Artículos - Bede Griffiths
La Meditación y la Nueva Creación en Cristo
(Seguna Parte)
Por Bede GriffithsEstas charlas proceden del Seminario John Main de 1991.
Las charlas completas han sido publicadas bajo el mismo título por Medio Media.
© Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana 2007
3. El mantra en la tradición cristiana
El núcleo del método de meditación del Padre John era el uso de un mantra. Mantra es una palabra en sánscrito, derivada de una larga tradición de oración y meditación en la India. Fue el genio del P. John el que descubrió la misma tradición en los Padres del desierto y la vio como una tradición sagrada, que había llegado a San Benito desde los Padres y se ha mantenido, aunque casi perdida, en la actual Orden Benedictina. El mantra fue en realidad su descubrimiento, y fue el primero en sacarlo a la luz y darlo a conocer como un método válido de la oración en la Iglesia.
El arte del mantra consiste en la repetición de una palabra sagrada o de un versículo de la Biblia, que tiene el efecto de «centralizar» a la persona, unificando todas las facultades, y centrándolas en la presencia inmanente de Dios. El mismo descubrimiento fue realizado en la Abadía de Spencer, bajo la influencia de la Meditación Trascendental del Maharishi y dio lugar al concepto de la «oración centrante». Se trata de un método para centrarse en uno mismo, para encontrar el centro interior del ser y hacer que todas las facultades de los sentidos y de la razón se unan en este centro, abriendo así las profundidades de la persona humana a la presencia inmanente de Dios.
El Padre John eligió como mantra la palabra aramea maranatha, que puede traducirse como «Ven Señor» o «Nuestro Señor viene», y que procede de la Carta de San Pablo a los Corintios. La palabra aramea mar significa simplemente «Señor». El sufijo -an significa «nuestro», por lo que maran significa realmente «Nuestro Señor". Puede traducirse Maran-atha, «Nuestro Señor viene». O puede ser Marana-tha, «Ven, Señor nuestro». Probablemente la primera es la más correcta.
Es una de las poquísimas palabras arameas ―la lengua del propio Jesús― que han sobrevivido en el Nuevo Testamento. Hay seis palabras. Cuando Jesús resucitó a una niña, dijo: Talita cumi «te digo, levántate niña» (Mc 5, 41). Y en la cruz, dijo: Eloi, Eloi, laema sabacthani, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15, 34 y Mateo 27: 46). Excepto estas palabras, todo lo que Jesús dijo está traducido al griego. Esto es muy importante. Jesús hablaba arameo; no creo que todo el mundo se dé cuenta de ello. Nuestros Evangelios están escritos en griego, y Maranatha, que aparece en la Primera Epístola de Pablo a los Corintios, fue utilizada por la iglesia primitiva, es una de las reliquias del arameo, el idioma propio de Jesús. Esa es la razón de ser una palabra muy sagrada, Maranatha, «Nuestro Señor viene». Cuando usamos esa palabra, nos remonta a la época del propio Jesús. Nos lleva más allá del propio Nuevo Testamento, que fue escrito en griego.
Debemos recordar siempre que el Nuevo Testamento se redactó unos cincuenta años después de Jesús, y traducido al griego. Esto nos lleva más allá del propio Nuevo Testamento, que fue escrito en griego, a la tradición más antigua de la iglesia, antes de que saliera de su matriz judía. Toda la historia del cristianismo primitivo se desarrolló en este mundo judío ― Jesús y sus discípulos hablaban arameo, adoraban en el templo, fueron a la sinagoga, y así sucesivamente. Luego, en el transcurso de ese siglo, comenzó a extenderse hacia los gentiles, la gente de afuera, y Pablo fue la principal influencia en el proceso de llevar este mensaje a los gentiles. Pablo era un judío de Tarso que hablaba griego, y difundía el mensaje en griego. Las cartas de Pablo y de los demás fueron escritas en griego. Hay que recordar que el nombre Jesucristo (Jesús el Cristo) es una traducción griega del nombre arameo o hebreo Joshua Meshia.
Así que todo el mensaje de Jesús se transmitió a través del griego al mundo grecorromano y a otra cultura. Esto es importante. Fue un encuentro de dos culturas. Surgió de una cultura puramente judía. Jesús pertenecía totalmente a ese mundo judío. Vino al mundo no simplemente a cualquier cultura, sino a una cultura judía particular, que había sido preparada por Dios a lo largo de los siglos. El Evangelio surgió de esa cultura y, con el paso de los siglos, se extendió al mundo grecorromano. Luego se trasladó a Europa en su conjunto, y después a América. Pertenecemos a este círculo evolutivo que sale de esta matriz judía y crece gradualmente a través del contacto con diferentes culturas. Hoy en día, esta religión judía, grecorromana, europea y americana está entrando realmente en contacto con Asia, India, China y Japón. Es un gran momento en el crecimiento del cristianismo. En eso estamos hoy.
No hay duda de que una palabra como Maranatha tiene una cualidad especial que nos sintoniza con la más antigua tradición cristiana, y nos devuelve a las raíces de nuestra religión.
El P. John adoptó esta tradición de la oración que viene de los Padres del Desierto y en última instancia del Nuevo Testamento. Una de las ideas más profundas en el estudio del Nuevo Testamento, es que toda la vida de Jesús gira en torno a su «experiencia de Abba». Jesús se refería a Dios como Abba, «Padre», pero de una manera muy íntima, más como «papá» ― como un niño llama a «mamma», «abba». Jesús tenía una relación íntima con Dios como Padre, mientras que los judíos del Antiguo Testamento tenían lo contrario. Yahvé era el Dios del cielo, y su veneración era tan grande que ni siquiera lo llamaban por su nombre. Yahvé era reemplazado por Adonai o Señor, porque estaba prohibido nombrar a Dios. Estaba tan por encima de lo humano que existía el temor al juicio y la percepción de que había que cumplir la Ley a toda costa. Jesús fue más allá, hacia una conciencia íntima de su total unidad con Abba, su Padre.
Creo que podríamos decir que Abba era el mantra de Jesús. Simplemente vivía en esa intimidad con el Padre como Abba. Su vida se centraba en esa palabra y todo lo que ello conlleva. Y así de él obtenemos la tradición del mantra.
4. La función del mantra
Es importante recordar que la oración y la meditación ocupan a la persona en su totalidad. Oramos con el cuerpo y con el alma, así como con el espíritu.
Estamos usando nuestros cuerpos en alabanza, incluso cuando pronunciamos palabras, aún más cuando cantamos y recitamos. En la oración estrictamente contemplativa, la acción del cuerpo se reduce al mínimo, pero incluso ahí está el movimiento de la respiración.
Todas las tradiciones orientales enfatizan la importancia de la respiración. La meditación Zen se centra en la respiración en el abdomen, la inhalación y exhalación. Esto se llama el hara. Es un centro muy importante. No debemos descuidarlo. Es un centro emocional, pero es el verdadero centro de la psique, y a muchas personas les ayuda centrarse en el hara. Otros prefieren centrarse en el corazón, que es quizás más central. También puedes centrarte en el chakra andha, llamado el «tercer ojo». En la India, ponemos una marca carmesí aquí. Los dos ojos son los ojos de la dualidad con los que ves el mundo exterior, el yo exterior. El tercer ojo es el ojo interno que ve la luz interior. Para muchas personas, la sintonía del mantra con la respiración es de gran importancia, ya que nos ayuda a llevar el cuerpo al corazón de la oración. Pero, por supuesto, en la meditación estricta, el cuerpo es llevado a la mayor quietud posible para no distraer la mente. Algunos insisten en una posición erguida y una completa quietud. Eso es muy marcado en la tradición de la India, en el yoga ― la columna perfectamente vertical y la completa quietud. La gran necesidad en la meditación es la relajación. El cuerpo y la mente tienen que estar totalmente relajados para que el espíritu pueda estar totalmente abierto y receptivo al Espíritu de Dios. Dicen en el Yoga que la posición debe ser fácil y firme, relajada y firme. Debe ser firme para mantenerte estable, pero debe ser relajada al mismo tiempo.
Debemos recordar que los sonidos vibran a través de todo el cuerpo y tienen un efecto profundo en la psique. Es imposible concebir los efectos de los sonidos de una ciudad moderna con sus interminables distracciones sobre la psique. Somos bombardeados diariamente y a cada hora con estos sonidos y con imágenes de la televisión. Por eso son tan importantes nuestros momentos de silencio, que nos permiten desprendernos de todas estas distracciones. La función del mantra es recoger el alma, devolverla a su centro y unir a toda la persona ―cuerpo, alma y espíritu― con el Espíritu de Dios.
No estoy seguro de haber aclarado esta importante distinción entre cuerpo, alma y espíritu. Tenemos el cuerpo, el organismo físico que nos une con todos los organismos físicos del universo. Tenemos el alma, la psique, que es el organismo psicológico con sentidos, sentimientos, imaginación, razón y voluntad. El centro de la psique es el ego, lo que en sánscrito se denomina ahamkara, el «yo hacedor». La psique es muy limitada. Pero más allá de ella está el espíritu, el Atman, que es el punto de auto-trascendencia. En ese punto el cuerpo y el alma van más allá de sus limitaciones humanas y se abren a lo infinito, lo eterno, lo divino. Meditar es ir más allá del cuerpo y del alma hacia ese punto del espíritu.
Hay que tener siempre presente el objetivo de centrar el cuerpo y el alma en la profundidad del espíritu, donde el espíritu humano se encuentra con el Espíritu de Dios. Como San Pablo dice: «El Espíritu de Dios da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios». En este punto del espíritu, el ego es trascendido y nos abrimos al Espíritu Santo. Es un punto de encuentro entre nuestro espíritu y el Espíritu de Dios. La meditación debe ser ese punto de encuentro donde el espíritu humano toca y se abre al Espíritu Santo de Dios. Es interesante cómo en el Nuevo Testamento la palabra «espíritu» es a veces utilizada para lo humano y a veces para lo divino, porque es el punto de encuentro. El espíritu es lo que San Francisco de Sales llamaba el «punto fino del alma». Es el punto de auto-trascendencia donde vamos más allá de nosotros mismos y recibimos al Espíritu divino en nuestros corazones, es decir, en el «centro de nuestro ser». La repetición del mantra es simplemente una manera de mantener todas las facultades del alma y del cuerpo centradas en este punto del espíritu.
Es un proceso de unificación de todas las facultades del alma en el punto del Espíritu donde son penetradas por la luz de la verdad. Esta luz es esencialmente una luz de amor. Es el amor del Espíritu Santo derramado en el corazón, que nos pone cara a cara con Dios. En la tradición oriental todos los métodos de meditación son formas de llegar a ese centro interior. Pero lo que sucede allí depende de tu fe particular y tu tradición. Para el cristiano el punto del espíritu es el punto donde el amor de Dios se derrama en el corazón a través del Espíritu Santo. Es el amor del Espíritu Santo derramado en el corazón lo que nos pone cara a cara con Dios.
Esto plantea el problema de las distracciones. Cuando empezamos a meditar, la mente empieza a divagar. Para la mayoría de la gente, la actividad de la mente nunca cesa. Para la gente de hoy en día en particular, el problema de controlar la mente es muy agudo, especialmente para aquellos en Occidente cuyas vidas están tan llenas de distracciones y para quienes la televisión con su flujo constante de imágenes es una fuente constante de distracción. Estamos pensando, pensando y pensando todo el tiempo. Parece que la mayoría de la gente no puede detener el flujo continuo de pensamientos, pero lo que pueden hacer es no atenderlo, dejarlo fluir y observarlo tranquilamente como las nubes en el cielo mientras la mente más profunda, el espíritu interior, permanece en silencio descansando en la presencia de Dios. Luchar contra las distracciones puede hacer más mal que bien. Entonces entra el ego. Tratas de detenerte y entonces empeoran las cosas. El mantra continúa en silencio y los pensamientos siguen yendo y viniendo, pero no necesitas atenderlos o prestarles atención. Déjalos venir, déjalos ir, pero mantén el mantra en silencio por debajo de todos ellos.