María Martínez
Conciencia no dual
Tercera Parte
Por María Martínez 15 de septiembre de 2006Versión PDF3.- GIRASOLES: «El pensamiento al servicio del Ser»
Después de comer salí a pasear. Hacía viento, y las nubes amenazaban tormenta. Todas las cosas tenían un brillo especial, como si alguien hubiese subido con un interruptor invisible la intensidad de la luz en ese día. Tal vez el fuerte viento era lo que hacía que el aire estuviese tan limpio. La mayoría de los compañeros de retiro se encontraban descansando en sus habitaciones, y los caminos estaban casi vacíos, irradiando esa belleza especial que emana de lo no tocado. Me dirigí hacia el este, y cuando llegué al final del sendero miré al norte, hacia las montañas que se recortaban en el horizonte, majestuosas y oscuras. Justo allí, a pocos metros de mí, en mitad de un campo segado, estaba un precioso corzo comiendo hierba. Volví mi cabeza hacia atrás, y moví fuertemente los brazos para indicar a otra persona que venía caminando que mirase en esa dirección con la intención de que también pudiera verlo, pero ella iba mirando hacia el suelo y no se percató de mis gestos. Me sentí frustrada al ver que se perdía esa oportunidad, ya que a mí me parecía una experiencia extraordinaria. En silencio, observé el programa de “cuidadora” que con tanta facilidad se dispara en mí. ¡Toda la vida queriendo ayudar a los demás, deseando compartir “mis” descubrimientos! Me di cuenta que la inteligencia de la Vida es siempre la que mueve los hilos, y no “yo”, y que si esa persona no veía al corzo era porque no tenía en ese momento que verlo, puesto que la lección que le correspondía aprender no incluía esa experiencia en ese momento. No tenía por qué sentir frustración.
Consuelo había dicho que «vivimos para contemplar los Valores: Belleza, Verdad, Amor... y para que esos valores se manifiesten». Cuando estoy cogida por un deseo, «puedo rastrear por qué está ahí, en la superficie de la conciencia».
¿Por qué deseo tanto ayudar a los demás? ¿Para que me quieran? ¿Para que me valoren? ¿Hay auténtico amor en ese impulso? Si lo hubiera, no me frustraría si no me hacen caso, o si no me tienen en cuenta. «Ese deseo está hecho de una carencia. De una carencia de los Valores del Ser» ―decía Consuelo―.
Si deseo compulsivamente que me quieran, es porque estoy muy lejos de vivir el Amor que soy. Si necesito que me valoren, y estoy apegada al reconocimiento de los demás, es porque me falta la seguridad del Ser. Si necesito rodearme de belleza, y dependo de ello para sentirme bien, es porque no he descubierto esa belleza dentro, la Belleza que en realidad soy. Si busco placer, bondad, plenitud en lo externo, es porque no he encontrado todavía esa Plenitud que es mi verdadera esencia. Si busco ansiosamente la libertad es porque no he contemplado que soy y siempre he sido esa Libertad sin límites.
Esto no significa que no disfrute la belleza de las cosas, o que no anhele la libertad, o que no aprecie el cariño de los demás. Es simplemente que no los ambiciono, que no soy tomada compulsivamente por el deseo de tenerlos.
La “persona” ―o el “ego”― no puede entender esto. No es posible desde el pensamiento. Sólo puede ser vivido a través de la contemplación.
Me detuve. El deseo de ser querida por los demás estaba ahí, en este momento. Observé mi carencia de amor. Me pregunté cómo me sentiría si tuviese todo el amor del mundo, siempre, eternamente, y me invadió un profundo sentimiento de plenitud. Entonces solté los objetos y me quedé contemplando únicamente esa plenitud, hasta que el “yo” desapareció y quedó sólo la Plenitud. Una Plenitud sin nombre, que no es ya un pensamiento, ni un sentimiento, ni una sensación. ¿Qué es entonces? Nada que pueda ser descrito por la persona, porque en el momento en que aparece, la persona no está, sólo la Plenitud es.
Seguí caminando en silencio. El corzo se escondió cuando me vio acercarme, desapareciendo entre los árboles. Anduve campo a través, siempre hacia el norte, hasta llegar a un sembrado de girasoles cuyas flores brillaban iluminadas por los rayos de sol que se deslizaban, ardientes, entre los huecos que dejaban entre sí las nubes blancas y grises.
Eran unas plantas majestuosas, y cubrían los extensos campos de esa vaguada, tiñéndolos de amarillo y verde. Los había de todos los tamaños, desde pequeñas flores con el capullo aún cerrado, hasta gigantescas plantas cargadas ya de semillas. Todos ellos ondeaban sus grandes pétalos amarillos con el aire, y parecían mil niñas rubias despeinadas con los cabellos al viento. Pero lo más impresionante era ver cómo todos tenían las cabezas vueltas hacia el mismo lado. ¡Tan aparentemente rígidos y pesados, con esas enormes cabezotas, y no obstante eran capaces de girar sus cuerpos continuamente hacia el sol!
Yo, en cambio, estaba continuamente mirando las sombras de mis pensamientos egoicos.
Me acordé de una historia que cuenta Siddharameshwar, el maestro de Nisargadatta, en su libro: La llave maestra de la realización del Sí Mismo: Se trataba de la historia de una persona sin ninguna importancia ni autoridad, llamada Gomaji Ganesh, que vivía en un pueblo llamado Andheri (Obscuridad) , y que logró establecer en su pueblo la costumbre de que todos los documentos que pasasen por el Juzgado no tuviesen validez sin un sello que él mismo había creado y que contenía las palabras: «Gomaji Ganesh, La Puerta de Bronce». Pasado el tiempo, todos los oficiales de aquella ciudad no aceptaban un documento como legal a menos que llevase el sello de «Gomaji Ganesh, La Puerta de Bronce», y así el sello devino firmemente establecido. Un día, al fin, alguien protestó porque su documento no fue aceptado al no llevar el sello, y un juez con coraje y curiosidad decidió investigar sobre el origen de dicho procedimiento. «Cuando se completó la investigación, ―sigue relatando Siddharameshwar― ésta mostró que cierta persona sin ningún rango se había aprovechado de la mala administración del Gobierno y había introducido en ella su propio sello, y que los oficiales del gobierno habían seguido la tradición ciegamente. De hecho, este Gomaji Ganesh era un hombre sin ninguna importancia y no tenía ninguna autoridad de ningún tipo. No es necesario describir cuan ridiculizado fue el sello desde el día en que el Juzgado tomó esta decisión. De la misma manera, nosotros debemos indagar también quién es este “yo” y cómo domina todo como “yo” y “mío”, como el “Gomaji” que se describe en la historia».
Mas adelante, Siddharameshwar continúa diciendo:
«Como se describe arriba, la existencia de «yo» es sólo de nombre y, sin embargo, como Gomaji Ganesh, anuncia su propio nombre por todas partes diciendo “yo soy sabio”, “yo soy grande”, “yo soy pequeño”, mientras que este hombre ha olvidado de dónde viene».
¿Quién es ese “yo”? No es nadie. Una identidad imaginaria. Sólo una suma de energías cambiantes, de programas condicionados con los que me identifico y que me dan una sensación de identidad separada, ubicada dentro de un cuerpo y de una mente. Una creencia, sin base alguna, de ser el hacedor, un fantasma que cree que lleva el timón del barco de la vida, cuando la evidencia muestra continuamente que todo está fuera de su control, y que son esas energías condicionadas las que le arrastran. Una idea más, que con ayuda de la memoria crea un espejismo de continuidad. No cabe duda de que existe un principio organizador en el psiquismo, y este centro funcional es necesario mientras estemos vivos, pero la cuestión es poder ir más allá de la identificación exclusiva con esa estructura.
Si no soy ese “ego”, entonces ¿quién soy? Sólo Conciencia. Conciencia es todo lo que Es. No hay otra cosa que Conciencia. «Tú eres Eso», le decía a Nisargadatta su maestro.
¿Cómo lograr que ese “yo” sea desenmascarado, como Gomaji Ganesh?
La pretensión del “yo” de librarse de sí mismo es profundamente contradictoria. Todo intento en esa dirección aumenta el problema. El “yo” jamás puede alcanzar el objetivo de trascender la separación, porque cuanto más se empeña en hacerlo más aumenta su presencia y su poder.
Observé que los girasoles más maduros ya no giraban, sino que, manteniéndose erguidos, inclinaban su gran cabeza hacia la tierra. Al contemplarlos, su aspecto sugería una profunda humildad y una entrega total.
Esas bellas flores eran en ese momento una gran lección, y me estaban dando la respuesta. No se trataba de hacer algo, sino de dejar de hacer, rendirse aquí y ahora.
José Díez Faixat dice en su libro:
«No hay la menor distancia, ni temporal ni espacial, entre el Sí mismo y la situación presente, de forma que no tiene ningún sentido buscarlo fuera de este preciso instante y lugar. Ningún trayecto nos conduce hacia aquí. Ningún proceso nos acerca al ahora. Todos los caminos de búsqueda nos separan, pues, de la inmutable meta siempre presente. Nuestras ansias por encontrar la verdad nos ocultan el descubrimiento de su diáfana autoevidencia».
Observé simplemente aquellos bellos girasoles, y algo dentro de mí se inclinó con ellos, comprendiendo que no hay nada que buscar, nada que lograr, que nada nos falta, que ya estamos donde queríamos ir, que no tenemos que hacer nada para Ser lo que ya Es. En esa rendición me di cuenta de que todas las energías y el propio pensamiento pueden estar al servicio del Ser, de que la persona puede dejar de ser ese criado impostor que se hace pasar por el amo, e inclinarse al fin ante el verdadero dueño de la casa: la Vida, la Conciencia.
GIRASOLES: “El pensamiento al servicio del Ser”
Amarillos y verdes
están los campos,
de grandes girasoles
almidonados.¡Benditos girasoles!
De cara al viento,
entregándose al sol,
giran sus cuerpos!Girasoles dorados,
recias cabezas,
que se inclinan al fin
hacia la tierra.Girasoles de Luz,
los pensamientos,
se inclinan hacia el Ser
cuando contemplo.