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María Martínez

Conciencia no dual

Segunda Parte
Por María Martínez 15 de septiembre de 2006Versión PDF
Corzos

2.- CAZADORES Y CORZOS: «Equilibrio»

«Mis gritos insonoros de quejas, deseos, frustraciones ―que vienen de mis creencias―, se materializan en la lección que la vida me pone delante. Creo que la felicidad me va a venir de una persona, o de una situación… y encuentro que las personas me pagan con desamor, incomprensión y traiciones. Pero ¿quién son los demás? ¡Si no existen los demás! ¡Si todo esto es una representación de la conciencia!. En la medida en que yo me creo una entidad separada doy realidad a los demás como entidades separadas. No hay nadie. Sólo la conciencia en movimiento.»

Consuelo comenzó con estas palabras la investigación de ayer. Luego explicó que en el equilibrio contemplativo no hay sufrimiento, porque hay desapego. La persona como tal puede sentir dolor, pero no hay sufrimiento. «Es como si cae una mancha en la ropa» ―dijo―, «uno puede sentirse bien o mal, pero no llega a tener angustia ni desesperación por nada de lo que ocurre en lo que es sólo su vestido».

Explicó que en el equilibrio contemplativo hay una «serena, amorosa y compasiva indiferencia», una «indiferencia envuelta en paz, en compasión y en alegría», porque es una indiferencia que en realidad es desapego. Y luego añadió: «Sin esa indiferencia, que nadie me hable de amor, porque son sólo emociones. O amo a todos, o no amo a nadie. Desde ese punto de equilibrio no amo a “nadie” ―como objeto, como apariencia―, y amo a “todo”, porque amo la esencia de todo, y ni una brizna de hierba ni un pelo del cabello queda fuera de ese amor».

Observé el desequilibrio en el que vivo sumida. Mi vida cotidiana es una oscilación continua y no sé lo que es el amor. Vi cómo la falta de comprensión engendra falta de comprensión, cómo la falta de amor engendra falta de amor, cómo vivo las relaciones como un “negocio” donde doy a cambio de recibir, y la prueba es la frustración que surge cuando el otro no cumple mis expectativas. Desde esa identificación con los programas de carencias afectivas grabados en el cerebro desde la infancia, soy como un pozo sin fondo, que pide y pide sin llenarse nunca.

Contemplé mi miedo y profundicé en él sin huir. Me di cuenta de que el miedo y la violencia van de la mano. Debajo de la violencia hay un enorme miedo. Sólo tenía que observar mis pensamientos para darme cuenta de esa terrible evidencia: El miedo a no ser querida por mi pareja engendraba inmediatamente un enfado y pensamientos negativos hacia su persona cuando me parecía que sus actos no expresaban ese amor que yo esperaba.

¿Cómo salir de ahí? La persona no puede. Los programas están ahí; a veces surgen unos, a veces surgen otros, pero lo importante es ver que uno no es esa colección de programas. Si siento que necesito amor, si creo que no me comprenden, si continúo buscando fuera, no hay salida. Lo único que puedo hacer es mirar con atención y ver que ese amor que busco es sólo el reflejo del Amor que soy y que siempre he sido. En ese Amor soy plenitud, alegría, belleza… en ese Amor estoy completa. Ese Amor es mi verdadera esencia, y la esencia de todas las cosas. Ese Amor está en todos, es lo que son, aunque no lo expresen.

Salí después del amanecer a caminar. El rocío de la hierba mojaba mis pies, y la mañana tenía un sabor a vida fresca y nueva. Todo estaba nuevo, como recién estrenado. Escuchaba los disparos de los cazadores a lo lejos, y aunque alguien había dicho que a veces podían verse corzos a esa hora de la mañana, pensé que los corzos estarían escondidos por miedo a los cazadores. Sin embargo, al doblar una loma vi un hermoso corzo que salió corriendo al oír el sonido de mis pasos. Más allá había otros dos, pastando en la hierba que crecía escasa entre la paja del campo segado. Dudaron unos segundos y luego se alejaron los tres brincando, escondiéndose entre matorrales y encinas. Me quedé extasiada ante la belleza de sus cuerpos, y la armonía de sus movimientos. Descendí hasta el lugar por donde habían desaparecido, y me detuve unos segundos. El aire tenía una deliciosa fragancia, cargada de esos aromas que sólo tienen los amaneceres. Observé que tras un pequeño repecho estaba el camino y me dirigí hacia él, atravesando la loma. Pero al otro lado de esa loma, apuntándome con su escopeta y con el dedo puesto en el gatillo, a punto de disparar, estaba un cazador con sus dos perros. Le sonreí. No tuve miedo. Me di cuenta de que cuando uno está viviendo en el presente no tiene miedo, el miedo sólo está en el pensamiento. Observé la cara lívida del cazador por el susto, y el alivio de no haber apretado el gatillo. Con voz temblorosa llamó a sus perros y les pidió que se separasen de mí, mientras se alejaba nervioso monte arriba.

La lección de los corzos y del cazador tenía que ver con el miedo, la violencia, y el equilibrio. Ayer había penetrado en lo profundo del miedo de mi persona y había descubierto hasta qué punto vive un ser despiadado y violento junto a ese miedo. Debajo de la crueldad, o de la tiranía, o del deseo instintivo, hay un miedo también instintivo, representado por los corzos que acababa de ver. A lo largo de la vida yo me había sentido identificada siempre con el corzo, con la imagen inofensiva y bondadosa de mí misma, pero ahora había visto que ambas cosas eran inseparables.

Consuelo había dicho que «había que tirar a la basura a ese “yo” con todos sus pensamientos», pero ¿quién quiere tirar al “yo”? Lo había tomado al pie de la letra y había surgido simplemente otro “yo” ―esta vez el cazador― dispuesto a destruir al otro. De nuevo la misma historia sin salida. Uno no puede hacer nada desde la persona. Sólo contemplar, abrir las ventanas y ponerse ahí, en el silencio, sabiendo que la Luz que somos, el Equilibrio que somos y que fuimos siempre, está simplemente esperando manifestarse.

CAZADORES Y CORZOS: “Equilibrio”

Se escuchan los disparos,
ladran los perros,
y los corzos escapan
hacia los cerros.

En el mundo irreal
de lo pensado,
el miedo y la violencia
van de la mano.

Oscilando entre opuestos,
siempre oscilando,
a veces soy un corzo
y a veces ladro.

Entre juicios y apegos,
miedo y deseo,
la persona dormida,
sigue sufriendo.

Con dulce indiferencia,
una voz sabia,
compasiva y serena,
brota en el alma.

Y susurra en silencio
que contemplando,
el Eterno Equilibrio
me está esperando

© María Martínez, 2006