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María Martínez

Conciencia no dual

Octava Parte
Por María Martínez 10 de septiembre de 2006Versión PDF
Huellas de dinosaurio

8.- HUELLAS DE DINOSAURIOS: «Las viejas energías»

Esa mañana fuimos en coche a un pueblo cercano para comprar algún recuerdo que llevar a nuestros hijos, pero la única tienda de artesanía de la zona estaba cerrada. Junto al lugar donde aparcamos había un cartel explicativo acerca de los yacimientos de huellas de dinosaurios cercanos, por lo que decidimos visitar uno. Ascendimos por carretera hasta un pueblo casi deshabitado, y recorrimos sus calles. Escuchamos los ruidos estrepitosos de tejas rompiéndose contra el suelo, y observamos que en una de las pocas casas que parecían vivas, estaban renovando el tejado. Los obreros lanzaban desde allí las tejas viejas a la calle, donde se iban amontonando en pedazos. Pasamos con cuidado, mientras mi compañero decía:

―Las tejas son como las viejas creencias y pensamientos. Un retiro es una forma de renovar nuestro tejado mental, sustituyendo esas ideas por “pensamientos amigos”, como decía Consuelo. Los “pensamientos amigos” son los que nos ayudan a acercarnos a lo que de Verdad somos.

―Quizás es más apropiado decir que son los que “menos entorpecen la manifestación de lo que de Verdad somos”, porque no hay forma de que los pensamientos acerquen a algo que ya está aquí y ahora.

―Cierto.

La idea de “proceso sí” o “proceso no” era una de las que más rompederos de cabeza me habían dado en estos últimos años. Había leído autores advaitas que aseguraban que no había nada que hacer, y Consuelo en cambio insistía en que había que contemplar y contemplar las verdades que íbamos descubriendo, e investigar para discernir lo falso de lo verdadero. Ella, con la enorme lucidez que la caracteriza, explicó un día que ambas cosas ―proceso y no proceso― son ciertas. En lo aparente hay un proceso, una especie de predisposición o de entrega al Ser, que se va haciendo poco a poco, como si la Luz se fuese abriendo camino. En ese camino, la propia Luz atrae más Luz, porque el discernimiento que va teniendo lugar ayuda a ver cada vez mejor, y son muchos los “errores” que hay que ir iluminando. Pero la persona no puede hacer nada. Si surge una identidad que trata de apropiarse el mérito de ese discernimiento, todo se viene abajo y sólo se consigue un ego todavía más duro y más fuerte. En lo Real no hay proceso alguno, porque esa Luz es lo que somos y hemos sido siempre. En lo Real no puede haber proceso, porque es más allá del tiempo.

Salimos del pueblo y cogimos el coche. No había rastros de huellas de dinosaurios por ninguna parte, y nos fuimos pensando que no íbamos a verlas. Pero a poca distancia del pueblo, en una zona de carretera muy estrecha, vimos un cartel que indicaba que estaban allí mismo, en una gran roca a nuestra derecha. Las vimos sin poder detenernos, pues no había ningún lugar para aparcar hasta bastante más abajo.

―Los dinosaurios son los viejos programas de nuestro cerebro, que aparecen cuando levantamos las “tejas” ―dijo mi compañero―.

Así era. Había leído recientemente los nuevos descubrimientos sobre los programas biológicos que están en todos los animales y en el ser humano, como huella imborrable de esa biología ancestral. Dado que me interesaba el tema, lo había estudiado a fondo. Los programas de amenaza en el territorio, o de miedo a morir de hambre, o de marcar los límites de lo que es “mío”, o de no poder conseguir o digerir la presa... estaban grabados a fuego por la biología en lo profundo del cerebro. Para los seres humanos, el “territorio” es la familia, el trabajo, la casa, o incluso una idea o un sistema de creencias, y la “presa” es el objetivo de conseguir un coche, un trabajo, una pareja, un prestigio ante los demás, la realización espiritual, o cualquier situación que nos plantee la vida. Cuando nos encontramos en una situación que no podemos “digerir”, y la vivimos con ira y resistencia, se dispara el programa del dinosaurio carnívoro que había tragado una presa demasiado grande y corría peligro de morir: Las células secretoras del estómago proliferan para poder fabricar más ácido y enzimas. El dinosaurio evitaba así la muerte, pero como el cerebro humano no puede distinguir lo material de lo simbólico, las células proliferan igual que en el dinosaurio para resolver el conflicto del problema externo ―vivido como algo indigesto―, con el resultado de una úlcera o un cáncer de estómago. Lo psíquico y lo físico no sólo van juntos, sino que son una sola cosa moviéndose en una danza con profundo sentido. Y lo mismo ocurre cuando aparecen las depresiones o las llamadas enfermedades psiquiátricas: Todas ellas tienen su origen en la activación de varios programas biológicos que en este caso se presentan a la vez, y todas ellas tienen también un sentido. Al parecer, en el escáner cerebral se pueden localizar todos los conflictos que un organismo tiene o ha tenido ―pues dejan su inefable huella, siempre dispuesta a reactivarse―, y de este modo hacer una lectura exacta de la vida de una persona, con sus situaciones conflictivas y sus enfermedades (ya que ambas van unidas) presentes y pasadas, sin conocerla.

―¿Te has fijado? ¡La vida no nos ha dejado detenernos en las huellas! Las hemos visto, pero no podíamos parar. Hemos seguido adelante. Creo que es eso lo que tenemos que aprender. No detenernos, no perder el tiempo mirando los viejos programas biológicos. Verlos cuando surgen “debajo de las tejas”, pero nada más. Nuestra mirada debe estar enfocada en lo que somos más allá de esos programas.

―Tienes razón. Creo que eso es muy importante para mí. Consuelo decía, haciendo referencia al mito de la Caverna de Platón, que vivimos entretenidos clasificando sombras, cuando lo que tendríamos que hacer es salir de la caverna.

A mí siempre me había encantado “clasificar sombras”, analizar los conflictos de los pacientes como si tuviese un bisturí en la mano. Disfrutaba con ello y a veces creía que lo hacía con lucidez, y con buenos resultados. Aunque mi trabajo era como médico de familia en la sanidad pública, me definía como una cirujana del alma, y los pacientes venían a contarme todos sus problemas. ¡Qué ridículo me parecía ese papel en esos momentos, y qué “ego” tan gordo había detrás del deseo de ayudar a los demás!

Las huellas de los dinosaurios habían sido un fuerte impacto. Más tarde, en otra carretera, pudimos hacer fotos en otro yacimiento.

Nos gustaría aprender siempre con bromas y con risas, pero a veces la vida nos pone en situaciones que no son fáciles, situaciones en las que se disparan esos viejos programas con sus energías alimentadas de continuo. Cada uno tenemos nuestros raíles prioritarios, por los que descarrilamos con mayor facilidad, pero no son mejores unos que otros, y nadie se libra. Me daba cuenta de que no hay salida para ello en el nivel del pensamiento. Uno puede hacer todas las terapias, asistir a los mejores médicos o sanadores... pero las huellas de los dinosaurios siguen ahí. ¿Por qué? Porque son las leyes de la biología, de la naturaleza, dirigidas a la conservación de las especies. Lo ponía en el billete que compramos para venir a esta vida, esas eran las reglas del juego, pero ahora queremos hacer “reclamaciones”, porque nos gustaría que fuese de otra manera. Nuestras preguntas son muchas veces una forma encubierta de decir que querríamos otra cosa.

¿Y el por qué del porqué? ¿El porqué último de todo esto? Desde nuestra mente limitada no podemos encontrar una respuesta. Los sabios dicen que lo Divino juega a esconderse para encontrarse a sí mismo. Eso es algo que me gusta, porque si lo Divino soy yo misma se trata de mi propio juego. ¿Por qué preocuparse entonces? Pero no deja de ser una creencia, así que prefiero quedarme en el no saber, simplemente, aceptando la limitación de esta mente en este momento.

Arrodillados sobre la roca abrazamos las huellas de dinosaurios poniendo nuestras manos sobre ellas. Al hacerlo, abrazábamos todos esos programas biológicos, todos esos viejos conflictos que están en nuestros organismos, y que son sólo sombras que están para recordarnos la Luz que somos, la Luz que abraza y trasciende todo.

En esa Luz, en esa Conciencia que es el verdadero Ser, no existe el conflicto.

HUELLAS DE DINOSAURIOS: “Las viejas energías”

Huella

Tras los muros de piedra
del monasterio,
al cesar las palabras
del pensamiento,

fui levantando tejas
de este tejado,
que se llama “cerebro”
en lenguaje humano.

Pero bajo las tejas,
agazapados,
huellas de dinosaurios
se destaparon.

Las viejas energías,
alimentadas
por años, horas, vidas,
sacan la cara.

Huellas de dinosaurios,
paso y os miro,
pero no me detengo
en mi camino.

Dinosaurios de ira,
miedo y deseo,
sois huellas que el pasado
grabó en el cuerpo.

Ese cuerpo que es
Templo de Vida
donde en la lucidez
la Luz se mira,

abraza en el silencio
sus energías
y a través del dolor,
mira hacia arriba.

Porque sabe que Dios
pintó jugando
huellas de dinosaurios
bajo el tejado.

Tejados
 
© María Martínez, 2006