Extractos - Benigno Morilla
Sentir lo que somos
Por Benigno Morilla(Un texto creado por el autor para ser leído ante un grupo de estudiantes)
Elaboré este ejercicio a raíz de que un estudiante me comentara que encontraba difícil sentir su ser.
En este instante me estáis viendo. Es gracias al sentido de la vista. Pero, probablemente, no os deis cuenta de este sentido porque estáis distraídos pensando algo sobre lo que veis. ¿Podrías pensar sobre lo que veis si no tuvierais el sentido de la vista?
En este instante me estáis escuchando. Es gracias al sentido del oído. Pero, probablemente, no os deis cuenta de que estáis usando este sentido porque estáis atentos al contenido de lo que digo. ¿Podrías entender si, previamente a vuestras elucubraciones sobre lo que digo, no dispusierais del sentido del oído?
En este instante puede que, por prestar atención a mis palabras, no estéis percibiendo ningún olor. Pero si dejáis de escucharme y, decididamente, tratáis de captar algún olor en vuestro entorno, enseguida percibiréis, con mayor o menor intensidad, un perfume, un aroma... un olor. No os habíais percatado del olor porque, a causa de vuestra atención sobre el contenido de mis palabras, habíais desatendido vuestro sentido del olfato. Pero este está presente, en todo momento, informándoos.
En este instante os invito a que toméis conciencia del sabor que sentís en vuestra boca. Tratad de catalogarlo... ¿Sentís un sabor ácido, dulce, amargo? ¿Sentís que es insípido? Si os concentráis en lo que os pido tendréis una respuesta. Ahora lo advertís porque, al concentraros sobre el sentido del gusto habéis dejado de pensar, por un momento, en lo que yo estaba diciendo.
En este instante, si prestáis atención, podéis fijaros en la posición de vuestro cuerpo sobre la silla. ¿Estáis realmente cómodos? Si ponéis atención, veréis que podéis corregir la postura para sentiros mejor. ¿Hay alguna parte que recibe demasiado peso? ¿Os duele, aunque sea levemente, alguna parte de vuestro cuerpo?¿Sentís en todo el cuerpo la misma sensación? Ahora que os detenéis a observar vuestra posición en la silla, percibís la sensación correspondiente gracias a vuestro sentido kinestésico; el encargado de registrar las sensaciones corporales. Quizás, antes, alguna zona del cuerpo estaba incómoda, pero la atención puesta en lo que estaba diciendo evitó incrementar su atención.
Proseguimos: ¿No poseéis un sentido del espacio y de la orientación que os permite desplazaros sin tropiezos además de evaluar, ahora, vuestros movimientos en esta sala? ¿No tenéis un sentido del tiempo que os hace percibir a grandes rasgos e, inconscientemente, el tiempo cronológico? ¿Tenéis estos sentidos o, más bien, no les estáis prestando atención?
Pregunto: ¿Tenéis frío, tenéis calor, tenéis calor en alguna parte del cuerpo y en otras sentís más frío? ¿Estáis destemplados? ¿Os encontráis bien? Mientras escucháis concentrados no percibís estas sensaciones pero, en cuanto vuestra mente se centra en ellas, descubrís vuestro sentido de la temperatura, ¿Podríais vivir sin él? Sin él moriríamos, nos abrasaríamos literalmente sin advertencia alguna frente al fuego, o nos helaríamos hasta la muerte en lo alto de una montaña. Obviamente, no estáis todo el día pendientes del frío o del calor, hasta que el calor o el frío se hacen sentir. Entonces, ¿sentís o no sentís el calor y el frío, o bien una sensación tibia? ¿Por qué cuando centráis vuestra mente sobre un sentido os dais cuenta de él y cuando no pensáis en él no lo advertís? Será porque la atención es como una batuta que dirige la orquesta de las percepciones. Ahora bien, si creemos no sentir porque estamos pensando en otra cosa, ¿podemos decir que no sentimos nada en ese momento, es decir, que carecemos de la capacidad de sentir?
Los científicos nos dicen que más del 95% de nuestro consumo de energía se debe al mantenimiento de nuestro equilibrio en tanto que somos “Homus erectus” advenedizos y, por tanto, con grandes dificultades para mantenernos erguidos. Así y con todo, si os desequilibráis ligeramente, el cuerpo, sin mediar pensamiento alguno, se moverá para reequilibrarse. Sí, poseemos un extraordinario sentido del equilibrio.
Lo sentido hacia nuestro interior, y no a través de los sentidos orientados hacia el exterior, se denomina “priocepción”.
¿Qué sentís ahora en el interior de vuestro cuerpo? ¿Sentís lleno el estómago? ¿Está vacío? ¿Tenéis hambre? ¿Sed? ¿Un poco de acidez? ¿Cómo sentís la respiración? ¿Es profunda, entrecortada? ¿Sentís vuestro pulso en alguna parte del cuerpo? ¿Una parte del cuerpo duele o causa alguna molestia? ¿Os sentís tensos... o relajados? ¿Sentís alguna parte del cuerpo más tensa que otra?
Y emocionalmente, ¿como os sentís?
¿Contentos?, ¿enfadados?, ¿nerviosos?, ¿entusiasmados?, ¿aburridos?, ¿serenos?, ¿concentrados?, ¿dispersos?, ¿alegres?, ¿inquietos?, ¿intranquilos?, ¿ansiosos?, ¿atentos?
En todo momento está operando “lo sentido”, produciendo sentimientos y sensaciones. Cada pensamiento va acompañado de una contraparte sentiente, es decir, que siente.
Desde nuestra vivencia como cuerpos experimentamos un sentimiento de fondo en forma de “miedo sutil” relacionado con el hecho de que hemos de morir tarde o temprano, quizá muy pronto, quién sabe... El miedo se siente. Y el cortejo de fantasmas que van con él, también. Se llaman: angustia, ataques de pánico, ansiedad... etc.
Tenéis gustos musicales y podéis explicarlos a través de conceptos. Pero la música es captada principalmente por el sentido de la música. Cierto es que podemos cultivar, es decir, refinar el oído, pero llevamos dentro de nosotros el sentido de la música. Nadie acepta a un cantante que desafine. Esta es una regla universal. Nadie nos lo ha enseñado; en nosotros, en forma de sustrato, se encuentra el sentido musical, por cierto, muy parejo al matemático. Tenéis, en mayor o menor grado, sentido de la melodía y del ritmo. Vuestro refinamiento y cultura musical os ampliará el arco de percepción musical permitiendo advertir matices que anteriormente parecían ausentes, pero el sentido primordial de la música es innato.
Centrémonos ahora en “lo sentido” en un ámbito más profundo que el psicofísico. Pongamos por caso una cualidad esencial: la justicia.
Sois espectadores de un acto injusto, por ejemplo, una estafa y sentís repudio ante este hecho. ¿Cómo ha “funcionado” vuestro mecanismo reactivo ante esta injusticia? Puede que hayáis “pensado” que no es lícito engañar a nadie. Podéis haber pensado que el estafador es un ser despreciable porque ha infringido las normas de convivencia o de la moral, o cuestiones similares. Pero estos pensamientos que pueden ser válidos hasta cierto punto se han articulado gracias a un sentido previo de la justicia (la Idea de Justicia que diría Platón), del que derivan todas las conclusiones morales y teorías sociales posteriores –algunas de ellas contradictorias entre sí, lo que demuestra la limitación de su articulación conceptual-. En efecto, algunos conceptos de justicia pueden no estar en concordancia con el sentido profundo de la justicia. Creo que esto resulta obvio en la pena de muerte, es decir, cuando se mata a alguien por haber matado a otro. Para poder llevar a cabo tal contradicción, por fuerza se ha de recurrir a un cúmulo de argumentaciones sobreimpuestas y ajenas al sentido de justicia. (Por ejemplo, el verdugo no debe sentir y, para ello, anestesia sus sentimientos con el pensamiento de que está contribuyendo al cumplimiento de la ley, es decir, está matando a alguien para hacer un bien). Pero, más allá de estas contradicciones conceptuales, lo que nos interesa ahora es comprender que el sentimiento de justicia estaba ahí, en una primera instancia; era anterior a las argumentaciones (casi todas de orden antropológico), como lo estaba vuestro sentido del olfato a pesar de que no fuerais conscientes de él anteriormente por causa de que intentabais seguir mis argumentos.
Entonces, ¿podemos afirmar que no sentimos? Sólo podemos decir, en todo caso, que no advertimos cuán mucho sentimos y que no nos percatamos de ello. Lo sentido es anterior a lo pensado, aunque le hayamos concedido al pensamiento el trono y el cetro que, en realidad, no es suyo.
Veamos otro ejemplo, aparentemente baladí:
Imaginaos que tengo una hermosa flor entre mis manos y os la doy a oler.
¿Qué sucede entonces?
La oléis. Es decir, ponéis toda la atención en vuestro sentido olfativo. Incluso inspiráis con más fuerza que de costumbre. Sentís el perfume de la flor. A continuación comentaréis si os agrada o si os desagrada. Si os pido que me expliquéis por qué os agrada u os desagrada, explicaréis los porqués y si es necesario expresaréis cuanto pensáis acerca de ese perfume. Es decir, lo pondréis en relación con los contenidos mentales afines al perfume que poseéis. Si seguís los pasos de Marcel Proust, incluso podéis escribir una novela a partir de lo que habéis sentido oliendo la flor... Digo esto porque, con los recuerdos que evoca el sabor de una magdalena, comienza, de hecho, el famoso libro de Proust En busca del tiempo perdido.
¿Qué sucedió entonces, realmente? pues que mientras hacíais razonamientos sobre lo que habéis olido, habías olvidado el olor. Al ejercitar el pensamiento habías dejado hasta cierto punto de lado el sentido del olfato. Digo hasta cierto punto porque, en realidad, no habías dejado de oler la flor en ningún momento. Y si queréis hacer consciente de nuevo el olor de la flor bastará con poner la atención sobre su aroma.
Entonces, si me habéis seguido hasta aquí, comprended que será más grande mi extrañeza si afirmáis que es difícil oler una flor.
Pues bien, sentir el Ser es tan fácil como oler una flor.
Sentid, ahora, que sois.
Poned toda la atención en el hecho de Ser.
Sentid que sois, sin más.
Si un pensamiento interrumpe la atención de ser, volved a sentir que sois.
Yo soy.
Yo..., Yo.
Siento únicamente “Yo..., Yo”.
Dos o tres minutos en silencio.
Yo..., Yo Soy.
Cuando experimentamos el Ser, que es el hecho de ser sentido en primera persona como “Yo Soy”, y lo sentimos sin luego añadirle ningún calificativo a esa sensación, somos, entonces, ya, El Ser. Nos hemos hecho uno con Él y, por lo tanto, hemos llegado al final de una búsqueda. Toda búsqueda es la búsqueda del Ser. No hay otra, aunque digamos simbólicamente que buscamos el Santo Grial o la Piedra Filosofal. El Ser buscó al Ser, se buscó a Sí Mismo. Primero hizo peregrinaciones a lugares santos; finalmente, cansado de vagar de peregrinación en peregrinación, se detuvo, se giró del exterior al interior para sentir el verdadero lugar santo de peregrinación: el centro que se encuentra en el corazón de cada peregrino.
Al sentir el Ser sin sobreimponerle atributo alguno y conscientes de lo que ello significa, hemos hecho el final de un largo viaje en el que, paradójicamente, para encontrar lo buscado no había que hacer ningún viaje. Una vez conscientes de esta feliz realidad, no queda más que zambullirse en la sensación “Yo Soy” lo más habitualmente posible.
Ahora bien: cuidado con las palabras. No podemos decir que hemos encontrado el Ser, porque somos Él. El Ser no se encuentra a Sí Mismo. Más bien sucede que, lo que creíamos que era el yo buscando, se ha convertido en el verdadero Yo siendo. Sentir “Yo Soy”, y nada más, es lo más básico que podemos hacer. Lo más básico; también lo más abisal... ¡y lo más íntimo! Al sentir el Ser hemos llegado a la ribera del Yo Supremo.
Si anteriormente no habíamos sido conscientes de Él fue porque habíamos trasladado el sentimiento de ser a un espacio mental donde “ser” fue pensado como “algo” fuera de nosotros (el Ser nominalizado, substantivado, separado).
Por eso nos parecía difícil llegar hasta Él. Y desde nuestra posición realmente era más que improbo porque habíamos ubicado el “yo” fuera de sí mismo. Parecíamos un perro que intentaba morderse la cola girando sobre sí. ¡Así sí que es imposible alcanzarse a sí mismo!
En resumen: en realidad, debemos aceptar, tras investigar a fondo, que hay un único Sí mismo, el Yo Original que es la fuente de todo lo percibido. Los reflejos de este Yo brillan en la mente y en el cuerpo haciéndonos creer que son un yo verdadero. Este yo reflejado, busca al verdadero Yo en un empeño imposible. No hay tal dualidad. No había más que sentir el Ser como Yo Soy y sin añadirle el menor calificativo.
Los grandes maestros nos aseguran que, tras permanecer largo tiempo en el sentimiento de Ser sin atributos, finalmente nos sentimos absorbidos totalmente por Él. Este es el punto final.
Aunque no seamos “maestros realizados”, podemos dar fe de lo siguiente: desde el sentido “Yo Soy” comienzan a sucederse grandes transformaciones en la esfera psicológica.
Al dejar de ubicar la fuente del “yo” en la mente y el cuerpo, automáticamente brota la observación desapegada de uno mismo y del mundo; un descondicionamiento; una des- identificación con nuestros agregados.
Desde esa posición no hay que reformar la mente desde la mente. Desde el sentimiento “Yo Soy” surge espontáneamente el orden correcto. También la visión clara de nuestros errores psicológicos, que ahora comprendemos que eran debidos a una perspectiva inadecuada de la realidad. (Éramos un “yo” aislado en un mundo “fuera de nosotros”.)
Desde la perspectiva de Ser sin atributos surge la inspiración, la visión directa sin prejuicios, no filtrada por los clichés y las creencias, sean religiosas o de cualquier otra índole; una respuesta que se encuentra más allá de los códigos morales preestablecidos o de las ideologías estereotipadas.
Desde esa perspectiva advertimos la singularidad de cada parte que compone el Todo al mismo tiempo que percibimos su enraizamiento en un único Ser.
Desde el verdadero centro, el Ser, que es por definición “Conciencia”, no podemos dejar de obrar siempre “en conciencia”, es decir, en función de lo que nuestro “Intimo-corazón nos dicta en cada momento.
Desde el sentimiento de Ser, que es la Presencia en nosotros, surge un suave afecto hacia todos ya que estamos iluminados por la misma Presencia.
Recapitulando: sentir el Ser es tan fácil como oler una flor.
Eso sí, por causa de una inercia milenaria, tras sentirlo (siendo, sin más) surgirán mil pensamientos como surgieron los pensamientos en relación al perfume de la flor o a la magdalena de Proust. Instalados de nuevo en la mente y en el “Yo” reflejado en la mente, volveremos a hablar del Ser desde los pensamientos. No importa. Cada vez que nos demos cuenta de que nos hemos exiliado de nuevo al mundo de la mente, podremos regresar a nuestro Ser Indiviso tan sólo con sentir nuevamente “Yo Soy” sin añadir ninguna idea a esa sensación.