Extractos - Maestro Eckhart
La no-dualidad en el pensamiento del Maestro Eckhart
Una Introducción ― parte 2 de 3
Un modo "sin modo" de comprender
Ni siquiera el lenguaje espiritual, incluida la forma poética, llega nunca a expresar aquello que, por naturaleza, es inefable. De ahí que abunde en giros y metáforas equívocas o paradójicas. De entrada, se habla de camino espiritual, de peldaños, grados, viaje, peregrinación, etc., lo que supone concebir el alma como un móvil ajeno y extraño a Dios que va de un sitio a otro, un objeto que se desplaza en un espacio que no existe. Se utilizan verbos de acción o de movimiento tales como alcanzar, hacer, meditar, purificar, realizar, nacer, etc. que parecen convertir al alma en un ente imperfecto e incompleto que necesita experiencias para lograr madurar. Se habla, en definitiva, de un proceso, un método o modo de llegar a Dios, como si el alma no estuviera ya en Dios, porque, en efecto, de ser así, mientras el alma no está todavía en Dios, ¿dónde está entonces? ¿en un lugar ajeno y distinto a Dios? ¿acaso es posible tal alteridad o alienación? La paradoja es racionalmente irresoluble por lo que solo cabe una comprensión espiritual que transcienda el conocimiento basado en la relación sujeto-objeto, es decir, un conocimiento unitivo transpersonal o supraindividual. En diversas ocasiones el lenguaje místico eckhartiano se topa con estas paradojas y las soluciona de la única manera en que es posible hacerlo. El itinerario hacia Dios es un «Camino sin camino» (wec âne wec), porque "A Dios hay que tomarlo en tanto que modo sin modo y en tanto que ser sin ser, pues no tiene ningún modo" (Serm. Surrexit autem Saulus de terra). Ciertamente, se requiere de cierta sutileza para comprender el lenguaje místico. Por ejemplo, cuando se habla de salir de sí (ûzgân), no se trata de proyectar nada al exterior, pues en ese caso "Cuanto más lejos van, tanto menos encuentran aquello que buscan. Caminan como uno que ha errado el camino: cuanto más avanza, tanto más se dirige al error. ¿Qué tiene que hacer? En primer lugar, tiene que dejarse, entonces lo habrá abandonado todo". Se trata de un modo «sin modo» (âne wîse) de comprender. Solo el que busca a Dios sin modo, lo aprehende tal como es en sí, sin razonamientos, ni razones ni porqués. "Si alguien estuviera durante miles de años preguntando a la vida ¿Por qué vives tú? Si la vida pudiera contestar le diría: Yo vivo porque vivo". En suma, no hay verdadero conocimiento si no hay transformación del sujeto en objeto de comprensión. Ese es el círculo de la eternidad, un círculo sin centro en el que sujeto y objeto son transcendidos en la unidad. Allí hay una paz y estabilidad perfectas porque no hay ya deseo de ser alguien ni de llegar a ninguna parte porque se Es; "Quien todavía anda en el subir y en el crecer en la Gracia y en la Luz, ése aún no ha llegado a Dios. Dios no es una luz creciente, aunque hay que haber llegado a él mediante el crecer. En el crecer no se ve nada de Dios. Si Dios tiene que ser visto, debe ser en una luz que es Dios mismo. Un maestro dice: en Dios no hay ni menos ni más, ni un esto ni un aquello. Mientras estamos de camino no llegamos" (Serm. Surrexit autem Saulus de terra). Pero el hombre se deja engañar por el espejismo de la apariencia de los objetos tomándolos como si fueran verdaderos.
La causa del problema es que creemos ver dualidad donde hay solo unidad sin tiempo ni espacio que pueda ser recorrido.
En otro sermón, el maestro Eckhart recalca la importancia de la atención constante que se ha de tener para no caer en el error de verse como un ser diferente y separado de los demás dado que todos somos un ser. La dualidad implica verse distinto, es decir, creerse un individuo autónomo que tiene el ser por sí mismo y vive de compararse con otros para alimentar las diferencias. Con esa arrogante actitud no hacemos más que perjudicarnos; "si queréis ser un solo hijo, separaos de cualquier «no», porque el «no» produce diferenciación. ¿Cómo? ¡Fijaos! Por el hecho de que no seas aquel hombre, el «no» produce una diferenciación entre tú y aquel hombre. Y por consiguiente: si queréis carecer de diferenciación, libraos del «no». Porque en el alma hay una potencia separada del «no», ya que no tiene nada en común con cosa alguna; porque en esta potencia no hay nada fuera de Dios solo" (Serm. Haec est vita aeterna). O dicho con otro ejemplo, no somos el ojo que ve sino la visión, o mejor aún, somos aquello que comprende o transciende al sujeto que ve, a los objetos vistos y al mero acto de ver, es decir, visión pura, luz... ;
El hombre puede "encontrar" a Dios porque en aquel existe un «algo» divino e in-creado capaz de tocar-Le directamente. En esto consiste la nobleza del hombre. Para ello, el hombre ha de vaciarse de sí mismo, recoger sus sentidos externos e internos y entregarse a la Gracia de Dios; «el Señor se descubre en nuestro fondo más íntimo, siempre y cuando Él nos encuentre en casa y el alma no haya salido de paseo con los cinco sentidos» (Trat. Del Hombre Noble). Entonces, la Gracia llevará al alma de retorno a Dios mediante un no-hacer porque «La Gracia no obra; su devenir es su obra. Fluye desde el ser divino y fluye en el ser del alma, mas no en las potencias».
El abandono o desapego
¿Cuáles son las condiciones para que tenga lugar ese momento tan singular al que el maestro alemán define indistintamente como "iluminación", "unión con Dios" "nacimiento eterno", "plenitud del tiempo, "beatitud", etc.? Eckhart confiesa que "he investigado con seriedad y perfecto empeño cuál es la virtud suprema y óptima por la cual el hombre es capaz de vincularse y acercarse lo más posible a Dios, y debido a la cual el hombre puede llegar a ser por gracia lo que es Dios por naturaleza, y mediante la cual el hombre se halla totalmente de acuerdo con la imagen que él era en Dios y en la que no había diferencia entre él y Dios, antes de que Dios creara las criaturas. Y cuando penetro así a fondo en todos los escritos, según mi entendimiento puede hacerlo y es capaz de conocer, y no encuentro sino que el puro desasimiento supera a todas las cosas, pues todas las virtudes implican alguna atención a las criaturas, en tanto que el desasimiento (Abegescheidenheit) se halla libre de todas las criaturas" (Trat. del Desasimiento).
Con la expresión Abegescheidenheit, acuñada por el propio Eckhart y posteriormente utilizada por su Escuela, se pretende no solo reflejar la condición indigente del espíritu que se despoja de todo lo creado, sino que indica también el proceso de conocimiento místico por excelencia; el conocimiento sin objeto, el no-saber o, lo que poco más de un siglo después, Nicolás de Cusa llamaría docta ignorantia. Es una experiencia de extrañamiento por la que el yo es privado de alimento (objetos) para que muera de inanición y no estorbe el anonadamiento del alma. Mediante el desprendimiento o desasimiento (Abegescheidenheit), el hombre debe renunciar por completo a sí mismo, y no aspirar a nada, ni siquiera al reino celestial. Eckhart invoca a San Pablo para afirmar que es preciso incluso no desear ni siquiera a Dios. "Por consiguiente le ruego a Dios que me prive de Dios", porque en el alma que se ha vaciado absolutamente de todo, Dios penetra necesariamente (recuérdese la distinción eckhartiana entre Dios y la Divinidad).
En el lenguaje místico en general y en el eckartiano en particular, la nada a la que conduce el desasimiento tiene al menos tres acepciones que conviene aclarar; en primer lugar hay una nada ascética en cuanto que el alma ha de vaciarse o desasirse totalmente de sus potencias y de sí misma para llegar a Dios. En segundo lugar, hay una nada cosmológica en cuanto que la creación es nada si se la compara con Dios y porque viene de la nada. Y finalmente, hay una nada ontológica o metafísica que se refiere a la unidad del Ser; la Identidad consigo misma, que equivale a la plenitud más allá del tiempo, el espacio y de toda cualidad.
En diversas ocasiones se refiere Eckhart a esa primera acepción. Por ejemplo, cuando comenta la experiencia extática que descabalgó a San Pablo del caballo (Hch 9, 3-8) y vio una luz cegadora en la que «nada veía»; "se levantó Saulo del suelo, y abiertos los ojos, nada veía. San Agustín dice: cuando San Pablo no veía nada, veía a Dios. Ahora invierto esta palabra y es mejor así: cuando veía la nada, veía a Dios... porque cuando el alma llega a lo uno y allí entra en un rechazo puro de sí misma, encuentra a Dios como en una nada" (Serm. Surrexit autem Saulus de terra). Es decir, cuando renunciaba y se vaciaba de sí mismo, cuando veía la nada de su "yo", solo entonces pudo ver a Dios. Respecto a la segunda acepción, el místico alemán explica que "todas las cosas fueron creadas de la nada; por eso su verdadero origen es la nada, y en cuanto esta noble voluntad se inclina hacia las criaturas, en tanto se derrama con ellas en su nada... todas las criaturas ensucian ya que son una nada; pues la nada es una carencia y ensucia al alma. Todas las criaturas son pura nada; ni los ángeles ni las criaturas son algo. Agarran todo en todo y lo ensucian porque están hechos de la nada; son y fueron nada. Lo que les repugna a todas las criaturas y les produce disgusto, es la nada" (Serm. In hoc apparuit charitas dei in nobis quoniam). Finalmente, hay una nada que es plenitud; "hemos de ser uno solo en nosotros mismos, y estar apartados de todo, y, siempre inmóviles, debemos ser uno con Dios. Fuera de Dios no existe sino la sola nada. Por eso es imposible que en Dios pueda acaecer de algún modo un cambio o una transformación. Aquello que busca otro lugar fuera de sí, cambia. Mas Dios contiene en sí todas las cosas en plenitud; por eso, no busca nada fuera de sí mismo, sino sólo en la plenitud, tal como todo es en Dios. Cómo Dios lo lleva en sí, esto no lo puede comprender ninguna criatura" (Serm. Unus us etpater omnium).
Eckhart nos descubre que el modelo o la clave para explicar la conversión espiritual del hombre se encuentra en el pasaje de Éx 3,14; "Yo soy el que Soy" (Ego sum qui sum), sin modos o atributos. Si el ser de Dios está más allá de los atributos, igualmente el hombre que desea realizar el ser deberá abandonar los modos o atributos personales por ser accesorios y evanescentes dado que nada exterior al Ser tiene la menor entidad. Tal desprendimiento, simpleza o pobreza espiritual es la única que puede provocar que el «El templo esté vacío... como cuando todavía no era». De ahí que ese vaciamiento interior equivalga a un regreso al estado virginal anterior a la creación y al ser nacido; "el alma no puede volverse pura si no es empujada otra vez a su pureza primigenia, tal como Dios la creó" (Serm. Vidi civitatem sanctam Ierusalem). Para regresar a ese estado de pureza, es decir, para ser «un único hijo del Padre» los rasgos individuales deben desaparecer, ya que «el hombre individual es un accidente dentro de la naturaleza humana» (Trat. Del Hombre Noble). La renuncia a todo lo exterior se justifica en que todo lo creado carece de valor esencial; «Todas las criaturas son pura nada». Al hombre desapegado, al hombre celeste, nadie lo puede estorbar porque no ambiciona ni busca nada fuera de Dios. Y como la multiplicidad no puede distraerle de nada, es uno solo en lo Uno, donde toda multiplicidad se disuelve en la unidad; "Pues has renunciado a ti mismo y has salido de tus potencias y de su actividad y de la propiedad personal de tu esencia; por esto es absolutamente preciso que Dios entre en tu esencia y en tus potencias: porque te has despojado de todo lo que te es propio, has desertado de ello como está escrito: ―La voz clama en el desierto―. Deja a esta voz eterna gritar en ti como le plazca y se un desierto de ti mismo y de todas las osas" (Tratado Del Nacimiento Eterno).
El desapego a la voluntad propia
Afirma San Agustín que «Un servidor leal es aquel que no busca en todas sus obras nada más que la Gloria de Dios» (Confess. X c. 26 n. 37). Pero ¿cómo se obra a la Gloria de Dios? En algunas oraciones como el Padrenuestro exclamamos: «¡Señor, hágase tu voluntad!». Sin embargo, cuando su voluntad no nos satisface nos enojamos y buscamos argumentos para justificar nuestra terquedad; "a veces pensáis y decís: «Ay, si las cosas hubieran sucedido de otro modo, sería mejor», o: «Si esto no hubiera sucedido así, acaso habría resultado mejor». Mientras tengas esas ideas, nunca obtendrás la paz. Tú debes aceptar lo que suceda como lo mejor de todo" (Serm. Omne datum optimum). Paradójicamente, la recta intención es la que se realiza sin intención. En una de sus prédicas, Eckhart incluso enseña a sus oyentes que sería mejor decirle a Dios; «Hágase tuya la voluntad» en vez de «Hágase tu voluntad», porque así la voluntad humana se anonada por completo. Citando sus palabras; "el Padrenuestro reza: «¡Hágase tu voluntad!» (Mateo 6,10). Mas sería mejor: «¡Hágase tuya la voluntad!»; para que mi voluntad llegue a ser su voluntad, que yo llegue a ser Él" (Serm. Praedica verbum). Es decir, yo llego a ser Él cuando se renuncia a la idea de que hay un "yo" con voluntad autónoma que es autor de obras. No se trata, por tanto, de la vanidosa creencia de que se hacen obras en nombre de Dios en el sentido de considerarse un instrumento en sus manos. No se trata de que "yo haga" en nombre de Dios, porque ello implica la idea de que hay un "yo" autor de las obras distinto de Dios, sino de que sea Dios quien haga (en su inefable inmovilidad metafísica), es decir, aceptar o comprender que no hay nada fuera de Dios. Para Eckhart "Así debe ser un hombre bueno, de manera que no busque lo suyo en todas sus obras sino únicamente la honra de Dios. En tanto que tú con todas tus obras tiendes de alguna manera más hacia ti o más hacia una persona que hacia otra, la voluntad de Dios aún no ha llegado a ser verdaderamente tu voluntad. Nuestro Señor dice en el Evangelio: «Mi doctrina no es mía sino de Aquel que me ha enviado» (Juan 7, 16). Un hombre bueno debe proceder de la misma manera pensando: «Mi obra no es mía, mi vida no es mía»" (Serm. Moyses orabat). En definitiva, ¿soy yo realmente el autor de mis obras? ¿Puedo yo arrogarme la autoría de los resultados de mis obras? ¿Hasta qué punto puedo decir que son "mías" mis obras?: Eckhart trae a colación dos versículos neotestamentarios para entrar en este espinoso asunto; «Sin mí no podéis hacer nada» (Juan 15, 5) y cualquier obra que yo haga, «si no tengo amor, no soy nada» (1 Cor. 13, l).
Pero Eckhart da un paso más en su explicación del ideal del desasimiento llegando a afirmar que el auténtico desasimiento implica desapegarse del mismo deseo de desasimiento. La verdadera liberación consiste en liberarse de la idea de que hay un "yo" que busca la liberación; supone renunciar a la idea de que hay un "yo" que renuncia. No se trata solo de renunciar a la voluntad propia sino incluso de renunciar a la idea de que hay un "yo" que desea cumplir la voluntad de Dios. Para Eckhart es claro que "Mientras el hombre todavía posee la voluntad de querer cumplir la queridísima voluntad de Dios, semejante hombre no tiene la pobreza adecuada, pues todavía tiene una voluntad con la que quiere satisfacer la voluntad de Dios, y esto no es pobreza genuina. Pues, si el hombre de veras ha de poseer la pobreza, debe estar tan libre de su voluntad creada como lo era antes de ser. Porque os digo por la eterna verdad: Mientras tenéis la voluntad de cumplir la voluntad de Dios y deseáis llegar a la eternidad y a Dios, no sois pobres; pues un hombre pobre es sólo aquel que no quiere nada ni apetece nada" (Serm. Beati pauperes spiritu).
En diversos sermones, el maestro Eckhart amplía uno de los signos del verdadero desprendimiento; la pobreza interior. La auténtica pobreza implica la renuncia al propio "yo", es decir, a la voluntad propia, incluida la apropiación de las consecuencias de los actos. Según el maestro, hay dos clases de pobreza: la pobreza exterior y la pobreza interior. A ésta última se refiere Jesucristo cuando dice: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5, 3). Para Eckhart, es la pobreza del que "no quiere nada", lo cual implica el no hacer las obras en busca de un resultado aunque éste sea espiritual porque, en ese caso, es el "yo", el "ego" quien está detrás calculando si tales penitencias serán suficiente para la salvación del alma. Sin embargo hay "algunas personas que se empecinan en conservar su propio yo en sus penitencias y ejercicios exteriores... A esos hombres se los llama santos a causa de las apariencias, pero en su fuero íntimo son asnos porque no captan el carácter simbólico de la verdad divina" (Serm. Beati pauperes spiritu). La renuncia a la voluntad propia significa que solo se quiere y se obra aquello que place a Dios y no al "ego", "pues es ésta la pobreza en espíritu: que el hombre se mantenga tan libre de Dios y de todas sus obras que Dios, si quiere obrar en el alma, sea Él mismo el lugar en el cual quiere obrar..." (Serm. Beati pauperes spiritu). La filosofía del desapego implica que, cuando uno acepta que no existe un sujeto protagonista de la acción, el alma pierde el interés por los objetos externos y se facilita la con-versión de la atención en 180%, es decir, la vuelta de la atención sobre sí mismo.
¿Cuál es la adecuada actitud ante el mundo de las obras? O más propiamente, ¿qué es la recta acción? Para el maestro alemán; "El justo no intenta conseguir nada con sus obras; pues, quienes intentan conseguir algo con sus obras o también aquellos que obran a causa de un porqué, son siervos y mercenarios. Por eso, si quieres ser in-formado en la justicia y transformado en su imagen, no pretendas nada con tus obras y no te construyas ningún porqué, ni en el siglo ni en la eternidad ni con miras a una recompensa o a la bienaventuranza o a esto o a aquello; porque semejantes obras de veras están todas muertas... Por eso, si quieres vivir y aspiras a que vivan tus obras, debes estar muerto y aniquilado para todas las cosas. Es propio de la criatura hacer algo de algo; mas, es propio de Dios hacer algo de nada. Por eso, si Dios ha de hacer algo en tu interior o contigo, debes haberte aniquilado antes. Y por ende, entra en tu propio fondo (grund) y obra ahí; y las obras que haces ahí, serán todas vivas" (Serm. Iustus in perpetuum vivet).
En diversas ocasiones recurre Eckhart al lema de «Vivir sin porqué», vivir sin intención o finalidad alguna. La única intención buena es la ausencia de intención, lo cual solo puede producirse dentro del fondo del alma; "Desde este fondo más entrañable has de obrar todas tus obras sin porqué alguno. De cierto digo: Mientras hagas tus obras por el reino de los cielos o por Dios o por tu eterna bienaventuranza, es decir, desde fuera, realmente andarás mal" (Serm. In hoc apparuit caritas dei in nobis). "Por eso, dales la espalda a todas las cosas y tómate puro en el ser; porque cuanto está fuera del ser, es «accidente» y todos los accidentes producen un porqué" (Serm. lustus in perpetuum vivet). Ciertamente, el primer porqué pudo ser el acicate para iniciar nuestra búsqueda, pero al final de la búsqueda nos encontramos con que la respuesta es sine quare, sin porqué: "El fin es universalmente aquello mismo que es el principio. No tiene porqué, ya que él es el principio de todo y para todas las cosas". Trascendido el pensamiento, ya no hay "razón" de la razón. Alcanzada la unión mística y superada la distinción sujeto-objeto ¿quién hay para preguntar nada?, ¿quién hay para sentirse hacedor de algo?
El desapego de la acción comprende tanto la renuncia a considerarse el autor, como a apropiarse de las consecuencias de tal acción. Supone la aceptación de que la voluntad no interviene en ese proceso porque no hay más voluntad que la de Dios. El argumento con el que Eckhart justifica la necesidad del desapego o renuncia a tener voluntad propia es, ciertamente, contundente; Dios no se entrega a una voluntad ajena. "El hombre debe aprender a sacar de su interior su sí mismo y a no retener nada propio y a no buscar nada, ni provecho ni placer ni ternura ni dulzura ni recompensa ni el paraíso ni la propia voluntad. Dios nunca se entregó, ni se entregará jamás, a una voluntad ajena" (Col. 2 l). En otro caso, "si buscas algo distinto a Dios, la obra que realizas no es tuya ni es, por cierto, de Dios" (Serm. Impletum est tempus Elizabeth). Y si hay algún propósito, éste ha de ser, en todo caso la unión mística. Hay otro argumento igualmente clarificador: Si renuncias a tu voluntad para ponerte en manos de Dios, entonces Dios quiere por ti y a través de ti; "Si quieres que Dios te pertenezca de tal manera, hazte propiedad de Él y no retengas en tu intención nada fuera de Él; entonces Él será el comienzo y el fin de todas tus obras así como su divinidad consiste en que es Dios. El hombre que de tal modo no pretende ni ama en sus obras nada que no sea Dios, Dios le da su divinidad" (Serm. Surge illuminare iherusalem). Y en otra parte abunda en la misma idea; "Allí donde el hombre, en obediencia, sale de su yo y se deshace de lo suyo, justamente allí Dios, a su vez, debe entrar por fuerza; pues cuando alguien no quiere nada para sí, Dios tiene que querer en su lugar, de la misma manera que para Él mismo... Así sucede con todas las cosas: donde yo no quiero nada para mí, Dios quiere en mi lugar" (Col. l).
En rigor, lo que Eckhart plantea es un modo de disciplinar la arrogancia del "ego" haciéndole ver que no es autor de nada y que carece de capacidad de decisión. No se trata, por tanto de una aniquilación de la voluntad sino de un cambio total de perspectiva. El "yo" ha de ceder mansamente el control. El hombre exterior ha de entregar su voluntad al hombre interior. Solo así, el hombre se desprende o libera de la servidumbre del cuerpo, los condicionamientos del tiempo y de la ilusión de verse separado de Dios; "La voluntad es íntegra y recta cuando carece de ataduras al yo y ha salido de sí misma y se ha hecho imagen y forma dentro de la voluntad divina. Cuanto más suceda esto, tanto más recta y verdadera es la voluntad" (Coll. 10). Ciertamente, desde el punto de vista metafísico, al renunciar a la voluntad propia y a las obras no se renuncia a nada, dado que éstas son estériles ante Dios, pero ese es el camino hacia el vaciamiento del "ego"; "No hay cosa alguna para hacernos hombres verdaderos que el renunciamiento a nuestra voluntad. De veras, sin renunciar a nuestra voluntad en todas las cosas, no obramos absolutamente nada ante Dios. Pero, si llegáramos a desprendemos íntegramente de nuestra voluntad y nos animáramos a renunciar a todas las cosas, exterior e interiormente, por amor de Dios, entonces habríamos hecho todo y antes no" (Coll. 11). Y en efecto, sólo el amor entendido como anhelo de Dios, puede dirigir al hombre a sacrificar su propia voluntad y a aceptar la voluntad de Dios.
En definitiva, la verdadera contribución a la Gloria de Dios no consiste en un hacer, sino en Ser. Como diría Eckhart; "La gente nunca debería pensar tanto en lo que tiene que hacer; tendrían que meditar más bien sobre lo que son. Pues bien, si la gente y sus modos fueran buenos, sus obras podrían resplandecer mucho. Si tú eres justo, también tus obras son justas. Que no se pretenda fundamentar la santidad en el actuar; la santidad se debe fundamentar en el ser" (Coll. 4).