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Extractos - Vicente Merlo

Meditating Mountain

Una “práctica” de meditación upanishádica

Por Vicente Merlo

Como texto introductorio se recomienda la lectura de un extracto anterior titulado: La enseñanza no-dual de las Upanishads

 

En la Taittiriya Upanishad se habla de cinco koshas, cinco velos o vestiduras que cubren y velan el atman-que-es-brahman. El atman estaría envuelto, en su paseo por la manifestación, en cinco “vestidos”:

  1. Anna-maya-kosha es el “vestido de carne y huesos”, es nuestro cuerpo físico-denso. Anna significa alimento, de modo que literalmente se trata del “cuerpo hecho de alimento”. En este nivel atenderemos a todo nuestro “sensacional” mundo, el mundo de nuestras sensaciones físicas.
  2. Prana-maya-kosha es la vestidura formada por prana, esto es “energía vital”. El prana es, entre otras muchas cosas, aquello que da “vida” a nuestro cuerpo denso. Podemos hablar de un “cuerpo etérico”. La respiración desempeñará aquí un papel importante.
  3. Mano-maya-kosha es la vestidura hecha de manas, término que suele traducirse como “mente”, pero en un sentido amplio aquí. Manas es el sexto sentido, el que reúne y organiza la información ofrecida por los cinco sentidos físicos. Puede entenderse, para nuestro propósito meditativo, como el conjunto de nuestros fenómenos psíquicos; la mente como “psique”, psiquismo tanto consciente como inconsciente. Tendríamos así tres elementos de nuestra personalidad más o menos conocidos, pero con los que deberemos familiarizarnos todavía más en nuestras meditaciones. Las dos vestiduras restantes son más sutiles y menos conocidas.
  4. Vijñana-maya-kosha es la vestidura hecha de vijñana, que puede traducirse como “inteligencia”, pero que con fines prácticos propondría entender como “conciencia”, en el sentido de “conciencia pura”, sustrato independiente y libre de todos los contenidos y procesos mentales que caracterizan al nivel anterior, relacionado con manas. Podría hablarse también, en terminología aurobindiana de “conciencia supramental”.
  5. Ananda-maya-kosha es la vestidura hecha de felicidad, de gozo, de dicha. Es la vestidura más sutil, más transparente, tras la cual late el atman inmortal que somos y queremos descubrir a través de la meditación.

Utilizando un lenguaje más actual, podría hablarse de cada una de estas koshas como de un “campo de conciencia-energía” (cit-shakti), de modo que cada uno de ellos se caracteriza por un tipo específico de conciencia que está estrechamente relacionado con una frecuencia vibratoria determinada. El atman sería el sujeto último de dicho conjunto de campos de conciencia-energía, que pueden entenderse a modo de holones dentro de holones más amplios, totalidades integradas en totalidades más amplias que las incluyen.

De cara a la meditación y simplificando el lenguaje, distinguiremos entre el cuerpo físico y sus sensaciones; la respiración, relacionada con la vitalidad; la mente y sus contenidos psíquicos; la conciencia pura; el gozo de ser, y el atman.

Al hablar de campos de conciencia-energía y de vibraciones, podemos insinuar ya que la meditación tiene que ver con la armonización de las frecuencias vibratorias de nuestros campos de conciencia-energía, de nuestros cuerpos sutiles, pues la falta de armonía es lo que produce interferencias que impiden el auto-reconocimiento (pratiyabhijña), la transparencia al Ser, la integración de todos los componentes de nuestra personalidad multidimensional.

Vayamos a la práctica de esta meditación upanishádica:

 

1 Adoptamos una postura cómoda, estable, que nos permita mantenernos en total quietud durante un tiempo. La columna vertebral conviene que esté recta, sin por ello crear tensiones innecesarias. Los ojos están suavemente cerrados, para facilitar la interiorización. Realizamos una breve relajación, dirigiendo la atención a las piernas y soltando cualquier tensión innecesaria. Dirigimos la atención a los brazos y aflojamos toda tensión. La zona del plexo solar la sentimos relajada. Eliminamos toda tensión de los hombros. Los ojos van quedando en calma. La frente la sentimos despejada...

Tenemos ahora una percepción global del cuerpo físico. Permanecemos atentos, a la escucha de cualquier sensación corporal. Aflojamos cada vez que nos hagamos conscientes de alguna tensión innecesaria. Quizás sentimos que nuestro cuerpo flota, como si no tuviéramos cuerpo, como si hubiera desaparecido por debajo del umbral de nuestra conciencia. Comienza una percepción nueva de nuestro cuerpo. Se trata de estar atento a cada sensación, no de imaginar los esquemas corporales a los que estamos habituados cuando pensamos en nuestro cuerpo.

2 Pasamos ahora a prestar atención a la respiración. No imponemos ningún ritmo particular, simplemente mantenemos la atención centrada en la respiración.

La respiración consciente nos abre a un océano de energía que nos envuelve y nos interpenetra. Es momento de practicar la concentración. Esta consiste en mantener la atención en algún punto, algún objeto, algún proceso. En esta ocasión, nuestro objeto de concentración es la respiración, el proceso de la respiración. Naturalmente, la mente tiende a pensar en sus cosas, lo cual, en este momento, supone una distracción que dificulta la concentración. La mente puede estar concentrada o dispersa. Generalmente descubrimos un vaivén entre la atención a la respiración y la dispersión, en el sentido de que perdemos la conciencia del proceso respiratorio y nos vamos con las imágenes o las ideas que estamos pensando, o más bien a través de las cuales estamos siendo pensados, pues no somos agentes que deliberadamente nos propongamos pensar en ello, sino que somos receptores pasivos de tales movimientos mentales, padeciendo la presencia indeseada de tales contenidos. Ya veremos que, desde otro enfoque, los contenidos mentales no nos molestarán, pero ahora estamos hablando desde una perspectiva determinada que enfatiza la capacidad de mantener la mente concentrada en un punto o un proceso, como en este caso la respiración.

Pues bien, tan solo nos mantenemos plenamente atentos a la respiración. Y disfrutamos respirando. Percibimos el movimiento del abdomen o del vientre al inspirar y al espirar. (Ni que decir tiene que el lector debe leer esto con atención plena, pero, además, lentamente, dejando los espacios de silencio que dejamos en meditación. En realidad, entre frase y frase dejamos momentos, más o menos largos, de atención silenciosa.)

Al respirar conscientemente nuestra mente se va calmando. Dejamos de prestarle atención. Solo la necesaria para descubrir cuándo abundan las distracciones y reconducir la atención hacia la respiración. Al respirar conscientemente sentimos cómo el prana nos revitaliza de un modo nuevo, percibimos un proceso de energetización, de revitalización, de expansión de nuestro campo de conciencia-energía vital, incluso de cierta potencia vital interior.

3 El cuerpo está relajado, la respiración sigue su ritmo, y este nos lleva a la armonía del corazón. Llevamos, pues, nuestra atención afinada a la altura del pecho y la fijamos en el “corazón”. Como si respirásemos ahora desde el corazón. En realidad, no nos referimos al corazón como órgano corporal, sino al chakra del corazón, anahata, según el sistema de centros sutiles de energía. El caso es que podemos percibir como si una paz profunda se instalase en nuestro corazón y este se abriera, ampliando su espacio, sintiéndose impregnado de una serena felicidad, como gota sutil del ananda omnipresente.

Nuestra tercera vestidura abarca tanto el campo de la afectividad (emociones y sentimientos) como el campo mental (pensamientos e imágenes). Se trata ahora, en esta meditación, de armonizar nuestra mente para que sus interferencias no impidan la percepción de la presencia del atman. En el tercer capítulo ya insistiremos más sobre esta observación del campo mental. De momento basta con haber logrado una cierta armonización de la mente.

4 La cuarta vestidura vamos a entenderla como el estado de conciencia pura, la (auto)-percepción de la conciencia en su estado natural, básico, más allá de los contenidos mentales que antes habíamos estado observando. De modo que ahora dejan de interesarnos tales contenidos y centramos la atención en la lucidez del campo de la conciencia (con contenidos que cruzan por él de vez en cuando o sin contenidos). Permanecemos en esa lucidez silenciosa que es la naturaleza de la conciencia, de la mente (que no es sino la conciencia en movimiento, en un grado inferior de su vibración y su lucidez).

De vez en cuando, probablemente, aparecen en el campo de nuestra conciencia: sensaciones, emociones, pensamientos, pero no importa. Tales procesos psíquicos han sido, al menos ligeramente, armonizados y ahora brilla más el espacio luminoso de la conciencia pura que los contenidos que puedan atravesarla de vez en cuando.

5 La quinta y última de nuestras vestiduras es la que está hecha de felicidad, ananda. En realidad, el grado de integración que existe en estos niveles más sutiles es tal que a medida que se intensifica el brillo de la conciencia pura, de la inteligencia preconceptual y transconceptual, aumenta también la percepción de la serena felicidad e impregna constitutivamente a la conciencia pura. Es como si pudiéramos dirigir sutilmente nuestra atención para reparar ahora en la lucidez silenciosa, a continuación en la paz gozosa. El campo de conciencia gozosa se ha expandido, hasta el punto de que cualquier limitación se percibe como pensada o sentida, fruto del movimiento de la mente o de la conciencia corporal, pero inexistente en ese nuevo estado.

6 En realidad podría decirse que la meditación comienza ahora. Hasta aquí, el delineamiento sugerido es un proceso de concentración, un evitar la distracción y la dispersión, un armonizar las frecuencias vibratorias de cada una de las vestiduras, un integrar en una totalidad armónica los distintos campos de conciencia-energía que nos constituyen. Podemos distinguir entre una atención tubular, a modo de rayo láser, que caracteriza a la concentración y una atención esférica que es propia del estado de meditación. La concentración es excluyente de los demás aspectos sobre los que no se esté concentrando uno. La meditación es incluyente de todo lo que ocurra en nuestra conciencia (y fuera de ella, aunque para nosotros todo lo que ocurre se da en nuestra conciencia, sin por ello negar la existencia de una realidad extra-mental).

Así pues, podemos decir que la meditación comienza ahora. Justo cuando ya no hay nada que hacer. Tan solo SER. Las cinco vestiduras aparecen ahora como de-gradaciones (grados reducidos) de la Conciencia gozosa en su estado puro. Conciencia gozosa que constituye la primera manifestación de esa Presencia pura que es el atman. Sobra ahora cualquier metáfora, cualquier imagen, cualquier símbolo del atman. Los símbolos han cumplido ya su función y nos han permitido, como soportes para la contemplación, saltar hacia lo simbolizado, hacia el atman, Presencia pura, inespacial, atemporal, no-engendrada, no-perecedera, inimaginable, inconceptualizable. Y Eso, oh Shvetaketu, eres Tú. Es tu Yo. Eso es TU-YO. Cualquier palabra te aleja de él. Cualquier concepto es un velo. Es Plenitud.

Has vuelto a casa. Descansa. Ya no hay nada que hacer. Tan solo SER. Ser lo que eres, desde siempre y para siempre. Atman-que-es-brahman. Misterio irrepresentable. La lucidez silenciosa y el gozo de ser son sus puertas de entrada, sus nuncios, sus primeros rayos, sus primogénitos.

7 Bien, comenzamos el proceso de reintegración de nuestras vestiduras olvidadas. No pongamos en la mente la idea de que la meditación ha terminado o va a terminar. Nada esencial ha terminado ni va a terminar. Simplemente, volvemos a ser conscientes de todo lo que ocurre en nuestro campo mental, sin identificarnos con ello. Prestamos atención a la respiración, una respiración que comunica a nuestro cuerpo el gozo de ser. Y volvemos a hacernos conscientes también del cuerpo físico, sintiéndonos muy presentes aquí y ahora. Y cuando queramos, buscando cada uno su ritmo, podemos abrir los ojos, si los manteníamos cerrados, y mover poco a poco nuestras manos y pies, integrando todo ello en la nueva conciencia alumbrada.