Álamo
Sintiendo nuestra naturaleza plena
Por Álamo 29 de septiembre de 2017En un contexto práctico y cotidiano, el más obvio sentido común nos dice que, al igual que la sal es sal (cloruro de sodio) y no azúcar, ser es ser y no un no-ser. Esto es elemental y no plantea ningún problema, sintiéndose tan válido como lógico y evidente.
Entonces, ser es ser o, dicho de otro modo, la naturaleza de ser es ser y ―por tanto― lo que es realmente no puede dejar de ser ni, por lo mismo, comenzar a ser, pues siempre es y nunca hubo un momento en que no fuera ni tampoco habrá un momento en que no sea.
Tiremos ahora un poquito más del hilo, discerniendo juntos: a eso que siempre es (eterno) y que, por ello, es lo único que hay (absoluto), lo llamamos Realidad, así con mayúscula, denotando que esa es la genuina, auténtica, única ―absoluta― realidad, que permanece constante, sin fin.
Y la existencia de tal Realidad, de tal Ser ―incondicionado, eterno, ilimitado, absoluto― es no solo elemental, necesaria o axiomática (lo que es, es), sino también patente, en lo que respecta a los llamados seres humanos, si tenemos en cuenta que todo el mundo, sin excepción, tiene la sensación y noción de ser.
Lo natural es ser
Ser es universal, ciertamente. Sólo que la mayoría de las facetas humanas de la apariencia del Ser se han supuesto o asumido irreflexivamente a sí mismas como individuos separados, lo que implicaría la existencia de incontables entidades o realidades absolutas, tantas como aparentes sujetos y objetos hay en el cosmos o multiverso; lo cual no tiene ningún sentido ni lógica, por supuesto. Ya que ―al menos en este contexto usual― lo absoluto es lo absoluto; es decir, lo indivisible, inseparable, único, total, ilimitado, pleno, perfecto.
Hablar entonces de dos o más absolutos (o de más de un Ser) tendría tan poco sentido como hacerlo acerca de dos o más aguas. Agua es agua (H2O), en cualquier lugar, en cualquier momento.
Y ser (la calidad o el hecho de ser) es ser. No hay dos porque ni siquiera hay uno (en el sentido aritmético del número uno), ya que al no tener límite no puede ser referenciado o contextualizado respecto a "otra" cosa. No hay un segundo ni un tercero... No hay otra cosa.
En todo caso, este absoluto Ser podría evocarse numéricamente como Uno-sin-Segundo o Uno metafísico, tal como las tradiciones filosófico-espirituales lo han denominado desde la antigüedad. Bienvenidos a lo que llaman no-dualidad.
Ser es ser. Es muy sincrónico que, lingüísticamente, estemos aquí empleando el infinitivo (forma no personal del verbo) para referirnos a la Realidad absoluta: Ser.
Nunca es vano el sentido o comprensión primordial apuntada en el axioma "sólo hay lo que siempre ES". Pero el olvido de ello ―de la Realidad, de la íntima naturaleza de uno mismo― tiene consecuencias dramáticas, a nivel individual y colectivo; aunque solo desde un punto de vista virtual, en la representación del gran teatro cósmico de la vida, la más colosal tragicomedia.
Ahora imagino, cómicamente, al absoluto (Ser) diciéndole al espejismo de lo relativo (que no es nada sino la apariencia de lo absoluto, o el absoluto manifiesto) algo como "Madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle".
Pero volvamos al comienzo de nuestra reflexión, no nos desviemos; aunque es altamente improbable ―por decir algo― desviarse cuando sabemos y sentimos que no hay nada aparte de lo-que-siempre-es (el Ser). Naturalmente.
Pues bien, asumiendo la evidencia, a la vez lógica (impepinable) y simple (pero abrumadora, por sus implicaciones), de que lo-que-siempre-es es lo único que hay realmente ―en sentido absoluto―, uno puede en congruencia decir Yo soy el Ser... y tú también; y todos, todo.
Porque entonces se aprehende que cualquier faceta de la apariencia del Ser es como cualquier ola del oleaje del agua oceánica: lo mismo, manifiesto en diversas formas transitorias. De modo que cualquier ola es solo agua oceánica manifiesta, así como cualquier fenómeno, ente o cosa es solo Ser manifiesto.
Tanto la intuición como el intelecto, bien afinados, complementados en este atento y cuidadoso discernimiento, coinciden aquí y de este modo sentimos con claridad meridiana que no hay otra cosa que lo-que-siempre-es, esto que somos y que llamamos Ser, Tao, Brahman, Divinidad, etc (usa el nombre que más te resuene, sin problema, al fin y al cabo "todo queda en casa").
Ampliando consciencia, optimizando comunicación
Actualmente, en este planeta que llamamos Tierra, muchas facetas humanas de conciencia ya comienzan a saberse y sentirse el Ser, el único Ser manifiesto en todos los organismos, en todas las cosas. La comprensión o ―mejor dicho― el recuerdo de la íntima, propia y sempiterna naturaleza absoluta, muestra por otro lado lo limitado que resulta el lenguaje verbal a la hora de expresar y comunicarse desde la perspectiva de nuestra esencia incondicionada.
Y aunque no es posible comunicar, trasladar o trasmitir no-dualidad a través del lenguaje de las palabras y conceptos ―dual, limitado y polar por naturaleza―, sí que se pueden introducir términos o expresiones que evoquen o apunten, de una manera más lograda, a sentires y estados de conciencia para los cuales no había ―ni en verdad podría haber― palabras…
Así, innovando nuestra manera de expresarnos, adaptándola de forma coherente a esta perspectiva o visión primordial-absoluta (no-dual) de uno mismo y de la vida, podríamos también decir que "soymos" (soy-somos), trascendiendo los aparentes límites personales en la comprensión de que todos somos lo mismo, sin que esto cambie un ápice por estar nosotros ahora virtualmente interactuando y comunicando desde avatares o personas ―en apariencia― diferentes o separados.
Esa percepción o impresión de multiplicidad de sujetos es, de hecho, una apariencia, nuestra apariencia. La relación entre los aparentes sujetos es algo así como la que hay entre los dedos de una mano o los tentáculos de un pulpo o las patas de un ciempiés; o los billones de células de un cuerpo humano... Somos lo mismo; y las apariencias ya no engañan cuando la percepción es clara, merced a un recto entendimiento, a una aguda intuición y, en suma, a un afinado discernimiento.
Mas no se precisa, en realidad, del concurso de un gran intelecto ni de unas altas capacidades intuitivas para darse cuenta de algo evidente, entendiendo por evidente aquello que es apreciable e inteligible para todos, de modo inmediato, diáfano y natural.
Lo evidente es para todos (los virtuales individuos), es universalmente asumido. Y lo más evidente, natural y obvio (tanto, que por eso es precisamente pasado por alto o ignorado) es el hecho ―o vivencia― de ser. No ser esto, eso o aquello, sino sencillamente ser.
Pues no necesitamos ninguna demostración, prueba o experimento científico o filosófico para saber que somos. Esto es ―como decimos― algo evidente, patente. Sentimos que somos, sabemos que somos, y esto es lo más natural, más que la respiración. Porque para poder ser consciente, percibir o respirar, es preciso ser. Esto es lo fundamental, lo básico, lo que nunca cambia, porque ES.
De nuevo, la naturaleza de ser (del Ser) es sencillamente ser. Puesto que el ser es, siempre es. Ser es ser. Luego, es eterno. Y puesto que el ser es lo único que hay, es asimismo ilimitado, absoluto, infinito... Por eso no solo es evidente, sino ―en verdad― autoevidente, ya que es lo único que hay, la realidad absoluta... nuestra genuina realidad o naturaleza.
Es claro que solo hay entonces la Realidad y lo que no es la Realidad no existe, solo parece existir ―figuradamente―, en la autosugestión de la conciencia separativa-dualista o egóica, que distingue entre Espíritu y materia, Divino y Humano, Absoluto y relativo…
Pero todo lo perceptible no es sino la misma Realidad manifiesta en cualquiera de sus incontables formas o aspectos, las transitorias y cambiantes facetas de la apariencia de lo Real, del Ser. La Realidad es por ello indiferenciada, de ahí que percibimos una apariencia o sustancia formal, multifacética y discontinua, evidenciando una base o esencia inmutable, un substrato permanente aformal, como una pantalla inmaculada que aparentemente se muestra en mil y un fotogramas o reflejos, variopintos y cambiantes.
Así, fondo y forma son dos aspectos de una misma "cosa" absoluta, del Ser que somos. De la misma manera, Realidad y apariencia, así como esencia y sustancia, no son dos cosas distintas, sino dos aspectos de la misma (como también lo son la pulpa y la cáscara de, por ejemplo, una banana).
En este sentido, bien podemos expresar lo dicho a través de otros dos neologismos, a saber, Realiencia (realidad-apariencia) y esancia (esencia-sustancia). La intención con ello es aunar en un solo término ―en nuestro entendimiento y sentir― lo que se suponía separado; si bien sabemos que dichos términos solo podrán evocar la no-dualidad, pues ―como ya dijimos― el lenguaje es una herramienta conceptual, polar, dual (aunque en el fondo, como fenómeno que es, el lenguaje y sus palabras no tienen ni dejan de tener significado, pues no existen en sí mismos).
De la palabra al sentimiento, del intelecto al corazón
Desde la sinceridad, rigor y honestidad de nuestra investigación acerca de nuestra naturaleza, hemos así entendido, sentido y reconocido que solo lo que es siempre (lo que llamamos Ser) puede ser considerado como absolutamente real y ser llamado, entonces, realidad (o Realidad, con mayúscula, denotando que es eterna, infinita, absoluta). Lo demás ―todo el inabarcable espectro de fenómenos o manifestaciones de todo tipo― queda como realidad virtual o simplemente apariencia, nuestra apariencia, en tanto que el propio Ser manifiesto, siendo que el Ser es lo único que realmente hay siempre.
No existiendo nada aparte del Ser, se hace patente que conceptos tales como carencia, limitación o escasez son tan ilusorios o relativos como sus opuestos. Su manifestación en el mundo fenoménico dependerá del crédito que se les otorgue y, este, no depende del supuesto sujeto separado, porque hemos visto, discernido y comprendido que no hay tal. Todo evento sucede, entonces, virtualmente, en un proceso espontáneo e impersonal.
El Ser, en tanto que absoluto, es indiferenciado, incondicionado, ilimitado. El "devenir" es solo el Ser manifiesto, perceptible, aparente, en su aspecto dinámico, de movimiento, actividad o cambio. Por ende, la sucesión de los eventos es virtual, espontánea e impersonal.
Literalmente, "no hay nada (ni nadie) por lo que preocuparse" y, sin embargo, la preocupación también es parte de la apariencia eventual-fenoménica en aquellas facetas de conciencia que, en el teatro cósmico, parecen no recordar o sentir la Realidad, el propio e íntimo Ser.
Mas siempre hay solo el Ser. Dado que no hay nada aparte del Ser ―nada distinto o diferente del Ser―, no hay realmente objetos susceptibles de ser distinguidos, nombrados o conceptualizados. Por eso los nombres y los conceptos hacen referencia a supuestos objetos y sujetos que en realidad no significan nada, pues no son, en términos absolutos.
La congruencia de estos hechos (o más bien, del único "hecho" ―por así decir― del Ser absoluto) invita a abandonar la identificación con los fenómenos y sus respectivos nombres y conceptos asociados, así como también la adhesión a cualesquiera interpretaciones acerca de aquellos. Interpretaciones que, por cierto, serían figuraciones sobre figuraciones, es decir, figuraciones al cuadrado, siendo entonces las ideologías políticas o los credos religiosos y dogmas de todo tipo figuraciones al cubo!
Pues no tiene sentido, sino un efecto contraproducente en nuestro virtual mundo humano, el considerar como absolutamente reales a meras facetas transitorias de la apariencia de la única Realidad absoluta, el propio e íntimo Ser. Dado que la aparente división o separación y la creencia en la misma como existente, generan identificación y apego (y por ende, sufrimiento) con respecto a los supuestos objetos o sujetos separados, dentro de la aflictiva conciencia de escasez o carencia que tal supuesta separación implica.
Lo cierto es que, en realidad, somos el Ser absoluto (lo que siempre es), y este Ser que somos es (somos) plenitud, perfección, gloria, al ser completamente incondicionado, inalterable, puro e ilimitado. Tal es, si se quiere expresar en términos religiosos ―pero familiares―, la verdad que nos hace libres.
En rigor, este reconocimiento ―si es de veras profundo y sentido― acaba con toda noción de libertad y esclavitud (o con cualquier par de opuestos polares, incluyendo verdad-mentira), ya que solo el Ser es; solo el Ser somos. No hay "otra cosa" y la dualidad (y más aún la "no-dualidad") queda por tanto como una mera figuración o mito.
La gracia del asunto
Así, esta vida virtual continúa de manera espontanea, y cada personaje en esta película u obra cósmica cumple perfectamente su guión, su función, en todo aparente tiempo y lugar.
Y sucede siempre lo que tiene que suceder, cuando tiene que suceder.
Y es perfecto (más allá del par conceptual perfecto-imperfecto), como perfecta manifestación de la Perfección (el Ser), como Perfección manifiesta, tal cual es.
La simple ―pero total― asunción de esto, cuando se ha comprendido y sentido profundamente en cabeza y corazón, devela de modo gradual en la aparente conciencia humana la paz o serenidad incondicional en este cosmos virtual (auténtico prodigio de cinematografía cósmica).
Se siente así un estado ―impersonal y sin embargo íntimo― de tranquilidad, confianza y contento que no depende de cuáles sean las circunstancias del momento, mientras prevalece la autoconciencia de ser lo-que-siempre-es, lo que siempre se es, lo único que se podría ser: el Ser.
Resulta, en fin, tremendamente irónico y harto humorístico que hayamos tenido que dar (como especie y también en este texto) tantas vueltas para llegar justamente a donde estábamos; o sea, donde siempre estuvimos, estamos y estaremos: nuestro propio Ser.
Y puesto que siempre fuimos lo que buscábamos ―lo cual era imposible de encontrar, dado que nunca se perdió, sino que simplemente fue olvidado en esta "película"―, habrá que concluir que la cosa tiene su gracia; que tenemos cierta gracia y que somos en realidad esa misma Gracia ―la "Gracia de Dios"―, esa Gloria.
Que soymos lo que soymos, vaya.