Extractos - Maestro Eckhart
La no-dualidad en el pensamiento del Maestro Eckhart
Una Introducción ― parte 1 de 3
El sufrimiento de la separación de dios
¿Cuál es el punto de partida de la enseñanza del Maestro Eckhart? Si es que hay un punto de partida, éste es el sufrimiento del hombre. ¿De dónde proviene este sufrimiento? Su origen se encuentra en la separación o desemejanza del hombre con Dios con motivo de la expulsión del "Paraíso" y la consiguiente entrada en el reino de la desemejanza. Esta situación es explicada con el siguiente ejemplo; "cuando se me coloca en la mano un carbón ardiente me duele porque este carbón tiene algo que no tiene mi mano" (Trat. Del Hombre Noble). En consecuencia sufro porque no hay similitud con Dios, sufro por mi desigualdad con Dios. Y precisamente ese sufrimiento es una llamada de atención del alma; «El animal más rápido que nos lleva a la perfección es el sufrimiento» (Trat. Del Consuelo Divino) de modo que «Cuanto mayor el sufrimiento, tanto menor el sufrimiento» (Trat. Del Hombre Noble).
Aquí comienza el camino del buscador, del peregrino que anhela regresar a su patria originaria y recuperar la felicidad. Muchos buscadores pasan la vida tratando de alcanzar en vano esa felicidad acumulando las experiencias que les proporcionan los objetos; "Por eso el hombre quiere ora una cosa, ora otra; ora se ejercita en la sabiduría, ora en el arte. Por no poseer lo Uno, el alma nunca llega a descansar hasta que todo sea uno en Dios. Dios es uno solo; ésta es la bienaventuranza del alma y su adorno y su descanso" (Serm. Unus deus etpater omnium). Pero el hombre continúa insatisfecho porque no obtiene plena satisfacción en el mundo externo. Entonces, llega un momento en que se repara en que no se trata de experimentar sino de ser... y que el camino para ser no está afuera, en los objetos externos y en las experiencias, sino dentro. No se trata de poseer, añadir y amontonar cosas sobre uno, sino de pulir, limpiar y desasirse de lo que es accesorio.
La búsqueda del dios escondido
Sin embargo, esta búsqueda de la felicidad en Dios no deja se contener ciertas paradojas. De entrada, Dios parece que nos rehuye, pero "La culpa de que esté escondido para nosotros no la tiene nadie más que nosotros. Somos la causa de todos nuestros impedimentos" (Serm. In hoc apparuit charitas dei in nobis quoniam). Uno de estos obstáculos, tal vez no el más importante pero sí el primero que se presenta ante el buscador, es el de representarse a Dios como un objeto que ha de ser localizado y asido por el sujeto. De esta manera, Dios es convertido en algo externo a uno mismo y la búsqueda es imaginada como un método, camino o proceso en el tiempo plagado de etapas y pruebas laboriosísimas. La mente del buscador acaba proyectando sus propias especulaciones en ese objeto que cree que es Dios, alejándose cada vez más de Él. Para Eckhart, "Uno se encuentra con gente a la que gusta Dios de una manera, pero no de otra, y se empeñan en poseer a Dios sólo en una forma de devoción y no en otra. Lo dejo pasar, pero es todo un error... Por lo tanto no debéis insistir en ningún modo, porque Dios no es en absoluto ni esto ni aquello. De ahí que aquellos que tomen a Dios de la manera descrita, proceden mal con Él. Toman el modo, pero no a Dios. Por ende recordad esta palabra: Debéis pensar puramente en Dios y buscarlo a Él" (Serm. In hoc apparuit charitas dei in nobis quoniam). Pensar en Dios con pureza implica abandonar la idea de acercarse a Dios con propósito de sacar algún beneficio.
La misma idea de "propósito" es adversa a la pureza mencionada. Incluso, la misma persistencia de pensamiento (o sea, un yo como sujeto que piensa objetos separados) es otro fardo que hay que arrojar. Y más que ver a Dios como un objeto, cabría plantearse si quien ve de tal modo no es sino otro objeto en la medida en que su existencia pende de Dios; "Has de saber que cuando quiera que busques de algún modo lo tuyo, no encontrarás jamás a Dios, porque no buscas a Dios con pureza. Buscas alguna cosa por medio de Dios y procedes exactamente como si convirtieras a Dios en una vela para buscar algo con ella; y cuando uno encuentra las cosas buscadas, tira la vela. Esto es exactamente lo que haces: cualquier cosa que busques por medio de Dios, no es nada, sea lo que fuere, provecho o recompensa o recogimiento o lo que sea; buscas la nada y por tanto encuentras la nada. El que halles la nada, no se debe sino a que buscas la nada. Todas las criaturas son pura nada. No digo que sean insignificantes o que sean algo: son pura nada. Lo que no tiene ser no es nada. Todas las criaturas no tienen ser, porque su ser pende de la presencia de Dios. Si Dios se apartara por un solo momento de todas las criaturas, se anonadarían. He dicho a veces, y es verdad: Quien tomara junto con Dios todo el mundo, no tendría más que si tuviera a Dios solo. Sin Dios, todas las criaturas no tienen más ser del que tendría una mosca sin Dios, exactamente lo mismo, ni más ni menos" (Serm. Omne datum optimum).
Entonces ¿cómo un objeto o una nada puede unirse a Dios? ¡De ninguna manera! Como Dios no es objeto, solo puede asemejarse con aquella parte del hombre que tampoco es un objeto. Eso es lo que Eckhart llama "chispita" o fondo del alma. Averiguar cuál es esa parte del hombre equivale a averiguar quién o qué es Dios. […]
Dios no es ni esto ni aquello. Eckhart entronca así con aquel linaje de místicos cristianos que ligaban su discurso intelectivo y su experiencia extática a la superación de los contrarios mediante una "vía negativa" (apofática). Dios es Nada, es decir que está fuera de nuestras categorías intelectuales. Para el maestro alemán Dios es «lo Uno, donde toda multiplicidad es una sola cosa y una no-multiplicidad» (Trat. Del Consuelo Divino), porque «donde hay dos, hay un defecto» (Trat. Del Hombre Noble). Todos los atributos pertenecen a Dios sin que Él sea uno de ellos; «Dios no es ni ser ni racional ni conoce esto o aquello. Por eso, Dios es libre de todas las cosas y por eso es todas las cosas». Y el mismo maestro pregunta: «Si Él no es ni bondad ni ser ni verdad ni Uno, ¿entonces, qué es? No es absolutamente nada, no es ni esto ni aquello» (Trat. Del Hombre Noble). "Sin embargo, Él no es ni esto ni aquello, y por lo tanto el Padre no se contenta con ello, antes bien, regresa a lo primigenio, a lo más íntimo, al fondo y al núcleo del ser-Padre donde ha estado adentro eternamente en sí mismo, en la paternidad, y donde disfruta de sí mismo, el Padre como Padre, de sí mismo en el Hijo único. Allí, todas las hierbecillas y la madera y las piedras y todas las cosas son uno" (Serm. Hec dicit dominus).
En suma, ningún nombre le conviene a Dios. Incluso la fórmula del Éxodo "Soy el que Soy" significa, según Eckhart, que Dios se considera sin atributos y que no es posible agregar ningún predicado a la voz verbal "es". "Dios" no es ni bueno, ni mejor, ni lo óptimo; es el (único) que Es. Dios es uno, el Uno y el único. "Uno es una negación de la negación... En Dios hay una negación de la negación; es uno solo y niega todo lo demás, porque nada existe fuera de Él...". No obstante, Dios se ha dado a sí mismo ciertos nombres para que podamos discurrir, reflexionar y meditar sobre los nombres divinos. El rey David dice: «Su nombre es el Saddhai» (Salmo 67, 5). "Sin embargo yo digo: Si alguien conoce siempre algo de Dios y de ahí le quiere aplicar algún nombre, eso ya no es Dios. Dios está por encima de los nombres y por encima de la Naturaleza... No podemos encontrar ningún nombre que nos sea permitido aplicarlo a Dios. Se nos ha permitido utilizar algunos nombres con los cuales han nombrado los santos a Dios, porque Dios los había santificado en sus corazones e inundado con la luz divina... Pero hemos de aprender a no dar ningún nombre configurativo a Dios, como si pretendiéramos con ello alabarlo y ensalzarlo suficientemente. Dios está por encima de los nombres y es inefable" (Serm. Misit dominas manum suam). Es Deus absonditus, el innombrable y, por tanto, ante esto Eckhart recomienda; "escucha y guarda silencio".
La esencia de esta via remotionis o teología negativa (Dios no es esto ni aquello) es que "Dios que es sin nombre –no tiene nombre alguno– es inefable y el alma, en su fondo, es igualmente inefable tal como Él es inefable" (Serm. Qui odit animam suam). Cuando se descubre que «En verdad, tú eres el Dios escondido» (Isaías 45, 15), es porque el alma es testigo de ello, está allí presente para comprender que hay un lugar, que es un no-lugar, y un momento, que es un no-momento, en el que Dios y Alma son semejantes; "en el fondo del alma, allí donde el fondo de Dios y el fondo del alma son un solo fondo. Cuanto más uno te busque, tanto menos te encontrará. Debes buscarlo de manera tal que no lo halles en ninguna parte. Si no lo buscas, lo encontrarás" (Serm. Homo quidam nobilis).
Para acercarse a Dios, para unirse a Dios, uno debe saber qué es Dios. Y lo que es Dios se conoce por lo que no es. Pero esa misma indagación o reflexión personal debe servir también como medio de introspección o interiorización sobre lo que es nuestra naturaleza real, es decir, el fondo más profundo del alma. Esa meditación ha de re-formar al meditador ayudándole a ensimismarse, «uno debe ser in-formado otra vez en el bien simple que es Dios». Tal in-formación, es decir, el retorno de la criatura a su Creador, implica no solo un cambio o con-versión de la idea de Dios, sino además la superación del mero pensamiento discursivo o dual (sujeto-objeto) por otra forma de cognición espontánea, natural y unitiva. Ya en su primer tratado, Eckhart señala que: «El hombre no debe tener un Dios pensado ni contentarse con Él... Uno debe tener más bien un Dios esencial que se halla muy por encima de los pensamientos de los hombres y de todas las criaturas» (Trat. Del Consuelo Divino) de modo que «cuanto más se conoce a Dios como uno, tanto más se lo conoce como todo» (Trat. Del Hombre Noble). Para lograr tal fin hay que acercarse al Dios «desnudo»; «Separad de Dios todo cuanto lo está vistiendo y tomadlo desnudo de vestuario donde se halla develado y desarropado en sí mismo» (Trat. Del Hombre Noble) ¿Qué queda? Eso que queda es Dios inmanente... el Alma. Dicho en palabras de Eckhart, la búsqueda de Dios (la chispita del Alma) supone un proceso de «descreación» (ungeschaffenheit) por el cual el alma pierde su nombre o atributos personales para unirse con Aquel que se halla más allá de todo nombre. Asumir y verificar que no somos el cuerpo, no consistimos en pensamientos ni deseos, carecemos de historia personal, no tenemos pasado ni futuro, no somos ni esto ni aquello... es perder el nombre, es perder el ser (Entwerdung) para ganar el ser de Dios, que es idéntico a su Nombre (Ex 3, 13 -14).
Dios y la Divinidad
Conviene precisar una de las distinciones más notables del Maestro Eckhart. Al referirse a Dios, distingue entre la "Divinidad" completamente inaprehensible e inefable, y "Dios" tal y como se presenta al hombre. Esta distinción aclara cualquier sospecha de soberbia en Eckhart cuando afirma que «Yo soy la causa de que Dios es Dios; si yo no existiera, Dios no sería Dios» (Trat. Del Hombre Noble), "Dios sin las criaturas no sería Dios" de modo que "cuando... recibí mi ser de criatura, entonces tuve yo un Dios, pues antes de que existieran las criaturas Dios no era Dios". Era "el abismo eterno del ser divino". Más precisamente; "La Deidad y Dios son realidades tan distintas como el cielo y la tierra. Todas las criaturas hablan pues de Dios". "¿Y por qué no hablan de la Deidad? Todo lo que está en la Deidad es Unidad y no se puede decir nada de ello. Dios opera, pero la Deidad no opera; ella no tiene por lo demás ninguna obra que efectuar; no hay operación en ella; y nunca ha puesto los ojos en ninguna operación. Dios y la Deidad difieren como la operación y la No-operación" (Serm. Nolite timere eos).
Partiendo de esta distinción metafísica entre la Divinidad y Dios, Eckhart expone entonces una de sus conclusiones más sutiles; "Cuando yo me hallaba aún en mi causa primigenia, no tenía Dios alguno y era la causa de mí mismo; no quería nada ni apetecía nada porque era un ser libre y un conocedor de mí mismo en el gozo de la verdad. Entonces me quería a mí mismo sin querer otra cosa; lo que yo quería lo era, y lo que era lo quería, y entonces me mantenía libre de Dios y de todas las cosas. Mas cuando, por libre decisión, salí y recibí mi ser de criatura, entonces tuve un Dios; porque antes de que fueran las criaturas, Dios aún no era «Dios»; mas, era lo que era. Pero, cuando las criaturas llegaron a ser, recibiendo su ser creado, Dios no era «Dios» en sí mismo, sino que era «Dios» en las criaturas..." (Serm. Beati pauperes spiritu). En suma, el hombre es causa de sí mismo en la medida en que es un no-nacido (ungeborn). Y desde esta perspectiva atemporal o anterior a la creación, no tiene sentido hablar de Dios. Por eso, cuando tiene lugar la creación tampoco tiene sentido hablar ya de la Deidad. Esto le sirve a Eckhart para explicar la clave para desandar ese camino de vuelta a la pobreza o simplicidad primigenia; "el hombre, que ha de poseer esta pobreza, debe vivir de modo tal que ni siquiera sepa que no vive ni para sí mismo ni para la verdad ni para Dios; antes bien ha de estar tan despojado de todo saber que no sabe ni conoce ni siente que Dios vive en él; más aún: debe estar vacío de todo conocimiento que en él tenga vida. Pues, cuando el hombre se mantenía en el eterno ser divino, no vivía en él ninguna otra cosa: antes bien, lo que vivía, era él mismo" (Serm. Beati pauperes spiritu).
Desde esta distinción se explica la afirmación eckhartiana de que el fin último del hombre no puede ser el Dios de la creación sino la Divinidad que está más allá del ser de Dios y de las criaturas. Y únicamente desde esta óptica tiene sentido la afirmación de aquellos místicos que, como Eckhart, afirman que el hombre debe aspirar a vaciarse de Dios (gotes ledic werden), «que me vacíe de Dios», pues sólo el ser creado está sujeto al tiempo, es decir, al nacimiento y a la muerte. Pero el hombre celeste en cuanto ser esencial anterior al tiempo, es un no-nacido (ungeborn) y, por tanto, no puede morir jamas, y en eso consiste su eternidad. Esa vuelta o regreso a la deidad implica un viaje ontológico a través de la creación y del propio Demiurgo para llegar totalmente vaciado de sí mismo hasta la Divinidad y ser uno en ella, en suma, realizar la Suprema Identidad.
¿Qué es lo que obstaculiza esa visión de Dios? El error más común es verse como un ser separado de Dios. "Muchas gentes simples se imaginan que deberían ver a Dios como si estuviera allí mientras que ellos están aquí. Y eso no es así. Dios y yo, somos uno" (Serm. Iusti autem in perpetum vivent). La frase de San Pablo; «Un solo Dios y Padre de todos, que es bendecido por sobre todos y a través de todos y en todos nosotros» (Efesios 4, 6) le sirve a Eckhart para explicar que "Uno solo significa aquello a lo cual no se ha añadido nada. El alma toma a la divinidad tal como es en sí, en su purificación donde no se le añade nada, donde no se le agrega nada en el pensamiento. Uno solo es una negación de la negación. Todas las criaturas llevan en sí una negación; una niega ser otra. Un ángel niega ser otro ángel. En Dios, empero, hay una negación de la negación; es uno solo y niega todo lo demás, porque no hay nada fuera de Dios. Todas las criaturas existen en Dios y son su propia divinidad, y esto significa plenitud" (Serm. Unus deus et pater omnium). En definitiva,"Todo lo que Dios realiza es Unidad, es por lo que él me engendra en tanto que su hijo, sin ninguna distinción" (Serm. Iusti autem in perpetum vivent). Eso le sirve para concluir que alle crêatûren sint ein wesen, «todas las criaturas son un ser» (ésta fue una de las tesis incriminadas).
¿Qué es el "yo"?
Entonces, si no hay más que un Ser ¿qué es el "yo"? Eckhart distingue tres modalidades del "yo" equivalentes o simétricas a las nociones de Divinidad, Dios y Creación; a) como no-nacido; b) como hijo único del Padre y c) como entidad mortal e ilusoria:
a) En efecto, comentando la afirmación paulina de que «Por la gracia de Dios soy todo lo que soy» (1 Cor. 15, 10), el místico alemán explica que "si vosotros me preguntáis si yo, como soy un hijo único engendrado eternamente por el Padre celestial, he sido también eternamente hijo en Dios, contesto: sí y no; sí... soy hijo en cuanto el Padre me ha engendrado en la eternidad, mas no soy hijo en cuanto a la condición de no-nacido". Con la expresión bíblica «In principio» se nos da a entender que "somos un hijo único a quien el Padre engendró eternamente desde las tinieblas ocultas de la ocultación eterna, y que permanece dentro del primer principio de la pureza primigenia que es la plenitud de toda pureza. Allí he descansado y dormido eternamente en el conocimiento escondido del Padre eterno, permaneciendo adentro sin ser pronunciado" (Serm. Ave, gratia plena). En cuanto que yo soy sin-nacimiento y anterior o fuera de la Creación, no conocía a un "Dios". En ese estado puro y primigenio no había nada ni nadie; "Cuando yo residía aún en el Fondo y en el Lecho, en el Riachuelo y en la Fuente de la Deidad, allí nadie me preguntaba hacia dónde me dirigía ni lo que hacía; en realidad, no había nadie para interrogarme... Cuando yo llego al Fondo y al Lecho, al Riachuelo y a la Fuente de la Deidad, nadie me pregunta de dónde vengo, ni dónde he estado. Allí, nadie se ha percatado de mi ausencia, pues es allí donde "Dios" desaparece" (Serm. Nolite timere eos). Por eso, en tanto que soy no-nacido "por eso soy la causa de mí mismo en cuanto a mi ser que es eterno, y no en cuanto a mi devenir que es temporal. Y por eso soy un no-nacido y según mi carácter de no-nacido, no podré morir jamás. Según mi carácter de no-nacido he sido eternamente y soy ahora y habré de ser eternamente" (Serm. Beati pauperes spiritu).
b) "Yo" en cuanto hijo único del Padre "debe entenderse que hemos de ser un único hijo que ha sido engendrado eternamente por el Padre. Cuando el Padre engendró a todas las criaturas, me engendró a mí y yo emané con todas las criaturas y, sin embargo, permanecí dentro del Padre" (Serm. Ave, tiaplena). "Hace muchos años, yo no existía aún: un poco mas tarde mi padre y mi madre comieron carne y pan y verduras que crecían en el jardín, y con ello me hice hombre" (Serm. Hec (sic) dicit dominus). En cuanto que yo soy un nacido y criatura, "lo que soy según mi carácter de nacido, habrá de morir y ser aniquilado, porque es mortal; por eso tiene que perecer con el tiempo. Junto con mi nacimiento eterno nacieron todas las cosas y yo fui causa de mí mismo y todas las cosas; y si lo hubiera querido no existiría yo ni existirían todas las cosas; y si yo no existiera no existiría «Dios». Yo soy la causa de que Dios es «Dios»; si yo no existiera, Dios no sería «Dios»" (Serm. Beati pauperes spiritu).
c) Pero hay también un "yo" mortal e ilusorio que es precisamente esa identidad que aparenta ser la más real, tangible y consistente. Ella es paradójicamente la más evanescente porque el hombre no posee el ser por sí mismo, su ser le viene del único «que Es» (Éx 3, 14). De entrada "Ego, o sea, la palabra «yo», no pertenece a nadie sino a Dios solo, en su unidad. Vos, esta palabra significa lo mismo que «vosotros»: para que todos seáis uno en la unidad, esto quiere decir: las palabras «ego» y «vos», «yo» y «vosotros» apuntan hacia la unidad" (Serm. Ego elegi vos de mundo). Pero es que además, metafísicamente este «yo» supondría una alteridad (anderheit) intolerable para Dios. "Aquel que dice «yo» tiene que hacer la obra lo mejor imaginable. Nadie puede pronunciar esta palabra, en sentido propio, sino el Padre" (Trat. Del Hombre Noble y Serm. Ecce ego mitto angelum meum). Ese "yo" imaginario e inexistente es una "nada" incapaz de lograr la unión con Dios sencillamente porque Él es el único "yo" que existe. Ahora bien, lo importante es que hay un lugar y un momento en el que el "yo" de Dios y el "yo" del hombre son semejantes; es cuando se produce el nacimiento eterno en el fondo del Alma.
El desasimiento
El hombre está obsesionado con la idea de que su felicidad proviene de los objetos materiales de modo que creemos que cuantos más se posean, más placer se obtendrá. Sin embargo, ese tipo de gozo es tan pasajero como mudables y evanescentes son todos los objetos. Apenas un objeto es disfrutado, el ego ya está codiciando una nueva experiencia en la que proyectar su insatisfacción. Así, la vida del hombre consiste en una carrera alocada por conseguir cosas con las que obtener una felicidad que nunca llega. Solo puede poner fin a esta agitación si se percata de que está persiguiendo un espejismo creado por su propio ego. El ego necesita del tiempo, es decir, del pasado (los recuerdos) y del futuro (proyectos, expectativas) para sobrevivir porque en el presente desaparece. Necesita objetos para seguir siendo el sujeto protagonista y mantener así la dualidad del conocedor y lo conocido, es decir, la pluralidad de objetos que le reporten experiencias sin fin. [...]
Pero repárese en que vaciar de objetos el templo (alma) no es necesariamente una operación de renuncia material que implique una retirada del mundo o una vida eremita sino que supone especialmente una orientación adecuada ante el mundo, porque los objetos son neutros. El problema no son los objetos sino nuestra actitud ante ellos: "la culpa de la perturbación, no la tienen los modos de proceder ni las cosas: quien te perturba eres tú mismo a través de las cosas, porque te comportas desordenadamente frente a ellas" (Coll. 3). Por eso, no se trata de renunciar a los bienes exteriores sino de renunciar al ego, desapegarnos de la idea de que hay un "yo" que hace y desea: Se ha dicho «Quien me quiere seguir que se niegue primero a sí mismo» (Mateo 16, 24); "Por ende, comienza primero contigo mismo y ¡renuncia a ti mismo! De cierto, si no huyes primero de tu propio yo, adondequiera que huyas encontrarás estorbos y discordia, sea donde fuere. La gente que busca la paz en las cosas exteriores, sea en lugares o en modos o en personas o en obras, o en el extranjero o en la pobreza o en la humillación, por grandes que sean o lo que sean, todo esto no es nada sin embargo, y no da la paz. Quienes buscan así, lo hacen en forma completamente equivocada: cuanto más lejos vayan, tanto menos encontrarán lo que buscan. Caminan como alguien que pierde el camino: cuanto más lejos va, tanto más se extravía. Pero entonces ¿qué debe hacer? En primer término debe renunciar a sí mismo, con lo cual ha renunciado a todas las cosas" (Coll. 3).
Es inútil la vida retirada, la búsqueda espiritual en países lejanos y exóticos, frecuentar la compañía de determinadas personas o emprender obras sociales si el ego sigue intacto.