Artículos - Wei Wu Wei
La identidad esencial
Por Wei Wu WeiLo positivo no es positivo sin lo negativo y lo negativo no es negativo sin lo positivo. Por consiguiente, ambos son dos caras de una misma moneda, dos aspectos conceptuales de una totalidad que no puede ser concebida, precisamente porque es eso mismo que trata de concebirla.
El ser no puede ser en ausencia del no-ser y el no-ser no puede no ser en ausencia del ser. Por consiguiente, son dos polos conceptuales de una misma totalidad que es, en sí misma, inconcebible y donde no existen ni el ser ni el no-ser en tanto que existencias objetivas.
La apariencia (forma) no puede aparecer sin la vacuidad (vacío de la apariencia) y, en ausencia de la apariencia, la vacuidad tampoco puede ser la vacuidad de la apariencia. Por consiguiente, ambos son aspectos conceptuales de algo que es inconcebible objetivamente y, en ese sentido, su identidad es absoluta en el estado de no-objetividad.
El sujeto carece de existencia conceptual independientemente del objeto, mientras que el objeto tampoco existe con independencia del sujeto. También ellos constituyen la doble manifestación inseparable de lo inconcebible donde, inevitablemente, ambos se unifican en su mutua negación.
Nuestra identidad reside allí donde no hay positivo ni negativo, ni ser ni no-ser, ni apariencia ni vacuidad, ni sujeto ni objeto. Sin embargo, la identidad que somos no puede percibirse a sí misma. Por esa razón, sólo puede hablar quien no sabe y quien sabe no puede hablar, puesto que lo-que-es no puede ser convertido en un objeto y, por consiguiente, tampoco puede ser concebido ni descrito.
Positivo y negativo, ser y no-ser, apariencia y vacuidad, sujeto y objeto, sólo pueden ser concebidos por el yo porque, en tanto que yo, nuestra mente está dividida en un sujeto-consciente y un objeto-concebido pero, cuando ambos vuelven a identificarse con lo que son, dejamos paso a su completa ausencia objetiva o lo que denominamos la pura mente indivisa.
También el espacio es un concepto estático tridimensional donde el tiempo desempeña un papel dinámico y cuya función constituye una dimensión adicional de medición. No podemos concebir el espacio sin el tiempo (duración), ni el tiempo sin el espacio (extensión). Por tanto, ambos son dos polos conceptuales de una unidad inconcebible a la que damos el nombre de "espacio-tiempo", pero cuya identidad absoluta es no-conceptual. Cuando tiempo y espacio no están presentes, los fenómenos no pueden aparecer en su extensión y, en consecuencia, sólo cuando están presentes como su fuente nouménica, podemos asumir que los fenómenos existen.
Los fenómenos no pueden existir en ausencia del noúmeno, ni el noúmeno sin los fenómenos. En consecuencia, también son dos aspectos conceptuales de algo que está más allá de los conceptos. Los fenómenos no son cosas en sí mismas (pues están vacíos de naturaleza propia) y, por eso, son identificables con la totalidad, mientras que el noúmeno es la fuente de todas las cosas y, sin embargo, no es nada. De ese modo, ambos constituyen una totalidad, pero ninguno de ellos es una cosa: aunque se hallan eternamente separados como conceptos, al mismo tiempo están inseparablemente unidos en el estado de no-conceptualizacíón, siendo esa identidad la comprensión esencial.
El universo también es eso en la medida en que su naturaleza puede ser plasmada en palabras. El universo es inconcebible porque es lo mismo que somos nosotros y lo que somos es lo mismo que el universo. Sólo hay una completa ausencia cognitiva que, al no poder ser conocida, subsiste necesariamente como una completa presencia.
"Al abordar conjuntamente el noúmeno y el fenómeno, alcanzamos la consciencia suprema y suscitamos la recta comprensión entre los seres sintientes." ― Fa Tsang, 642-712 a.C., fundador de la Escuela Hua Yen, basada en el sutra Avantamsaka.
II
No podemos utilizar la mente para trascender a la mente. Por tanto, el noúmeno (que es el símbolo de la mente) representa el límite de nuestra posible cognición.
El noúmeno es, necesariamente, pura potencialidad. Su funcionamiento es subjetivo y, por eso mismo, también inevitablemente objetivo o, dicho de otro modo, el sujeto se objetiviza y se torna aparente en tanto que objeto cuando manifiesta la dimensión fenoménica "dentro" de sí mismo. En el momento en que se aparece a sí mismo, percibe el universo, que entonces deviene aparente fuera de él, pues la objetivización no es sino un proceso de aparente exteriorización.
Por tanto, el universo fenoménico es la faceta objetiva del noúmeno.
Este proceso conlleva la aparición del espacio y de la duración, en ausencia de las cuales los objetos carecen de la extensión necesaria para que tenga lugar la cognición.
Los fenómenos, por consiguiente, no son algo proyectado por el noúmeno, sino que son la misma apariencia del noúmeno: ellos son la apariencia del noúmeno o el noúmeno transformado en algo objetivo y aparente.
Los seres sintientes somos esa función y su extensión en el espacio-tiempo es lo que conocemos como manifestación. Desde el punto de vista de la apariencia ―como ocurre con todos los fenómenos de los que nuestra apariencia forma parte― nada posee naturaleza propia pero, desde la perspectiva de la función (que es nuestra naturaleza), fenómeno y noúmeno son idénticos.
Ésa es la razón que explica por qué, en el dominio de la manifestación, nosotros no somos (fenoménicamente), sino que somos un noúmeno fenoménico (o un fenómeno nouménico). De ese modo, no existe dualidad alguna en lo que somos, que es tan sólo una función ―autónoma en apariencia― o una manifestación de la no-manifestación.
No existe entidad alguna implicada en lo que somos porque la noción de "entidad" es fenoménica y cualquier objeto fenoménico, material o conceptual, está vacío de naturaleza propia (es decir, no es). Cuando la función autónoma ―que es lo que somos en nuestra manifestación― deja de ser operativa, es decir, en el momento en que ya no se extiende en el aparente continuo espacio-temporal, lo que somos se integra plenamente con el noúmeno.
En sí mismo, el noúmeno no puede ser concebido. Lo que simboliza el "noúmeno" está más allá del ser y el no-ser y es, necesariamente, incognoscible porque está vacío de cualquier cualidad objetiva ―como un puro "espejo"― y porque es precisamente lo que somos, ya sea en la no-manifestación o en la aparente manifestación.
Pero dejemos que sea Huang Po quien pronuncie la última palabra a este respecto: "No hay diferencia entre los budas y los seres sintientes, entre Samsara y Nirvana, entre la ilusión y el Despertar. El Buda reside allí donde han sido abandonadas todas las formas".