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Extractos - Jeff Foster

Tú eres la aceptación misma

Por Jeff Foster

¡Tú!

Jeff Foster

¿Qué es la Presencia? La Presencia es la intensa sensación que tenemos de estar vivos, de existir, aquí y ahora. Es el campo vivo del Yo Soy que nunca viene ni va, y del cual incluso Yo Soy ya es una traducción hecha por la mente.

Pensamientos, sensaciones, sentimientos, sonidos, olores, todo tipo de estados y experiencias tanto mundanas como profundas... Todo ello ha estado yendo y viniendo en tu vida, pero tu Presencia jamás ha llegado ni se ha ido, jamás ha aparecido o desaparecido. Es el telón de fondo silencioso e inmutable de toda experiencia, el vasto océano del Tú, firme y constante en medio de todas las olas del mundo manifiesto que se elevan y se disuelven.

Tú, en el más íntimo sentido de la palabra. Tú, tal y como siempre te has conocido, más cerca de ti mismo que tu propia respiración. El Tú que estaba presente cuando tomaste tu primer aliento, que estará presente cuando exhales el último, que está presente en cada inhalación y en cada exhalación.

Presente cuando diste tus primeros pasos y cuando des los últimos. Presente en tu primer día de colegio, el día de tu boda y cuando sostuviste la mano de tu abuelo por última vez. Tú, anterior incluso a la palabra tú. Incognoscible para el pensamiento, imposible de conceptualizar y, sin embargo, lo que has conocido siempre más profundamente de lo que hayas podido conocer cualquier otra cosa. Lo único indudable, lo único que nunca has sido capaz de poner en palabras aunque siempre las has tenido en la punta de la lengua; la única cosa que no es una cosa en absoluto.

El Tú que reconoces en todas las personas con las que te encuentras. La condición previa mediante la cual has podido conocer todo lo demás. Indudable, ya que incluso a la duda se le permite ir y venir en su seno.

Lo que siempre has estado buscando, lo que siempre ha estado presente a lo largo de toda tu búsqueda, de todo tu sufrimiento y tu anhelo de unión.

Tu verdadero Hogar, tu más profunda sensación de descanso, tu amado. Siempre ha sido Tú.

 

Eres la aceptación misma

Imagina una pantalla de cine perfecta.

Nunca desaparece. Siempre está presente, siempre encendida. Permite que se proyecten en ella todo tipo de películas ―de guerra, de miedo, de suspense, comedias, dramas, etc.―; la pantalla ofrece un hogar que las acoge a todas ellas. Las películas vienen y van, pero, la pantalla siempre está ahí. Nunca se ve dañada, lastimada o traumatizada, ni siquiera con las películas más violentas o intensas. Es pura seguridad. Es amor incondicional.

Cuando estás viendo una película y te ves absorbido por la historia increíble que te cuenta, nunca eres consciente de la pantalla; te dejas arrastrar por la trama. Van cambiando las localizaciones, los escenarios. Puedes ir hacia delante o hacia atrás en el tiempo. Los personajes nacen y mueren. Estallan guerras, se derraman lágrimas, se establecen y se rompen alianzas entre los personajes. Pero todo esto ocurre en una pantalla que nunca cambia, que nunca se mueve, que nunca viaja a través del tiempo; una pantalla que nunca ha nacido y que nunca muere. Lo único que es verdaderamente esencial ―la pantalla inmutable― nunca forma parte de la historia. Y sin embargo, sin esa pantalla, no podría haber absolutamente ninguna historia.

Cuando sales del cine, puede que pienses que has estado viendo una película, pero en realidad solo estuviste viendo una pantalla que nunca se movió de su sitio. Estuviste mirando fijamente algo que nunca cambió, que nunca hizo nada en absoluto, que no tenía ninguna historia propia. Y sin embargo, al mismo tiempo, sentiste que te embarcabas en un viaje maravilloso a través del tiempo y del espacio.

Esta es la paradoja de nuestra vida. Viajamos, pero jamás nos movemos.

Esta pantalla viviente es lo que tú eres en realidad. Pura consciencia anterior a todo concepto ―incluso al concepto de consciencia―. Una presencia constante, una constancia presente. La película ―toda esa danza interminable de conceptos, pensamientos, sensaciones, sonidos, imágenes, recuerdos, percepciones e impulsos― aparece y desaparece en su totalidad en tu abrazo eterno y atemporal. La película está cambiando constantemente, pero tú siempre permaneces inmutable; nunca formas parte de ella pero siempre la permites; estás anclado en el aquí y el ahora, radicalmente abierto a la siguiente escena sin importar cuál sea.

No puedes aceptar nada, porque ya eres la aceptación misma; pura receptividad, momento a momento. Y una invitación, una invocación: Ven, mundo. Surge en mí.