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Extractos - Maestro Eckhart

Eckhart Classroom
Refectorio en Predigerkirche, Erfurt (Alemania)

La no-dualidad en el pensamiento del Maestro Eckhart

Una Introducción ― parte 3 de 3


Vaciar el templo de pensamientos

Guiado por su propia experiencia mística, Eckhart propugna la suspensión de los sentidos y del pensamiento, es decir, el desprendimiento del conocimiento ordinario, como medio de trascender la individualidad. Explica que; "El alma tiene dos ojos, uno interior y otro exterior. El ojo interior del alma es aquel que mira adentro del ser y recibe su ser de Dios en forma completamente inmediata" (Serm. In diebus suis placuit deo). El predominio de una de esas dos formas de visión produce dos clases de hombres; el hombre interior, cuyo anhelo de Dios le mueve a la contemplación mediante el recogimiento o suspensión de las potencias del alma, y el hombre exterior que vive identificado con los objetos del pensamiento; "Ahora bien, hay algunas personas que gastan las potencias del alma completamente en provecho del hombre exterior. Ésta es la gente que dirige todos sus sentidos y entendimiento hacia los bienes perecederos; no saben nada del hombre interior" (Trat. Del Desasimiento).

En la práctica contemplativa, el vaciamiento de sí mismo equivale al silencio de la mente, a la ausencia de pensamiento, (gedenken); "debes desembarazarte de todas tus actividades y reducir al silencio a todas tus potencias, si verdaderamente quieres realizar en ti este nacimiento; ¡si quieres encontrar al rey que acaba de nacer debes pasar delante de todo lo que puedas encontrar por ahí y dejarlo atrás" (Trat. Del Nacimiento Eterno).

Todo lo que provenga de los sentidos, todo lo que pueda ser aprehendido o experimentado, no puede formar parte de nuestra naturaleza real porque implica que hay un sujeto que adquiere algo que antes no poseía. Y como el fondo del Alma es autosuficiente, pura esencia y unidad, todo lo que el "yo" adquiera, incluido el conocimiento, constituye algo sobreimpuesto y epidérmico al alma, a modo de cáscara accesoria. En consecuencia, la verdadera paz no puede venir de algo tan mudable como el conocimiento porque "Cuando tengo sabiduría, no la soy yo mismo. Puedo obtener sabiduría y también puedo perderla. Pero cualquier cosa que se halla en Dios, es Dios; y no se le puede escapar" (Serm. Nunc scio vere). "Si alguien ve alguna cosa, o si algo penetra en tu conocimiento, eso no es Dios, justamente, porque no es ni esto ni lo otro. A quien diga que Dios está aquí o allí, no le creáis. La luz, que es Dios, brilla en las tinieblas... Dios es una luz verdadera; quien quiera verla debe ser ciego" (Serm. Surrexit autem Saulus de terra). Por ello, el conocimiento desde las potencias externas (los sentidos y el entendimiento) es imperfecto porque, al basarse en la dualidad sujeto-objeto, impide conocer la esencia y fondo de las cosas. Por el contrario, el conocimiento en Dios o como Dios permite descubrir la esencia unitaria de todo porque el sujeto es simultáneamente el propio objeto de atención o, dicho en otros términos, es un conocimiento sin objeto, puro y directo que transciende la aparente pluralidad de los objetos al contemplarlos en su unidad esencial; "cuando alguien conoce alguna cosa de los objetos exteriores, algo interviene en él, por lo menos una impresión. Cuando quiero obtener la imagen de una cosa, por ejemplo de una piedra, entonces atraigo de ella en mi interior lo más tosco; lo extraigo de ella hacia fuera. Pero cuando sucede en el fondo de mi alma, allí la imagen se halla en lo más alto y noble; no es nada sino una imagen espiritual. En las cosas que mi alma conoce del exterior, algo extraño penetra en ella; pero lo que conozco de las criaturas en Dios, allí no entra nada en el alma sino sólo Dios, pues en Dios no hay nada sino Dios. Si conozco a todas las criaturas en Dios, las conozco en tanto que nada" (Serm. Surrexit autem Saulus de terra). La invocación de Juan 17,1 "En esto consiste la vida eterna; en que conozcan a ti solo, como Dios uno y verdadero" le da pie para afirmar la inutilidad de todo conocimiento en el que Dios no sea sujeto-objeto; "Si yo conociera todas las cosas y no a Dios, no habría conocido nada. Mas, si conociera a Dios y no conociese ninguna otra cosa, habría conocido todas las cosas. Cuanto más insistente y profundamente se conoce a Dios como «uno», tanto más se conoce la raíz de la cual han germinado todas las cosas. Cuanto más se conoce como «uno» la raíz y el núcleo y el fondo de la divinidad, tanto más se conocen todas las cosas. Por eso dice: «Para que te conozcan Dios uno y verdadero». No dice ni Dios «sabio» ni Dios «justo» ni Dios «poderoso» sino únicamente «Dios uno y verdadero» y quiere decir que el alma debe apartar y mondar todo cuanto se agrega a Dios en el pensamiento o en el conocimiento, y que se lo tome desnudo tal como es un ser acendrado: así es Dios verdadero" (Serm. Nuestro Señor levantó).

Pero ¿existe entonces alguna forma de conocimiento que no defraude nunca? El hombre ha de comprender que a Dios no se le puede conocer a través de los sentidos. La paz, la felicidad de la visión de la faz de Dios no es experimentable a través de las potencias del entendimiento. Erróneamente, el hombre cree que puede realizarse a través de los sentidos y el pensamiento y se vuelca en una alocada carrera por acumular experiencias, deseos, posesiones. Cree que cuantas más cosas tenga, más realizado estará. Pero como, por su propia naturaleza, los objetos del pensamiento vienen y van continuamente, el placer que ellos le procuran también es intermitente. La propia felicidad es un estado o sentimiento que solo cobra sentido en relación a otro estado de no felicidad (sufrimiento, desasosiego... ). Se experimenta la felicidad cuando se accede a ella desde un estado de no felicidad. Por eso nadie es feliz siempre porque entonces no podría existir un sentimiento o sensación con la cual compararla. La angustia y frustración que provoca esa transitoriedad de la felicidad, o de cualquier estado, empuja al hombre a buscar la estabilidad en el mundo espiritual; "Dijo Nuestro Señor: «Sólo estando dentro de mí, tenéis paz» (Cfr. Juan 16, 33). Exactamente en la medida en que uno está dentro de Dios, uno se halla en paz. Aquella parte de nosotros que se halla en Dios, tiene paz; la otra parte que está fuera de Dios, tiene desasosiego. Dice San Juan: «Todo cuanto ha nacido de Dios, vence al mundo» (1 Juan 5, 4)" (Serm. Populi eius qui in te est, misereberis).

Quien se empeña en llegar a Dios por medio de la razón humana no hará más que construir un Dios pensado. Y el mundo del pensamiento es el reino vano de los objetos y de la dualidad. En rigor, no hay objetos sino conceptos creados por la mente. La "felicidad", la "paz", el "Alma", "Dios", etc. son meras conceptualizaciones que la mente crea o imagina y que clasifica en los miles de archivos o cajoncitos de su memoria. Desde el momento en que los convertimos en "objetos" de pensamiento, los convertimos en algo externo y ajeno a nosotros. Por eso el pensamiento es una forma imperfecta y alienadora (es decir, nos convierte en "otro") de conocimiento porque ve dualidad donde solo hay unidad.

En efecto, "Dios" es también otro pensamiento generado por la mente para alimentar la dualidad de un sujeto (yo) que reza y obtiene premios de un objeto (Dios). El problema de pensar o recordar a Dios es que nos mantenemos en la dualidad y separación de Dios. Mientras pensamos en Dios, lo alejamos de nosotros porque lo vemos como algo distinto y distante. Así, nunca se puede culminar el camino espiritual; "El hombre no debe tener un Dios pensado ni contentarse con Él, pues cuando se desvanece el pensamiento, también se desvanece ese Dios. Uno debe tener más bien un Dios esencial que se halla muy por encima de los pensamientos de los hombres y de todas las criaturas" (Coll. 6). Llega aquí el maestro a una conclusión fundamental; el hombre que aspira a unirse a Dios debe transcender el nivel de los pensamientos por muy nobles y positivos que sean. También las imágenes, pues no son más que pensamientos de carácter visual; "Ahora podríais decir: «¡En el alma no hay sin embargo, por naturaleza, más que imágenes! » ¡No, no es así! Si así fuera, el alma no sería nunca dichosa... Una imagen no se tiene a sí misma como propósito, no se propone a sí misma: siempre te conducirá y te enviará hacia eso de lo que es imagen. Y como sólo se tienen imágenes de lo que está fuera y es percibido por los sentidos, es decir de las criaturas y que además ella te envía siempre hacia eso de lo que es imagen, sería imposible que nunca pudieras llegar a ser feliz por no importa qué imagen" (Trat. Del Nacimiento Eterno).

Por tanto, también "alma" es otro concepto instrumental que debe ser transcendido porque, al no ser de naturaleza mental, no puede ser pensado ni conceptualizado. El mero hecho de tratar de convertirlo en un pensamiento, o sea, un objeto o concepto, nos impide comprenderlo. Por eso, al comentar el versículo de San Juan 12, 25; «Quien odia a su alma en este mundo, la guardará para la vida eterna», Eckhart aclara que "La palabra que nombra el alma, se refiere al alma en cuanto se halla en la cárcel del cuerpo, y por ello opina San Juan que el alma, al ser capaz de convertir aún en objeto de su pensamiento aquello que ella es en sí misma, se halla todavía en su cárcel. Allí donde presta aún atención a esas cosas bajas y donde recoge algo en su interior por intermedio de los sentidos, allí se estrecha en seguida; pues las palabras no son capaces de dar ningún nombre a naturaleza alguna que se encuentre por encima de ellas" (Serm. Qui odit animam suam). Por tanto, la cárcel del alma no la constituyen sólo el cuerpo (y el tiempo) sino también la misma alma mientras se exprese a través del pensamiento conceptual.

El pasaje bíblico de la expulsión de los mercaderes del Templo le da pie a Eckhart para hilar uno de sus mejores sermones. Identifica el Templo al hombre, y los comerciantes y las mercancías con todos los obstáculos que hemos de remover para vaciarnos y desasirnos. "Leemos en el santo Evangelio (Mateo 21, 12) que Nuestro Señor entró en el templo y echó fuera a quienes compraban y vendían, y a los otros que ofrecían en venta palomas y otras cosas por el estilo, les dijo: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!» (Juan 2, 16). Dios quiere tener vacío este templo de modo que no haya nada adentro fuera de Él mismo. Es así porque este templo le gusta tanto ya que se le asemeja de veras, y Él mismo está muy a gusto en este templo siempre y cuando se encuentre ahí a solas" (Serm. Intravit Iesus in templum). ¿Por qué es necesario vaciar el templo? "Pues luz y oscuridad no pueden existir juntos, no más que Dios y la criatura: Si Dios debe entrar, es preciso que el creado salga" (Tratado Del Nacimiento Eterno).

Para que acontezca la iluminación hay que identificar y expulsar a los mercaderes. Estos son quienes se acercan a Dios en busca de premios y compensaciones por sus obras. "Mercaderes son todos aquellos que se cuidan de no cometer pecados graves y les gustaría ser buenos y, para la gloria de Dios, ellos hacen sus obras buenas... mas las hacen para que Nuestro Señor les dé algo en recompensa o para que Dios les haga algo que les gusta: todos ésos son mercaderes... Pues, todo cuanto poseen y todo cuanto son capaces de obrar, si lo dieran todo por amor de Dios y obrasen por completo por Él, Dios en absoluto estaría obligado a darles ni a hacerles nada en recompensa, a no ser e quiera hacerlo gratuita y voluntariamente. Porque lo que son, lo son gracias a Dios, y lo que tienen, lo tienen de Dios y no de sí mismos. Por lo tanto, Dios no les debe nada, ni por sus obras ni por sus dádivas, a no ser que quisiera hacerlo voluntariamente como merced y no a causa de sus obras ni de sus dádivas, porque no dan nada de lo suyo y tampoco obran por sí mismos, según dice Cristo mismo: «Sin mí no podéis hacer nada» (Juan 15, 5). Esos que quieren regatear así con nuestro Señor, son individuos muy tontos; conocen poco o nada de la verdad. Si quieres librarte del todo del mercantilismo para que Dios te permita permanecer en ese templo, debes hacer con pureza y para gloria de Dios todo cuanto eres capaz de hacer en todas tus obras, y debes mantenerte tan libre de todo ello como es libre la nada que no se halla ni acá ni allá" (Serm. Intravit Iesus in templum).

Dos precisiones eckhartianas: Ciertamente, la senda espiritual tiene sus resultados, pero la adecuada actitud de renuncia a sí mismo supone acercarse a Dios sin mercadeos interesados y sin ánimo de beneficio aunque éste se obtenga. "¡Cuanto más desapegado te mantengas más luz interior te corresponderá, más verdad y penetración! " (Tratado Del Nacimiento Eterno), pues ya dice Jesús que «Todo el que dejare algo por amor a mí, se lo devolveré dándole cien veces más y la vida eterna por añadidura» (Mateo 19, 29). Por otra parte, los objetos del mundo creado, en sí mismos, no son malos, pero sí el apego a ellos. No es malo el dinero, sino el apego al dinero. Es nuestra intención proyectada en la cosa la que nos ata a ella.

En definitiva; para "estar vacío de sí mismo" y dejar paso a Dios "el hombre debe retirarse y vaciarse (ledic machen) de todo pensamiento, palabra y obra, y de todas las imágenes del intelecto". En la medida en que recogemos nuestras potencias y nos vaciamos de nosotros mismos, cedemos el control a Dios y le damos espacio para que entre en nuestro Templo interior y derrame su Gracia: "¡En verdad! cuando el hombre se aquieta completamente y reduce al silencio a la razón activa que lleva dentro de sí, Dios ha de encargarse de la obra, él mismo debe ser el que actúa" (Tratado Del Nacimiento Eterno). En efecto, al vaciarme de pensamientos, lo que aparece yo no lo pongo. Entonces ¿de dónde viene?; "Aquél que, sin multiplicar los pensamientos, sin multiplicar los objetos y las imágenes, reconoce interiormente lo que ninguna visión exterior ha puesto en él, sabe bien que esto es cierto" (Trat. Del Consuelo Divino). "Ahora digo yo: ¿Cómo puede ser que el desasimiento del conocimiento conoce en sí mismo todas las cosas sin forma e imagen, sin que se dirija hacia fuera y se transforme él mismo? Digo que proviene de su simplicidad, porque el hombre, cuanto más puramente simplificado se halla en sí mismo, con tanta más simplicidad conoce toda la multiplicidad en él mismo y se mantiene inmutable en sí mismo" (Serm. Homo quidam nobilis).

Llegamos aquí a uno de los puntos culminantes del pensamiento del maestro alemán; el nacimiento eterno, es decir, la iluminación o realización espiritual. Dicho nacimiento a la eternidad es una Gracia que solo Dios concede; "Es una merced especial y un gran don el que uno vuele hacia arriba con el ala del conocimiento y eleve el entendimiento al encuentro de Dios" (Serm. Jesús ordenó a sus discípulos). La conquista de la inmortalidad solo puede tener lugar en lo más íntimo del templo. Ese lugar en el fondo del alma es, paradójicamente un no-lugar más allá del tiempo, en la eternidad previa o más allá de la creación: «Aquí el fondo de Dios es mi fondo, y mi fondo es el fondo de Dios», «Mi casa y la casa de Dios es el mismo ser del alma, en la que sólo habita Dios». Para que este nacimiento eterno o despertar acontezca, es preciso que el templo se halle exento y vacío. Solo tras ese vaciamiento o desprendimiento de sí mismo, se digna Dios a entrar en él y comunicarnos la Palabra.

Para que Dios hable debe haber silencio absoluto. El Templo debe estar vacío de pensamientos; "Mirad, debéis tenerlo por cierto: si alguna otra persona, fuera de Jesús solo, quiere hablar en el templo, o sea, en el alma, Jesús se calla como si no estuviera en casa y tampoco está en su casa en el alma porque ella tiene visitas extrañas con las que conversa. Pero si Jesús ha de hablar en el alma, ella tiene que estar a solas y se debe callar ella misma si es que ha de escuchar a Jesús. Entonces entra Él y comienza a hablar" (Serm. Intravit Iesus in templum). En suma, Dios no necesita de pensamientos ni de imágenes para comunicarse con el Alma. Por tanto, todo pensamiento, ya sea bajo la forma de imagen, deseo o recuerdo, es un obstáculo que se interpone entre Dios y el Alma; "Dios actúa sin intermediario y sin imagen. Cuanto más libre de imágenes estás, más preparado estás para recibir su acción y cuanto más vuelto hacia el interior y más olvidadizo, más cerca estás de El. A propósito de esto, Dionisio exhortaba a su discípulo Timoteo diciéndole: ¡Querido hijo Timoteo, con el espíritu libre de preocupaciones debes elevarte por encima de ti mismo y por encima de las potencias de tu alma, por encima de toda forma y de toda esencia, en la silenciosa oscuridad escondida, para llegar a un conocimiento del Dios desconocido supradivino! Para esto es preciso un desapego de todas las cosas: a Dios le repugna actuar entre toda clase de imágenes" (Tratado Del Nacimiento Eterno), En definitiva, "Si queremos conocer a Dios, tiene que ser sin mediación; no puede penetrar nada extraño" (Ser. Surrexit autem Saulus de terra). Además, "Dios espera de cualquier hombre espiritual que lo ame con todas las potencias del alma. Por esto dijo: Amarás a tu Dios de todo corazón" (Cfr. Marcos 12, 30; Lucas 10, 27) (Trat. Del Desasimiento).

En suma, para que la visión del rostro de Dios se produzca, la mente ha de estar en absoluto silencio. Ese silencio o vacío implica el desapego del mundo externo, incluidas las personas queridas, la familia, los amigos... incluido uno mismo; "dijo Cristo: «El que ama cualquier otra cosa además de mí, el que está apegado a padre, madre y muchas otras cosas, no es digno de mí. No he venido a traer la paz a la tierra, sino la espada, porque yo te separo de todas las cosas, porque aparto de ti hermano, hijo, madre, amigo, que son en realidad tus enemigos. ¡Pues lo que para ti es un consuelo es en realidad tu enemigo!" Si tu ojo quiere ver, tu oído oír todas las cosas, tu corazón tenerlas todas presentes en él: en verdad que tu alma ha de ser importunada y dispersada en todas esas cosas" (Trat. Del Nacimiento Eterno).

Las tinieblas que cubren el rostro de Dios

Como ya se ha indicado, el primer paso de la práctica contemplativa consiste en aprender a recoger todas las potencias del alma y estabilizar el silencio de la mente. Cuando ese vacío de pensamientos es estable y alcanza la adecuada intensidad, acontece un estado singular muy difícil de describir en el que se desconectan todos los sentidos y cesa cualquier identificación con el cuerpo y la mente. Este estado profundo en el que no queda rastro de nada más que una pura consciencia, es lo que Jacob describe como "lugar sobrecogedor" o los místicos definen como "nube del no-saber” y que preludia la visión de la Luz o faz de Dios. Para quien nunca lo ha experimentado, este estado de oscuridad absoluta solo puede ser descrito como una Nada esencial, una Nube del no-saber o una ignorancia u olvido de sí mismo. Son las tinieblas que cubre la faz de Dios...

Las «tinieblas» (vinsternisse) expresan el estado de autonegación y aniquilación del ego previo a la contemplación de la luz de la faz de Dios (Jn 1, 5 y 9). Ese proceso de purificación o de escalamiento a través de las gradas de la virtud, desde el punto de vista del yo humano, es visto como una negación de sí mismo, una «noche oscura de los sentidos y del espíritu» en cuyo itinerario el alma aparentemente no encuentra soporte en nada. Pero desde el punto de vista ontológico o metafísico, esa oscuridad es elocuente y plena porque revela la naturaleza del Ser, que es luz pura y Gracia. Para Eckhart, las tinieblas místicas, la nube del no-saber "es la oscuridad oculta de la eterna divinidad y es desconocida y no fue conocida nunca ni será conocida jamás. Allí Dios permanece desconocido en sí mismo y la luz del Padre eterno ha infiltrado sus rayos allí desde la eternidad, pero las tinieblas no comprenden la luz (Cfr. Juan 1, 5)" (Serm. Ave, gratia plena). "De la misma manera actúa la luz divina, que oculta todas las luces. Lo que buscamos en las criaturas es todo noche. Es lo que realmente opino: lo que buscamos en cualquier criatura es todo sombra y noche. Incluso la luz más sublime de los ángeles, por muy alta que sea, no afecta en nada al alma. Todo lo que no sea la primera luz es oscuridad y noche" (Serm. Surrexit autem Saulus de terra).

Eckhart demuestra conocer perfectamente cuál es el hecho místico descrito en el Antiguo Testamento relativo al éxtasis de Moisés tras atravesar la niebla que rodeaba el rostro de Dios; "«Moisés penetró en la niebla» y fue subiendo a la montaña; «allí encontró a Dios» y en las tinieblas halló la luz verdadera" (Cfr. Exodo 20, 21). Y allí murió Moisés para las cosas terrenales porque nadie puede ver a Dios y seguir viviendo. "Por eso dice San Pablo (1): «Dios mora en una luz a la cual no hay acceso» (Cfr. 1 Timoteo 6,16), y que es, en sí misma, un puro Uno. Por eso el hombre debe estar mortificado y completamente muerto y no ser nada en sí mismo, enteramente despojado de toda igualdad y ya no ser igual a nadie, entonces es verdaderamente igual a Dios" (Serm. Convescens praecepit eis). Hasta ese momento, se tiene nombre, historia personal, individualidad, ego. Pero tras atravesar las tinieblas, se comprende que la individualidad, los recuerdos del pasado y los proyectos de futuro, no son más que espejismos evanescentes, una mera apariencia porque se es uno en Dios; "San Pablo dice en Efesios 5,8: «Anteriormente erais tinieblas, pero ahora sois una luz en Dios». «Aliquando» significa anteriormente. Para quien sabe interpretar plenamente esta palabra, ella significa lo mismo que «en algún momento» y se refiere al tiempo que nos impide llegar a la luz, porque a Dios nada le repugna tanto como el tiempo; y no sólo el tiempo, se refiere también al apego al tiempo" (Serm. Eratis enim afiquando tenebrae).

Esa muerte psicológica y mental (es decir, en cuanto individuo separado) que implica atravesar las tinieblas, representa el total desapego de la pluralidad (el apego a las cosas circundantes), a la corporalidad (el apego a su cuerpo y su mente) y al tiempo (a sus recuerdos y a sus expectativas de hacer algo o ser alguien). En ese estado de olvido de sí mismo se pueden atravesar las tinieblas porque ni siquiera las tinieblas nos ven. El ser es idéntico a sí mismo, es la Identidad esencial; "Allí no hay devenir, sino que se trata de un «ahora», un devenir sin devenir, un ser nuevo sin renovación, y el devenir tiene su ser de Dios. En Dios hay una sutileza tal que ninguna renovación puede entrar. Igualmente, hay en el alma una sutileza tan acendrada y tan tierna que ahí tampoco puede entrar ninguna renovación; porque todo cuanto hay en Dios, es un «ahora» presente sin renovación" (Serm. Eratis enim aliquando tenebrae).

En ese momento atemporal y aespacial se produce el nacimiento eterno, la iluminación, el despertar a la inmortalidad. Cuando el templo del Alma se vacía de todo, incluida la luz de nuestras potencias, y se queda a oscuras, se llena de la Luz y Gracia de Dios; "Cuando este templo se libera así de todos los obstáculos, es decir, del apego al yo y de la ignorancia, entonces resplandece con tanta hermosura y brilla tan pura y claramente por sobre todo y a través de todo lo creado por Dios, que nadie puede igualársele con idéntico brillo a excepción del solo Dios increado" (Serm. Intravit Iesus in templum). Se cumple así lo anticipado por el Eclesiastés, 6-7; «Éste resplandece en el templo de Dios como una estrella matutina en medio de la niebla, y como una luna llena en sus días, y como un sol radiante».

¿Qué se experimenta cuando el Alma atraviesa la nube del no-saber y contempla la faz de Dios? Al igual que otros místicos, Eckhart se encuentra con las dificultades del lenguaje para expresar su experiencia extática. De entrada, es inexacto describirla como una "experiencia" porque Allí no existe la dualidad entre un sujeto que experimenta y un objeto que es experimentado; no hay un "yo" que pueda apropiarse de algo. Es al volver al mundo sensible y racionalizar esa "experiencia" cuando se le da forma de recuerdos. Pero lo cierto es que, mientras se está Allí, no hay recuerdo. Y cuando se repara en que se está Allí, es decir, cuando aparece el sentido de identidad individual que pretende apropiarse de la experiencia, automáticamente se pierde ese estado. Hay consciencia, pero lo paradójico es que no hay consciencia de ser un individuo aislado, con nombre e historia personal, sino que hay una plena integración de todo en todo o, lo que es lo mismo, de nada en nada.

Eckhart describe vívidamente el arrobamiento del Alma que accede al estado de consciencia supraindividual de esta manera; "¡Ahora pon atención! Qué maravilla estar fuera como dentro, comprender o ser comprendido, ver y al mismo tiempo ser visto, contener y ser contenido: ése es el final en el que el espíritu permanece en paz, en la unidad de la amada eternidad" (Serm. Intravi Iesus in quoddam castellum). Allí "Dios brilla en las tinieblas, donde el alma escapa a toda luz; en sus potencias recibe luz, dulzura y gracia, pero en el fondo del alma no puede penetrar más que el Dios puro" (Serm. Videns Iesus turbas). Ese fondo del alma es un lugar tan puro, sutil y homogéneo que no admite ni siquiera la luz ni las tinieblas porque está más allá de la dualidad. Incluso esa luz que es Dios pierde sus atributos; "hay una luz sobre las luces en donde el alma escapa a todas las luces «en las montañas de lo alto», en donde ya no hay más luz" (Serm. Videns Iesus turbas). Allí se produce el éxtasis o arrobamiento místico, que Eckhart denomina nacimiento eterno porque, aunque sea por unos instantes, más allá del tiempo ordinario, el hombre vislumbra su verdadera esencia inmortal y bebe de las aguas del río que mana en el Paraíso. Pero como muy bien explica Eckhart, ahora la cuestión es cómo estabilizar o permanecer en esa visión de Dios; "Ahora se plantea una cuestión sobre este nacimiento: ¿se produce sin interrupción o solamente aquí y allá cuando el hombre está listo para ello y pone todo su esfuerzo en olvidar todas las cosas y en no saber nada más?... Pero como la vista y la experiencia de Dios a la larga son insoportables para el espíritu, sobre todo en este cuerpo, Dios se oculta al espíritu de vez en cuando. Es lo que quiere decir con la frase: "Durante un poco de tiempo me veréis y un poco después ya no me veréis más" (Tratado Del Nacimiento Eterno). Por eso dice Jesucristo que antes de que Abraham existiera "Yo Soy", «¡Permaneced en mí» (Juan 15, 4), es decir, permaneced en "Yo soy".

Notas:
  1. Según Eckhart, los tres cielos de San Pablo se refieren a: 1º la des-identificación al cuerpo, 2º vacío de pensamientos y de toda pluralidad de objetos, 3º no dualidad sujeto-objeto: "San Pablo fue arrobado al tercer cielo (Cfr. 2 Cor. 12, 2 y 3). ¡Fijaos ahora en cuáles son los tres cielos! Uno es la separación de toda corporeidad, otro la enajenación de todo ser-imagen; el tercero un mero conocimiento inmediato en Dios" (Serm. Jesús ordenó a sus discípulos).
Fuentes: Tratados espirituales del Maestro Eckhart (Sanz y Torres, 2008)
Javier Alvarado. Historia de los métodos de meditación no-dual (Sanz y Torres, 2012)