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Libros - Hubert Benoit

La doctrina suprema
El Zen y la psicología de la transformación

La doctrina suprema

“Este libro contiene cierta cantidad de ideas básicas que buscan ampliar nuestra comprensión del estado del hombre”, dice el Dr. Benoit en el comienzo del prefacio. Su aporte a esta búsqueda eterna es la presentación del budismo zen en un lenguaje familiar para el mundo occidental. Sin pretender la conversión a una doctrina oriental, intenta enriquecer el pensamiento occidental con la sabiduría de Oriente.

El zen no constituye tanto un sistema filosófico como una práctica de vida inteligente, que puede liberarnos de la angustia que acosa a la civilización contemporánea. Con extraordinaria claridad, se expone en esta obra un modo posible de disciplinar la voluntad y la inteligencia.

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Detalles del libro:
  • Título: LA DOCTRINA SUPREMA
  • Subtítulo: El Zen y la psicología de la transformación
  • Título Original: La Doctrine Suprême
  • Autor: Hubert Benoit
  • Prólogo de: Aldous Huxley
  • Traducción de: Inés Frid
  • Editorial: Troquel
  • Año de edición: Julio 2001
  • Nº de páginas: 318
  • Encuadernación: Rústica con solapas
  • Formato: 13 x 23
  • ISBN: 978-9501603675

Prólogo de Aldous Huxley

La psicología en Oriente, lejos de ser especulación pura, siempre es una forma de pragmatismo trascendental. Sus verdades, como las de la física moderna, deben ser operativamente puestas a prueba. Consideremos, por ejemplo, las doctrinas básicas del Vedanta, del Budismo Mahayana, del Taoísmo y del Zen. “Tat tvam asi: tú eres Eso”. “El Tao es la raíz a la que retornaremos para volver a ser Eso que en realidad siempre hemos sido”. “El Samsara y el Nirvana, la Mente y las mentes individuales, los seres sintientes y el Buda, todo es uno y lo mismo”. Nada es más metafísico que estas afirmaciones; sin embargo, al mismo tiempo, nada es más teórico ni más idealista ni más pickwickiano. Se reconoce su verdad porque, en una forma súper jamesiana, funcionan; porque hay algo que se puede hacer con ellas. Y este hacer modifica la relación del hacedor con la realidad como un todo. Pero el conocimiento que posee el que conoce depende del modo como conoce. Cuando un pragmatista trascendental aplica el test operativo a sus hipótesis metafísicas, su modo de existencia cambia y llega a conocerlo todo —incluso la proposición “tú eres Eso”— de una forma completamente nueva e iluminadora.

El autor de este libro es psiquiatra y sus ideas sobre la Philosophia Perennis en general y sobre el Zen en particular son las de un hombre profesionalmente dedicado al tratamiento de mentes perturbadas. La diferencia, en los aspectos terapéuticos, entre la filosofía oriental y la mayoría de los sistemas actuales de psicoterapia occidental puede resumirse en unas pocas frases.

La meta de la psiquiatría occidental es ayudar al individuo perturbado a adaptarse a la sociedad de individuos menos perturbados (individuos que están bien adaptados entre sí y con las instituciones locales, pero cuya adaptación al orden fundamental de todas las cosas no se indaga). Utiliza la asistencia psiquiátrica, el análisis y otros métodos de terapia para llevar a la normalidad a esas personas perturbadas e inadaptadas y, a falta de un mejor criterio, define esa normalidad en términos estadísticos. Ser normal es formar parte de la mayoría (y en sociedades totalitarias, como la Ginebra calvinista, la Alemania nazi y la Rusia comunista, del partido que detenta el poder). Para los sustentadores del pragmatismo trascendental de Oriente, la normalidad estadística carece de interés. La historia y la antropología confirman claramente que sociedades compuestas de individuos que piensan, sienten, creen y actúan de acuerdo con las convenciones más descabelladas pueden sobrevivir durante largos períodos. La normalidad estadística es perfectamente compatible con un alto grado de locura y perversidad.

Pero existe otra clase de normalidad: la normalidad del funcionamiento perfecto, de las potencias totalmente realizadas, del florecimiento natural pleno. Esta normalidad no se puede comparar con el comportamiento de la mayoría (porque la mayoría vive, y siempre ha vivido, sin desarrollar sus potencialidades, sin desplegar plenamente la totalidad de su naturaleza). El filósofo oriental, en tanto es un psicoterapeuta, trata de ayudar a los individuos estadísticamente normales a llegar a ser normales en ese sentido esencial del término. Comienza indicando a aquellos que se creen sanos que, en realidad, están locos pero que, si lo desean, no tienen necesidad de seguir siéndolo. Hasta un hombre perfectamente adaptado a una sociedad desquiciada puede prepararse, si lo desea, para adaptarse a la Naturaleza de las cosas tal como se manifiesta en el universo completo y en su propio organismo cuerpo-mente. Esta preparación debe ser conducida simultáneamente en dos planos. En el plano psicofísico debe producirse un “soltar” del frenético apego del ego al cuerpo-mente, un quiebre en sus hábitos de interferencia con el funcionamiento infalible de la entelequia para que deje de obstruir el fluir de la vida, de la gracia y de la inspiración. Simultáneamente, en el plano intelectual, debe existir el recuerdo constante de que nuestros demasiado humanos gustos y disgustos no son absolutos, de que yin y yang, negativo y positivo, se reconcilian en el Tao, de que “Uno es la negación de todas las negaciones”, de que “el ojo con el que vemos a Dios (siempre y cuando lo veamos) es el mismo ojo con el que Dios nos ve a nosotros” y de que es el ojo que, en palabras de Mathew Arnold:

cada momento en su prisa,
aunque perturbemos su espacio neutral,
es una calma vertiente,
de la cual se alimentan por igual
los océanos de la vida y de la muerte.

Este proceso de ajuste intelectual y psicofísico a la Naturaleza de las Cosas es necesario, pero por sí solo no puede producir la normalización (en el sentido no estadístico) del individuo trastornado. No obstante, prepara el camino para el evento revolucionario. Este, cuando llega, no es la obra del ser personal sino del gran No-Ser, del cual nuestra personalidad es una manifestación parcial y distorsionada. “Dios y la voluntad de Dios —dice Eckhart— son uno; yo y mi voluntad somos dos.” No obstante, puedo usar mi voluntad para sacarme de mi propio espectro, para evitar que mi ego interfiera con la voluntad de Dios y eclipse la divinidad manifestada por esa voluntad. En lenguaje teológico, sin la gracia somos incapaces, pero la gracia no puede llegar a nosotros a menos que decidamos cooperar con ella.

En las páginas de este libro, el Dr. Benoit expone la “doctrina suprema” del Budismo Zen a la luz de la teoría psicológica y de la práctica psiquiátrica occidentales, y Ofrece una crítica indagatoria de la psicología y de la psicoterapia occidentales a la luz del Zen. Este libro merece ser leído por quienes aspiran a conocerse a sí mismos y deseen saber qué pueden hacer para adquirir ese conocimiento.