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María Martínez

Conciencia no dual

Sexta Parte
Por María Martínez 10 de septiembre de 2006Versión PDF
Sendero

6.- LA FIESTA DE LAS HORMIGAS: «Todo es Inteligencia»

Habíamos llegado ayer por la noche a un pueblecito de la sierra de Cebollera, en La Rioja. Nos despertamos temprano, y después de estar sentados un rato en contemplación, decidimos hacer una excursión hasta las cascadas del río Iregua.

La carretera llevaba hasta la ermita de la Virgen de Lomos de Orio, atravesando bellísimos parajes de praderas y bosques, siempre ascendiendo. Aparcamos el coche, cogimos la mochila y los bastones y nos pusimos los zapatos de caminar...

―No te olvides los textos de Siddharameshwar.
―Los llevo en mi mochila, junto con la botella del agua ―respondí mientras me daba cuenta de que ese libro calmaba una sed más profunda, que no era la sed del cuerpo―, y bendecí a Internet y las personas-ángeles que traducen y teclean con infinita paciencia tantos textos de sabiduría que están disponibles para todos.

Subimos los 55 escalones de piedra que llevaban hasta la puerta de la ermita, y tras atravesar una ladera de pinar silvestre llegamos al ancho camino que conducía hacia las cascadas, atravesando los bosques. Mi compañero sacó su mapa:

―Tenemos que desviarnos por una senda que desciende hacia la derecha.

Apenas vimos una senda entre las zarzas la tomamos y descendimos con entusiasmo entre los árboles del bosque, buscando el río. No tardamos en perdernos. Al fin encontramos un camino ancho, bien señalizado, y retrocedimos. Llegamos a una majada con una antigua cabaña de piedra de pastores, con indicadores explicativos para los turistas perdidos.

―Algunos libros y maestros son como indicadores en el camino. Otros que pasaron primero pueden ayudarnos ¿no crees?

Pensé en todos los “postes indicadores” que a lo largo de la vida me habían mostrado por dónde seguir: Mis primeros maestros de adolescencia y juventud, que fueron unos cuantos; luego Krishnamurti... Eric... Jorge Carvajal... ; después Consuelo Martín, José Díez Faixat, Eckhart Tolle, Tony Parsons, Wayne Liquorman, Jan Kersschot, Gangagi, Nisargadatta, Ranjit, Siddharameshwar, Douglas Harding... y muchos otros. Aunque no resonara del todo con alguna de sus enseñanzas, todos ellos me habían aportado algo importante. Pensé en todos los amigos, compañeros, pacientes, y en todas las circunstancias de la vida que instante tras instante habían ido tejiendo el sendero, como luminosas estrellas. Sentí un profundo agradecimiento.

Descendimos por la senda, ahora mirando bien las señales. El olor de los pinos silvestres penetraba hasta la médula de los huesos. Era embriagador. Al fondo se escuchaba el sonido del río.

―Tenemos que remontar el río para encontrar las cascadas.

Tomamos un estrecho sendero a la izquierda, seguros de que nuestra idea era correcta. Al poco, el camino se hizo casi imperceptible. A pesar de ello, continuamos adelante atravesando zarzas, espinos, troncos caídos y aludes de rocas. Estábamos convencidos de que íbamos bien porque caminábamos junto al río. Las moscas nos abrasaban, pero me recordaban los pensamientos, que son tan pesados como ellas. Como tenía sangre por los arañazos de las piernas, venían en bandadas. La mente es igual ―me dije―, y seguí atenta a cada paso, sin hacer caso ni a las moscas ni a los pensamientos.

De pronto, escuché un grito:

―¡Ya está! ¡Las he encontrado! ¡Mira!

Me apresuré resbalando entre piedras sueltas para llegar junto a él. A sus pies, una hermosa cascadita de agua clara saltaba en mitad del arroyo. Más arriba encontramos otras, aún más bellas. Me sorprendió que fueran tan pequeñas.

―Debe ser que como es verano tienen poca agua.
―¡Seguro que en invierno son impresionantes!

El escaso caudal del río no nos permitió bañarnos, pero metimos los pies descalzos en el agua helada y disfrutamos nuestros bocadillos en su orilla. ¡Estábamos hambrientos después de tan dura marcha!

En la pequeña pradera de piedra y musgo junto al río, mi compañero se puso a hacer una recapitulación de todos los caminos recorridos en nuestra vida a lo largo de los años, dándose cuenta de que todos ellos sirvieron para algo, y fueron imprescindibles para estar aquí y ahora. Vimos que nada había sido por azar. Años antes nos habíamos sentido “víctimas” de numerosas situaciones que nos parecía que podían haber sido de otra manera, pero ahora podíamos observar que todo ―absolutamente todo― había tenido un por qué y un para qué, un sentido que podíamos comprender lúcidamente, y nada podía haber sucedido de forma diferente a como lo había hecho, para que estuviese teniendo lugar este “ahora”. En esa toma de conciencia había una profunda reverencia hacia la Inteligencia de la Vida, la Luz que somos. Esto no significa aceptación como opuesto a rechazo, sino estar simplemente más allá del mundo de los juicios y de la idea del ego de ser el hacedor personal de las cosas.

Después de comer, emprendimos la vuelta. Vimos bajar a una pareja por el sendero y yo ―tan cuidadora como siempre― corrí hacia ellos para avisarles de cómo habían de llegar a las “cascadas”, ya que a nosotros nos había resultado difícil.

Volví junto a mi compañero, que se reía de mí diciendo: «¡Ya has hecho tu buena acción del día!»

Continuamos caminando y nos sentamos al pie de un haya centenaria para leer a Siddharameshwar. El capítulo hablaba de la importancia de “no saber”. Cuando lo terminamos, cogimos el sendero hacia el sur, de regreso hacia la ermita donde estaba el coche.

Pero nos esperaba una sorpresa. Tras un recodo, apareció un ancho camino con una señal enorme que decía: «Hacia las cascadas del río Iregua». Nos dimos cuenta al instante de que nos habíamos equivocado, y que las cascadas en las que habíamos estado no eran las que buscábamos. ¡Con razón nos habían parecido demasiado pequeñas!. Yo me moría de vergüenza y de culpa pensando en la pareja a la que con tanto entusiasmo había tratado de “ayudar” explicándoles un sendero que ahora había resultado ser falso.

Mi compañero dijo:

―¡Vamos hasta las Cascadas! ¡Aunque se nos haga de noche tenemos que llegar!

Estaba de acuerdo. Caminamos cerca de 2 kilómetros, mientras yo no podía hacer otra cosa que contemplar mi sentimiento de culpa, pero acepté que lo que había ocurrido también era producido por la Inteligencia de la Vida, y que era la lección que teníamos que aprender. Esa lección tenía que ver con el “no saber” del que hablaba justamente el texto que habíamos leído. El “yo” se cree muy listo y enseguida piensa que ha llegado a donde quería ir, pero no es cierto. Y lo peor es que enseguida trata de contar a los demás sus supuestos descubrimientos, provocando desde su ignorancia una mayor confusión.

Me di cuenta de que si para mí esa lección era importante, a lo mejor también la pareja a la que había informado erróneamente tenía alguna lección que aprender con esta experiencia, y lo dejé en manos de la Inteligencia de la Vida, mientras seguía caminando en estado de Presencia. La Vida me respondió de inmediato. Antes de medio minuto aparecieron las Cascadas y a la vez la pareja “confundida por mí”. Los vi acercarse, y observé que venían riendo. Me sentí tremendamente aliviada cuando me dijeron que no me habían hecho caso porque habían visto las señales que mostraban que el camino era por otra dirección. Nos contaron que era la segunda vez que lo intentaban, que la primera vez se habían perdido, como nosotros, pero que hoy estaban absolutamente decididos a encontrarlas, y lo habían logrado.

Faltaba poco para la puesta del sol y tenía poca luz para hacer fotos, pero aún así disparé la cámara docenas de veces. ¡Las cascadas estaban allí al fin y eran bellísimas!

Corzos

El camino de vuelta ascendía en línea recta a través del bosque de pinos silvestres. Era estrecho y empinado, y como estábamos ya bastante cansados avanzábamos despacio y trabajosamente. Se nos había acabado el agua y hacía mucho calor.

―Esta última etapa es como el final de la vida.
―Sí. Pero el caminar despacio tiene sus ventajas: Puedes fijarte en cada pequeña cosa, y detenerte siempre que lo necesites.
―Me gusta eso.

Nos paramos a tomar un poco de aire y al sentarnos en una roca observamos que el suelo estaba lleno de hormigas aladas. Había docenas de obreras y de soldados que las sacaban fuera de los hormigueros. Las hormigas aladas ―futuras reinas― trepaban a lo alto de las piedras y desde allí, empujadas por el aire, emprendían vuelo. Miramos hacia el fondo del valle, y al contraluz del sol poniente vimos cientos de nubes de hormigas voladoras que salían de todas las partes, hasta el horizonte. Eran millares, y se movían en el aire como las bandadas de los peces en el agua, dibujando formas semejantes a nubes translúcidas que parecían tener vida propia. ¡En todos los bosques hasta donde la vista podía alcanzar, las hormigas estaban a la vez sacando a sus princesas, en una gigantesca y única fiesta nupcial! ¿Cómo podían saber las hormigas de hormigueros tan distantes cuándo hacer esto?

Mirábamos extasiados. Nunca habíamos visto nada igual. El aire estaba tan lleno de príncipes y princesas que parecía que hubiese descendido una capa de niebla luminosa sobre el valle, porque sus alas brillaban al sol como si se tratase de millones de diminutas estrellas.

Reímos. Hoy habíamos visto cómo la Inteligencia de la Vida ― la Conciencia que somos― había movido los hilos de nuestra aparente existencia, y la importancia de rendirse a esa Inteligencia con una actitud humilde y sincera de “no saber” (el programa “maestro sabelotodo” había quedado escondido con el rabo entre las patas después de la lección de la pareja). Eso no quiere decir pasividad ―la Conciencia puede expresarse a veces de modo muy “activo”― sino una entrega que nada tiene que ver con lo pensado. Ahora, al final de este día, La Fiesta de las Hormigas mostraba esa misma Inteligencia actuando en todas las cosas con su extraordinaria danza.

LA FIESTA DE LAS HORMIGAS: “Todo es Conciencia”

Hormigas

En los bosques y valles
del río Iregua,
hoy tienen las hormigas
una gran fiesta.

A la vez han sacado,
―grandes y bellas,
con alas nuevecitas―,
a sus “princesas”.

Bullen los hormigueros,
y las obreras,
junto con los soldados,
fuera las llevan.

Príncipes y princesas
trepan las piedras
y cuando están arriba
saltan y vuelan.

Millones de hormiguitas
al sol se elevan
y como nubes blancas
el aire llenan.

Nebulosa hormiga

¿Cómo sabías tú,
pequeña obrera,
qué día y a qué hora
era la fiesta?
Qué mensajero halló
todas las puertas
y quién sincronizó
vuestras antenas?

¿Fue la estrella Polar?
¿la luna nueva?
¿O acaso sólo fue
... la Inteligencia?

Eterna Inteligencia,
Luz verdadera.
Mueves todos los hilos
de la existencia.

Y nada es por azar,
todo es Conciencia,
en el mundo fugaz
de la apariencia.

© María Martínez, 2006