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Guillermo Casini

Todo nos lleva al uno

Por Guillermo Casini 3 julio 2014
Lluvia

Todo nos lleva al uno... si no lo pensamos.

Si investigamos nuestra situación actual, siempre desde la perspectiva de este simple experimentar, conocer o sencillamente presenciar los hechos, notamos que detrás de cada instancia hay una clase de conocimiento, como sustento de cada actor con funciones y atributos hay una acción ideal, subsiste del principio al fin un plan creativo a desarrollar y concluir...
Detrás de cada objeto hay un sujeto, detrás de cada visión dual preexiste una base no dual, un yo forma o espacio limitado de conciencia.

Y si gracias a dios, ya atravesamos la etapa de obsesionarnos con ese sujeto indescifrable, tal vez elijamos explorar la realidad de fondo.
Más para descubrirla debemos abrirnos a todo y vaciarnos de todo preconcepto, para permitir que el intervalo (el vacío) entre objetos sea investigado.
Debemos aceptar la posibilidad de una base inmutable de todo lo cambiante, de un soporte fijo de todo lo móvil, de un trasfondo silencioso de toda vibración, de una consciencia sin objeto, no dual, detrás del mundo de los sentidos, y de las diversas capas del yo psicológico o mental.
Debemos ser lo suficientemente osados y valientes como para afrontar algo que de movida, no tiene explicación racional alguna.
Debemos adentrarnos en la investigación puramente experimental de lo dado, de lo que es aquí y ahora, nuestra experiencia central.

Analizando cada objeto nos percatamos de que todos tienen un origen común. Todos son yo y esto, son consciencia sujeto más un agregado o consciencia objeto.
Vemos que todos los objetos, todo lo mental, aparece en secuencia sobre la cinta transportadora del yo, de la consciencia testigo que les da continuidad, y un marco para desarrollarse.

Y aquí hay que ir despacio, y tener mucho cuidado al hablar de “testigo” porque al parecer no se trata de un nuevo objeto con atributos y cualidades de perfecto observador, y menos aún de un sujeto desapegado que contempla la vida sin interesarse. El testigo real no es uno separado sino la misma huella de dios, el rastro simple y concreto de la unidad, de la no dualidad omnipresente, visto a través de las superposiciones de la mente, de la perspectiva dual del ser humano.

El testigo no puede ser visto, pero puede verse directamente a sí mismo como sí mismo… Y aquí empieza lo bueno.

Esa presencia no objetiva, esa no cosa, esa aparición no mental en la consciencia da testimonio de lo no dual eterno, que persiste como trasfondo inmutable de cada suceso, de esta secuencia o jerarquía conceptual con que la mente configura para si, para su propia interpretación, la realidad total, lo real sin divisiones, lo uno sin segundo, no nacido.

Y como este es cabalmente nuestro origen, el estado natural de todo ser, lo que llamamos “naturaleza” es sólo una constante evocación de esa presencia, de esa ausencia absoluta interpretada.

Por ejemplo, los elementos básicos originarios del cuerpo y el mundo (el fuego, el agua, la tierra, el aire y el éter) no son más que conceptos a modo de entradas, evocaciones, caminos que aparecen como distintos accesos a la realidad, vistos en secuencia desde la mente, que ya había separado en la realidad en “pares”, vacío y forma, espacio y tiempo, extensión y duración, o sencillamente, contenedor y contenido. Y así todos los conceptos, doctrinas y teorías filosóficas y evolutivas, no son más que formas disolviéndose, conceptos devorando conceptos, procesos de autodepuración de una inteligencia que no podemos ni siquiera empezar a analizar, y mucho menos comprender.

De allí que en todo acto de adoración a esa unidad esencial exista siempre el par, fundamental para la claridad mental, de lo sagrado y lo consagrado, la ofenda y quien la recibe, el retorno a la fuente y la fuente misma diluyendo toda apariencia como el océano a su oleaje

Dice Wei Wu Wei en Open Secret: Nuestra completa ausencia objetiva que es, necesariamente, la presencia subjetiva de Dios.

Todo absolutamente, cada cosa percibida, sentida o concebida mentalmente no es más que un destello, un vislumbre de ese constante retorno de lo creado al creador, del fenómeno al noúmeno, de las tinieblas a la luz, de lo irreal a lo real, de la muerte a la inmortalidad.

Si otra vez y cada vez, volvemos a analizar estos conceptos nos damos cuenta de que no tienen validez por si mismos, que no representan una verdad absoluta demostrable en los hechos, ya que todos se basan en una visión relativa personal o corporal de la vida, como si todo lo que existe tuviese como centro a nuestro cuerpo físico y se desarrollara de igual forma y estuviera compuesto por los mismos elementos fundamentales.

Y aún desde la enseñanza puramente espiritual o filosófica, se puede apreciar este error común de verlo todo desde la perspectiva individual. Los 3 estados de vigilia, sueño y sueño profundo, por ejemplo, sólo constituyen experiencias corporales o de la mente apegada a una forma física, que en el plano de la consciencia no se presentan jamás.

Es sólo la visión de lo uno como continuo, la concepción de lo vital como secuencial, la mirada materialista que reduce todo a un proceso evolutivo o progresivo, lo que aparece en la mente humana como “el gran drama universal”, el dilema inexpugnable de la energía que se pierde, o la vida perfecta inalcanzable que se diluye como agua entre los dedos

En verdad nunca hay pérdida ni ganancia en lo que es, en lo no dual… No hay drama ni interacción, ni siquiera algo o alguien jugando ni disfrutando de este enfoque.

Hay sólo un mal entendido, una idea loca que ni ahora ni nunca ha coincidido con la LUZ de los hechos, o mejor dicho, para no caer de nuevo en el discurso religioso de la dualidad, con EL HECHO de que sólo existe, existió y existirá la única experiencia, conciencia y presencia que es La Paz eterna y la dicha infinita del iluminado que somos todos cuando no lo pensamos.

Si no lo pensamos, ya somos todo y aún expandidos en todo, no estamos perdidos, si no lo pensamos, volvemos al uno.

Existe un ser maravilloso, perfecto;
existía antes que el Cielo y la Tierra.
¡Cuán tranquilo es!
Es único e invariable.
Toda la vida proviene de él.
Lo envuelve todo con su amor como un manto,
y, sin embargo, no reclama para sí ningún honor.
No conozco su nombre, así que lo llamo TAO, EL CAMINO
y me regocijo en su poder.

LAO-TSÉ
© Guillermo Casini