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Extractos - Richard Sylvester

Religión y muerte

Por Richard Sylvester
Richard Sylvester

Interlocutor: ¿Cómo se puede saber qué ocurre después de la muerte?

Richard: Preguntándoselo a alguien que haya muerto.

Anoche soñé que estaba cenando en un restaurante con un amigo. Pedimos la cuenta, pero antes de que nos la trajeran yo me levanté y me fui. ¿Tuvo que pagar mi amigo mi parte de la cuenta?

Es fácil comprender que la pregunta es absurda. Lo mismo ocurre con la pregunta «¿Qué me ocurrirá después de la muerte?». La cuestión desaparece cuando se ve que solo soy un personaje soñado. Se comprende entonces que no hay un «yo» que muera, no hay un «después» porque el tiempo solo es creado por la mente soñada, y no hay «muerte» porque la muerte es simplemente el despertar del sueño.

Si ahí hubiera alguien que pudiera elegir no preocuparse, yo le diría «No te preocupes, todo irá bien».

Pero la mente no puede imaginar su propia aniquilación. Enfrentada con el sueño, que es una muerte aparente, la mente elabora sofisticadas teorías sobre la continuidad de su propia existencia tras la verdadera muerte. Todas esas fantasías son como respuestas a la pregunta de quién paga la cuenta del soñador que se marcha antes de que la traigan. La mayoría ofrece algún tipo de recompensa para una vida bien vivida, sea eso lo que sea, y castigo para una vida dedicada a hacer el mal. Son historias seductoras e intimidantes, ya que, por un lado, nos prometen enormes riquezas espirituales, pero, por otro, nos amenazan con grandes tormentos.

De hecho, hay millones de esas historias porque cada una es única para el particular personaje soñado que la padece. Mi versión de la salvación a través de la sangre del cordero será diferente de la tuya. Tú versión de la reencarnación como un dios, un ser humano, un animal, un fantasma hambriento o un demonio, será diferente de aquella del budista que medita sentado junto a ti.

La mayor parte de las fantasías que la mente imagina en torno a la muerte tienen unos cuantos puntos en común. Hay reglas que obedecer y prácticas que llevar a cabo. Hay malas acciones que deben ser evitadas y otras buenas que hay que realizar. Hay determinadas recompensas que se deben alcanzar, siguiendo las normas del pastor, el cura, el lama, el yogui o el swami y para justificar esas normas se invoca a Buda, a Jesús o a Krishna. Hay amenazas de futuros castigos —a menudo incluso de crueles torturas— para impulsarte a seguir por el buen camino. En algunas interpretaciones de esas historias, por ejemplo las del cristianismo, esos castigos duran toda la eternidad. En otras versiones ligeramente más compasivas, como las budistas, solo duran un tiempo inimaginablemente largo. Y en la mayor parte de ellas no es necesario asaltar un convento de monjas o asistir a una orgía completamente drogado para destruir las posibilidades de tener una post-vida feliz. En muchos casos el simple hecho de bailar un domingo puede ser bastante para acabar con ellas.

La estructura de algunas mentes puede incluso manifestar la aparición de duendes, fantasmas, espectros y espíritus. Eso las ayuda a convencerse de que perdurarán después de la muerte.

Para muchos buscadores, la teoría del karma y la reencarnación es la más plausible de las fantasías en torno a la muerte. Resulta particularmente convincente para las mentes que aman la justicia porque hace que todo parezca más equitativo y, de ese modo, el sufrimiento personal se hace más llevadero.

La teoría del karma sostiene que cada una de las acciones y pensamientos produce un fruto exactamente acorde a su naturaleza. Pero no es fácil estar de acuerdo con eso porque es obvio que, a menudo, «los malos» prosperan y «los buenos» cargan con un montón de sufrimiento. Debido a ello, la teoría del karma suele ir acompañada de la de la reencarnación. Entre las dos explican y descartan cada aparente injusticia, desde las deformidades de nacimiento a los millones amasados por los déspotas o a las piernas rotas de alguien que inesperadamente tropieza y cae rodando por unas escaleras. Por eso resultan tan satisfactorias para la mente. «Si el que abusa de mí en esta vida prospera, en la próxima, cuando renazca convertido en un sapo, sufrirá. Ya que mi ascetismo y mi generoso sacrificio personal no son recompensados en esta vida, al menos es posible que disfrute de una reencarnación ventajosa. Quizás renazca dotado de un aura potente, dorada, que atraiga a una multitud de seguidores a los que pueda enseñar cómo alcanzar la iluminación».

La teoría del karma y la reencarnación se basa en la creencia de la persona en la acción volitiva, es decir, en su capacidad de tomar decisiones, de ejercitar el libre albedrío. Cuando se ve que no hay nadie, se ve también que no hay ninguna posibilidad de que se produzca una acción volitiva, que no hay nadie que tome ninguna decisión de ningún tipo. Cuando se ve que toda acción aparente se manifiesta desde la nada, sin la intervención de ningún tipo de voluntad, causa y efecto desaparecen.

Ahora bien, si lo que deseamos es una explicación del sufrimiento personal que satisfaga a la mente, tenemos a nuestra disposición un enorme muestrario de creencias religiosas entre las que podemos elegir. Hay suficientes religiones para complacer todos los gustos, desde los gustos más austeros hasta los más solemnes. Podemos vestirnos con harapos y flagelarnos la espalda con un látigo o engalanarnos con túnicas de seda y deleitar nuestros ojos con estatuas doradas. Podemos encumbrar a esos hombres y mujeres célibes que nos instruyen sobre cómo debemos conducir nuestra vida sexual o aspirar a un paraíso en el que podamos observar alegremente cómo nuestros enemigos se calcinan en el infierno.

Existen incluso religiones seculares como «Salvar al Planeta» o el «socialismo». Y también podemos combinar las seculares con las espirituales e inventar nuestra propia religión como la «política trascendental», el «budismo psicoterapéutico» o el «ecologismo tántrico».

Cualquier religión puede ser capaz de satisfacer nuestro deseo de propósito y significado y ofrecer una explicación del sufrimiento personal. Pero todo eso no tiene absolutamente nada que ver con la liberación.