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Extractos - José María Doria

Transpersonal

Transpersonal

Por José María Doria

¿Qué significado tiene el término «transpersonal»?

Se trata de una pregunta frecuente en el entorno de vanguardia evolutiva. Pues bien, así como cuando hablamos de «transatlántico» nos referimos a un espacio que va más allá del Atlántico, es decir, un espacio que atraviesa y trasciende a este, a su vez el término «transpersonal» hace referencia a lo que se halla más allá del nivel personal, es decir, un espacio que va más allá de la persona, entendida esta como el personaje o «máscara» que constituye la identidad ordinaria.

Y de la misma forma que somos capaces de cartografiar cualquier territorio de nuestra geografía, también el ser humano a través de la autoindagación ha cartografiado tres niveles fundamentales de consciencia. El primero corresponde al nivel del niño en la denominada «preconsciencia». El segundo da un paso adelante en el adulto que habita en la consciencia. Y el tercero corona la escalera en el nivel transpersonal de la «supraconsciencia», un nivel que se vivencia desde la «percepción no-dual», en la que se trasciende la separación y el dualismo del «yo persona». Toda una escalera de la consciencia o proceso evolutivo en tres tramos, en el que cada capa de la cebolla conlleva una mayor amplitud y profundidad de la mirada.

En realidad, como ya dijimos al principio, si nos preguntan a qué sabe una manzana, lo más seguro es que respondamos: ¡muérdela y luego hablamos! Pues, de la misma forma, lo transpersonal en sí no deja de ser una abstracción metafísica para quien no haya registrado previamente algún atisbo de tal nivel o vivencia.

Cada día resultan menos raros los testimonios de experiencias difícilmente explicables a causa de la abstracción e inefabilidad de las mismas: «Pareció pararse el tiempo...», «Sentía un amor incondicional y sin fronteras...», «De pronto me inundó una paz tan plena que no podía decir otra cosa que “¡Gracias!, ¡Gracias!”, al tiempo que rodaban lágrimas por mis mejillas...», «Una gran certeza llenaba todo mi ser, mientras veía todas las cosas unidas por la misma esencia y, sin embargo, cada cosa era cada cosa...», «Aquella unión sobrecogió mi alma, sentía una quietud sin palabras...», «En aquel instante perdoné, cayeron mis resentimientos, el perdón inundó mi ser y sentí amor infinito hacia todas las personas...».

Posiblemente reconozcamos tales estados y lo más probable es que, si alguna vez estos nos visitaron, duraron muy poco y además dejaron a nuestra persona envuelta en gratitud y nostalgia. Pues bien, tales estados están más allá del nivel «yo persona», y es precisamente por ello por lo que se denominan «transpersonales». Es decir, brotan de un espacio que se encuentra más allá del nivel pensante y de la mente lógica. Y así como dicho nivel persona hace referencia al ámbito de la personalidad, por su parte lo transpersonal hace referencia a una dimensión más allá de la razón y del ego, es decir, transrracional y transegoica. Se trata de un estado no-dual y paradójico que puede ser vivenciado cuando se trasciende ese personaje limitado que figura en nuestro DNI y que vive en lo profundo de una cápsula llamada «yo», separada de otras cápsulas.

En verdad, el ámbito transpersonal señala a la conciencia oceánica. Es decir, un espacio de atestiguación y «darse cuenta» que conlleva el íntimo despliegue de una neutral y desapegada observación de los procesos internos del nivel persona. Se trata de un espacio que permite darse cuenta de que nos estamos dando cuenta. Tal estado de atestiguación es un logro evolutivo de los que devienen conscientes de sí mismos y, en consecuencia, se hallan en el proceso de despertar la plena consciencia.

De la misma forma que se abre una flor, se abre también el nivel transpersonal de consciencia. Es decir, cuando llega su momento. Y es entonces cuando se comprende mejor la famosa alegoría de la caverna de Platón. Se trata de imágenes irreales desde las que configuramos un mundo ilusorio basado en proyecciones de los cambiantes estados de la persona. El mito concluye diciendo que tan solo «saliendo de la caverna», es decir, atravesando el nivel persona y ampliando la consciencia al nivel transpersonal, nos tornamos plenamente conscientes de lo Real con mayúscula.

El término «transpersonal» designa el ámbito espiritual desde su verdadera perspectiva, es decir, desde lo que trasciende a las creencias religiosas. «Transpersonal» o espiritual son términos que, al igual que el nombre de «Dios», no son propiedad de ninguna religión o doctrina. Se trata de conceptos que pueden pronunciarse sin temor de parecer etiquetados por pertenecer a una religión o secta. Téngase en cuenta que en este nivel transpersonal, tanto la vivencia espiritual como el sentimiento de «un algo más grande» que nos trasciende están más allá de toda ideología o psicología.

La espiritualidad trasciende la religión y es patrimonio de una humanidad universal sin demarcaciones doctrinarias o creencias excluyentes. Por ello la espiritualidad no se fabrica en la cabeza, sino gracias al corazón y a la coherencia. En realidad el término «transpersonal» hace referencia al ámbito de lo sagrado, un ámbito que va más allá de teorías filosóficas, de la moral y de una actitud de juicio que premia y castiga.

«Dios no existe, ES». Bien sabemos que el espíritu es una vivencia, una vivencia inefable que los místicos de todos los tiempos han sentido en su interior, tratándola de expresar como unidad, amor incondicional y paz profunda. Una vivencia que nada tiene que ver con los fenómenos paranormales o la magia de las religiones primitivas. Verdaderamente las vivencias transpersonales no enredan a quien las tiene con flecos emocionales de dependencia hacia dioses o diosas que anuncian experiencias venideras. La experiencia transpersonal es denominada por la psicología transpersonal como «experiencia cumbre» por señalar totalidad, infinitud y certeza, aspectos que pueden aparecer con entrenamiento interno o incluso como regalos inesperados de la gracia.

«La mente crea el puente, pero es el corazón el que lo cruza».
Nisargadata

Fuente: José María Doria. Las 40 puertas (La Esfera de los libros, 2016)