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Extractos - Willigis Jäger

Claustro

Religión y espiritualidad

Por Willigis Jäger

Los términos espiritualidad, mística, esoterismo se aplican a todo Camino religioso que conduce al ser humano a la experiencia de lo numinoso. A menudo utilizo la palabra esoterismo, en lugar de mística, porque aquí no se trata de una aceptación exterior, o sea exotérica, de verdades, sino de una experiencia interior, imposible de reemplazar por algo exterior. Se trata de la experiencia de aquello que se enuncia en los credos, dogmas y rituales. Este nivel, en occidente, suele llamarse hoy día transpersonal. También recibe el nombre de experiencia cumbre. En el cristianismo, el nivel más alto se llama unio mystica o contemplación; en el zen, satori o kensho; en el yoga, samadhi.

Denomino espiritualidad transconfesional a la experiencia directa de la Realidad primera, la que puede prescindir de la confesión o de una persona para transmitir el contacto con Ella. Toda gran religión se basa en fundadores visionarios. Todos los grandes libros ―los Vedas, el Canon Pali del budismo, la Biblia, el Corán―, se basan en experiencias místicas que fueron convirtiéndose en religiones, iglesias y comunidades. Las experiencias de los profetas y místicos han ido cristalizando en formulaciones de fe y en rituales, pasando de generación en generación. Hay, por supuesto, otros elementos que han contribuido a la fundación de las religiones, pero siempre han sido un factor esencial las experiencias originarias de sus así llamados fundadores.

El concepto confesión o religión se utiliza en el sentido de una creencia en una fe determinada y estipulada, como por ejemplo la fe cristiana, budista, hinduista o musulmana. Con frecuencia, el concepto de religión va ligado a la proclamación de poseer la fe correcta; esto ocurre sobre todo en las religiones teístas, que pretenden ser las únicas auténticas, poseedoras exclusivas de la verdad. Toda confesión crea fronteras, por esta pretensión de exclusividad.

Las confesiones, a lo largo de la historia, han estado siempre muy dispuestas a excomulgar y a quemar en las hogueras a los discrepantes. La mayoría de los místicos de las religiones teístas tuvieron problemas con las instituciones, viéndose en la necesidad de reformular sus experiencias siempre que deseaban hablar de ellas. Sigue vigente hoy en día la opinión de Rudolf Otto sobre los teólogos y sofistas al decir que, cuando caían en sus manos declaraciones místicas, las convertían a menudo en bobadas tales que quitaban el aliento a cualquier religión.

Resulta posible que las religiones pierdan totalmente el vínculo con sus fuentes espirituales. Mi maestro japonés denominaba a este tipo de religión: religión infantil. Esas religiones miran hacia el exterior, de donde esperan recibir ayuda. Se pueden convertir casi en instituciones seculares, entrometiéndose, en su pretensión de poder espiritual, en la consciencia individual y hasta en la política y los negocios.

Las religiones deberán crecer al mismo ritmo que la concepción actual del mundo. El proceso de aparición de la religiosidad transconfesional se divide en diferentes etapas. La etapa primera va acompañada de un caer en la cuenta de que existen una naturaleza y unas formas arquetípicas que no se pueden percibir en el nivel de consciencia cotidiana. Constituyen una fuente impresionante de informaciones y mensajes, tanto para el individuo como para su entorno. Las experiencias provienen de una dimensión radicalmente diferente y pertenecen a un orden distinto de realidad.

La experiencia espiritual, o mística auténtica, consiste en la experiencia de unidad con el proceso cósmico. Es una experiencia muy sutil, transracional, de la realidad cotidiana, donde se disuelven las fronteras que la estructura de nuestro yo fabrica constantemente. La realidad que la persona ve, escucha y reconoce con sus sentidos aparece como manifestación de una Realidad cósmica inefable. El mundo aparece como nuevo y su definición será radicalmente nueva gracias a esta otra dimensión añadida.

En esta experiencia lo personal se ve relegado y tan sólo existe un Uno capaz de decir Yo: el Principio primero. Experiencia transconfesional significa unidad con este Principio, y desde la experiencia de unidad es posible decir: Yo soy eso, Yo soy Dios, o sea, cualquier nombre que la persona quiera dar a esa Realidad originaria. No es otra cosa que lo que Eckhart denomina la experiencia de la divinidad, que comienza en el momento en que la idea de Dios ha muerto. Por ello pido a Dios que me libre de Dios, porque mi ser esencial está por encima de Dios. Y también: Por eso le pedimos a Dios que nos despojemos de Dios y aprehendamos la Verdad, gozándola eternamente allí donde los ángeles supremos y la mosca y el alma son iguales.

En la actualidad se perfilan claramente los comienzos de esa religiosidad cósmica. Pero, en una primera fase, como en realidad siempre ha sucedido, ésta sólo podrá apoyarse en los heréticos, en los tontos santos, sabios y anticonformistas. Pasará todavía algún tiempo hasta que la especie humana sea capaz de entender que su forma actual no es más que una forma de juego temporal e impermanente de Dios, y pueda experimentar su ser auténtico como naturaleza de Dios.

El dualismo de occidente

¿Por qué entraron en crisis las religiones? Quisiera hablar de unos aspectos básicos que en mi opinión llevaron a esta crisis, especialmente en lo que se refiere a las religiones teístas.

Primeramente, nos encontramos con la concepción dualista de la Realidad, y ese dualismo prevalece en todos los ámbitos del pensamiento occidental: en la religión, las ciencias, la filosofía. El problema del cristianismo y, con él, de todo el occidente, radica en la separación entre Dios y el mundo. En el ámbito cultural mediterráneo se seguía el dualismo filosófico que fomentaron Aristóteles y sus seguidores. Tanto la teología como la filosofía y, así como nuestra cultura y visión del mundo, se ven influenciados por el aristotelismo. Aristóteles conoce casi exclusivamente a un Dios entronizado, más allá de todo y al que hay que elevarse. No es el Dios que es en todo, sino el culmen de la creación; no está en ella. Él es la meta hacia donde todo se dirige, pero Él no se integra en la creación. Las cosas no provienen de Dios, sino que fluyen hacia Él. Su Dios no es esa plenitud desbordante que se manifiesta como creación misma. Ese Dios tan alejado del mundo, que existe, por así decir, en el exterior del cosmos, dio lugar a una libertad e independencia mal entendidas, que dio lugar a una arrogancia absurda del hombre en su trato con este mundo.

Alberto el Grande y, en especial, Tomás de Aquino y la neoescolástica influyen en gran medida en la religión cristiana a través de esta filosofía aristotélica. La fuerte influencia del dualismo se plasma en todas y cada una de las diferentes ramas y confesiones de las religiones teístas. El Dios de Aristóteles se encuentra exclusivamente más allá del mundo, y este último es comprendido por un análisis racional. Ese punto de vista fue acogido por el cristianismo: Yahveh dirigía el mundo desde el exterior, interviniendo cuando las personas fallaban. El mundo, tal como es, se vuelve un lugar lleno de sufrimientos, un valle de lágrimas del cual hay que escapar. El resultado de esta concepción fue un desprecio del mundo, del cuerpo, de la naturaleza, de la mujer, de la sexualidad y de los sentidos.

En occidente apenas se conoció la filosofía de Platón, cuyos representantes en el siglo II fueron Proclo y Filo. Eckhart estuvo influenciado por el neoplatonismo y, en tiempos más recientes, también Leibniz. Según esta interpretación del mundo, Dios está en el mundo y más allá de él. La materia por sí sola no existe, se vuelve realidad únicamente por las ideas perennes que se hacen tangibles en la materia. El principio de la totalidad, tal y como lo entiende la mística, se basa en Platón.

Los místicos teístas, que en sus experiencias traspasaron el mencionado dualismo, se vieron en la necesidad de someter sus conocimientos a esa terminología dualista si no querían correr peligro de acabar en la hoguera. En el pasado, con frecuencia fueron juzgados, excomulgados y quemados. La teología teísta temía que los niveles de experiencia de la consciencia ampliada pudieran hacer peligrar la fe de las personas.

Ese mismo temor prevalece también en el judaísmo y, por lo tanto, Jesús se vio inmerso en las mismas situaciones. Cuando preguntó: ¿Por cuál de esas Obras queréis apedrearme?, los judíos le contestaron: No te apedreamos por una obra buena, sino por difamar a Dios; pues tú no eres más que una persona y te conviertes tú mismo en Dios (Jn 10,32). Jesús experimentó la unidad con el Principio primero al que dio el nombre de Padre. Cuando lo dijo en público fue perseguido.

En occidente deberíamos mantener la continuidad de los grandes sabios de la humanidad, comenzando por los presocráticos, Pitágoras y Parménides, pasando por Platón y Plotino hasta Eckhart, Juan de la Cruz y Tersteegen. Con sus experiencias místicas, todos ellos están muy cercanos a las enseñanzas orientales: desde el vedanta (doctrina de la no-dualidad), pasando por el budismo mahayana, hasta Mahavira (gran héroe), fundador del jainismo. Pero esa visión de la unidad del mundo que se basa en la experiencia no pudo desarrollarse debido al dualismo.

La teología de la evolución

La teología de la evolución desconoce la separación entre el Principio primero y el mundo. Lo que yo denomino teología de la evolución se conoce en la tradición como philosophia perennis, un término que fue acuñado por Leibniz para designar las corrientes místicas de toda época y de toda religión. La interpretación de la teología de la evolución no conoce ninguna ruptura en el desarrollo de la especie humana. No ve ninguna brecha en el despliegue de la consciencia, sino un despertar continuo de la mente humana. No necesita de ningún redentor para la sanación de esa supuesta ruptura de la consciencia.

Libertad es lo que Jesús quiso traer. Redención en su boca, suena a deshacerse de ataduras. Libertad y verdad son prácticamente intercambiables en el Nuevo Testamento. Jesús se considera a si mismo como testigo de la Verdad. Dice: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad (Jn 18,37). Él se consideró profeta, y por la historia de su pueblo sabía que casi todos los profetas morían de muerte violenta por haber anunciado a las personas la verdad sin rodeos y por haber apostado por la justicia. Y esto es algo que le resulta durísimo al ser humano.

Redención en el sentido de las grandes tradiciones místicas significa despertar a la naturaleza verdadera. Todos los sabios del mundo no querían otra cosa que conducir al ser humano a la experiencia de la Realidad primera. Redención se vuelve conocimiento, despertar y mirar la verdad. Se trata de un proceso de descubrimiento, de liberación a través de la historia entera de la humanidad. Nada comienza con el nacimiento, nada termina con la muerte. El ser auténtico siempre es.