Extractos - Jeff Foster
"La vida me excluye"
Por Jeff FosterLa verdad es que no somos los hacedores de la vida. La vida hace lo que hace, y solo después llega el pensamiento y se atribuye la autoría de cosas que nunca hizo. El pensamiento dice: "¡Yo he hecho eso! ¡Yo he hecho que ocurra! ¡Tengo la vida bajo control!", y nos lo creemos hasta el día que morimos.
Así que decimos: "Veo un árbol", y esa afirmación nos obliga a preguntarnos: ¿quién es el que ve el árbol? ¿Hay dos cosas: la vida y yo, el árbol y la entidad que lo ve? ¿O acaso existe la sola realidad homogénea indivisible, inefable, unificada que es la vida misma, una realidad que no puedo de ninguna manera separar de mí? Cuando regreso a la experiencia presente, lo único que encuentro es un ver sin esfuerzo que está sucediendo ahora mismo, sin ninguna división entre el que ve y todo aquello que está viendo. La vida no tiene fronteras. Ver no tiene dentro y fuera. Hay simplemente ver, simplemente formas, colores y texturas que aparecen en la vasta percepción consciente que soy. Sencillamente, no puedo encontrar la línea divisoria entre lo que soy y todo lo que aparece. No puedo encontrar el lugar donde yo termino y la vida empieza. Tal vez la línea no existe ni nunca haya existido.
Es más tarde cuando el pensamiento dice: "Yo. Yo veo. Yo veo... un árbol". Ahora parece que haya dos cosas: el árbol y yo. Ahora me siento separado del árbol de un modo inexplicable; parece que estuviera, no se sabe cómo, fuera de mí. A cierto nivel, ahora me siento limitado y echo de menos el hogar; me siento separado del árbol y añoro la unión. Me siento separado del cielo, me siento separado de mi cuerpo, de ti, y añoro la unión. Pero antes del pensamiento, antes del sueño de dentro y fuera, ¿existe realmente algo que nos separe? ¿Acaso lo único que existe no es intimidad? ¿Hay necesidad de "re-unión" cuando ya hay unión?
Antes del pensamiento, ¿quién está separado de la vida? ¿Quién está incompleto? ¿Quién añora la unión?
Jesús dijo una vez: "Tienes que perder la vida para salvarla". Siempre me había desconcertado esta frase ―parece la paradoja suprema―, hasta que me di cuenta de que quizá se refería a la intimidad total entre lo que soy, en esencia, y la vida en sí. Así son las cosas, en el lugar donde sería de esperar que encontrara una entidad llamada "yo", lo único que de verdad encuentro es esta asombrosa danza de olas, y nada que me separe de ellas. En la ausencia del yo, encuentro la presencia del mundo. El mundo y yo estamos enamorados ―en el verdadero sentido de la palabra "amor"―. Pierdo la identificación con "mi vida" y descubro mi inseparabilidad de la vida en sí. Descubro que no soy una consciencia, un alma o un espíritu desencarnados separados de la vida, flotando sobre, más allá o detrás de la vida, o que hayan existido antes o existan después de la vida. Soy la vida.
La experiencia presente está tan llena de visiones, sonidos, olores y sensaciones que no queda sitio para un yo separado. ¡La vida me excluye!
Nisargadatta Maharaj pronunció estas bellas palabras: "La sabiduría dice que no soy nada. El amor dice que lo soy todo. Entre ambos fluye mi vida". Como vasto océano de Ser, no eres nada en particular. No eres un yo ni un tú. Lo que eres es el inmenso espacio abierto en el que todo sucede, y reconocer esto da claridad y sabiduría. Pero la claridad y la sabiduría no están completas sin su reflejo: el amor. Y el amor nace de reconocer que, como espacio abierto, como océano, lo que eres acepta incondicional y profundamente todas las olas que aparecen..., todas las visiones, sonidos, olores y sensaciones que están apareciendo ahora. Todo es inseparable de la nada que eres. En tus ojos, todo es amado. El reconocimiento de la sabiduría está verdaderamente incompleto sin el reconocimiento del amor.
Todo está en tu mente
Hay una idea bastante común en las enseñanzas espirituales, con la que comulgan algunos científicos y filósofos, y es la idea de que el mundo existe solo en nuestras mentes o en nuestros cerebros, de que el mundo es pura imaginación nuestra o, peor aún, de que es un simple error de percepción. Pero ¿alguna vez forma esto parte de tu experiencia directa de la vida? ¿Percibes el mundo como si estuviera dentro de algo, de algo llamado mente? ¿Dónde se encuentra, con exactitud, esa mente dentro de la cual se supone que está el mundo? ¿Y de quién es esa mente? ¿Mía? ¿Qué es "mía" en la experiencia directa?
Cuando miro de manera nueva, ahora mismo, lo que vuelvo a encontrar es que aparecen pensamientos, aparecen olores, aparecen sonidos, aparecen sentimientos ―todos en el espacio abierto que soy―, pero no hay ninguna prueba de que lo hagan dentro de algo diferente llamado mente. No encuentro ninguna prueba de que algo llamado mente esté produciendo todo lo que se piensa, se ve, se huele, se oye o se siente. No encuentro ninguna prueba de que estas olas de experiencia provengan de una mente ni de alguna otra cosa o lugar. Solo puedo decir que no encuentro algo como la mente ―fuera del pensamiento que surge en el presente―. El pensamiento dice: "Hay una mente separada", pero no es más que un pensamiento que aparece. De niño, aprendí que "tengo" una mente. Pero ¿es verdad?
Lo único que encuentro cada vez que miro es la experiencia presente. No encuentro ni pasado ni futuro, sino ahora, y si acaso encuentro pasado y futuro, se trata de recuerdos e ideas que aparecen ahora. Todo es ahora.
Y lo que encuentro ahora es que la experiencia no está ni dentro ni fuera de mí. Sencillamente, aquí no encuentro ni dentro ni fuera; lo único que hay es intimidad total con todo lo que aparece. La experiencia no está contenida dentro de nada, ni encuentro ninguna prueba de que esté fuera de nada.
Así que mi experiencia de la habitación en la que estoy sentado no se halla "en mi mente"; no encuentro ninguna prueba de eso. Mi experiencia de la habitación está justo aquí, como habitación; no está separada de la habitación. Es la habitación, y es percibida. La experiencia no tiene localidad; no está localizada ni en la cabeza ni en el cerebro. Está en todas partes, lo mismo que el océano está presente en todas sus olas. Es la taza de té que me estoy tomando. Es el cielo y las estrellas. Es las hojas que crujen bajo los pies mientras camino hacia la oficina de correos. El mundo ni está "ahí fuera" ni está "en mi mente". Es íntimamente uno con lo que soy. Me sigue a todas partes. No puedo sacudírmelo de encima. No entro en el mundo y salgo de él; el mundo está siempre aquí. No me muevo por el mundo; él se mueve conmigo. Y no hay un yo separado de él. (¡Ah!, ¿verdad que son maravillosas las palabras?)
De la misma manera, la experiencia que tengo del sol no está en mi cerebro, en mi cabeza o en mi mente. Nunca tengo una experiencia de él como si fuera algo que está dentro de mí en modo alguno. Mi experiencia del sol no está localizada dentro de otra cosa. El sol sencillamente está aquí, en la experiencia presente; no puedo decir que esté dentro de mí, ni tampoco que esté fuera de mí.
Ahora bien, el saber convencional nos dice que el sol es una bola gigante de gas ardiente situada a millones de kilómetros de nuestros cuerpos físicos. Y es verdad, relativamente hablando; no podemos negarlo. Pero lo que también es verdad ―y este es el auténtico milagro― es que el sol está siempre justo aquí, en la intimidad de la experiencia presente. Aparece en la intimidad que soy. Es el calor que baña mi cara. Es el calor sobre la piel. Es el fulgor que me relumbra en los ojos. Es el querido, viejo e íntimo amigo que ha estado conmigo desde que tengo memoria. No está lejos, muy lejos de quien realmente soy. Está aquí.
Aunque desde cierta perspectiva pueda parecer que una ola está muy alejada de otra ola del océano, desde la perspectiva del océano, dado que cada ola es el propio océano, el concepto de distancia o de ausencia de distancia no significa nada. El océano no tiene una localización específica, lo cual equivale a decir que está en todos los lugares a la vez. En otras palabras, está siempre aquí.
Todas las olas del océano que soy son esencialmente yo, incluso aunque parezcan estar a millones de kilómetros de mí.