Rafael Pulido Moyano
El asunto del hacedor y las marionetas de consciencia
Por Rafael Pulido Moyano 26-11-2023 Versión PDFRamesh Balsekar repetía con insistencia unas palabras, tanto en satsangs como en sus libros, que él atribuía a Buddha: “Events happen, deeds are done, but there is no individual doer thereof”, que podemos traducir como «los acontecimientos suceden, las acciones se llevan a cabo, pero no hay un hacedor individual». Balsekar recurría con frecuencia a esas palabras como un argumento de autoridad con el que refrendaba la solidez de su enseñanza. De hecho, podría decirse que todo el magisterio del sabio de Bombay se asienta sobre esas palabras de Buddha, de ahí que sea importante tratar la cuestión de si Buddha dijo realmente esas palabras. En cualquier caso, una cosa es la autoría de las palabras y otra es la verdad de las mismas. La enseñanza de Balsekar no se sostendría solo porque estuviera respaldada por unas palabras del Buddha, sino por la verdad última a la que apuntan esas palabras, independientemente de quién las hubiera pronunciado.
¿Realmente dijo Buddha esas palabras? Bien, si se acepta que el Canon Pali es el único repositorio fiable de las palabras de Buddha, entonces esta pregunta tiene una respuesta fácil y directa: No. En la Cesta de los Discursos (Sutta Pitaka) no hay ningún discurso del Buddha que contenga esa afirmación, ni siquiera otras que se aproximen. Pero si tomamos segmentos pertenecientes a discursos distintos, y mezclamos un trozo en el que Buddha hable sobre la inexistencia del alma o doctrina de anatta, otro trozo en el que hable sobre los cinco agregados y otro trozo que trate sobre la convencionalidad de términos como «yo» o «sí mismo» (por ejemplo, Sutta Nikaya 22:85), entonces sí podríamos obtener mediante «ensamblaje» de lo disperso un pensamiento como el que transmiten las palabras que estamos analizando. Pero debemos saber que cualquier articulación o combinación de elementos extraídos de distintos discursos del Buddha es una operación interpretativa que, si bien puede estar en consonancia con su pensamiento global, supone como mínimo un distanciamiento respecto a sus palabras originales.
Balsekar era muy consciente de las deformaciones que podrían haber sufrido las palabras originales de Buddha. De hecho, en su libro Pointers from Nisargadatta Maharaj dijo lo siguiente:
Tengo entendido que el propio Buda hablaba sólo en lengua maghadi, mientras que su enseñanza, tal como fue registrada, está en pali o en sánscrito, lo que sólo pudo haberse hecho muchos años después; y lo que ahora tenemos de su enseñanza debe haber pasado por numerosas manos. Imaginen la cantidad de modificaciones y adiciones que debieron introducirse en ella durante un largo período. ¿Acaso es extraño que ahora haya diferencias de opinión y disputas sobre lo que el Buda realmente dijo o pretendió decir?
Sintetizar libremente a partir de un ensamblaje de ideas que a menudo aparecían originalmente separadas es precisamente lo que hizo Buddhaghosa, ocho siglos después de la muerte de Buddha, cuando compuso el Visuddhimagga (El Camino de Purificación), el gran comentario Theravada sobre las enseñanzas de Buddha. En el Visuddhimagga sí encontramos unas palabras que ya se acercan bastante a las que Balsekar citaba, y dicen así (p.627):
Uno no ve a ningún hacedor más allá de la acción, ni a ningún experienciador del resultado más allá de la ocurrencia del resultado. Pero uno ve claramente con el entendimiento correcto que los sabios dicen hacedor cuando hay un hacer y experienciador cuando hay un experienciar, simplemente como un modo de uso común. De ahí que los Antiguos dijesen esto:
No hay hacedor de la acción,
ni nadie que coseche el resultado de la acción,
sólo fenómenos que transcurren.
Ésta es la única visión correcta.
Nótese que Buddhaghosa no dice que Buddha fuese el autor de las palabras, sino que las atribuye a «los Antiguos», refiriéndose a maestros o intérpretes autorizados de los discursos del Buddha de épocas anteriores a la del propio Buddhaghosa.
ESTO
Balsekar solía llamarlo «Fuente», y los budistas se refieren a ello con expresiones como «Mente Primordial» o «Naturaleza de Buddha». También valen nombres como «Ser», «Dios» o «Brahman», y tantos otros. Que lo llamen, o sea, que intenten referirlo mediante una palabra, es ya un problema, porque ninguna palabra o concepto puede captarlo, ni denotarlo ni referirlo. Pero estamos condenados a usar palabras. Aquí lo llamaremos, por pura comodidad, ESTO.
Lo más aproximado y conciso que podemos decir con palabras acerca de ESTO es que ESTO es un infinito y eterno magma de consciencia. Si es infinito, entonces no hay nada que no sea ESTO, ni hay nada que no esté hecho de la sustancia ESTO, pues ESTO es la única sustancia. Si es infinito, entonces no hay nada que esté fuera de ESTO, nada que esté más allá de, por encima de, o al margen de ESTO. Si es eterno, ESTO nunca surgió, ni nunca desaparecerá.
Compararlo con un magma es una analogía para sugerir que ESTO es una sustancia que puede adoptar y presentar distintos estados, al igual que un magma se puede mostrar en fases de sólido, líquido y gas. Esta analogía es muy limitada, porque cualquier magma se compone de diversas sustancias sometidas a procesos de diferenciación, asimilación o mezcla, y cambia su estado en función de varios factores, principalmente la temperatura. Por el contrario, ESTO es una única sustancia, y no está sujeta a factores externos a ella, por lo que habrá que explicar muy bien a qué nos referimos cuando decimos que ESTO puede adoptar y presentar distintos estados. Cuando decimos que es un magma de consciencia estamos indicando la sustancia de ESTO. Es decir, desde el punto de vista ontológico o constitutivo, ESTO es consciencia y solo consciencia. Por lo tanto, la consciencia es infinita y eterna.
En el infinito y eterno magma de consciencia se forman «coágulos». Lo que conocemos como espacio y tiempo son los coágulos básicos, y todos los demás ―llamados comúnmente «cosas», «formas», «objetos» o «fenómenos»― están ubicados en el espacio y el tiempo. Es lógico que alguien se pregunte por qué se forman los coágulos, pero la pregunta no tiene respuesta, dado que la idea misma de un por qué, de una causa, es un coágulo ubicado en el espacio y el tiempo. Es decir, ESTO está más allá de cualquier idea de causalidad, como lo está de cualquier idea de evolución o cambio. Pero aquí podríamos objetar, al estilo de Galileo, diciendo que «eppur si muove». Es decir, nuestra experiencia de lo que consideramos «realidad» nos dice que las cosas cambian, que nosotros mismos cambiamos. Entonces, ¿cómo es posible que percibamos cambio cuando, supuestamente, ESTO es ajeno al cambio? Una posible respuesta dice que el cambio que percibimos es solo una apariencia, una ilusión óptica por así decirlo, y no un cambio real, no un «cambio en lo Real» o un «cambio en la Realidad». ESTO no cambia, pero a los coágulos humanos nos da la sensación de que sí. ESTO tiene la capacidad de provocar en nosotros, coágulos humanos, la percepción de cambios aparentes en nosotros mismos y en cuanto nos rodea (o sea, en otros coágulos). A esta capacidad se la conoce como «Maya». Ningún objeto-forma-fenómeno es la causa real de ningún otro. La idea de «causa» es simplemente un instrumento usado por una clase especial de coágulo de la consciencia, la humana. En verdad, toda idea es un instrumento. En verdad, toda idea es un coágulo de la consciencia.
El movimiento aparente de todos los coágulos obedece por completo a unas leyes que ningún coágulo puede siquiera imaginar. Ningún coágulo puede elegir el curso de su movimiento aparente. Ningún coágulo humano dispone realmente de eso que se conoce como libre albedrío. Ningún coágulo humano puede alterar el curso que su movimiento aparente describe a lo largo de su vida. No obstante, es propio del coágulo humano estar convencido de que sí puede alterarlo, de que es libre para elegir su movimiento. Pero hemos de desengañarnos, porque realmente somos marionetas, aunque de un tipo muy especial: somos marionetas fabricadas con el mismo material del que está hecho el marionetista y del que están hechos los hilos que nos manejan. Mi querida marioneta, tú y yo somos ESTO. Por cierto, Balsekar estallaba en carcajadas cuando contaba la viñeta en la que una marioneta le preguntaba a otra: «¿Tú eres de las que creen que hay alguien ahí arriba tirando de los hilos?»
Marina, o el despertar de una marioneta
Érase una vez un mundo poblado de marionetas. Había marionetas-piedra, marionetas-agua, marionetas-gas, marionetas-vegetal y marionetas-animal. Entre éstas últimas había un tipo muy especial, la marioneta-humana. Todas ellas estaban fabricadas con un cuello rígido. Solo podían mirar hacia el frente o ligeramente hacia abajo, nunca hacia arriba. Pero un día, una de ellas, Marina, se rompió el cuello accidentalmente, y eso le permitió girarlo hacia arriba. Y lo que contempló, la dejó patidifusa. Marina la marioneta se percató de los hilos, tanto de los que la sujetaban a ella como de los que sujetaban a todo lo demás y a todas las demás marionetas. Descubrió que, en verdad, ni ella ni ninguna otra tenían el más mínimo control sobre ninguno de sus movimientos. Marina pasó de la perplejidad a la rabia, y de ahí al desconsuelo. Sus primeros intentos por comunicar su descubrimiento a otras marionetas acabaron en burlas y desprecio por parte de éstas, incapaces de imaginar siquiera la posibilidad de que estuviesen movidas por hilos que alguien manejase desde «ahí arriba». Algunas decían que romperse el cuello había hecho enloquecer a Marina. Otras incluso amenazaron con quemarla si seguía empeñada en contar esa tontería de los hilos. Finalmente, Marina decidió callar. Pero el descubrimiento trascendental que había hecho sirvió para que su vida diese un giro radical.
Marina comprendió que su cuello no se había descoyuntado de manera fortuita. De hecho, su «accidente» le permitió comprender que el azar no existe. Eso le hizo creer en la actuación deliberada de un ser superior, una especie de Supermarioneta que habría decidido descoyuntarla para que ella pudiera girar el cuello hacia arriba. Se sintió enormemente agradecida por este privilegio, y comenzó a adorar a ese ser superior a quien Marina no podía ver con sus ojos, pero en cuya existencia creía por completo, pues no alcanzaba a explicar de otra forma todo lo sucedido. «Bueno, ahora que he descubierto que no soy libre y que Tú me manejas ―le decía Marina al ser superior― te ruego que me digas cómo debo comportarme, qué debo hacer en mi vida y con mi vida». Marina no quería ir en contra de la voluntad del ser superior, pero de inmediato se daba cuenta de lo disparatada que era esa idea, pues ¡es imposible no seguir la voluntad de quien maneja tus hilos! De hecho, si te «rebelaras» sería porque el ser superior ha tirado del hilo correspondiente, no porque tú eligieras libre y soberanamente rebelarte.
Marina se daba cuenta de todo esto y sonreía para sus adentros, aceptando que la inercia de su vida anterior le llevaba a semejantes pensamientos. Y comprendió, por fin, que lo que ella sentía como voluntad propia y la voluntad de quien tiraba de los hilos, eran una y la misma. A partir de ese momento, su vida fue mucho más sencilla. Marina entendió que daba absolutamente igual que todo cuanto lograba en su vida lo atribuyera a su esfuerzo o a la «gracia divina» ¡porque eran exactamente lo mismo! y esa comprensión le proporcionó una paz permanente, esa famosa paz de Jesús de la que San Pablo dijo, en su carta a los Filipenses, que sobrepasa todo entendimiento.
Después de su despertar, superadas ciertas dudas iniciales que la mantuvieron inmóvil, Marina retomó sus actividades cotidianas y sus relaciones con otras marionetas como si nada hubiera pasado. Pero era evidente que sí, que algo le había pasado, porque desde entonces siempre mantuvo la ecuanimidad ante cualquier suceso, nunca volvió a juzgar a los demás, ¡y mucho menos a ella misma! Cuando las cosas le salían bien, no sentía orgullo ni vanidad, y cuando le salían mal, no sentía rabia ni frustración. La impaciencia, la malicia o el miedo, sencillamente desaparecieron de su vida. Y cuando le tocó llorar, ya no volvió a hacerlo desde el sufrimiento, sino desde la paz. A los ojos de las demás, Marina se convirtió en la marioneta que más se esforzaba en su vida cotidiana, pero, extrañamente, a la vez era la menos interesada en los frutos de su esfuerzo.
Y así pasaron sus años de vida de marioneta. Nunca pudo ver al ser superior que manejaba los hilos, pero jamás se lamentó por ello, pues «el ser superior sabrá ―se decía para sus adentros― por qué no tira del hilo que me permitiría verlo». Hasta que un día murió como había vivido, en absoluta paz. Sus brazos y piernas articulados perdieron todo movimiento y los hilos que los movían se enmarañaron cayendo sobre su cuerpo rígido. Un instante después de morir, Marina se disolvió en un mar de luz, la luz de la que están hechas todas las marionetas, todos los hilos y el Ser que los maneja.
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Creo que así es como Ramesh Balsekar entendía el asunto del hacedor, y las palabras que él tanto repetía encerraban una verdad absoluta. Que las hubieran pronunciado o no Buddha, Jesús o cualquier otra marioneta, carece de importancia.