María Martínez
Conciencia no dual
Novena Parte
Por María Martínez 10 de septiembre de 2006Versión PDF9.- PIÑONES EN EL BOLSILLO: «Amanecer de la Libertad»
Vimos el amanecer mientras estábamos sentados con la mente en contemplación. El sol iluminó los tejados y se reflejó centelleante en cada una de las hojas de los árboles del valle. Subimos a desayunar los primeros y después de comprar el pan para los bocadillos y la fruta nos dirigimos, con el plano bien estudiado, a buscar el camino de las hayas. Llevábamos una toalla por si encontrábamos algún lugar para bañarnos.
Esta vez cogimos la senda correcta, y caminamos durante casi dos horas cuesta arriba. Hacía mucho calor, pero los grandes pinos y hayas de los bordes del camino daban una fresca sombra. Había un profundo silencio en el que emergían los cantos de los pájaros y el sonido del agua que durante estos días nos acompañaba siempre. Un agua siempre diferente, con miles de voces y armónicos continuamente cambiantes y múltiples.
Buscábamos un modo de descender y cruzar el río, y finalmente lo encontramos. Desde allí exploramos otras sendas y finalmente hallamos un lugar solitario con varias pequeñas cascadas y una gran alfombra de musgo que cubría el suelo y la pared de roca.
Mi compañero se bañó hasta el agotamiento, esta vez sin nada de ropa, como un oso salvaje, disfrutando hasta lo inconcebible al bajar por los toboganes de las cascadas y al dejarse masajear la espalda por lo rápida corriente del río en los “yakuzzi” naturales. Yo, más cautelosa con el frío del agua, tomé un baño menos apasionado, y me dediqué a caminar por los alrededores buscando establecer un mapa para la vuelta, ya que nos habíamos alejado bastante de la ruta principal. Me di cuenta de que estábamos, efectivamente, lejos de todo lugar visible. Aprovechamos para seguir desnudos y disfrutar de esa inocencia original que habíamos redescubierto ayer.
Dos pequeños pájaros de pecho pardo rojizo nos acompañaban desde hacía varias horas, curiosos por cada movimiento que hacíamos. Eran un macho y una hembra. Se veía que formaban una pareja, pero cada uno tenía su lugar y se comportaba de modo diferente. Sus trinos eran también distintos y únicos.
Comimos los bocadillos y la fruta, y mientras él dormía una siesta, yo me puse a escribir. Me di cuenta de que todavía llevaba los nueve piñones en el bolsillo. Los pájaros estaban a mi lado, mirándome entre las ramas de un sauce que hundía sus raíces en el río. Recapitulé sobre la pareja. Observé cómo la Inteligencia de la vida nos había hecho encontrarnos en el camino. Al principio creímos ser dos personas “especiales”, que podían hacer juntos “grandes cosas” en la vida, especialmente dentro del campo de las medicinas complementarias, pero por suerte habíamos desenmascarado esa “presa” hacía tiempo, y habíamos abandonado el deseo de realizaciones personales. Aprendimos mucho, y fuimos poniendo luz en muchas cosas a lo largo de los años, pero ambos teníamos profundas carencias afectivas, y una tendencia enorme a la autocrítica y al sentimiento de culpa. Eran nuestras “huellas de dinosaurios”, y nos hacían entrar en crisis de vez en cuando.
Quizás debido a ello, no habíamos dejado de vivir apegados al uno al otro, totalmente dependientes, arrastrando las alas como dos mendigos de un amor que nunca podía terminar de ser saciado. No podía saciarse, porque era sencillamente un espejismo.
Cuando asistimos al primer retiro con Consuelo Martín, vimos que la relación necesitaba alimentarse de libertad, y empezó un proceso en esa dirección; un proceso que no por verse claro resultaba fácil, pues los viejos programas se seguían disparando y eso era inevitable. De todos modos, la novedad es que ya no le dábamos importancia. Providencialmente solía ocurrir que cuando uno de los dos entraba en crisis el otro se mantenía lúcido, de modo que podía ayudar a contemplar lo que estaba ocurriendo y a romper el espejismo de la identificación con el pensamiento y la emoción en el otro. Nos parecía un privilegio estar juntos en el mismo camino y podernos apoyar de este modo. Cada crisis era entonces una oportunidad para aprender y consolidaba la relación.
Pero en este retiro y en los días que llevábamos en estas montañas de La Rioja, nos habíamos dado cuenta de que no había ninguna “relación” que “consolidar”, ni ninguna “pareja” que “mejorar”. Estos organismos, estos cuerpos y mentes, estas personas, eran ―como decía Ranjit, un sabio hindú― sólo «una fábrica de excrementos», algo completamente perecedero, moviéndose en una realidad aparente. Todo esto es «cero», repetía una y otra vez; «Si todo lo que usted cree que es, es “cero”, entonces ¿por qué inquietarse?». Dos cuerpos estaban caminando ahora uno al lado del otro, pero tarde o temprano, dentro de la realidad relativa del tiempo y el espacio, eso se terminaría, como todas las cosas. Sin embargo nuestra verdadera esencia, lo que somos de Verdad, no es esto, ni eso, ni aquello. No somos un cuerpo, ni una profesión, ni una pareja. Somos sólo Conciencia. Y desde esa Conciencia no hay apego alguno que superar ¿Cómo puede haber apego en el Todo? Y si surge en la persona, eso sigue formando parte de ese Todo. Ahora estábamos viviendo desde ahí; esto no se trataba de una teoría leída ni escuchada, sino de la vivencia más sólida de toda nuestra vida.
Cuando mi compañero se despertó, jugamos en el bosque y en el río hasta que empezó a hacerse tarde y decidimos emprender el camino de vuelta.
Cruzamos el río saltando por las grandes rocas, y nada más llegar al sendero, algo me llamó la atención al pisarlo. Parecía un palo más, como los cientos que estaban desparramados por el suelo, cada uno único en su forma, pero enfoqué la atención y vi que se trataba de un asta de ciervo. Se la mostré a mi compañero. Era de un animal de tres años, por la forma de la cornamenta, y ésta nos pareció bellísima. Un poco más adelante, esta vez bien visibles en mitad del camino, había un grupo de huesos: dos vértebras, el sacro, un hueso de la pata delantera, otro de la trasera, y una rama de la mandíbula inferior con los dientes. Acariciamos los huesos y los guardamos en la mochila. Nos miramos sonriendo:
―La Vida insiste en el tema de la muerte y de lo transitorio.
―Si. Parece que insiste.
Estamos vivos porque el Poder de la Vida atraviesa esta materia, únicamente. La vida en los cuerpos es muy corta, es un pestañear, un abrir y cerrar los ojos, igual para el ciervo que para nosotros ―pensé―. Pero la Conciencia está entera aquí y ahora, en cada segundo eterno. Eso es lo que somos y en esa Totalidad los cuerpos aparecen y desaparecen sin que eso tenga ninguna importancia en absoluto.
Continuamos adelante. La Vida se vive a través de nosotros en el eterno nacimiento y muerte de cada instante presente. Mientras caminaba sumergida en esa Presencia desaparecían las nociones de tiempo y de espacio.
Comenzó a llover y nos tapamos con la toalla que llevábamos, sujetándola cada uno desde un extremo con su bastón.
―¡Parecemos una procesión llevando a la Virgen! ―dijo mi compañero― ¡La procesión de los muertos llevando los huesos a cuestas!
Sonreí. La toalla era muy llamativa, de grandes cuadros de color rojo y naranja, y la imagen resultaba divertida.
Ya eran más de las siete de la tarde, pero todavía no se había puesto el sol. De repente dejó de llover y salió un arco-iris en el horizonte, frente a nosotros. Me detuve. Hasta ahora, los arco-iris habían sido para mí la cosa más bella del mundo, pues significaban la unión del cielo y de la tierra, el puente entre la identidad ilusoria y el Sí-Mismo real, y siempre me quedaba extasiada contemplándolos. En ese momento, en cambio, el arco-iris era algo tan extraordinario como todo lo demás, emergiendo en el eterno presente de la Conciencia Única. Esos siete bellos colores eran mirados aparentemente por unos ojos que pronto ―también aparentemente― morirían, pero a la Conciencia eso no le importaba.
Continuamos caminando. Los piñones seguían en el bolsillo, como símbolo de esos programas: apegos, miedos, dependencia… que emergen por la identificación con el cuerpo y con los pensamientos. Seguirían emergiendo probablemente… pero ahora eso ya daba igual.
Somos ese Amor que buscamos. Nadie nos lo tiene que dar. La conciencia dormida crea ataduras, pero al despertar nos abrimos a la Libertad. Nada externo nos va a dar esa libertad. Somos libres desde dentro. Encontramos la Libertad en la Conciencia que somos.
La Libertad está en Ser esa Conciencia que siempre hemos sido.
PIÑONES EN EL BOLSILLO: “Amanecer de la Libertad”
Recogí nueve piñones
del jardín del monasterio,
para nuestro aniversario
poder celebrar con ellos.Primero, sobre tu mesa,
esperaron y esperaron,
y después, en mi bolsillo,
se quedaron olvidados.Otra fiesta y otro brindis,
que no estaba en lo pensado,
tejidos con el silencio,
la Vida había preparado.¡Los piñones son apegos,
alimento para el “ego”,
y los frutos del “ahora”
son alimentos eternos!La Luz de la Inteligencia
nos acercó en el camino,
y creímos ser dos soles.
¡Estábamos confundidos!Agarrados de la mano,
ambas alas arrastrando,
apegado el uno al otro,
dos mendigos caminando.Luego miramos arriba,
y las manos se soltaron.
Supimos que en el Amor
no hay ataduras ni esclavos.La luna, redonda y fría
del miedo, se fue rodando.
Y en el horizonte claro
fue amaneciendo despacio.Vino el viento y la tormenta.
Vino el río y las cascadas,
que lavaron nuestros cuerpos
y limpiaron nuestras almas.Los huesos de un joven ciervo
estaban en el camino,
recordando que los cuerpos
sólo son porque están vivos.“Abrir y cerrar de ojos”
es la vida en este mundo,
pero la Conciencia está
entera, en cada segundo.El sol iluminó el cielo
en lo profundo del bosque,
y dibujó un arco-iris
antes de caer la noche.Siete colores que ven
unos ojos en el mundo
y sólo Una Luz que mira,
sin tiempo, en lo profundo.Dos cuerpos siguen andando,
piñones en el bolsillo,
y Una Libertad sin Nombre,
amanece en el Vacío.
María Martínez (Gijón, Asturias, España)
Es habitual en los "libros" poner datos personales del autor, así que, puntualizando que éstos son tan sólo expresión de la realidad "aparente", y que no hay separación entre tú y yo, porque no hay ni tú ni yo, sino una sola Consciencia que lee, escribe, y que se manifiesta aquí y ahora a través de esta pantalla o de este papel que ahora está en tus manos, puedo contar que:
Me llaman María, o Consuelo (mejor María). Trabajo como médico en un Centro de Salud y me he formado en medicinas complementarias. Mi compañero, tiene cuatro hijos y yo dos. Además somos abuelos de un peque (David).
Desde niña he sido una buscadora espiritual; estuve en muchos caminos y leí bastante, pero nada colmaba una sed profunda y un vacío que me acompañaban siempre.
Finalmente descubrí que lo que buscaba nunca había estado perdido. Pude comprobar que somos sólo Consciencia, y que lo hemos sido siempre. La Luz que mira por nuestros ojos nunca ha dejado de mirar, y no envejece con el tiempo. Somos el Amor que buscamos; nadie nos lo tiene que dar, ni tenemos que hacer nada para merecerlo.
Somos libres desde dentro. Siempre lo hemos sido. Nuestra Libertad es, sencillamente, ser esa Consciencia que siempre hemos sido.