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María Martínez

Conciencia no dual

Quinta Parte
Por María Martínez 10 de septiembre de 2006Versión PDF
Corzos

5.- EMOCIONES Y LUZ: «Nada está fuera de la Conciencia»

Era el último día de retiro, y por la mañana recogimos la habitación e hicimos las maletas antes de bajar a desayunar. Mi compañero dijo algo que despertó en mi persona un viejo programa de miedos y angustia, y los ojos se llenaron de lágrimas. Noté la descarga energética de la emoción del miedo en el cuerpo. Observé que mis manos temblaban, pero ese temblor flotaba en la Luz como las nubes del cielo, simplemente estaba ahí, iluminado por la Conciencia, como todas las cosas. Esto no hacía que el temblor cesase, porque la descarga de neurotransmisores ya había acontecido, pero había una paz profunda, una Luz serena, que abrazaba todo. La Presencia que había aparecido ayer permanecía, y no tenía que hacer ningún esfuerzo para darme cuenta de que todo –incluyendo esa emoción de miedo– era la misma y única Conciencia. No había nadie que se apropiase de las emociones; estaban ahí, formaban parte de ese organismo en ese instante y, al igual que los pensamientos, acontecían en esa Totalidad.

Cogí mi cuaderno y empecé a escribir una poesía.

José Díez Faixat, en su libro: Siendo nada soy todo dice:

«Cuando vivimos identificados en un cuerpo y una mente determinados, y nos dejamos atrapar por el absorbente influjo de su sensación de identidad separada, automáticamente, intentamos reordenar el mundo que nos rodea en función de nuestros deseos y de nuestros miedos. Hacemos de nuestro ego el centro del mundo y desde ahí, nos enfrentamos al entorno con temor o con apego, según lo percibamos como una peligrosa amenaza para nuestra seguridad o como un atractivo medio para satisfacer nuestros anhelos. Sólo cuando lleguemos a descubrir nuestra omniabarcante identidad real, que no es otra que la de todos los seres del universo, podrá desaparecer por completo todo rastro de egocentrismo en nuestro juego de relaciones fenoménicas».

Qué lejana nos parece esa identidad omniabarcante, y a la vez qué cercana está, porque no es otra cosa que nuestra verdadera identidad, lo que realmente somos aquí y ahora, ¡pero hay una identificación con el cuerpo y con la mente que nos hacen olvidarlo continuamente!.

Cuando no soy esto o aquello, cuando no soy nada, lo soy Todo. No tengo que buscar al Ser, porque «el Ser va a ser “lo que quede” cuando deje de ser esto, eso y aquello», como decía Consuelo. ¿Y qué tendré entonces? «No tendré nada», añadía ella, «lo que queda es Lo que Es, pero no es “para mí”; es esa identidad que tengo perdida la que se va a reintegrar». «Por amor a la Luz, coloquémonos cada vez en la Luz».

Así de simple y de fácil. En realidad no requiere esfuerzo, porque es la misma Conciencia la que lo va haciendo, aunque se recorra un camino en lo aparente.

El cuerpo emocional había quedado más sensible de lo habitual, como los campos recién labrados para la siembra. Había un eco en el cuerpo de ese miedo a la soledad y del sentimiento de culpa por la dificultad para aceptar determinadas cosas de la persona de mi compañero. Eso me ayudó a abrirme también más en la última Investigación del retiro, que hablaba de que “La vida contemplativa es posible”.

Consuelo dijo que «somos arrastrados por oleadas energéticas que corresponden a nuestro nivel de conciencia, y que sólo de la comprensión que surge del contemplar puede nacer un verdadero respeto a los demás y a lo demás. Aquello a lo que hemos dado realidad pasa a ser “mi tesoro” y ahí se forma la personalidad. Y desde ese estado de dormida donde me encuentro, llamo a todo eso “yo”».

Evidentemente, este organismo era arrastrado por determinadas energías con suma facilidad. Quizás no con tanta fuerza como antes, o de modo menos duradero, pero era arrastrado, y en algunas cosas yo diría honestamente que con bastante intensidad. Observé cómo el miedo a la falta de afecto, con su raíz en la primera infancia o tal vez antes, aparecía como programa de “inicio”. Luego venía la “culpa” como programa que neutralizaba y trataba de tapar al anterior. Después el “enfado” o la “angustia” o la “tristeza”. El ordenador del cerebro tenía entonces múltiples ventanas abiertas, interalimentándose mutuamente. Como disparador de cada programa había un pensamiento subterráneo, y debajo de ese pensamiento, una creencia. Pero debajo de todas ellas, existía una creencia fundamental: La de que “yo soy esa identidad separada”. Ese es el “sistema operativo” que contiene y maneja los demás programas.

Pero mi verdadera identidad no puede ser un “ordenador”, una máquina biológica por más que ésta sea sumamente compleja y perfecta.

Consuelo hablaba como si estuviese leyendo en mi interior: «Hay que dejar todo lo que creo ser, tengo que dejar de agarrarme a mis energías y a mis apegos, y cuando se produce ese vacío “abajo” la Presencia viene y lo llena. Porque en verdad, desde la Verdad última, todo esto es un Vacío».

«En la medida en que se vacía la mente de la creencia de ser alguien separado, de que soy “yo” la que hago las cosas, de que hay “cosas” aparte de mí, de que Dios está fuera como un juez, de que soy este cuerpo físico (cuando sólo se me ha dado como préstamo por la Vida Inteligente para aprender)... encuentro la Unidad, que es mi verdadera identidad».

¿Cambiará mi manera de vivir? ¿Dejaré de sentir? ¿Me volveré indiferente? ¿Desaparecerá el sufrimiento? ¿Seguiré teniendo problemas?

Las palabras de Consuelo parecían brotar de dentro de mí, como si uno mismo en lo profundo las estuviese pronunciando, respondiendo a las preguntas.

Comprendí que si voy progresando en un aspecto y en otro todavía sigo dormida, la Vida me dará sin duda sacudidas para que esa parte sea también iluminada. Podré llamarlo crisis, o problemas, pero no es ni lo uno ni lo otro. Es la Inteligencia manifestándose en cada momento, y cuando uno puede verlo así aunque haya dificultades o dolor no habrá sufrimiento, porque habrá desaparecido la identificación.

Me di cuenta de que lo importante no es tener o no tener problemas, sino seguir contemplando, ser más y más conscientes. Es posible que entonces sea el problema el que nos deje a nosotros, o no, pero eso poco importa cuando se vive en la Verdad.

¿Y el sentir? Las personas que, como yo, sienten con tanta intensidad sus emociones, tienen miedo de perder el sabor de la vida. Recuerdo cuántas lágrimas lloré en el primer retiro con Consuelo, hace dos años, al creer que contemplar y disfrutar de la vida eran cosas incompatibles; sollocé como si me arrancaran la piel a pedazos. Por un lado la búsqueda de la Verdad era mi auténtico anhelo, siempre lo había sido, pero a la vez no quería soltar nada de aquello a lo que estaba apegada. Sin embargo, poco a poco (y no sin varias crisis, porque la vida me empujaba más deprisa de lo que el “yo” quería ir) fui descubriendo que estaba en un gran error al creer que mi vocación y el goce de la vida eran incompatibles. Más bien al contrario, porque las emociones “agradables” inevitablemente llevan aparejadas sus opuestas “desagradables”, que tarde o después aparecen, como bien he comprobado en múltiples ocasiones a lo largo de este tiempo. De hecho, en estos días de retiro había podido descubrir que hay un sentir mucho más profundo y auténtico que la emoción superficial. Ese sentir acontece al vivir desde el Testigo. Cuando cesan los pensamientos es cuando realmente la vida aparece con todo su sabor, el sabor de lo vivo, de lo verdadero. Quizás no debería llamarlo “sentir”, porque la palabra “sentimiento” no es apropiada. Más bien podría decir que aparece una plenitud, una alegría profunda, un gozo, una libertad y un amor que nada tienen que ver con lo conocido por el viejo “yo” con sus pensamientos, que sólo pueden ser construidos con recuerdos muertos.

¿Cómo cambia la vida de alguien cuando contempla más y más que su identidad real es la Conciencia?

Consuelo respondía a la vez que surgía la pregunta: «La vida se va transformando, pero no es “uno” el que lo hace. La transformación no es pensada ni planificada». Vi cómo es la Inteligencia de la Vida la que va moviendo los hilos, y el discernimiento, que va siendo cada vez mayor, se pone al servicio de esa Inteligencia como instrumento.

«Necesito contemplar más y más hasta que descubra la Luz y me identifique con ella, hasta que no haya “dos”...»

Incluso en medio de una crisis emocional, esto era posible. Estaba comprobándolo en vivo y en directo. Siempre había creído que había que estar en paz y en ausencia absoluta de pensamientos para que Aquello se manifestase, y ahora había descubierto que está presente siempre y en todas las cosas, porque es la misma esencia de todo lo que Es, incluyendo las emociones y los pensamientos. Lo que pasa es que cuando hay identificación con ellos es como si corriésemos un velo y tapásemos el ojo con el que podemos verlo.

Busqué una página vacía de mi cuaderno para pasar a letra legible la poesía que acababa de escribir, y dársela a Consuelo con las demás como regalo de despedida del Retiro. Mi timidez me frenaba, y el fuerte sentido de autocrítica más todavía, pero necesitaba expresar de algún modo la gozosa gratitud que sentía.

EMOCIONES Y LUZ: “Nada está fuera de la Conciencia”

Si le tiemblan las manos
a esta persona,
si el miedo la estremece
y se siente sola,
Si no encuentra su hogar,
si está perdida...
la Luz que siempre fue
sigue encendida.

Arcoiris

Si la ira aparece,
cortante y fría,
o viene la arrogancia,
con su mentira,
o acontece la culpa
dura y vacía...
con dulce indiferencia
la Luz la mira.

Si irrumpen los deseos
en este cuerpo,
y transitoriamente
queda durmiendo,
la misma Luz que Es,
vela su sueño,
y sigue iluminando,
desde el No-tiempo.

© María Martínez, 2006