Rafael Pavía
Observaciones y reflexiones sobre el sueño
Por Rafael Pavía 31 de mayo de 2020Tanto en el estado de vigilia como en el estado onírico, nuestra conciencia ordinaria vive dividida en la dualidad; dualidad que se sostiene entre el “sujeto y el objeto”, en la meditación se practica para que la conciencia trascienda la dualidad “sujeto-objeto”, siendo esta la condición natural de la conciencia en su estado primordial, es decir una conciencia indivisa “no dual”.
Veamos, observemos cómo en el estado de vigilia la dualidad de la conciencia ordinaria se desplaza hacia el objeto, es decir que se identifica con los sentidos ordinarios que nos llevan hacia el mundo de las formas u objetos, mientras que en el estado onírico es el sujeto el que prevalece, quedando los objetos a merced de nuestras propias proyecciones mentales.
Nuestra confusión estriba en que tanto en el estado de vigilia como en los sueños estamos condicionados por la dualidad sujeto-objeto. ¿cómo vivimos tal dualidad en el estado onírico? Si observamos nuestra actividad onírica nos daremos cuenta que en nuestros sueños podemos tomar dos actitudes, una como “actor del sueño” y otra como “observador del sueño”, aquellos onironautas que tienen sueños lucidos conjugan o vienen a unir en su conciencia tanto al observador onírico como al actor de las escenas oníricas, diluyéndose en su medida la dualidad entre objeto y sujeto.
En el mundo onírico tanto el sujeto como el objeto pertenecen al sujeto que proyecta sus sueños, ambos sujeto y objeto son uno, observador y actor van de la mano. Sucediendo que nuestra conciencia ordinaria al no estar entrenada por el yoga del sueño, sigue identificándose con los objetos del sueño, con aquello que proyectamos y consideramos dentro del propio sueño o dentro de nuestro propio espacio psíquico como objetos externos a nosotros mismos.
Despertar lúcidamente en nuestros sueños implica que el observador onírico reconozca que sus sueños son proyecciones suyas, entonces surge la conciencia lúcida que acompaña tanto al actor como al observador, con la opción de modificar y transformar nuestros propios sueños. Los onironautas principiantes, suelen utilizar en principio su capacidad de un modo lúdico, como una especie de juego, posteriormente se puede profundizar y sacar un mejor provecho a los sueños lúcidos, como cita B. Alan Wallace en su libro “Soñar que estas despierto”.
Así como en la práctica de la meditación buscamos unificar al sujeto y al objeto, diluyendo la dicotomía entre lo exterior e interior, sucede exactamente lo mismo en el estado onírico. El darse cuenta de que en nuestros sueños no existe nada externo, es decir que no hay realmente objetos reales, si no que todo se experimenta dentro de nuestra psiquis y que aquello que percibimos en el estado onírico son proyecciones propias, es una condición indispensable para que se den los sueños lúcidos.
El sueño como proyección de uno mismo
En la práctica del yoga del sueño, hay necesidad de una mente serena, atenta, lúcida. Como en la práctica de la meditación, se requiere centrarse en la actitud del observador, ver pacientemente cómo nuestra mente constantemente está planificando y proyectando sus quehaceres, y ver cómo la mente se aferra a sus propios deseos, fantasías, ilusiones, incluyendo sus deseos espirituales, de tal manera que el sujeto esta siempre ocupado con sus preocupaciones y obligaciones. En tal dinámica o hiperactividad mental, es difícil mantener una atención lúcida y atenta, por ello la necesidad de una meditación serena, contemplativa, para que nuestra conciencia aprenda que tanto lo que proyectamos como lo que recibimos depende de uno mismo; es decir que quien proyecta formas, imágenes, recuerdos, y quien las percibe y recibe es uno mismo, cuestión que tanto se da en el estado de vigilia como en el estado onírico, por lo que la meditación contemplativa nos lleva a contemplarnos a nosotros mismos, tanto como observadores como receptores de la realidad.
Se dice que el propio mundo que percibimos es un sueño, como indican las enseñanzas orientales sobre el mundo ilusorio de la diosa Maya. Tal sueño, se da debido a que separamos lo proyectado de lo que percibimos dándose la dualidad separatista entre ambos procesos del proyector que es uno mismo y el que percibe que también es uno mismo. Se entiende que el perceptor recibe del exterior las impresiones y sensaciones, sin embargo, las impresiones recibidas del exterior, solo se pueden configurar y ordenar en nuestro interior, en nuestra propia mente. Mientras que lo que proyectamos hacia fuera surge obviamente de nuestro interior, siendo esta la confusión de la conciencia ordinaria, que no distingue la realidad de lo proyectado desde dentro y lo percibido que también es registrado en nuestro interior.
Así la confusión de la conciencia ordinaria es la dualidad separatista que divide el mundo entre lo exterior y lo interior, pero ambos mundos, el externo y el interno son uno solo, como también son lo mismo tanto el que proyecta como el que percibe. Cuando alcanzamos la conciencia no-dual, reconocemos que la división entre exterior e interior es una ilusión. Esta ilusión divisoria se da en nuestro mundo onírico evidenciando nuestra confusión entre observador-perceptor y el actor-proyector. En la medida que nuestra conciencia despierta en la no-dualidad, comprendiendo que ambos, proyector y receptor, o actor y observador, son ambos uno solo, podemos evaluar los resultados del despertar de la conciencia en los registros oníricos y la lucidez que en ellos tenemos. A mayor lucidez onírica, mayor lucidez en el estado de vigilia y viceversa.
Si atendemos a las enseñanzas sobre el samsara con sus seis reinos, veremos que cada habitante de los seis reinos (dioses, semidioses, humanos, animales, pretas y narakas) tiene su propio condicionamiento mental donde proyectará su realidad externa como un sueño. Cada habitante en su propio reino o condicionamiento proyecta junto con sus vecinos de tal reino una realidad semejante (aunque ni igual ni exacta). Así el sueño del samsara es producto de una conciencia dividida en la dualidad confusa entre lo exterior e interior, entre el que proyecta y percibe. Salirse del sueño del samsara solo es posible cuando comprendemos claramente que ambos observador y actor son uno solo.