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Libros - Pseudo Dionisio Areopagita

Obras completas
Pseudo Dionisio Areopagita

Obras completas

El Pseudo Dionisio Areopagita, tres heroísmos en conjunción: Biblia, Filosofía y Religión. Tres dimensiones entrelazadas, elevadas seguro hasta las cumbres de santidad y ecumenismo universal.

Rudolf Otto, Thomas Merton, los jesuitas, H. de Lubac, Lasalle, W. Johnston... han puesto de relieve la relación entre la más profunda religiosidad del Oriente y Occidente. Como fuente de inspiración les han servido las obras del Pseudo Areopagita, cuya conclusión más gloriosa viene a ser la Subida del Monte Carmelo y las Noches de San Juan de la Cruz.

Esta edición de sus Obras completas se hace tomando como base el texto crítico editado en Gotinga (Alemania) el año 1989.

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“La teología y la espiritualidad cristianas son impensables sin el Pseudo Dionisio. Su obra conserva perenne frescura y constante actualidad, en particular para las almas cuya respiración es la profunda oración de cada día.”

(Olegario González de Cardedal)
Detalles del libro:
  • Nº de páginas: 352
  • Encuadernación: Rústica con solapas
  • Formato: 13 x 20
  • ISBN: 978-8479146153

Prólogo

La doctrina del Pseudo Dionisio Areopagita ha ejercido, por más de un milenio, influencia innegable en la vida de los cristianos más cultivados. ¿Ha sido únicamente por creerle discípulo inmediato del apóstol San Pablo? Prescindiendo de la supuesta aureola apostólica y martirial, el autor del Corpus Dionisiacum tiene valor de perenne actualidad por haber hermanado razón y fe en el camino de la perfección humana. Fe es luz puramente espiritual que necesita reflejarse en el pensamiento o formas culturales del hombre para poder ver al invisible. Dios es conocido en el Verbo hecho hombre. Como la filosofía platónica sirvió de expresión a la fe de San Agustín, Dionisio encontró en el neoplatonismo y otras fórmulas culturales de su tiempo el vehículo para correr por el camino de salvación. Algo parecido haría Santo Tomás siete siglos después con la filosofía aristotélica, y Teilhard de Chardin lo intentó en nuestro tiempo con las ciencias. ¿No ha de ser un ideal constante para todo discípulo de Cristo santificarse por el cumplimiento de sus quehaceres? Esta actitud de encarnación da al autor del Corpus Areopagiticum categoría de actualidad mientras haya personas de fe pura. Porque «lo invisible le Dios, su eterno poder y divinidad, resulta visible para el que reflexiona sobre sus obras» (Rom 1,20). Dionisio expresa esa «reflexión» por medio de los Nombres de Dios, teología discursiva o catafática, que descubre la presencia del Señor y la afirma descendente desde la simplicidad divina por la multiplicidad de la creación.

«Pero mi rostro no lo podéis ver ―le fue dicho a Moisés― porque nadie puede verlo y quedar con vida» (Ex 33,20). Juan, el que sintió los latidos del Corazón de Jesús, lo reafirma categóricamente: «A Dios nadie le ha visto jamás» (Jn 1,18). Los análisis de la «reflexión», teología discursiva, llevan, cuando mucho, a la contemplación, o cosmovisión interpretativa del mundo. A veces, desafortunadamente, han degenerado en gnosis, como una ciencia mágica que hace del hombre un pequeño dios, dominador-intérprete del mundo; de ahí fácilmente pasa a la agnosis, o ver nada más que el mundo, sin capacidad de pensar en la Causa, «de modo que los que ven quedan ciegos».

Vivir en cristiano es seguir a Cristo, no mera teoría o conocer, sino práctica, o seguimiento, hasta alcanzar la promesa de que «los limpios de corazón verán a Dios» (Jn 9,39; Mt 5,8). La encarnación es medio para la ascensión. Es aquí donde Dionisio muestra su mayor originalidad, por la teología simbólica y la teología negativa, o apofática, como las mejores escalas de elevación para la unión, teología mística. Cerrando los ojos a lo sensible y aun a lo inteligible, concentra sus fuerzas en cooperación con la gracia de Dios recibida por las Jerarquías (Iglesia) para alcanzar la plena visión o unión con el Uno. En esto está la perfección, es decir, el despliegue total de la mente o alma con su semilla de gracia añadida al sujeto, que puede recibirla por ser espíritu.

No pidan a Dionisio entretenimientos de aterrizaje por análisis discursivos; él busca síntesis de vuelo. Algunos han visto un camino para la gnosis o para el panteísmo en el círculo salida-retorno de los neo-platónicos. Dionisio, en cambio, lo ha convertido en el clásico camino de la divinización que los cristianos van viviendo hasta llegar al éxtasis, o «bodas del alma», que diría el gran místico Beato Juan Ruusbroec. Por eso, Dionisio Areopagita será siempre actual mientras haya almas que amen a Dios de todo corazón.

Suelen decir de su estilo que es fatigosamente barroco. Eso ocurre, ciertamente, en la segunda mitad del capítulo IV de los Nombres de Dios, tomada casi literalmente de Proclo. Fuera de este caso, sus repeticiones forman parte del estilo contemplativo y oriental, que se enardece como el amor repitiendo unas cuantas palabras. En esta versión castellana se ha procurado agilizar las frases griegas de largas subordinaciones, propias de las lenguas clásicas, para evitar al lector moderno perderse en penosos laberintos. A veces se han traducido palabras inusitadas por términos más próximos al oído castellano, por ejemplo, tearquía por deidad; teología y teólogos, en Dionisio, quiere decir la Biblia y los profetas.

Quedamos muy agradecidos por los excelentes artículos sobre el Pseudo Dionisio en el Diccionario de Espiritualidad, que nos han facilitado esta publicación. Asimismo, el uso que nos han permitido hacer de las notas con que están enriquecidas las recientes Obras completas del Pseudo Dionisio, en Nueva York, y la edición de la Jerarquía celeste, en «Sources Chrétiennes», de París. Ofrecemos gustosamente a los lectores de habla castellana un libro de primera calidad en la historia de la espiritualidad cristiana: las obras del Pseudo Dionisio Areopagita, por primera vez publicadas completas en castellano. Vuelva aquel autor anónimo, estrella del Oriente, a brillar sobre el suelo de España, que todavía guarda de él tan ricos recuerdos.

Teodoro H. Martín