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José Miguel Ruiz Valls

¿Somos demócratas?

Por José Miguel Ruiz Valls 2 de marzo de 2018
Jose Miguel

¿Despreciarías a un ser humano solo por el hecho de haber nacido hombre o mujer?.. ¿Y por haber nacido con un tono de piel no idéntico al tuyo?.. ¿Y por haber nacido en otro lugar y haber aprendido otras costumbres?.. A mí, personalmente, me encanta viajar porque supone conocer personas, lugares, probar exóticos manjares, escuchar nuevas músicas y bailar nuevas danzas... La cuestión es: Más allá de esas diferencias accidentales ¿Crees que, en esencia, todos los seres humanos somos iguales y, por tanto, merecemos el mismo trato?

Si eres cristiano, creo que ya sé cuál va a ser tu respuesta. Me dirás que Jesús trató con publicanos y con prostitutas y que lavó los pies a sus discípulos, y que todo eso lo hizo para apoyar su mensaje de que, todos somos, igualmente, hijos de Dios. Si eres musulmán, sabrás que la igualdad es uno de los pilares fundamentales del Islam. Lo mismo si eres hinduista y si eres budista ya ni te cuento... La revista de divulgación científica "Muy Interesante" estimó que las diferentes confesiones cristianas suman unos 2.100 millones de creyentes en todo el mundo, los musulmanes suman otros 1.300 millones, los hinduistas 870 millones y los budistas 380 millones. No hace falta pues que sigamos investigando otras religiones ya que sumando las que tenemos, hemos alcanzado la cifra de 4.650 millones de creyentes en la igualdad y eso es más de la mitad de la población del planeta.

Si no eres creyente... Bueno, si eres racionalista, sabrás que el lema de la república francesa, acuñado por los racionalistas, incluye la igualdad como una de las tres columnas de la sociedad, al lado de la libertad y la fraternidad. La Declaración de Derechos Humanos de la ONU también considera esencial la igualdad y no discriminación. En fin, aunque solo seas demócrata, sabrás aquello de "un hombre, un voto".

Es cualquier caso, es evidente que más de la mitad de los habitantes del planeta creen en la igualdad, que democráticamente hablando, el planeta Tierra cree en la igualdad entre todos los seres humanos... ¿Cómo es posible pues que, en un planeta que cree en la igualdad, haya tanta desigualdad?.. Porque los que nos gobiernan nos están engañando. Nuestros gobiernos aseguran que son democráticos, herederos de las antiguas democracias griegas, pero eso es una mentira, una falsificación histórica. En la antigua Grecia sabían que el sistema de "partidos políticos" lleva irremediablemente a la corrupción generalizada. Es por eso que preferían la elección por sorteo. Su método era muy sencillo: Entre todos los ciudadanos que deseaban ejercer determinado cargo se elegía uno, al azar, y se le otorgaba el cargo por un año improrrogable. Así evitaban que los políticos se convirtieran en una "casta". Así conseguían que todo el pueblo se implicara en los asuntos públicos pues ¿cómo podemos pretender que nuestras cosas vayan bien si no nos ocupamos de nuestras cosas?

Puede que te hayas escandalizado al leer esto. Puede que no supieras lo que era, en verdad, la democracia o puede que seas uno de los pocos habitantes del planeta que no cree en la igualdad y no tuvieras consciencia de ello. La Real Academia de la Lengua define la igualdad como "el principio que reconoce la equiparación de todos los ciudadanos en derechos y libertades" y también "La correspondencia y proporción que resultan de muchas partes que, uniformemente, componen un todo". Piensa esto con calma pues sabes que el enfado nubla la mente: Si somos todos iguales ¿qué más da que gobierne uno u otro?.. Si todos somos iguales, ¿Qué puede garantizar más la igualdad de trato que la elección por sorteo?

Entender la igualdad es entender la humildad ―y lo que no es humildad es egoísmo, es ego― ...Entender la igualdad es entender el amor ―y lo que no es amor es violencia― ...Entender que todos somos iguales lleva a la ausencia de conflictos, a la paz ―y lo que no lleva a la paz lleva a la guerra― ...Entender que todos somos iguales es entender TODO ―lo demás es entender nada―.

© José Miguel Ruiz Valls, 2018