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Extractos - Peter Russell

La conciencia pura y la luz universal

Por Peter Russell

Aquellos sabios que ven que la conciencia que hay en su interior es la misma conciencia que habita en todos los seres conscientes alcanzan la paz eterna.

Katha-Upanishad
Peter Russell

... Aparte de profundizar en nuestro conocimiento de la meditación, Maharishi (Mahesh) quería que tuviéramos experiencias claras de los estados de la conciencia que nos describía; y a eso sólo podíamos llegar tras largos períodos de profunda meditación. Al principio meditábamos durante tres o cuatro horas al día, pero a medida que el curso avanzaba, el tiempo que dedicábamos a esta práctica aumentaba. Al cabo de las primeras seis semanas de esos tres meses que íbamos a pasar en Rishikesh, ya dedicábamos la mayor parte del día a la meditación; y gran parte de la noche también.

Durante estas largas meditaciones mis habituales charlas mentales empezaron a menguar. Los pensamientos sobre lo que pasaba fuera, la hora que era, cómo iba la meditación o lo que quería decir o hacer después ocupaban cada vez menos mi atención. Los recuerdos del pasado que me venían al azar ya no pasaban fugazmente por mi cabeza. Mis sentimientos se aplacaron, y mi respiración se volvió tan suave que prácticamente llegó a desaparecer. La actividad mental cada vez era más débil hasta que al final, mi mente pensante quedó completamente en silencio. Según la terminología de Maharishi, había "trascendido" el pensamiento (literalmente, "había ido más allá").

Las enseñanzas hindúes llaman a este estado samadhi, que significa "todavía en la mente". Lo identifican como un estado de la conciencia fundamentalmente distinto de los otros tres estados principales que solemos experimentar: la vigilia, el sueño y el sueño profundo. En la conciencia de la vigilia nos percatamos del mundo que perciben los sentidos. En el sueño somos conscientes de los mundos que nuestra imaginación evoca. En el sueño profundo no hay conciencia, ni del mundo exterior ni del interior. En el estado de samadhi hay conciencia (porque uno está completamente despierto), pero esta conciencia no tiene objeto alguno. Es conciencia pura, la conciencia antes de adoptar las distintas formas y características de una experiencia particular.

En la analogía del proyector de cine este cuarto estado de la conciencia corresponde a un proyector que funciona sin película, de tal manera que la pantalla sólo recibe una luz blanca. Del mismo modo, en el samadhi hay la luz de la conciencia pura, pero nada más. Es la facultad de la conciencia sin contenido alguno. La Isha-upanishad, un antiguo texto hindú, dice de este cuarto estado:

No es la conciencia exterior,
no es la conciencia interior, y tampoco es la suspensión de la conciencia.
No es lo cognoscible,
no es lo incognoscible,
y tampoco es el conocimiento en sí mismo.
No puede verse ni entenderse,
no admite límites.
Es inefable y se encuentra más allá del pensamiento.
Es indefinible.
Lo entendemos sólo si pasamos a formar parte de él.

Podemos encontrar descripciones similares en casi todas las culturas del mundo. Empleando unos términos curiosamente parecidos, Dionisos, un místico cristiano del siglo V, lo describió de esta manera:

No es alma ni mente...
No es orden, grandeza o pequeñez...
No es inmóvil, ni está en movimiento ni en reposo...
Tampoco pertenece a la categoría de la no existencia, ni a la de la existencia...
Ni podemos inferir de él afirmación o negación algunas.

El erudito budista D.T. Suzuki se refirió a esta condición diciendo que era «un estado de absoluta vacuidad»:

No existe el tiempo, el espacio, el devenir o la coseidad. La experiencia pura es la mente que se contempla reflejada en sí misma... Eso sólo es posible cuando la mente en sí es sunyata [la vacuidad]; es decir, cuando la mente carece de todo contenido posible salvo de sí misma.

 

La luz universal

Una vez más encontramos un paralelismo con la luz física. La luz no existe en el espacio y el tiempo, y tampoco la conciencia.

En la física, la luz es absoluta, y no lo son el espacio y el tiempo. En el reino de la mente, la luz de la conciencia es absoluta, la base de toda experiencia, incluyendo nuestra experiencia del espacio y el tiempo.

Ambas luces son intrínsecamente incognoscibles: no podemos conocerlas como conocemos las demás cosas.

Ambas son universales. Cada fotón de luz transporta el mismo quantum de acción. De manera similar, la luz de la conciencia que brilla en mí es la misma luz que brilla en usted.

Estos paralelismos sugieren que el mundo físico y el mental comparten el mismo terreno: aquello que experimentamos en forma de luz. Las religiones monoteístas lo llaman Dios; y muchas de las descripciones del Ser divino poseen los atributos y las cualidades de la luz.

«Dios es la luz, y en ella no hay oscuridad», dice san Juan; y en el Corán encontramos que «Dios es la luz del cielo y de la tierra».

De Dios se dice que es absoluto; y también lo es la luz. Dios subyace cuando ya se ha trascendido el mundo manifiesto de la materia y la forma, más allá del espacio y el tiempo; lo mismo le sucede a la luz.

Dios no puede conocerse directamente; la luz tampoco.

Dios es la fuente de todas las cosas; y también lo es la luz. La luz es el origen de todas las acciones del universo; y cada experiencia que tenemos es una manifestación de la luz de la conciencia.

Si Dios es la luz (o lo que subyace a la luz), entonces una de las formas en que se manifiesta Dios es como la luz de la conciencia, que brilla en el interior de cada uno de nosotros. Darse cuenta de ello nos conduce a una de las afirmaciones místicas más polémicas y confusas de todas: la afirmación que dice "yo soy Dios".