Extractos - Haridas Chaudhuri
Yoga, religión y misticismo
Por Haridas ChaudhuriEl yoga y la religión
¿Qué relación existe entre el yoga y la religión? ¿Acaso el yoga es una especie de religión?
Sería un lamentable error creer que el yoga consiste en una forma religiosa diferente de las demás. Para el hindú, toda religión que ayude al ser humano a alcanzar la unión con Dios o la integración con la existencia es una especie de yoga. El yoga exige que el ser humano se eleve por encima de todas las teorías y dogmas limitados y abandone las creencias y los ritos sectarios que erigen barreras entre los seres humanos, creando divisiones y antagonismos en nombre del amor y de la unidad. El yoga destaca la unidad espiritual de toda la humanidad. Por eso cualquier persona, independientemente de sus creencias religiosas, puede beneficiarse con su práctica sin necesidad de abandonar su filiación religiosa concreta, sin cambiar de creencias y sin someterse a ningún tipo de bautismo. Para practicar el yoga ni siquiera es preciso creer en Dios. Hasta un escéptico o un ateo pueden beneficiarse de su práctica. Basta, tan sólo, con tener el deseo sincero de conocer la verdad y de estar dispuesto a vivir de acuerdo con ella. El único requisito necesario para practicar el yoga es tener la firme voluntad de adentrarse con la mente abierta en el reino del espíritu.
El yoga no es una cuestión de creencias sino que apunta al crecimiento de la conciencia que acompaña a la penetración directa en la esencia de la realidad. Por consiguiente, si el practicante tiene algún tipo de creencia religiosa, el yoga le ayudará a transformarla en una realización personal de la verdad. El yoga no busca la conformidad con determinados mandamientos escritos ni la aceptación de determinados modelos socioculturales sino que persigue la liberación completa del espíritu y su objetivo es convertir las creencias en experiencia viva y transformar las dudas en un proceso de búsqueda de uno mismo.
En cierto modo, podría decirse que el yoga es una especie de religión universal, lo cual no quiere decir que constituya un sistema de dogmas y creencias universales. Las creencias universales no existen, todas las creencias están circunscritas a individuos y a comunidades diferentes, a circunstancias concretas propias de áreas geográficas y épocas históricas diversas. En este sentido, el yoga subraya la relatividad de todas las creencias y, por lo tanto, su utilidad relativa para que individuos y comunidades diferentes alcancen la autorrealización. Así, en la medida en que destaca la unidad del objetivo último de todo quehacer espiritual y descansa en la integración plena con la realidad, podríamos decir que el yoga constituye una religión universal, una apropiación existencial de la verdad.
También podríamos definir al yoga como una especie de espiritualidad universal que trasciende a todas las religiones, como una orientación espiritual que no es religiosa. Para el yoga, cuando un hindú alcanza el objetivo último de su esfuerzo espiritual, la integración con la verdad, deja de ser hindú y, aunque hindú de nacimiento, a partir de entonces se transforma en un ciudadano del mundo, en un hombre cósmico. Al alcanzar la meta última del Hinduismo se descubre que ese es el objetivo final de cualquier gran religión. De este modo el Hinduismo alcanza la plenitud más allá de sí mismo. De manera similar, cuando un cristiano alcanza el objetivo último de su quehacer espiritual deja de ser un simple cristiano. En ese momento, las etiquetas se revelan inadecuadas y el cristiano se transforma en un hombre cósmico. Lo mismo podríamos decir del budista, del musulmán, etc., sincero. Las distintas religiones son como los diferentes botes que ayudan a diferentes personas a cruzar el río de la ignorancia y la alienación de uno mismo. Una vez se alcanza la otra orilla poco importa el bote que se haya utilizado porque todos ellos quedan atrás. El fundamento del yoga es precisamente este concepto de identidad del destino espiritual del ser humano, la integración cósmica con el sustrato de la existencia.
El yoga y el misticismo
El término misticismo es uno de los vocablos más ambiguos y resbaladizos. En su sentido más peyorativo significa misterio, ocultismo, oscurantismo y similares. En su mejor sentido se refiere a la unión inmediata con el sustrato último de la existencia. Es esta última acepción la que vamos a considerar ahora.
Los místicos, en el mejor sentido de la palabra, son aquellos que han alcanzado la realización personal directa de la verdad fundamental de la existencia, ya se le llame Dios, Yo, Vacío, Nada, Ser, Silencio o Misterio Supremo. No obstante, el misticismo no nos ofrece ningún camino a seguir para alcanzar la realización mística. Por otra parte, los místicos tropiezan a menudo con experiencias extrañas e inusuales frente a las cuales el misticismo carece de todo método para organizar sistemáticamente tales experiencias ni para coordinarlas con otras áreas no místicas de la conciencia humana, como las dimensiones sensoriales, morales, estéticas o emocionales, por ejemplo. El yoga, por el contrario, afirma la existencia de ciertos caminos concretos que nos aproximan a la experiencia mística.
Por otra parte, el yoga no sólo dispone de herramientas que le permiten investigar científicamente en el dominio del espíritu y en el reino de lo inconsciente sino que también considera necesaria la comprensión racional de las interrelaciones existentes entre la realización mística y las demás regiones de la experiencia humana.
Lamentablemente, sin embargo, el misticismo suele oponerse con demasiada frecuencia a la lógica y a la filosofía, condenando al intelecto como un obstáculo para el logro de la intuición mística. No obstante, según el yoga, la integración total implica todas las facetas de nuestra personalidad, incluyendo tanto los aspectos intelectuales como los emocionales y volitivos. Según el yoga, la lógica y la filosofía clarifican nuestras ideas y amplían nuestra visión y, en ese sentido, constituyen una valiosa ayuda para la autorrealización. El yoga, pues, no prescinde de los aspectos intelectuales de nuestra personalidad sino que sacia nuestro hambre intelectual con la verdad existencial. De este modo, cuando el yogui alcanza la comprensión ontológica el intelecto alcanza la plenitud más allá de sí mismo.
El Yoga Integral sostiene que la percepción mística profunda constituye un poderoso acicate para nuestra creatividad. La realización mística completa consiste en el logro del equilibrio entre la sabiduría, el amor y la acción, la "destreza practica", la acción que brota del equilibrio dinámico en el Ser (brahmi sthiti). Es esa unión con el Ser la que une al practicante del Yoga Integral con la Totalidad de la existencia, con el proceso del mundo impregnando todas sus acciones con el espíritu del amor cósmico y con la visión comprehensiva de la verdad y permitiéndole participar activamente en la vida.
Para el yoga tradicional el objetivo último del misticismo consiste en la unión con el Ser pero establece diferencias entre el misticismo del conocimiento, el misticismo del amor, el de la meditación, el de la acción, etc. Sin embargo, la unión mística puede ser estática o dinámica, parcial o completa. Cuando se centra únicamente en los aspectos atemporales del Ser se alcanza una realización estática preocupada exclusivamente por lo eterno que menosprecia el significado cósmico del tiempo. No obstante, la verdadera unión mística que es el objetivo del Yoga Integral, exige la toma de conciencia simultánea del significado cósmico del tiempo y de la eternidad, de la estructura total del Ser que engloba el poder de la creatividad cósmica (Dios) y la libertad de la trascendencia pura (Nada), una experiencia que confiere una paz y una libertad inefables. La conciencia mística del significado creativo del tiempo nos insta a participar activamente en la vida. Por ello, el yogui integral, asentado en el equilibrio trascendente de lo eterno y comprometido con la evolución, se convierte en vínculo de unión entre el misticismo y lo terrenal, en un portavoz de lo eterno, sensible, al mismo tiempo, a los esfuerzos trascendentes del ser humano.
Pero ¿no es acaso filosóficamente insostenible esta idea de unión mística del hombre con el Infinito? ¿No existe acaso un abismo infranqueable entre lo finito y lo infinito, entre la existencia y la trascendencia?
Según el pensamiento dualista propio de la razón discursiva éste es un gran dilema, pero el yoga es un tipo de misticismo superior que se asienta en una visión no dualista. Para el yoga, polaridades tales como finito e infinito, existencia y trascendencia, por ejemplo, no son, en última instancia, más que distinciones dentro de la unidad comprehensiva del Ser, útiles en la medida en que designan diferentes aspectos interrelacionados del Ser, pero que en modo alguno representan aspectos irreconciliables de la realidad ya que no existe argumento alguno que pueda refutar la estrechísima interrelación existente entre los diferentes aspectos de la realidad.
Desde el punto de vista no dualista del pensamiento hindú, el infinito no es lo opuesto de lo finito sino su núcleo y fundamento más íntimo. Lo finito es una forma de expresión de lo infinito y puede aprehenderlo porque es uno con él. Obviamente, esta comprehensión no consiste en un conocimiento objetal porque cualquier objeto está separado del sujeto, sino que se trata de la aprehensión consciente de aquel sustrato de la existencia en el que sujeto y objeto están unidos. La unión mística no es una relación externa sino una experiencia no relacional en la que se unifican y trascienden tanto el sujeto como el objeto.
El autoconocimiento profundo puede conectar directamente al ser humano con la Trascendencia pura porque lo trascendente constituye también el centro unificador inmanente de su existencia. No cabe la menor duda de que la Trascendencia está más allá de la naturaleza y del hombre, de la materia y del espíritu, pero es indiscutible que también constituye, al mismo tiempo, la unidad esencial en la que todo se unifica. La naturaleza y el hombre son distintas manifestaciones del mismo poder creativo de la Trascendencia, presente, simultáneamente, de un modo dinámico, en la Naturaleza, como fuerza vital universal, y en la profundidad de todo ser humano, como su esencia más íntima.
¿Acaso esta unión mística con la Trascendencia implica la pérdida de la individualidad del místico y su desaparición en las profundidades insondables del Ser? Hay muchos pensadores occidentales y cristianos que consideran, aterrados, la posibilidad de que, en la unión mística, el yo desaparezca, una eventualidad lamentablemente fortalecida por una lógica dual que solo cree en la existencia de extremos polares (o lo individual o lo trascendente). La influencia predominante de la lógica dual aristotélica ha contaminado hasta tal punto la mentalidad occidental que no siempre se ha comprendido adecuadamente el significado de aquella enseñanza en la que Cristo afirma que para alcanzar la vida eterna es necesario perderse uno mismo. La resurrección del espíritu sólo es posible después de haber crucificado al ego. La resurrección de lo eterno y de lo universal solo es posible después de la crucifixión de lo temporal y de lo particular. Cuando un hombre se pierde a sí mismo en el Ser renace de las profundidades del Ser con todo el esplendor de un hijo de Dios. Lo único que desaparece es la individualidad egocéntrica, pero de entre las cenizas del ego resurge el verdadero yo, el hombre cósmico, una personalidad creativa que expresa vívidamente la unidad de toda la existencia. Unificado con el centro de su ser vislumbra el significado del devenir y aúna sus fuerzas con el flujo creativo del devenir, es consciente del poder de la individualidad como fuente de nuevos valores y como determinante significativo del proceso del mundo que coopera libremente con la creatividad cósmica del Ser.
Cuando Cristo dijo: "Mi Padre y Yo somos uno" estaba verbalizando aquella experiencia yóguica en la que el niño que mora en la profundidad del inconsciente humano alcanza su plenitud en un nivel superior gracias al descubrimiento de un principio de unidad y de un poder creativo más profundo. Cuando un vedantista dice: "Yo soy esencialmente uno con el Ser (Brahman)" está hablando de esta experiencia de contacto existencial con lo eterno, una experiencia que hunde sus raíces en la unidad comprehensiva del Ser. Esta experiencia no es sensorial, emocional ni intelectual, es la experiencia de todo su ser como respuesta a la totalidad del universo, la conciencia ontológica que expresa la integración de su personalidad.
Del mismo modo, cuando un raja yogui afirma: "Yo soy uno con el centro más profundo de mi Ser (purusha)", está expreresando su descubrimiento del principio unificador último de la vida, el yo o el espíritu, en el ser humano, por medio del cual el individuo renace en un plano superior de existencia. De esta manera, no sólo es el niño ―su nostalgia de reunión con el Ser― el que alcanza la plenitud, sino que la integración de su personalidad le permite experimentar una dimensión más profunda y unificada de la realidad. El fuego eterno de la vida integra los aspectos intelectuales, emocionales, discursivos e intuitivos divergentes de nuestra personalidad, nos permite recuperar la frescura y espontaneidad de la infancia y nos brinda la posibilidad de renacer como niños, como verdaderos hijos de Dios.