Artículos - Ken Wilber
Ken Wilber, el Einstein de la Conciencia
(Primera Parte)
Por Catherine Ingram Revista Uno MismoSe lo comparó con Freud, con Jung, con William James... Sus colegas dicen que sus libros son una hazaña académica por sus abarcadoras innovaciones.
En 1978 Roger Walsh y Frances Vaughan, dos precursores en el campo de la psicología transpersonal, me hablaron con entusiasmo casi con devoción de un joven sorprendente, autor de un libro que, a juicio de ellos, revolucionaría nuestra manera de concebir las teorías psicológicas y las doctrinas espirituales. Se llamaba Ken Wilber, y había escrito ese libro, El espectro de la conciencia, a los veintitrés años. Lo que más recuerdo de esa conversación es el relato que me hizo Walsh de su viaje a Nebraska para encontrarse con ese "muchacho maravilla". Ken trabajaba allí como lavaplatos y, a falta de una mejor posibilidad, estaba estudiando el budismo zen por correo, manteniendo correspondencia con varios "roshis". Había dedicado sus horas libres a escribir esos notables trabajos de teoría psicológica.
Hijo de un coronel de la Fuerza Aérea, en su niñez Ken anduvo de un lado para otro, y demostró un ferviente interés por las ciencias naturales. Fascinado por la química y la medicina urdía experimentos en los sótanos de las casas donde vivieron y no perdía oportunidad de hacerse amigo de los médicos lugareños para pedirles que le dejaran asistir a las operaciones quirúrgicas que practicaban en los hospitales. Tenía el propósito de seguir estudios de medicina.
Sin embargo, cuando ingresó en la Duke University pronto se desengañó de la enseñanza superior. "Digamos que no había conciencia en la Universidad", me explicaría luego. Tuvo una fugaz experiencia psicodélica ("una dosis enorme en un ambiente espantoso") y, atraído por las relaciones entre el misticismo y la psicología de Occidente, pasó enseguida a estudiar el taoísmo y el budismo Theravadan. Durante varios años se zambullo en libros de psicoterapia, filosofía y religión a razón de dos o tres por día. Pensó en dejar la Duke University, pero como entonces los Estados Unidos estaba en guerra y los universitarios que abandonaban los estudios eran "la carne de cañón preferida" ―me confesó― "mi interés por la Universidad, por así decirlo, se renovó". Hizo su licenciatura en química y biología en Nebraska mientras continuaba con sus secretas indagaciones (a las que más tarde se referiría como su "búsqueda del Santo Grial").
En estas enseñanzas, Ken encontró algo que "dio de nuevo sentido a mi vida", ya que lo cierto es que no se sentía feliz y su estudio obsesivo de los grandes psicólogos y sabios estaba en gran parte motivado por su infelicidad.
Pero a medida que sus investigaciones avanzaban, comenzó a darse cuenta de que las grandes autoridades de la materia "cómo ser feliz en la vida" parecían discrepar mucho unas con otras. A lo largo de meses se formuló, atormentado, preguntas como ésta: si los freudianos están en lo cierto y la fortaleza del yo es el paradigma de la salud mental ¿cómo pueden también estar en lo cierto los budistas, para quienes el estado supremo es justamente la falta de yo?
Las respuestas que fue encontrando sirvieron de base para El espectro de la conciencia. Llegó a la conclusión de que la mente puede considerarse como un espectro o gama de estados en conciencia, que estos estados están relacionados con las otras estructuras del inconsciente y que las diversas psicologías y religiones se ocupan cada una de ellas de un nivel diferente de ese espectro.
Su siguiente libro, No Boundary (traducido al castellano como La conciencia sin fronteras (1)), es una versión simplificada de las teorías que expuso en El espectro. Después empezó The Atman Project (El Proyecto del "atman" o "alma" en la terminología hindú), en el que procuraba integrar las aseveraciones de las psicologías de Occidente y de las doctrinas de Oriente, sobre la naturaleza del self , el "sí mismo".
Además de sus propios libros, Ken ha editado varias recopilaciones de títulos sugestivos, por ejemplo, El paradigma holográfico y otras paradojas, o bien Cuestiones cuánticas: escritos místicos de los grandes físicos. De 1977 a 1982 fue director de "ReVision", una revista de alto nivel sobre el pensamiento de avanzada, y luego pasó a ser director general de The New Sciencie Library (Biblioteca de la Nueva Ciencia, publicada por Shambhala), una serie de obras acerca del diálogo que puede y debe establecerse entre la cosmovisión científica y la espiritual.
Ahora bien; todo esto no deja de ser un asunto intelectual; Wilber no sólo habita en el mundo del intelecto. También él tuvo su cuota de padecimientos que le hicieron ahondar en los grandes temas de la vida y la muerte. En 1983 se casó con Treya Killam, a quien poco después de las nupcias se le diagnosticó un cáncer de pecho. Durante tres años la pareja dejó de lado toda otra cosa para combatir la enfermedad de Treya. Cuando rememora ese período desesperante, Wilber suele citar a Niezche: "Lo que no te destruye te fortalece". Actualmente, el cáncer se encuentra en remisión; Ken y Treya se mudaron a Boulder, en el estado de Colorado, y volvieron allí, recuperaron sus variados proyectos y su práctica del budismo tibetano.
En marzo del año pasado me reuní con Ken para hacerle la entrevista que aquí se reproduce. En ella no sólo relucen como joyas muchas de sus resplandecientes ideas, que han hecho que tanta gente le tenga en alta estima, sino que muestra otros aspectos de su personalidad, como su agudo ingenio e inusitado sentido del humor. Es lo que en mi memoria se conserva con más cariño de ese largo encuentro con Ken Wilber.
Pregunta: En los círculos de la psicología transpersonal se te conoce como "el cerebro". Eres considerado el principal representante en este campo, y un teórico de genio. Tus trabajos son ensalzados particularmente por su excelente labor académica. Sin embargo, tus búsquedas espirituales se han centrado en gran medida en la práctica de la meditación. ¿Cómo puede conjugarse la labor académica con la práctica espiritual?
Ken Wilber: La clave consiste en poner en primer lugar la práctica y en segundo lugar la labor académica. Lo principal es el crecimiento espiritual, y la práctica es esencial para este crecimiento. Cuando digo "espiritual", quiero decir una experiencia religiosa directa, una percepción mística o yóguica directa, y no tan solo asistir a misa los domingos. La religión auténtica no es tanto una creencia o una teoría como una práctica. Se parece mucho al karate, digamos, o a la repostería: es algo que uno hace con todo su cuerpo. Esto es el yoga: "yugo" o unión; esto es el zazen o la oración contemplativa, esto o el pranayama . Es algo fervoroso y comprometido que se ejerce en la práctica. Si se le pregunta a un maestro de zen "¿Qué es el zen?", contestará: "Siéntese de esta manera, cruce las piernas, ponga las manos en su regazo, cierre los ojos y deje que su mente siga su respiración. Haga esto durante unos cuantos años y después volvamos a hablar".
P.: ¿Crees sin embargo que el intelecto cumple un papel importante?
K.W.: Por supuesto, con todo esto no quiero decir que la comprensión intelectual no sea importante; lo es. El antiintelectualismo, tan corriente en la ciencia de la Nueva Era, es un error espantoso, la resaca que quedó después de la borrachera de los holgazanes del dharma, el dharma de los hippies. Ellos creyeron que tirar el intelectual a la basura era lo mismo que trascenderlo. Nunca se destacará lo suficiente los efectos nocivos que tuvo ese antiintelectualismo en el campo de la psicología transpersonal. Según mi experiencia, la mayoría de las personas que creen que en realidad han dejado atrás el intelecto, en realidad ni siquiera se han aproximado a él.
P.: Tú has recorrido muchos caminos de meditación y has estado junto a quienes la ejercitan. En términos prácticos ¿cuáles son los principales escollos a los que hay que estar atento en el camino meditativo?
K.W.: Hay casi tantos escollos como ventajas. La meditación no es una manera de hacer más fáciles las cosas, sino una manera de hacerlas más difíciles, para que uno crezca en ese proceso; yo diría que el principal escollo consiste en utilizar la meditación como una especie de bypass, de desagüe o canalización espiritual, para apartarse de otras preocupaciones. Alguna gente cree que la meditación resolverá sus problemas pecuniarios, sexuales y de alimentación, y desde luego no es así. Lo que sí hace la meditación es hacerle a uno más sensible y más alerta; y si uno tiene un problema vital doloroso, es probable, que la meditación lo haga más doloroso todavía, porque hará que uno sea más sensible a ese problema. La meditación supone que uno ya no puede seguir ocultándose ese dolor, que debe afrontarlo sin eludir el bulto.
En particular, la meditación no se hará cargo de la mayoría de nuestros problemas psicológicos. Si tú eres básicamente una neurótica, la meditación te convertirá en una neurótica hermosa e iluminada; si eres una estúpida, la meditación hará de ti una estúpida auténticamente sensible. La meditación no elimina las dificultades psicológicas o neuróticas, y en algunos casos puede empeorarlas.
P.: ¿Quieres decir que la meditación no sirve de nada con respecto a nuestros problemas psicológicos?
K.W.: No, no, yo no diría eso. Puede ser beneficiosa en muchos aspectos, sobre todo al fortalecer nuestra percepción y nuestro estado de observación atenta; pero sería preferible que se la emprendiera junto a una psicoterapia, destinada a abordar en forma específica y directa nuestra neurosis particular.
Lo que quiero decir es que para muchas personas la meditación es una suerte de panacea, y esto es falso. La meditación es una manera de comprometerse con el propio crecimiento y la evolución, y, como siempre sucede, todo crecimiento es doloroso y hace daño. Si uno practica la meditación correctamente, atravesará momentos muy duros, aterradores. La meditación como "respuesta de relajación" es un chiste. La auténtica meditación abarca toda una serie de muertes y de renacimientos, entran en juego conflictos y tensiones extraordinarios. Todo esto se va compensado con un crecimiento equilibrado en ecuanimidad, compasión, comprensión, percepción y sensibilidad, que hacen que la empresa valga la pena. Pero no es lo mismo que pasar un día tirado al sol en la playa ¿te das cuenta?
Échale una mirada a la vida de los grandes santos y sabios, y verás las tremendas luchas y dolores que atravesaron; también advertirás que, en la mayoría de los casos, todo empezó después de que hicieran avances en la meditación, y no antes. Lo que sostengo es que hay a la vez extraordinarios dolores y extraordinarios beneficios esperándonos ahí.
Pero no tenemos que dedicarnos a meditar en lugar de sacar fuera la basura... ya sea física, emocional o psicológica.
P.: ¿Y qué puedes decirme acerca de todos los problemas relacionados con los gurúes? ¿Necesitamos gurúes en nuestros días? Muchos creen que hoy en día los gurúes ya pasaron de moda.
K.W.: Sí, la idea es que así como los reyes tuvieron antaño un sentido desde el punto de vista político, pero hoy existe la democracia y es mucho más conveniente, así también los gurúes tuvieron sentido antaño desde el punto de vista religioso, pero hoy son una especie de remanente del pasado, una suerte de "viaje de poder" hacia algún tipo de patriarcalismo.
La pregunta que me haces es imposible responderla, no tengo idea de cuál sería la respuesta correcta. Incluso yo he coeditado un libro sobre este tema llamado Spiritual Choices (Elecciones espirituales), y aunque pienso que es una manera de abordar el asunto, no es un libro especialmente bueno, y en verdad terminó por tergiversar mi posición general acerca de este tema.
P.: Pasemos de la práctica a la teoría y sinteticemos algunos de tus escritos. Según tu concepción, hay una jerarquía de los estados de conciencia a lo largo de la historia. ¿Podrías explicar esta idea de "jerarquía"?
K.W.: Por supuesto. Existe mucha confusión en torno a esa idea. Alguna gente cree que se trata de un concepto "rígidamente lineal": otros aseguran que es una clasificación antigua, patriarcal que en la Nueva Era habría que tirarla por la borda y otros dicen que simplemente yo lo soñé y utilicé ese recurso para categorizar todo lo que existe. Ninguna de las tres cosas es cierta.
La noción de jerarquía no es una opinión mía sino una conclusión de un análisis. O sea: a mí no me interesa particularmente que el mundo sea jerárquico o no; lo que ocurre es que cuando se examinan todas las pruebas con la mayor imparcialidad, se aprecia sin ninguna duda que ciertos aspectos muy importantes de la realidad están ordenados jerárquicamente. Esta jerarquía ―que en sus términos más simples abarca la materia, el cuerpo, la mente, el alma, el espíritu― es la columna vertebral de la "filosofía perenne"; y, como ha puntualizado Huston Smith, todas las religiones del mundo, incluido el taoísmo, la han suscrito. Por otra parte, esta jerarquía existió también durante el matriarcado así que no se trata de un tenebroso complot masculino.
Obviamente, no fui yo el que conformó esta jerarquía; no tengo ni de lejos un cerebro tan grande como para hacerlo.
Por último, no se trata de una idea "rígidamente lineal"; más bien afirma que, en cualquier secuencia de desarrollo, los elementos componentes más simples aparecen antes que los otros, y que al surgir y evolucionar de las estructuras más complejas, éstas se basan en aquéllos y los incluyen. Por ejemplo: el niño aprende primero a escribir letras, luego palabras, luego oraciones, luego párrafos: no se ha encontrado jamás un caso en que suceda lo inverso. Eso es una jerarquía. Y si es rígidamente lineal, no es culpa mía.
P.: La gente parece resistirse a la noción de jerarquía.
K.W.: Sí, así es, lamentablemente. Es probable que ello se deba a que esta palabra tiene ciertas asociaciones políticas y militares desagradables: pero esto no puede llevarnos a condenar el concepto en su conjunto. Rupert Sheldrake y yo pasamos una tarde entera tratando de inventar otra palabra que reemplazase a jerarquía (este concepto es central en la filosofía de Sheldrake), pero no lo encontramos. Lo mejor que se nos ocurrió fue hablar de jerarquía "anidada" (nested; de nest, nido), que al menos suena simpático y femenino. Lo cierto es que en una jerarquía general los niveles superiores incluyen, envuelven o sirven de nido a los inferiores. Se trata de una noción muy abarcadora e inclusiva.
P.: De manera que la existencia constituye una serie de totalidades anidadas, cada una de las cuales contiene a sus partes pero las trasciende... y esto forma una jerarquía.
K.W.: Sí, esto es jerarquía. Pero ¡ojo!, no estoy diciendo que el espíritu o la realidad sean jerárquicos. El espíritu o la realidad absoluta no son jerárquicos; a la realidad absoluta no se la puede calificar en modo alguno, es shunyata o nirguna, una vacuidad (emptiness), incalificable, vasta y abierta, sin huellas de características específicas en ella. Pero se manifiesta en peldaños, estratos o vainas, en grados o niveles, como quiera llmársele, y eso es jerarquía. En el Vedanta, esas vainas o estratos son los kosas que cubren a Brahma, en el budismo son los ocho vijnanas, los ocho niveles de la consciencia, cada uno de los cuales es una versión más reducida o restringida de su dimensión más amplia, en la Kabhala, son los sefiroth, y así sucesivamente. Lo importante es que estos son los niveles del mundo manifiesto, del maya. Si no se reconoce en el maya el juego de lo Divino, no es otra cosa que ilusión. La jerarquía es una ilusión ¿no te das cuenta? Existen niveles de ilusión, no niveles de realidad.
P.: Si la jerarquía es una ilusión, ¿por qué darle tanta importancia?
K.W.: Porque la ilusión es el enemigo. Debemos tratar de comprender la naturaleza del enemigo para liberarnos de él. Si comprendemos la naturaleza jerárquica del samsara se asemeja a una escala compuesta por varios peldaños, podremos subir mas fácilmente a ella. En cambio, si no vemos la jerarquía o no la entendemos, quedaremos atrapados. Ni siquiera nos daremos cuenta de que está ahí, o negaremos su existencia, y por ende no sabremos cómo abordarla. Lo que importa es tratar de comprender los diversos niveles de consciencia, trepar a ellos y luego quitarse de encima todo ese revoltijo. Utilizamos la jerarquía como una escala que nos es útil y después la tiramos.
P.: Comprender la naturaleza jerárquica del samsara nos ayuda a trepar a este.
K.W.: Sí, exacto. Cuando uno ve cómo está compuesto todo el revoltijo, por más que esto suceda en un momento fugaz, ya nunca más le harán de nuevo la misma broma... o, por lo menos, no del todo. Las bromas son los niveles, los chakras, los nudos de la existencia. Uno debe ver todo eso y echarse a reír a carcajadas. La magnitud de un satori se mide por la dimensión de la carcajada que produce ese estado, ¿te das cuenta? Todo el mundo manifiesto, con sus niveles y grados y burlas, sigue surgiendo ante nosotros momento tras momento, pero ya no nos quedamos atrapados en todo eso. Si nos quedamos es porque queremos ayudar a los demás. Sin embargo, la gente piensa que cada estadio del camino espiritual está caracterizado por una gran realización, y que uno debe seguir realizando cosas hasta llegar a la iluminación. No es así como suceden realmente las cosas. Lo que ocurre es que uno se queda en una etapa particular hasta darse cuenta de lo tonto que es eso, y se echa a reír por todo lo que pensaba que iba a realizar en esa etapa. Se queda hasta que se da cuenta de la broma, de que esta etapa no importa, de que ni siquiera existe la etapa verdaderamente. Y una vez lanzada la carcajada en esta etapa, surge la siguiente etapa, la inmediatamente superior, y uno vuelve a empeñarse en lograr cosas allí, hasta que de nuevo advierte que esta nueva etapa no es más que otra broma, más sutil que la anterior. En definitiva, todo lo que constituye el universo se convierte en una humorada, y todo lo que a uno le queda es la sonrisa del Buddha. Uno se da cuenta de la broma, pero está en la naturaleza de las cosas que esta comprensión proceda paso a paso, o etapa por etapa... y en eso consiste la jerarquía.
P.: Esto se asemeja a lo que dice el budismo zen acerca del momento satori: aparece en forma repentina, pero hay en realidad todo un proceso que conduce a él.
K.W.: Así es. En el zen se dice que la experiencia de la iluminación o kensho sucede de golpe, es un relámpago instantáneo. Es exactamente como la caída de una manzana madura de un árbol que cuelga. La manzana va madurando de a poco, y de pronto cae. Y cuando cae, cae completa. No es que la mitad de la manzana se quede atrás y la otra mitad caiga. Esa completud súbita es el kensho. Pero la manzana tiene que atravesar un proceso de crecimiento y desarrollo muy específico para llegar al punto de su madurez perfecta, a ese estado en que ya se halla preparada para caer. No pasa del estado de semilla al estado de manzana totalmente madura de la noche a la mañana. Su crecimiento se produce por etapas, pero su caída es súbita. Antes del kensho hay jerarquía, después de él hay shunyata ―pero sólo después.
P.: Repasemos las etapas o niveles de tu jerarquía. ¿Tal vez has querido forzar las estructuras teóricas encuadrándolas en compartimentos muy definidos? Aquí se plantean muchos interrogantes. Las historias, mitos, leyendas y tradiciones, que tú utilizas como "base de datos", ¿son exactas desde el punto de vista empírico? En otras palabras ¿podemos presumir que esos relatos son verdaderos?, y en tal caso, ¿son tan nítidas las equivalencias entre ellos? ¿Está la realidad estructurada de manera tan perfecta?
K.W.: En realidad es una mezcolanza. Es una especie de "pizza" en la que estarían dibujadas las proyecciones de un test de Rorschach. Pero en esa "pizza" podemos buscar las configuraciones que se repiten o que se encuentran en todas las culturas, o que parecen más o menos constantes. Las llamamos "estructuras básicas" y examinamos las pruebas para corroborar si estas estructuras básicas "están realmente allí". Hasta la fecha, hay un número considerablemente mayor de pruebas que sugieren que están, en comparación con las que sugieren que no están. De los miles, o centenares de miles, de configuraciones de estados de conciencia de los seres humanos que aparecen en esta "pizza", sólo he podido encontrar un par de docenas que son estructuralmente básicas o profundas. Por lo tanto, este par de docenas de estructuras son muy importantes, aunque esto no tiene porqué constituir un sistema rígido o totalmente estructurado. ¿no es cierto?
P.: La gran analista junguiana Marie Louise von Franz sostuvo que tú eres una especie de Santo Tomás de Aquino moderno, porque has producido un nuevo tipo de ''Summa Teológica" o síntesis del saber; pero añadió que, a su juicio, el comportamiento humano no es tan ordenado como tú lo has establecido.
K.W.: (Riendo) Y yo no creo que sea tampoco tan desordenado como sostienen los jungianos. ¿Qué más puedo decir?
P.: ¿Y qué pasa con la supervivencia humana? Existe la posibilidad muy real de que nos exterminemos en un holocausto nuclear, en cuyo caso tu análisis de la evolución Jerárquica sería muy controvertible. ¿Crees que alguna vez llegaremos a estados superiores?
K.W.: No tengo idea, pero una cosa es clara acerca de las armas nucleares: ellas han vuelto inconcebible, impensable, la guerra. De hecho, los hombres y mujeres se han visto forzados a suprimir la posibilidad de que la guerra se declare automáticamente. Y eso en sí mismo es extraordinario, porque en ninguna otra época de la historia se imaginó siquiera que podría prescindirse de la guerra. Más aún, en la mayoría de los otros períodos históricos se glorificó la guerra. Los hombres adoraban luchar por su patria o por la defensa de alguna causa o principio, y las mujeres los alentaban a ello, entregando alegre y graciosamente a sus hijos para que sirvan en el campo de batalla. Todos conocemos las estadísticas: por cada año de paz en la historia humana hubo catorce de guerra. Y ahora viene la bomba, y el asunto es lo bastante terrible e indigno como para enfrentarnos a nuestra propia violencia y agresión, y obligarnos a reflexionar. No es que esto me guste en absoluto, pero creo que ninguna otra cosa estaría a la altura de nuestra colosal estupidez. Diría que con esto al menos tenemos una oportunidad de salir adelante.
P.: Ya que tocamos el tema de la evolución, ¿opinas que la conciencia espiritual ha avanzado más allá de las enseñanzas de Buddha? ¿Fueron Padmasambava y Bodidharma un progreso con respecto a Buddha?
K.W.: Creo que la evidencia histórica muestra que Gautama Buddha encontró uno de los primeros caminos definidos hacia el reino de la causalidad, de la pura inmanifiesta ausencia de forma ― lo que técnicamente se denomina nirod, el estado de cesación total en que no aparecen objetos en absoluto. Y obtuvo ese estado no por el poder del samadhi (concentración), lo cual lo habría convertido en un estado temporal, sino mediante el poder de la intelección (insight ) o vipashyana, que desterró toda tendencia a reaparecer en el reino de lo manifiesto, en el reino del samsara.
Pero ese estado, por noble que sea, sigue siendo un estado sutilmente dualista. Es un "nirvana" divorciado del "samsara"; es el reino de la ausencia de la forma. Hay otro estado, algo más avanzado y difícil de alcanzar, con el que se puede trascender la dualidad de la forma y vacuidad, de "samsara" y "nirvana", de profanaciones (defilements) y sabiduría, y gracias a ello ver que "la forma es vacuidad y la vacuidad es forma" como se dice en El sutra del corazón. Y esto es lo que denominó el budismo Mahayana (que incluye la obra de Padmasambava y de Bodidharma) sostiene haber hecho. Ahora bien, este tipo de realización superior no se produce hasta alrededor del segundo siglo de nuestra era, unos quinientos años después de Gautarna Buddha; y en realidad no aparece hasta la época de los tantras, que se extendió en la India entre los siglos VII y XI. Así que, sin desmerecer en absoluto las realizaciones pioneras de Gautama, debo decir que mi respuesta es afirmativa: creo que ésta es ciertamente una realización superior. Todas las pruebas apuntan en esa dirección.