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Extractos - Ken Wilber

Siempre Ya

El Transparente Resplandor de la Conciencia Omnipresente

(Segunda parte)
Ken Wilber Integral+Life, 10 diciembre 2016

La Conciencia Omnipresente

El reconocimiento primordial de un solo sabor ―no la creación sino el reconocimiento de que usted y el Kosmos son Un solo espíritu, un solo sabor, un solo gesto― es el gran regalo de las tradiciones no duales. Y en su forma más simplificada este reconocimiento procede del siguiente modo:

(Lo que ahora sigue son instrucciones que sirven para "apuntar" o señalar directamente a la naturaleza esencial o Espíritu intrínseco de la mente. Tradicionalmente esto implica la repetición deliberada, de modo que si usted lee este material de modo normal tal vez encuentre las repeticiones tediosas y hasta irritantes. Así pues, si quiere trabajar con el resto de esta sección, lea las instrucciones de manera lenta y atenta y sumérjase en las palabras y las repeticiones. También puede trabajar con lo que sigue como un objeto de meditación, leyendo en tal caso uno o dos párrafos ―o una o dos frases― en cada sesión.)

Comenzaremos con la realización de que el yo puro o testigo transpersonal es una conciencia omnipresente, aunque dudemos de su existencia. Supongamos que usted es ahora consciente de este libro, de la habitación en que se encuentra, de una ventana, del cielo o de las nubes... Usted puede sentarse y advertir simplemente que es consciente de todos los objetos que discurren a su alrededor. Las nubes flotan a través del cielo del mismo modo que los pensamientos a través de su mente, y cuando usted se percata de ello, simplemente es consciente sin tener que realizar el menor esfuerzo. Entonces testimonia de manera simple, espontánea y sin esfuerzo todo lo que se halla presente.

Manteniéndome en esa actitud de conciencia testigo puedo darme cuenta de que, al ser consciente de mi cuerpo, yo no soy mi cuerpo. Cuando advierto que soy consciente de mi mente, no me cabe duda de que yo no soy mi mente. Si soy consciente de mi yo, yo no soy mi yo. Yo soy el testigo de mi cuerpo, de mi mente y de mi yo.

Esto es algo realmente fascinante. Yo puedo ver mis pensamientos pero no soy esos pensamientos. Yo soy consciente de las sensaciones corporales, de modo que no soy esas sensaciones. Y, como también puedo ser consciente de mis emociones, no debo ser sólo esas emociones. ¡Yo soy el testigo de todo eso!

Pero ¿qué es ese testigo? ¿Qué o quién es el testigo de todos esos objetos? ¿Qué o quién es el que observa el desfile de los pensamientos, de los pensamientos y los objetos? ¿Qué o quién es el vidente puro, el testigo puro que constituye la esencia misma de todo lo que soy?

Según afirman las tradiciones, la conciencia testigo es el Espíritu, la mente iluminada, la naturaleza esencial del Buda, Dios mismo, en su totalidad.

Así pues, las tradiciones afirman que permanecer en contacto con el Espíritu, Dios o con la mente iluminada no es nada difícil de lograr, porque tal es precisamente su conciencia ordinaria testigo en este mismo instante. Si usted puede ver este libro ya dispone plenamente, en este mismo instante, de esa conciencia.

Un texto muy famoso del dzogchen o budismo maha-ati (una de las principales tradiciones no duales) afirma que "en ocasiones ocurre que algunos meditadores dicen que es difícil reconocer la naturaleza de la mente" (en el dzogchen "la naturaleza de la mente" es la pureza primordial o la vacuidad radical o, dicho de otro modo, el Espíritu no dual). El hecho es que "la naturaleza de la mente" es la conciencia testigo omnipresente, algo que, según afirma el texto, algunos meditadores encuentran difícil de creer. Ellos consideran, por el contrario, que la conciencia omnipresente es difícil o incluso imposible de reconocer y que tienen que trabajar muy duro y meditar durante mucho tiempo antes de alcanzar la mente iluminada... cuando lo cierto es que su propia conciencia testigo omnipresente está operando plenamente ahora mismo.

El texto prosigue diciendo que "algunos practicantes, tanto hombres como mujeres, creen tanto en la imposibilidad de reconocer la naturaleza de la mente que se deprimen hasta que las lágrimas resbalan por sus mejillas. Pero lo cierto es que no hay el menor motivo para entristecerse porque la naturaleza de la mente iluminada no es imposible de reconocer, sino que reposa precisamente detrás de quien piensa en esa imposibilidad, ahí es donde se halla".

En lo que concierne a la dificultad de establecer contacto con la conciencia testigo omnipresente, el texto dice que "hay meditadores que no permiten que su mente descanse en ella [en la simple conciencia presente], sino que, por el contrario, se aprestan a buscar fuera y dentro de sí. Pero la búsqueda, sea externa o interna, jamás nos permitirá verlo ni encontrarlo [al Espíritu]. No existe la menor razón para emprender ninguna búsqueda externa o interna, basta simplemente con reposar directamente en la mente que busca externa o internamente. Con eso basta". [Kunsang, 1986]

Cuando nosotros somos conscientes de esta habitación, tal y como es, esa misma conciencia es el Espíritu omnipresente. Cuando nosotros somos conscientes de las nubes que discurren por el cielo, esa misma conciencia es el Espíritu omnipresente. Cuando nosotros somos conscientes del dolor, de la agitación, del terror o del miedo, esa misma conciencia, precisamente tal y como es, es el Espíritu omnipresente.

Dicho en otros términos, la realidad última no es algo visto sino el vidente omnipresente. Las cosas pueden ser vistas, van y vienen, son felices o tristes, placenteras o dolorosas, pero el vidente no es nada de eso y no va ni viene. El testigo no fluctúa, desaparece ni entra, en modo alguno, en la corriente del tiempo. El testigo no es un objeto ni una cosa vista, sino el vidente omnipresente de todas las cosas, el testigo es el yo del Espíritu, el centro del ciclón, la apertura divina, la transparencia de la pura vacuidad.

No hay un solo instante en que usted no tenga acceso a esta conciencia testigo. En cada instante hay una conciencia espontánea de lo que se presenta, y esa conciencia simple, espontánea y sin esfuerzo es el mismo Espíritu omnipresente. Aun en el caso de que usted crea no verla, no por ello deja de estar ahí. Así pues, el estado último de la conciencia ―la esencia misma del Espíritu― no es difícil de alcanzar sino imposible de evitar.

Éste es, precisamente, el secreto más celosamente guardado por las escuelas no duales. Y poco importa cuáles sean los objetos o contenidos que aparezcan, porque todos ellos son perfectos. En ocasiones las personas tienen dificultades en entender el Espíritu porque tratan de verlo como un objeto de conciencia o como un objeto de comprensión. Pero la realidad última no es algo visto, es el vidente. El Espíritu no es un objeto, sino el sujeto radical y omnipresente. De este modo, no es algo que se presente ante usted corno una roca, una imagen, una idea, una luz, un sentimiento, una intuición, una nube luminosa, una visión intensa o una sensación de gran beatitud. Todo eso está muy bien pero no dejan de ser objetos, es decir, algo que el Espíritu no es.

Por lo tanto, mientras usted descansa en el testigo, no verá nada en particular. El verdadero vidente no es nada que pueda ser visto, por consiguiente simplemente comienza a desidentificarse de todos y cada uno de los objetos:

Yo soy consciente de las sensaciones de mi cuerpo y, al ser consciente de todos esos objetos no puedo, en consecuencia, ser eso. Yo soy consciente de los pensamientos que discurren por mi mente y, al ser consciente de todos esos objetos, no puedo, en consecuencia, ser eso. Yo soy consciente de mi yo presente pero, del mismo modo, ése no es más que otro objeto y yo no puedo, en consecuencia, ser eso.

Las imágenes flotan en la naturaleza, los pensamientos discurren por mi mente, los sentimientos se suceden en mi cuerpo y yo, en consecuencia ―que no soy un objeto, sino el testigo puro de todos esos objetos, la conciencia como tal―, no puedo ser nada de eso.

Así pues, en la medida en que usted descansa en el testigo puro, no anhela nada en concreto y todo lo que se presenta está bien. Es más, cuando usted reposa en el testigo puro, en el sujeto último, cuando usted se desidentifica de los objetos, comienza a advertir una sensación de inmensa libertad. Pero esa libertad no es algo que usted pueda ver, sino algo que usted es. Cuando usted es el testigo de sus pensamientos, usted no está atado a ellos, del mismo modo que, cuando usted es el testigo de sus sentimientos, tampoco está atado a ellos. Donde anteriormente se hallaba su yo contraído sólo queda una inmensa sensación de apertura y libertad. Como objeto, usted está encadenado, corno testigo, en cambio, es libre.

Pero nosotros no vemos esta libertad, sino que descansamos en ella, reposamos en el vasto océano de la serenidad infinita.

Por ello cuando descansamos en este estado del testigo puro y simple, el auténtico vidente, que es la vacuidad y la libertad pura, permitimos que todo lo visto emerja como quiera. El Espíritu no es ninguno de los objetos limitados, encadenados, mortales y finitos que desfilan por el mundo del tiempo, sino el vidente libre y vacío. Así es como descansamos en la vacuidad y libertad inmensas en que emergen todas las cosas.

Pero nosotros no alcanzamos o establecemos contacto con la conciencia pura del testigo porque no es posible restablecer el contacto con lo que nunca hemos perdido. Por el contrario, para reposar en la conciencia serena, clara y omnipresente basta simplemente con tomar conciencia de lo que ya está sucediendo. Nosotros ya vemos el cielo, ya escuchamos el canto de los pájaros, ya percibimos el frescor de la brisa. Porque el hecho es que el testigo simple ya está presente y plenamente operativo. Ése es el motivo por el que no restablecemos contacto ni actualizamos ese testigo, sino que simplemente advertimos lo que siempre ha estado presente, la conciencia espontánea y simple de lo que ocurre en este mismo instante.

También advertimos entonces que el testigo simple y omnipresente tiene lugar sin el menor esfuerzo. Porque escuchar los sonidos, ver las imágenes y percibir el frescor de la brisa no requiere ningún esfuerzo, es algo que ya está ocurriendo y basta simplemente con descansar en este testigo sin realizar el menor esfuerzo. Nosotros no perseguimos esos objetos, como tampoco los evitamos. El Espíritu es el vidente omnipresente y no una cosa limitada que pueda ser vista; en consecuencia, podemos dejar que las cosas vengan y se vayan exactamente tal y como son. "La persona perfecta utiliza su mente como un espejo ―dice Chuang Tzu―, ni se aferra ni rechaza; recibe, pero no atesora nada". El espejo refleja sin el menor esfuerzo las imágenes que inciden en él y, del mismo modo que usted ve sin el menor esfuerzo el cielo ahora mismo, el testigo presencia, sin esfuerzo alguno, cualquier objeto que se presente. Todas las cosas aparecen y desaparecen reflejándose sin el menor esfuerzo en el espejo del testigo.

Cuando descanso en el testigo puro y simple, me doy cuenta de que no estoy atrapado en el mundo de tiempo. El testigo existe únicamente en el presente atemporal. Y, una vez más, ése no es un estado que sea difícil de alcanzar sino, por el contrario, un estado que resulta imposible de evitar. El testigo sólo ve el presente eterno porque lo único realmente verdadero es el presente eterno. Cuando pienso en el pasado, esos pensamientos pasados existen ahora mismo, en este mismo instante, y cuando pienso en el futuro, esos pensamientos futuros existen ahora mismo, en este mismo instante. El pasado y el futuro aparecen precisamente ahora, en la simple conciencia omnipresente.

Y aquel momento pasado en que ocurrió tal o cual cosa también tuvo lugar en el presente, del mismo modo que, cuando en un futuro ocurra esto o aquello, también ocurrirá en el presente. Lo único que existe es el ahora, lo único que existe es la omnipresencia del presente, eso es lo único que puedo conocer directamente. Así pues, el presente eterno no es difícil de alcanzar sino imposible de evitar, algo que resulta evidentemente patente cuando descanso en el puro y simple testigo y observo el modo en que el pasado y el futuro discurren por la simple conciencia omnipresente.

Ése es el motivo por el cual, cuando descanso en el testigo simple y omnipresente, me hallo fuera del tiempo, porque cuando descanso en la simple conciencia testigo, advierto que el tiempo discurre frente a mí o a través de mí del mismo modo que las nubes a través del cielo. Y precisamente por ello puedo ser consciente del tiempo, puesto que en la simple presencia, cuando mi esencia reposa en el puro y simple testigo del Kosmos, yo soy atemporal.

Así pues, cuando descanso en el simple testigo omnipresente, estoy enfrente mismo del Espíritu. De hecho, hoy y siempre estoy con Dios en el estado de testigo simple omnipresente. Eckhart dijo que "Dios se halla más cerca de mí que yo mismo", porque en el testigo omnipresente ―que es precisamente la naturaleza intrínseca del Espíritu (mi propia esencia)―, Dios y yo somos uno. De modo que cuando no soy un objeto, soy Dios. (Y eso es algo que puede decir verazmente cualquier yo del Kosmos.)

Pero yo no puedo entrar en el estado de testigo omnipresente ―que es el Espíritu mismo― porque ese estado se halla precisamente presente en todo momento. Yo no puedo comenzar a testimoniar, sino que sólo puedo advertir que eso es algo que ya está ocurriendo. Este estado no tiene un comienzo ni un final en el tiempo porque es, en realidad, omnipresente. Y, del mismo modo que no podemos acercamos a él, tampoco podemos alejarnos de él, porque siempre somos él. Ése es también, precisamente, el motivo por el cual los budas nunca han entrado en ese estado y los seres sensibles jamás lo han abandonado.

Cuando descanso en el testigo simple, claro y omnipresente, estoy reposando en lo no nacido, en el Espíritu intrínseco, en la Vacuidad primordial, en la libertad infinita. Yo no puedo ser visto porque carezco de todo tipo de cualidades. Yo no soy eso, yo no soy esto, yo no soy un objeto, yo no soy luz ni oscuridad, grande ni pequeño, aquí ni ahí, yo carezco de color y de ubicación y estoy fuera del espacio y del tiempo. Yo soy la vacuidad última, otro modo de llamar a la libertad infinita, esencialmente libre. Yo soy la apertura, el claro del que ahora mismo emana la totalidad del mundo manifiesto pero yo no emerjo ahí, eso emerge en mí, en la inmensa vacuidad y libertad de lo que soy.

Las cosas que pueden ser vistas son placenteras o dolorosas, afortunadas o tristes, gozosas o temibles, sanas o enfermas, pero el vidente de todas esas cosas no es afortunado ni triste, gozoso ni temible, sano ni enfermo, sino sencillamente Libre. Como testigo puro y simple yo estoy libre de todos los objetos, libre de todos los sujetos, completamente libre del tiempo y del espacio, del nacimiento, de la muerte y de todas las cosas que se hallan entre el nacimiento y la muerte. Yo soy, sencillamente, libre.

Cuando descanso en el testigo puro y simple advierto que esta conciencia no es una experiencia. Es consciente de las experiencias pero no es en sí misma, una experiencia. Las experiencias van y vienen, aparecen y desaparecen, tienen un comienzo en el tiempo, perduran durante un tiempo y terminan desvaneciéndose. Pero todas ellas emergen en la simple apertura o claro que es la inmensa expansión de lo que soy. Las nubes discurren por esa inmensa vastedad, los pensamientos discurren por esa inmensa vastedad y las experiencias discurren por esa inmensa vastedad. Todo objeto aparece y termina desvaneciéndose por esa inmensa vastedad, el vidente libre y vacío, la espaciosa apertura o claro de donde emergen todas las cosas, no aparece ni desaparece ni tampoco se mueve en modo alguno.

Así pues, cuando descanso en el testigo puro y simple he dejado ya de estar atrapado en la búsqueda de experiencias, sean de la carne, de la mente o del espíritu. Las experiencias ―sean sublimes o abyectas, sagradas o profanas, dichosas o auténticas pesadillas― simplemente van y vienen como olas sin fin en el océano que soy. Cuando descanso en el testigo puro y simple, dejo de estar a merced de las experiencias gozosas o aterradoras, todas las experiencias discurren por mi rostro original como lo hacen las nubes por el cielo transparente de otoño y en mí hay cabida para todo.

Cuando descanso en el testigo puro y simple, comienzo incluso a advertir que el testigo no es una entidad o una cosa separada de lo que atestigua. Todas las cosas emanan del testigo y el testigo mismo se derrama en todas las cosas.

Así es, descansando en la conciencia simple, clara y omnipresente, como descubro que no existen ningún interior y ningún exterior, ningún sujeto y ningún objeto. Las cosas y los sucesos siguen emergiendo con claridad ―las nubes se desplazan, los pájaros cantan y la brisa fresca sigue soplando―, pero no hay ningún yo separado detrás de todo ello. Los hechos simplemente emergen tal como son, sin la menor referencia constante al yo o al sujeto contraído. Los sucesos emergen tal y como son y lo hacen con la libertad de no verse limitados por un pequeño yo que los contempla. Emergen con el Espíritu y como Espíritu, en la apertura o claro que soy, no lo hacen para ser vistos y distorsionados perceptualmente por ningún ego.

En la modalidad contraída yo estoy "aquí", a este lado de mi rostro, contemplando el mundo que se halla "ahí", del lado "objetivo". Yo existo a este lado de mi rostro y mi vida entera gravita en torno al intento de protegerme, de salvaguardar esta contracción, de mantener la sensación de búsqueda e identificación, una contracción que me aliena del mundo externo, un mundo que desearé o detestaré, amaré u odiaré, ante el que me acercaré o retrocederé, que trataré, en fin, de apresar o de evitar. El interior y el exterior están en lucha perpetua, desempeñando todos los papeles posibles del drama esperanzado o aterrador de proteger la contracción sobre mí mismo.

Creemos que "perder nuestro prestigio es como morir", lo que es profundamente cierto: ¡no queremos perder nuestro prestigio porque no queremos morir! ¡No queremos perder la sensación de identidad separada! Pero ese miedo primordial a perder prestigio es, en realidad, la raíz de nuestra agonía más profunda, porque el intento de protegernos ―de salvar nuestra identidad con el cuerpo-mente― es el propio mecanismo del sufrimiento, el propio mecanismo que termina escindiendo el Kosmos en un interior versus un exterior, fractura brutal que experimentamos como sufrimiento.

Pero cuando descanso en la conciencia simple, clara y omnipresente simplemente dejo de protegerme, dentro y fuera desaparecen por completo y lo único que existe es lo siguiente:

Cuando abandono todos los objetos ―yo no soy esto, yo no soy eso― y descanso en el testigo puro y simple, todos los objetos emergen sencillamente en mi campo visual, todos los objetos emergen en el espacio del testigo. Yo soy simplemente la apertura o claro en que emergen todos los objetos. Yo advierto que todas las cosas emergen en mí, emergen en la apertura o claro que soy. Las nubes flotan en la vasta apertura que soy, el sol resplandece en la vasta apertura que soy y el mismo cielo se halla en mí. Yo puedo degustar el cielo porque se halla más cerca de mí que mi propia piel. Las nubes están en mi interior y yo las veo desde dentro. Cuando todas las cosas emergen en mí yo soy todas las cosas, el universo es un solo sabor y yo soy Eso.

Así pues, cuando descanso en el testigo todas las cosas emergen en mí y yo soy la totalidad de las cosas. No hay sujeto y objeto porque yo no veo las nubes sino que soy las nubes; no hay sujeto y objeto porque yo no siento el frescor de la brisa sino que soy la brisa fresca; no hay sujeto y objeto porque yo no escucho el fragor del trueno sino que soy el propio estruendo que retumba.

Yo ya no estoy aquí, a este lado de mi rostro, contemplando un mundo que se halle ahí fuera, sino que simplemente soy el mundo. Yo ya no estoy aquí, he perdido mi identidad y he descubierto mi Rostro Original, el Kosmos mismo. En la pura conciencia omnipresente, los pájaros cantan y yo soy eso, el sol resplandece y yo soy eso, la luna riela y yo soy eso.

Cuando descanso en la conciencia simple, clara y omnipresente, cada objeto es su propio sujeto, cada evento, por así decirlo, "se ve a sí mismo" porque yo soy ahora el que se está viendo a sí mismo. Yo no estoy mirando el árbol sino que soy el árbol viéndose a sí mismo. La totalidad del mundo manifiesto sigue apareciendo tal y como es, con la única salvedad de que sujeto y objeto han desaparecido. La montaña sigue siendo la montaña pero ya no es un objeto contemplado y yo no soy el sujeto separado que la contempla. La montaña y yo aparecemos en la conciencia simple y omnipresente, y en ese claro ambos somos libres, en ese espacio no dual ambos estamos liberados, en esa apertura de la conciencia omnipresente ambos estamos iluminados. Tal apertura está libre de esa violencia divisora llamada sujeto y objeto, aquí versus ahí y yo contra el mundo. Cuando dejo de protegerme y desaparezco termino descubriendo a Dios en la conciencia simple omnipresente.

Cuando descanso en el testigo atemporal, la gran búsqueda finalmente termina. La gran búsqueda es el principal enemigo del Espíritu omnipresente, la más violenta mentira ante el más amable infinito. La gran búsqueda es el intento de alcanzar una experiencia última, una visión fabulosa, un paraíso de placer, un tiempo incesantemente esplendoroso, una intuición poderosa ―sea la búsqueda de Dios, la búsqueda de la Diosa o la búsqueda del Espíritu― ... pero el Espíritu no es un objeto, y en consecuencia no puede ser buscado, apresado, encontrado ni visto porque es el testigo omnipresente. Buscar al testigo es equivocarse por completo, porque el mismo hecho de buscar constituye el principal de los errores. ¿Cómo sería posible buscar lo que ahora mismo es consciente de esta página? ¡TÚ ERES ESO! Es imposible buscar al buscador.

Cuando dejo de ser un objeto soy Dios, y cuando voy tras un objeto ―el que sea―, dejo de ser Dios. Y esa lamentable catástrofe jamás podrá ser corregida mediante la búsqueda de más objetos.

Al contrario, yo sólo puedo descansar en el testigo, que ya está realmente libre de objetos, libre del tiempo y libre de la búsqueda. Cuando yo no soy un objeto soy el Espíritu, cuando descanso en el testigo libre y sin forma soy uno con Dios, ahora mismo, en este instante atemporal y eterno. Sólo puedo degustar el infinito y empaparme de la plenitud cuando dejo de seguir buscando y descanso simplemente en lo que soy.

Antes de que Abraham fuera, yo soy. Antes del Big Bang, yo soy. Y después de que el universo se disuelva, yo soy. En todas las cosas, grandes o pequeñas, yo soy. Y jamás podré ser visto, oído, sentido, ni conocido. YO SOY es el testigo, el vidente omnipresente.

Poco importa, pues, lo que se vea en un determinado momento, ya que la realidad esencial no es nada que pueda verse, sino el vidente mismo. Poco importa, pues, que experimentemos paz o inquietud, ecuanimidad o agitación, dicha o terror, felicidad o tristeza, porque todos estos son objetos de nuestra conciencia y el testigo que los experimenta es ya libre.

Poco importan, pues, los estados fluctuantes, porque lo que realmente importa es reconocer al testigo omnipresente. Aun en medio de la gran búsqueda o en la más intensa de mis contracciones en mí mismo, sigo teniendo acceso directo e inmediato al testigo omnipresente. No es que tenga que intentar traer esa conciencia simple a la existencia, ni tampoco que deba tratar de entrar en ese estado. No tengo que hacer el menor esfuerzo, sólo darme cuenta de que ya soy consciente de los cielos, percatarme de que ya soy consciente de las nubes, advertir que el testigo omnipresente se halla ya completamente operativo y que no es algo difícil de alcanzar sino, por el contrario, imposible de evitar. Nunca he dejado de estar inmerso en esa conciencia omnipresente, la vacuidad esencial de la que emana toda manifestación.

Cuando usted es el testigo de todos los objetos y todos los objetos emanan de usted, usted permanece en la libertad última, en la vasta amplitud de la inmensidad del espacio. En ese único y solo sabor, el viento ya no sopla sobre usted, sino que lo hace desde su interior, el Sol ya no brilla sobre usted sino que irradia desde el centro mismo de su ser, y cuando llueve es usted mismo quien está derramándose. Entonces podrá beberse el océano Pacífico de un solo trago y tragarse el universo entero, las supernovas nacerán y morirán dentro de su corazón y las galaxias girarán incesantemente en el centro de su corazón y todo resultará tan sencillo como el canto del petirrojo en un amanecer transparente como el cristal.

Cada vez que me doy cuenta o reconozco al testigo omnipresente, pongo fin a la gran búsqueda y acabo de una vez con la sensación de identidad separada. Esa es la práctica no dual, la práctica última, la práctica secreta, la práctica de la no práctica, la práctica del simple reconocimiento, la práctica de la remembranza y del reconocimiento que se asienta eterna y atemporalmente en el hecho de que lo único que existe es el Espíritu, un Espíritu que no es difícil de encontrar sino, por el contrario, imposible de evitar.

El Espíritu es lo único que nunca ha estado ausente, lo único que ha permanecido imputable en medio del flujo incesante de la experiencia. Y esto es algo que usted sabe desde hace literalmente millones de años y no hay, en consecuencia, nada que le impida reconocerlo. "Si usted comprende esto, descansa en lo que comprende y eso, precisamente, es el Espíritu. Si usted no lo comprende, descansa en lo que no comprende y eso, precisamente, es el Espíritu". Por toda la eternidad sólo hay Espíritu, el testigo de este, y de este y también de este instante... hasta el mismísimo fin del mundo.