gran no nacido, pero en la medida en que nace ―en la medida en que emerja de la conciencia omnipresente― lo hará manifestando ciertas cualidades, las cualidades inherentes al Espíritu intrínseco teñidas por las predisposiciones de su cuerpo-mente y de sus talentos particulares.
Y sea cual fuere la forma de su propia resurrección, no lo hará motivado por la gran búsqueda, sino impulsado por el gran deber, por su Dharma ilimitado, por la manifestación de su potencialidades más elevadas, y entonces el mundo comenzará a cambiar gracias a usted. Y usted nunca se desalentará, nunca temerá fracasar en su gran misión y nunca se alejará de ella, porque la conciencia simple y omnipresente se halla con usted, ahora y siempre, hasta el fin de todos los mundos, porque ahora, siempre e interminablemente siempre, lo único que existe es el Espíritu, la conciencia intrínseca, la conciencia simple de esto y nada más.
Pero el viaje que conduce a lo que es empieza en el comienzo sin principio, empieza reconociendo lo que siempre ha sido así. ("Si usted comprende esto, descansa en lo que que comprende y eso, precisamente, es el Espíritu. Si usted no comprende esto, descansa en lo que no comprende y eso, precisamente, es el Espíritu.") Nosotros permitimos que el reconocimiento de la conciencia omnipresente aparezca, de manera amable, accidental y espontánea, a lo largo del día y de la noche. Basta, simplemente, con percatarnos de que la conciencia simple y omnipresente no es difícil de alcanzar sino, por el contrario, imposible de evitar.
Así pues, seguimos haciendo esto, de manera amable, accidental y espontánea, a lo largo del día y de la noche. No tardará, este reconocimiento, en crecer e impregnar los tres estados de la vigilia, el sueño y el sueño sin ensueños, evidenciando los obstáculos que fingen ocultar su naturaleza hasta que la conciencia simple y omnipresente se revele en una continuidad ininterrumpida a través de todos los cambios de estado, a través de todos de cambios de espacio y de tiempo, tras de lo cual el espacio y el tiempo pierden todo su significando manifestando lo que son, velos resplandecientes de la radiante vacuidad que usted es y pronto se desvanecerá en la belleza, morirá en la verdad y se disolverá en la bondad y no quedará nadie para testimoniar el terror, nadie para derramar seriamente sus lágrimas, nadie para inquietarse, nadie para negar lo divino, lo único que es, lo único que fue y lo único que será.
Y en una fría y cristalina noche la luna brillará sobre una Tierra silenciosa para recordarnos lo que hay detrás de todo este juego. El brillo de la Luna consumirá los sueños que alientan nuestros adormecidos corazones y el anhelo de despertar conmoverá los cimientos mismos de esa noche y usted se verá impulsado, una vez más, a responder a los más apesadumbrados de los lamentos y se descubrirá, aquí y ahora mismo, preguntándose qué es lo que realmente significa todo esto, hasta que un fogonazo traspase su mente y el sueño concluya de una vez por todas. Entonces podrá aparecer como la Luna misma y cantar los sueños de su propio corazón; entonces podrá aparecer como la Tierra misma y glorificar a todos sus benditos habitantes; entonces podrá aparecer como el mismo Sol, tan infinitamente radiante que resulta evidente. Y en ese único sabor de pureza primordial, carente de todo comienzo y de todo final, en el que no puede entrarse y del que no se puede salir, que no nace ni tampoco muere, todo es. Y el remoto sonido de una cascada es todo lo que queda de este relato, en una noche fría y cristalina bañada, en este instante, y también en éste, y en este otro, por la luz de la Luna.
Cuando el gran maestro zen Fa-ch'ang estaba muriendo, una ardilla jugueteaba en el tejado. "Esto es todo ―dijo Fa-ch'ang―, nada más."