Extractos - A. H. Almaas
Presencia y Esencia
Por A. H. AlmaasRara vez vive la gente la experiencia de la esencia, y nunca la reconoce como tal, por eso empezaremos echando un vistazo a la cualidad de una experiencia relacionada que se vive y comenta con más frecuencia: la cualidad de la presencia. La expresión «estoy presente» se utiliza a menudo en círculos espirituales y psicológicos, asumiendo que su significado es comprendido. Preguntamos: ¿qué quiere decir esta expresión? ¿Qué significa realmente estar presente? La mayoría de las veces la expresión no se usa de una manera clara o precisa; la mayor parte de las personas, si se les pregunta, son incapaces de explicar qué quieren decir con «presente».
Pero debe haber una condición real que garantice el empleo de la expresión «estoy presente». ¿Cuál es esa condición? La expresión significa literalmente que hay un «yo» que se encuentra presente en este momento. ¿Es exacto este significado literal?
Obviamente, cuando decimos «estoy presente» no queremos decir exactamente que somos conscientes de ello, de otra manera lo diríamos mucho más a menudo. Existe una diferencia entre el significado de «estoy presente» y el de «soy consciente», aunque ambas expresiones pueden coincidir y con frecuencia lo hagan. ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué nos hace decir «presente» en lugar de «consciente»? ¿Qué diferencia existe entre la experiencia de «estoy presente» y la experiencia de «soy consciente»? ¿Cuál es el elemento que explica la presencia?
Indaguemos el significado de presencia contemplando y analizando su experiencia real. Examinemos una situación conocida, la experiencia estética. Mis ojos captan la visión de una hermosa rosa roja. De pronto, mi visión es más clara, mi sentido del olfato más profundo. Es como si estuviera dentro de mi visión, como si estuviese dentro de mi olfato. Al mirar, oler y apreciar la rosa, es como si hubiera algo más en mí.
Este fenómeno no se limita al hecho de una conciencia ampliada que me hace sentir una experiencia más profunda de la rosa a través de mis ojos y fosas nasales, una experiencia más honda a través de mis sentidos.
En la experiencia de una presencia ampliada, es como si encontrase mis percepciones a mitad de camino. Es como si algo de mí, algo más o menos palpable, estuviese presente en mis ojos y en mi nariz. Algo en mi interior, además de mis canales perceptivos, está participando en la experiencia de la rosa. Y este algo no se refiere a mi memoria ni a asociaciones pasadas con las rosas.
En cierto sentido, mi conciencia aumentada mejora realmente la presencia de la rosa, o de cualquier otro objeto estético, como una pieza musical o una pintura. A veces, una mayor conciencia mejora sólo una cierta cualidad de un objeto: la belleza de la rosa, su color, su olor o su frescura. Pero otras veces se siente la rosa en cuanto rosa, como presencia en sí misma. Si esta experiencia es suficientemente profunda nuestra propia presencia aparece realzada. «Es como si estuviera más aquí», dice la expresión. ¿Pero qué es esta presencia? ¿Acaso hay realmente un «yo» que está más presente, o qué ocurre exactamente?
Naturalmente, la experiencia estética no se limita a una respuesta a la belleza. Podría ser la experiencia del sobrecogimiento que sentimos ante la inmensidad del océano o la grandeza de una cordillera de montañas. Puede ser la experiencia del sentimiento de admiración cuando uno presencia el heroísmo de una persona o un grupo, o el coraje o la audacia de un explorador.
Estamos considerando los momentos, por raros que sean, en que sentimos como si hubiera algo más de nosotros compartiendo la experiencia. Nos proponemos comprender qué significa «más de nosotros». ¿Más de qué? ¿Cuál es el elemento que proporciona a nuestra experiencia esta sensación de presencia?
Tampoco ignoramos que algunas personas tienen una presencia superior a la de las demás. Decimos «tiene más presencia», o «tiene una presencia imponente». Pero ¿podemos especificar a qué nos referimos? No nos estamos refiriendo a la cualidad de una presencia de ánimo, que tiene una mayor conciencia. La «presencia» misma es algo más que eso.
La presencia también puede sentirse en momentos de intensa y profunda emoción, cuando una persona sufre un estado emocional que no puede controlar o inhibir, cuando está envuelta de todo corazón en una sensación, totalmente inmersa en ella, de una manera libre y espontánea sin ocultarlo ni oponerse. Esto sucede normalmente sólo cuando dicha persona se siente totalmente justificada para sentir esas emociones.
Esta experiencia de una situación que aparece colmada por una cierta presencia también puede sentirse en la pureza y soledad de la naturaleza. En momentos de sosiego y soledad en el mundo natural, una persona es consciente de que el entorno mismo tiene una presencia que afecta profundamente a su mente y su corazón. No es infrecuente, cuando uno está ocupado con los asuntos del mundo y la mente permanece vacía y en calma, que la naturaleza se presente a sí misma no sólo como los objetos que la constituyen sino como una presencia viva.
Se puede percibir una cordillera de altas y rocosas montañas como una inmensidad, una solidez, una inflexibilidad que está viva, que está ahí. Esta inmensidad e inflexibilidad parecen a veces manifestarse ante nuestros ojos, afectarnos, no como un objeto inanimado, sino como una presencia clara y pura. Parece contactar con nosotros, tocarnos. Y si somos abiertos y sensibles podemos participar en esta inmensidad, podemos, entonces, sentirnos a nosotros mismos como aunados con la inmensidad, la inflexibilidad y la vastedad.
Igual que las montañas tienen su presencia particular, también la tienen los bosques, los océanos, los ríos y los prados. Uno puede incluso sentir la presencia de un árbol, como Krishnamurti relata en una de sus contemplaciones solitarias:
«Había una intensidad en el árbol, no la terrible intensidad de su contacto, de su inmediatez, sino la intensidad de un ser completo, simple, único, que aun así formaba parte de la tierra. Los colores de las hojas, de las escasas flores, del oscuro tronco, se intensificaron miles de veces...» (1)
Lo que nos importa en nuestra discusión de la presencia es que en esas crisis raras de vida y muerte, cuando nuestras capacidades ordinarias para la percepción y acción nos fallan, puede emerger en nuestro interior un poder desconocido hasta entonces: una presencia tranquila y serena que se hace cargo de la situación y actúa sin el estorbo de nuestros pensamientos y estados emocionales. Esta condición no se experimenta simplemente como la ausencia de pensamientos obstaculizadores y conflictos emocionales. Se trata, más bien, de la presencia positiva de un poder, de una inteligencia superior que no es física, emocional o mental.
Este incremento potencial de presencia en situaciones peligrosas es utilizada por algunas personas, como aventureros o atletas, mediante la búsqueda o logro de situaciones que les obligan a estar intensamente presentes. No estamos hablando de la persona que busca excitación emocional implicándose en situaciones peligrosas, sino más bien en el individuo que, sabiéndolo o no, busca situaciones de peligro en las que la excitación y las emociones son un impedimento; en las que, por el contrario, se requiere una fuerza tranquila y una presencia inteligente.
Este potencial creado por las situaciones de extraordinaria presión es reconocida y utilizada por algunos sistemas de desarrollo personal. Se obliga al discípulo a permanecer despierto y presente en situaciones de extrema dificultad emocional o fatiga física. En tales momentos la mente cotidiana habitual no puede funcionar. El individuo tenderá a descargarse emocionalmente o a echarse a dormir si la fatiga es el resultado de una prolongada falta de sueño. Pero si se le mantiene despierto e intenta por voluntad propia estar presente en estas circunstancias, emergerá en su interior una inteligencia o una fuerza que puede cambiar por completo su situación.
En el budismo zen, esto se logra proporcionando al discípulo un koan, una frase o pregunta enigmática que la mente discursiva es incapaz de entender. La persona la repasa de todas las formas posibles, mental y emocionalmente, hasta que alcanza la extenuación intelectual y emocional. Si está preparado, y si la situación es oportuna, entonces un momentáneo silencio y sosiego le producirá un flash o satori, una realización carente de emociones y palabras. Los seguidores sin experiencia normalmente asumen que la realización debe ser una especie de idea. Sin embargo, en el zen, las realizaciones más profundas son vislumbres del ser, del ser-como-tal, de la presencia de la realidad. La realización más profunda es la experiencia de la presencia.
Gurdjieff llamó a la parte real de nosotros, la parte que puede experimentar el «yo soy», nuestra esencia. Definió la esencia como la parte de nosotros con la que nacemos y que no es un producto de nuestra educación o de nuestro aprendizaje.
Así pues, en la experiencia de la presencia, lo que está presente es la esencia, nuestra verdadera naturaleza, que es independiente de los condicionamientos. Presencia y esencia son lo mismo. Hemos hablado de la presencia con intención de proporcionar una muestra de lo que es la esencia. Como vemos, la esencia es la parte de nosotros que supone la experiencia del «yo soy». La esencia es la experiencia directa de la existencia. Naturalmente, la esencia puede experimentarse como otras cosas, tales como el amor, la verdad, la paz y demás. Pero el sentido de la existencia es su característica más fundamental. Es el aspecto más claro y más definido, y que lo sitúa al margen de otras categorías de la experiencia. La esencia es, y eso es lo más básico de su experiencia.
Esta experiencia del «yo soy», de la percepción directa de la existencia, no es una experiencia mental o emocional, y no puede comprenderse a partir de la perspectiva de las categorías normales de la experiencia. La mente puede pensar acerca de la existencia, pero no puede alcanzarla. Ya lo hemos visto al hablar de la presencia. La respuesta a la pregunta: «¿Qué es la esencia»?, sería «lo que de nosotros puede experimentar el “yo soy”». La esencia es lo único que tenemos que es directamente consciente de su propia existencia. La conciencia de su existencia es una cualidad intrínseca de la esencia. Un autor tibetano lo expresa así, «Por lo tanto, (en lo que se refiere a la experiencia) un estrato fundamental o existencialidad (sku), y una fundada y prístina facultad de conocimiento (ye-shes), sin que desde el mismo principio pueda una ser añadida o sustraída de la otra; están presentes como la verdadera naturaleza del sol (y su luz)».
Alguien podría argumentar que todas las personas saben que existen, aunque podrían no conocer su esencia. Esto es a la vez verdadero y falso. Ellos saben que existen, pero no lo saben directamente. El normal conocimiento de la existencia se realiza a través de la deducción; no es un conocimiento directo. Este tema ha sido discutido ampliamente por los filósofos. Descartes ejemplifica el modo normal de conocimiento de la existencia con su Cogito ergo sum («Pienso, luego existo»). Podemos inferir la existencia sólo a través de varios tipos de experiencia. Normalmente, pensamos que existimos porque podemos ver nuestros cuerpos, escuchar nuestras voces, sentir nuestras sensaciones, y así sucesivamente. Descartes fue más refinado al decir que sabemos que existimos porque sabemos que pensamos.
Así pues, siempre existe una deducción a partir de alguna percepción. Y la deducción se realiza a partir de algo que viene a ser muy vago. Cuando alguien dice: «pienso, luego existo», ¿qué quiere decir con «yo»? ¿Está expresando con claridad lo que quiere decir?
Y puesto que media una inferencia, no existe una certeza absoluta. Debería haber una certeza lógica. Debería haber una certeza basada en el sentido común. Pero no existe una certeza existencial real, sentida en profundidad. No existe la seguridad absoluta en la deducción porque la certeza existencial a través de la experiencia precisa de una experiencia directa, de hecho, de la experiencia y percepción más directa.
La percepción y experiencia más directa es la de la identidad, cuando somos lo que experimentamos, cuando la percepción es tan directa que lo que se percibe y lo percibido son la misma cosa. Esto es exactamente la experiencia de la esencia.
No existe deducción alguna de nada más, sino que se trata de la experiencia más directa. El que experimenta y lo experimentado son la misma cosa. No existe separación entre sujeto y objeto. El sujeto y el objeto son lo mismo: esencia.
No es sólo que no haya ninguna deducción. Tampoco hay un medio interpuesto para la percepción. Normalmente, siempre hay un medio interpuesto que permite que un sujeto experimente un objeto. Cuando el ojo ve un objeto, el medio interpuesto es la luz, pero cuando la esencia es consciente de sí misma, no hay intermediario alguno. El objeto, el sujeto y el medio de percepción son todos lo mismo: esencia. También el órgano mismo de la percepción es esencia. En la experiencia sólo hay esencia. Esencia es el sujeto. Esencia es el objeto. Esencia es el medio de percepción. Esencia es el órgano de percepción. Esencia es la experiencia. No existe separación en absoluto, ni dualidad y ni diferenciación.
La experiencia de la esencia como existencia, la experiencia del «yo soy» no es como si existiese un sujeto que cumpla la función de actor de la existencia. El «yo» y el «soy» no están separados. El «yo soy» es una experiencia unitaria. La naturaleza de la esencia, del ser real, es la existencia. El «yo» en sí mismo es existencia.
Por eso resulta más exacto decir que la parte de mí que es existencia está presente. La esencia es la única parte de mí que realmente existe, en el sentido de experimentarse en sí misma como existencia pura, presencia pura.
Hemos investigado la cuestión de la presencia, y hemos visto que la presencia es la presencia de nuestra esencia. Es la parte real de nosotros, la parte no condicionada o producida por el entorno. Es nuestra naturaleza intrínseca. Hemos visto también que la esencia es la única parte que es directa e íntimamente consciente de su propia existencia, y con certeza.
La esencia no es simplemente la única parte de nosotros que es consciente de su existencia. Es lo que existe. Y no sólo es lo que existe, sino también la existencia. Esta existencia no es sólo la naturaleza del hombre sino la naturaleza de todo. Es la unidad de todo, o como dice Shabistari, el sufí del siglo XIV:
Hay un átomo más grande que el todo:
La existencia; pues contemplar el universo
Supone, que el universo mismo existe.
Existir en sus diversas formas externas,
Que en su ser interior albergan la unidad.
En términos de experiencia, la presencia y la existencia son algo diferente, pero sólo de grado. La presencia es la presencia de la esencia, de aquello que es existencia. Sin embargo, debemos profundizar mucho en esta experiencia de la presencia para llegar a percibir la naturaleza más básica de la esencia, que es la existencia. Por tanto, la presencia es la presencia de la esencia. La existencia es la naturaleza más íntima de la esencia, que la destaca de todas las demás categorías de la experiencia. Cuando esta experiencia tiene lugar, no es vaga, oscura o indefinida; no es una intuición o una idea fugaz. Es una experiencia muy definida, clara y precisa del «yo soy». Una cosa es la precisión y otra la certeza.
- J. Krishnamurti, Commentaries on Living, 3d serie., de. D. Rajagopal (Wheaton, IL: Teosophical Publising House, 1977), p. 80. Con permiso de la K & R Foundation, Ojai.