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Extractos - Peter Russell

La esencia del Yo

Por Peter Russell

YO SOY tú, esa parte de ti que es y sabe...
esa parte de ti que dice YO SOY y es YO SOY...
YO SOY la parte más interior de ti que permanece dentro de ti,
y espera con calma y observa,
desentendida del tiempo y el espacio...
Fui yo quien te encaminó,
quien te inspiró todos tus pensamientos y actos...
Siempre he estado dentro de ti,
en lo más profundo de tu corazón.

―La Vida Impersonal
Peter Russell

Cuando la mente carece de todo contenido, no sólo hallamos una serenidad y una paz absolutas, sino que también descubrimos la auténtica naturaleza del yo.

Por lo general derivamos nuestro sentido del yo de las diversas cosas que nos distinguen como individuos: el aspecto que tiene nuestro cuerpo, nuestra historia y nacionalidad, los papeles que desempeñamos, nuestro trabajo, nuestra posición económica y social, lo que poseemos o lo que los demás piensan de nosotros. También inferimos nuestra identidad de los pensamientos y sentimientos que albergamos, las creencias y los valores, las capacidades intelectuales y creativas o el carácter y la personalidad. Estos y muchos otros aspectos de nuestras vidas contribuyen a la percepción de quiénes somos.

Sin embargo, esta clase de identidad siempre se encuentra a merced de los acontecimientos, es eternamente vulnerable y requiere una protección y un apoyo constantes. Si cambia algo de lo que dependa nuestra identidad, o si corremos el riesgo de que cambie, nuestro sentido del yo se siente amenazado. Si alguien habla mal de nosotros, por ejemplo, quizá nos sintamos más afectados de lo que la crítica merece, y reaccionemos intentando defender o reforzar nuestra imagen dañada en lugar de enfrentarnos directamente a la crítica en cuestión.

Aparte de construir nuestra identidad basándonos en la experiencia que tenemos de nuestra persona en el mundo, también derivamos un sentido del yo del hecho mismo de estar experimentando. Si hay una experiencia, por lógica pensamos que debe existir alguien que viva esa experiencia; tiene que haber un yo que realice la experiencia. Al margen de lo que suceda en mi mente, siempre me queda la sensación de que soy el sujeto de todas las cosas.

Ahora bien, ¿qué es exactamente esta noción del yo? Es una palabra que utilizo cientos de veces al día sin dudar. Digo que yo estoy pensando o viendo algo, que yo tengo un sentimiento o un deseo, o bien que yo sé o recuerdo algo. Es el aspecto más familiar, íntimo y obvio de mí mismo. Sé perfectamente a qué me refiero cuando digo yo; hasta que intento describirlo o definirlo. Entonces empiezan los problemas.

Buscar el yo es como estar en una habitación a oscuras enfocando con una linterna hacia todas partes para intentar descubrir la fuente de la luz. Lo único que encontraremos serán los distintos objetos de la habitación que caigan bajo el foco de la luz. Lo mismo ocurre cuando procuro buscar al sujeto de todas las experiencias. Lo único que encuentro son las diversas ideas, las imágenes y los sentimientos sobre los que recae la atención. No obstante, todos ellos son objetos de la experiencia; y, por consiguiente, no pueden ser el sujeto de la experiencia.

¿Qué es este "yo"?... Una detallada introspección hará que descubramos que lo que en realidad llamamos "yo" es el terreno de donde recogemos [las experiencias y los recuerdos].

―Erwin Schrodinger

Aunque el yo nunca pueda considerarse un objeto de la experiencia, podemos conocerlo de otra manera más íntima e inmediata. Cuando la mente permanece en silencio, cuando todos los pensamientos, sentimientos y recuerdos con los que solemos identificarnos han desaparecido, entonces lo que queda es la esencia del yo, el sujeto puro sin un objeto. Lo que encontramos a continuación no es la idea de "soy esto o aquello", sino tan sólo "soy". (1)

En este estado conocemos la esencia del yo, y que esa esencia es pura conciencia. Sabemos que ésa es nuestra verdadera identidad. No somos un ser consciente. Somos la conciencia. El período.

Esta identidad central no posee nada de ese sentido único que caracteriza al yo individual; es la misma para todos. Al estar por encima de cualquier atributo o característica que la identifique, "su" noción de individualidad no se diferencia de "la mía". La luz de la conciencia que brilla en usted, y a la que usted llama "yo", es la misma luz que yo denomino "yo". En este sentido, somos uno.

Yo soy la luz; y también lo es usted.

Más allá del tiempo y el espacio

Este yo esencial es eterno; nunca cambia. Es pura conciencia, y la conciencia pura es intemporal.

Nuestra experiencia normal del transcurso del tiempo se deriva del cambio: el ciclo del día y la noche, los latidos del corazón o el curso de los pensamientos. En la meditación profunda, cuando la conciencia de todas las cosas cesa y la mente queda absolutamente inmóvil, no tenemos experiencia del cambio, y nada con lo que marcar el paso del tiempo. Sé que estoy sentado en una inmovilidad total, pero en cuanto al rato que llevo allí, no tengo la más remota idea. Puede ser un minuto o una hora. El tiempo, tal y como lo conocemos, desaparece. Sólo queda el ahora, un ahora eterno.

El tiempo y el espacio no son sino colores fisiológicos que construye el ojo, pero el alma es la luz.

―Ralph Waldo Emerson

Ese yo esencial no sólo trasciende el tiempo, sino también el espacio. Si nos pidieran que señaláramos dónde tenemos la conciencia, la mayoría diría que en la cabeza. En estos momentos probablemente este libro esté situado a medio metro de usted. Probablemente, también, usted sea consciente de que hay paredes a su alrededor, que el suelo está bajo sus pies, a un metro más o menos de distancia, y note también ahí los brazos, el torso, las piernas y los pies, a muy corta distancia del punto donde situamos el yo que percibe.

La sensación de que la conciencia se aloja en nuestra cabeza parece cobrar sentido, dado que es donde se localiza el cerebro, y éste, de algún modo, se asocia a la experiencia consciente. Nos extrañaría, por ejemplo, tener el cerebro en la cabeza y la conciencia, en cambio, en las rodillas.

Sin embargo, las apariencias engañan. La localización aparente de la conciencia en realidad nada tiene que ver con el emplazamiento del cerebro. Depende de la colocación de los órganos sensoriales.

Nuestros sentidos primarios, los ojos y los oídos, resultan estar situados en la cabeza. De este modo, el punto central de nuestra percepción, el punto desde el que nos parece experimentar el mundo, se encuentra en algún lugar tras los ojos y entre las orejas: en algún punto, por decirlo de algún modo, a mitad del cráneo. El hecho de que el cerebro también se encuentre ahí sólo es una coincidencia, tal y como demuestra un simple experimento sobre el pensamiento que planteamos a continuación.

Imaginemos que nos trasplantaran los ojos y los oídos a las rodillas, y que entonces observáramos el mundo desde esta nueva posición estratégica. ¿Dónde notaríamos el yo?, ¿en la cabeza o más abajo, en las rodillas? El cerebro sigue estando en la cabeza, pero ésta ya no es el punto central de nuestra percepción. En ese momento estaríamos contemplando el mundo desde una óptica distinta, y bien podríamos imaginar que la conciencia se situase en las rodillas. (2)

En resumen, la impresión de que la conciencia existe en un lugar en particular del mundo es una ilusión. Todo lo que vivimos es una construcción de la conciencia. La sensación de que somos un ser único tan sólo es otro constructo de la mente. Es natural, por consiguiente, que situemos la imagen de nosotros mismos en el centro de nuestra imagen del mundo, y que eso nos dé la sensación de estar en el mundo. Sin embargo, la realidad es justo lo contrario; y nos dice que todo está en nosotros.

No tenemos un lugar en el espacio. El espacio está en nosotros.

Notas:
  1. Incluso la palabra soy es equívoca; implica que hay un yo, y eso remite al yo individual. Sería más preciso decir que lo que existe es la acción de ser, la pura acción de ser.
  2. Esto arroja una nueva luz sobre las llamadas experiencias "extracorporales", que hacen que vivamos el mundo desde una posición estratégica distinta (y nos veamos desde arriba, como si estuviéramos en el techo, por ejemplo). El centro neurálgico de la percepción ya no se encuentra en nuestras inmediaciones, como el cuerpo. Creemos que hemos abandonado el cuerpo, pero la verdad es que jamás estuvimos dentro de él en primer lugar.
Fuente: Inner Directions Reprinted from From Science to God, by Peter Russell.
Extraído de la versión española: Ciencia, conciencia y luz