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Artículos - Bede Griffiths

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La Meditación y la Nueva Creación en Cristo

(Primera Parte)
Por Bede Griffiths

Estas charlas proceden del Seminario John Main de 1991.
Las charlas completas han sido publicadas bajo el mismo título por Medio Media.
© Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana 2007

1. La búsqueda humana de Dios

Me gustaría comenzar la conferencia con un breve canto en sánscrito. En la India, siempre empezamos con un canto porque nos une con el pasado de la humanidad. El sánscrito es quizás el idioma más antiguo del mundo actual que todavía está en uso. Es un lenguaje sagrado, un lenguaje de los dioses. Nos abre al pasado de la humanidad con el que todos estamos vinculados. Todos pertenecemos al pasado de la humanidad que está creciendo a través de la historia, creciendo con nosotros aquí. Significa aproximadamente: disfrutemos juntos, compartamos, esforcémonos juntos, brillemos juntos. Que no haya disputas entre nosotros.

San Benito describe la vida monástica como una «búsqueda de Dios». Esta búsqueda ha existido desde el comienzo de la historia de la humanidad, y tal vez nunca fue tan intensa como lo es hoy. La gente en todas partes está buscando un significado y propósito últimos en la vida, en un mundo en el que a menudo parecen haberse perdido. ¿Qué respuesta puede ofrecer San Benito y la tradición que proviene de él a este problema? ¿Cómo podemos encontrar a Dios en el mundo de hoy? San Benito, por supuesto, viene de la tradición cristiana, pero ¿qué respuesta puede dar el cristianismo? Él mismo está dividido, y muchos han perdido la fe en él y buscan a Dios por otros caminos.

¿Existe dentro de la tradición cristiana un camino hacia el Supremo, no por la vía de la doctrina o el ritual, sino de la experiencia directa de Dios? Eso es lo que la gente está buscando hoy ―no palabras ni pensamientos, sino experiencia directa―. ¿Existe en la tradición cristiana un camino hacia la experiencia directa de Dios, de la verdad y de la realidad?

Creo que sí la hay, y el Padre John Main fue uno de los que abrió el camino a esta experiencia para la gente de hoy. La encontró en la tradición benedictina de los Padres del Desierto. Y hoy venimos aquí a reflexionar sobre el mensaje que nos ha dejado como una forma de descubrir por nosotros mismos la tradición de esta sabiduría, que es el conocimiento de Dios a través del amor. El Padre John era un hombre de gran sabiduría y, sobre todo, de gran amor. Escuchemos lo que él tiene que decir y encontremos por nosotros mismos el camino a esta experiencia de Dios para que podamos compartirla con el mundo, que está esperando escuchar este mensaje y encontrar su camino de regreso a Dios. En esta charla, me basaré especialmente en una charla de John Main sobre el testimonio al mundo de la oración monástica, y os invito a todos a compartir su visión y a traducirla a vuestras vidas.

El Padre John comienza diciendo que el llamado del monje y, por lo tanto, de la humanidad en su totalidad ―en cuanto hay un arquetipo de monje en todo ser humano― es «estar abierto al potencial eterno de Dios, en la nueva creación cuyo centro es Cristo». Hay un arquetipo monástico en toda la humanidad. Detrás de todas las diversidades de la naturaleza humana hay una base común, y en esa base común todo ser humano busca a Dios, el sentido último y la verdad última. Es una búsqueda solitaria, en cierto modo. Es algo que toca lo más profundo de nuestro ser y que nadie más puede darnos. Tenemos que abrir esa profundidad y entonces tocamos a Dios, tocamos la realidad. Ese es el monje que hay en nosotros, en cada ser humano. Como dice John Main, tenemos que «estar abiertos a nuestro potencial eterno en Dios, en la nueva creación cuyo centro es Cristo». Cada ser humano tiene una capacidad para Dios, una capacidad para ser atraído por Dios a las profundidades de nuestro ser y experimentar la presencia de Dios, de la realidad infinita y eterna que sostiene al mundo como la base y la fuente de su propio ser.

Aquí nos encontramos con el problema de que para muchas personas la palabra «Dios» ha perdido su significado. No les gusta usarla y, de hecho, a veces les da vergüenza usarla, ya que da una imagen equivocada a la gente. Es útil superar la palabra y abrirse a su significado más profundo. Aquí está el problema particular para el cristiano: que nuestro concepto y nuestra imagen de Dios derivados del Evangelio, de Jesús, es principalmente la del «Padre que está en los cielos». En cambio, cuando nos acercamos a las tradiciones orientales, descubrimos que tienen una visión diferente y casi opuesta. Para ellos, Dios es mucho más la tierra, la fuente, el Ser que está detrás del mundo. Me gusta contar una historia sobre el Padre Jules Monchanin, el fundador de nuestro ashram en la India. Durante muchos años fue párroco en Tannirpalli en el sur de la India. Un día se acercó a un grupo de escolares y les preguntó: «¿Dónde está Dios?» Algunos de los niños eran hindúes y otros cristianos. Todos los cristianos apuntaban hacia el cielo (Dios está en el cielo). Y todos los niños hindúes señalaron el corazón (Dios está en el corazón). Se trata de dos formas distintas de entender a Dios, que son complementarias. Puedes pensar en Dios arriba, el Padre, el Creador que envía su gracia, encarnándose en Jesús. Y se puede pensar en Dios como el Espíritu interior, la base de nuestro ser, la Fuente de todo. Son opuestos y complementarios. Y una de las cosas que estoy aprendiendo hoy, y tal vez todos lo estamos, es cómo conciliar los opuestos. A menudo pensamos que debe ser una cosa o la otra. Casi siempre son ambas cosas. Los chinos tenían la hermosa percepción del yin y el yang. Todo está interrelacionado. No hay que clasificar las cosas como esto o aquello, sino aprender a ver cómo los opuestos se unen. Así que cuando pensamos en Dios, utilizamos las dos imágenes: necesitamos al Padre en el cielo y necesitamos al Espíritu Santo en nuestro interior.

Esta experiencia directa de Dios no es algo que requiera una habilidad de aprendizaje específica. Es algo que existe en el mismo centro de nuestro ser, que da sentido y propósito a nuestra existencia y que es lo único que puede responder a la necesidad más profunda de la vida humana. En nuestro pequeño ashram en la India tenemos gente procedente de todo el mundo, de los cinco continentes, y es casi increíble que todos busquen lo mismo. Todos están tratando de encontrar un significado más profundo en la vida, un yo más profundo, una relación más profunda con Dios y con la humanidad ― «realizar a Dios», solemos decir en la India.

Para la mayoría de las personas, esta capacidad de profundidad casi se ha perdido. Se ha oscurecido tanto que ya no son conscientes de ella. Particularmente en la civilización materialista en Occidente, la gente ha perdido esta dimensión en sus vidas. Están tan ocupados con el mundo que les rodea y tan absorbidos en sus problemas, placeres y dolores, que no tienen el poder de ir más allá. Han perdido el sentido de estar abiertos a Dios, a lo trascendente. Este sentido de Dios se ha oscurecido o perdido, y eso es lo que estamos tratando de recuperar. Todos los grupos de meditación del mundo están formados por personas que buscan este sentido profundo, esta realidad de Dios en sus propias vidas.

El Padre John se refiere a este movimiento para recuperar nuestra capacidad para Dios como la «nueva creación». Esta capacidad, innata en cada ser humano, ha sido oscurecida por el pecado, es decir, por la alienación de su propio ser verdadero. El pecado es alienación. Es no conocerse a uno mismo como realmente es por alienación de su verdadero ser, de la realidad, de Dios. La nueva creación es la renovación de nuestro ser que tiene lugar cuando despertamos a lo que somos. En la India se hacen a menudo la pregunta: «¿Quién soy yo? ¿Soy este cuerpo sentado aquí? ¿Soy esta personalidad que se relaciona con otras personas? ¿O hay algo más profundo en mi interior, más allá de mi cuerpo y mi mente? ¿Hay una realidad más profunda en mí y en el mundo que nos rodea?» La nueva creación surge cuando despertamos a lo que somos, a la realidad que hay detrás de todas las apariencias superficiales de nuestras vidas.

Como dice el Padre John,

«... la nueva creación es ir más allá de todas las ilusiones e imágenes que proyectamos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea y descubrir nuestro verdadero ser, nuestro yo interior, que ha estado oculto detrás de todas estas apariencias ilusorias.»

Todos nosotros, toda la familia humana, tendemos a perdernos en este mundo de apariencias, que a la larga es una ilusión, y a perder de vista la realidad detrás de todo.

El Padre John ve la vida monástica, es decir, la vida del monje escondido dentro de cada uno, como una forma de trascendencia. Karl Rahner, un gran teólogo y un místico que tenía una profunda visión del misterio de Dios, describió al ser humano como «constituido por la capacidad de auto-trascendencia», es decir, de ir más allá de sí mismo. Hemos caído en un yo separado, aislado de los demás y de la base y la fuente de nuestro propio ser. Tenemos que trascender ese yo separado, ese ego que oculta nuestro verdadero ser, y abrirnos a Dios y al mundo, a la luz y a la verdad, que están en todas partes y en cada persona. Este yo separado es la fuente de todo mal. El ego no es malo en sí mismo. Tenemos que tener un ego, un yo separado. Un niño tiene que crecer y ser consciente de sí mismo. Tiene que separarse de la madre y convertirse en una persona. Pero nos encerramos en el ego, y esto nos aleja de los demás y de Dios y nos aprisiona. En cierta medida, todos estamos presos en el yo separado. La gracia de Dios recibida en la oración y la meditación es el camino para ir más allá del ego.

El camino de la trascendencia, es por supuesto, el camino del amor. Como dice el Padre John, el amor es «ir más allá de uno mismo hacia el otro». Por eso habla de una «expansión infinita del espíritu». Amar es expandirse, abrirse a la infinitud del ser, que está en nosotros y a nuestro alrededor, y esta infinidad de ser en el amor es lo que queremos decir con Dios. Esto a su vez conduce a un desarrollo creativo de todo nuestro ser, una profundización de la armonía integral del corazón y la mente.

Comenzamos a ver ahora cuál es el significado de una «nueva creación». Es trascender el yo separado con sus imágenes y deseos ilusorios y encontrar la realidad, la realidad de nuestro propio ser y del mundo en que vivimos. Puede parecer muy fácil encontrar la realidad, pero de hecho nos lo impiden las imágenes e ilusiones que proyectamos. Los científicos de hoy nos dicen que todo el mundo tridimensional es una proyección. El mundo es un campo de energías que vibran a diferentes frecuencias, y dentro de ese campo hay diversas estructuras o formas que interpretamos como un universo tridimensional. Pero este universo tridimensional es una proyección, y por tanto una ilusión, una apariencia. La realidad está detrás de la apariencia.

La oración, la meditación, es el camino para ir más allá de las apariencias y tocar la realidad. La realidad es Dios mismo que siempre se está revelando detrás de todas las apariencias.

2. La oración más allá de las palabras y los pensamientos

El método de oración que el Padre John descubrió fue el de Casiano y el de los Padres del Desierto del siglo IV.

Casiano era un monje procedente de la actual Yugoslavia que viajó a Egipto para visitar a los monjes del desierto. En el siglo IV, Egipto estaba lleno de monjes cristianos que habían abandonado el mundo del Imperio Romano para buscar a Dios en la soledad del desierto. Casiano se entrevistó con estos monjes y escribió sus Conferencias describiendo su modo de vida y, en particular, su modo de oración. Las dos Conferencias del abad Isaac sobre la oración constituyen una enseñanza clásica sobre todo el tema de la meditación. La Regla de San Benito deriva su enseñanza sobre la oración de Casiano y de los Padres del Desierto. Esto es lo que el P. John descubrió en su monasterio de Ealing. Esta oración, que ellos llamaban «oración pura», sin palabras ni pensamientos, es el secreto de la oración, que el P. John descubrió.

Para mucha gente esto es un problema, porque cuando pensamos en la oración pensamos en palabras y pensamientos―decimos el «Padre Nuestro», pensamos en Dios. Todo eso es necesario como comienzo, pero la oración tiene que ir más allá de las palabras y de los pensamientos. Y la meditación es ir más allá de las palabras y los pensamientos, lo que Evagrio, uno de los grandes monjes del desierto, llamaba «oración pura». San Benito menciona la pureza de corazón como la cualidad de la oración, y es esto lo que todos buscamos: la oración pura. El P. John la recuperó para nosotros.

Yo mismo viví en un monasterio benedictino durante veinte años y ¡nunca lo descubrí! Solíamos meditar media hora después de Vísperas, pero no recibíamos ninguna instrucción ni orientación al respecto. Esto es lo que busca la gente hoy en día.

Debo mencionar ese maravilloso librito, Los Relatos de un Peregrino Ruso, sobre el peregrino ruso que recorrió toda Rusia rezando la oración de Jesús: «Señor Jesús Cristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador". Había leído en el Nuevo Testamento que había que «orar sin cesar», así que fue a todos los monasterios preguntando: «¿Cómo puedo orar sin cesar?». Un staretz, un anciano, le enseñó la Oración de Jesús para rezarla miles de veces. Entonces recorrió toda Rusia rezando la oración noche y día y toda su vida se transformó. Irradiaba a Cristo. Es interesante que, a medida que el antiguo sistema comunista se desmorona en Rusia, la gente redescubra de nuevo su alma. En el siglo XIX, Rusia era la «Rusia santa»; la gente vagaba por los monasterios y las catedrales buscando a Dios y revelando a Dios. Hoy está volviendo de nuevo. Y esto es lo que la gente busca hoy en todo el mundo.

Estamos más acostumbrados a rezar con palabras y conceptos y, por supuesto, éstos son necesarios para empezar. Una forma tradicional de oración monástica es la Lectio Divina, la lectura meditativa de la Biblia. Es una práctica excelente, pero apenas va más allá de la oración discursiva. Vamos de pensamiento en pensamiento. Es útil, nos guía, pero no nos lleva hasta el final. Todavía no es propiamente una oración contemplativa.

La oración contemplativa comienza cuando cesa todo pensamiento discursivo, cuando la mente descansa en silencio en presencia de Dios. La contemplación es la práctica de la presencia de Dios. El P. John descubrió el mantra ―la repetición de una palabra sagrada― como el camino hacia la oración contemplativa. El mantra es el camino para entrar en ese silencio en la presencia de Dios.

Debemos pensar siempre en nosotros mismos como un todo integrado de cuerpo, alma y espíritu. Por desgracia, nos hemos acostumbrado a pensar en el ser humano como cuerpo-alma, animal racional. Esto está bien hasta cierto punto, pero deja fuera la dimensión más profunda de nuestro ser. San Pablo y la Iglesia primitiva siempre pensaron en el ser humano como cuerpo, alma y espíritu. Cuando rezamos, cuando meditamos, no lo hacemos sólo con la mente. Existe el peligro, sobre todo en Occidente porque educamos mucho nuestra mente, de que toda nuestra religión esté en la cabeza. La meditación debería ser una forma de bajarla de la cabeza al corazón. Los Padres solían decir: «Lleva los pensamientos de la cabeza al corazón y mantenlos allí». El corazón es el centro donde la cabeza se une al resto del cuerpo. La meditación nos lleva de la cabeza al corazón y a todo nuestro ser corporal.

Tenemos que meditar con todo nuestro ser. Eso es profundizar en la armonía integral del corazón y la mente, del alma y el cuerpo.