Ruta de Sección: Inicio > Artículos >Extractos > Artículo

Extractos - Ken Wilber

Regreso al Hogar

El regreso al Hogar que nunca abandoné

Por Ken Wilber

Aunque la conciencia empieza su proceso de despertar identificada con el estado de vigilia (y el cuerpo ordinario), se ve obligada a atravesar (de un modo fundamentalmente inconsciente) los grandes estados al menos una vez cada 24 horas (pasando de la vigilia ordinaria al sueño sutil, el sueño profundo causal y descansando en el testigo/no dual omnipresente). Pero, a menos que la persona emprenda una práctica concreta como la meditación o la contemplación, el centro de gravedad de estado de su yo probablemente permanezca identificado con el estado de vigilia ordinaria (hasta mucho más tarde, habitualmente la mitad de la vida o incluso más tarde). Y ello es así porque, a medida que la sensación de identidad pasa de un estado al siguiente, se desvanece o se queda en blanco (como cuando pasa de la vigilia al sueño y al sueño profundo), de modo que, aunque se halle en un estado diferente, el individuo ignorará que ha cambiado de estado. De este modo, dormirá felizmente, inconsciente de estar soñando... hasta que acabe despertando ("¡Vaya, pero si eso no era más que un sueño!").

Serán necesarios varios años de meditación para que el Testigo aprenda a permanecer consciente mientras cambia de estado, es decir, para que el yo se mantenga despierto durante el sueño y experimente un sueño lúcido (es decir, que permanezca en el estado de sueño sutil sabiendo que se halla en ese estado). Cuando esta experiencia empieza a estabilizarse, uno se da también cuenta de que no solo no está identificado con el ego vigílico ordinario, sino que hay algo que se mantiene despierto en el estado de sueño, de modo que no está exclusivamente identificado con el estado de sueño. Hay algo en uno, un centro profundo de conciencia que permanece despierto tanto en el estado de vigilia ordinaria como en el estado de sueño sutil. ¿Qué o quién es eso?

Según avanza la meditación, la Conciencia ―despierta o dormida― va abriéndose a espacios cada vez más amplios y a extensiones aparentemente más infinitas conectadas a lo que parece ser un espacio-tiempo abierto, inmenso, espacioso y oscuro... aunque impregnado de una luminosidad infinita. A veces se presentará como algo completamente sin manifestar, como un Abismo puro e insondable del que empiezan a brotar las formas más sutiles ―formas geométricas sutiles, sonidos sutiles, iluminaciones audibles, la matriz misma del espacio-tiempo, formas coloreadas―, desbordándose "hacia fuera" y derramándose "hacia abajo" para crear la totalidad del mundo manifiesto y todos sus objetos causales, sutiles y ordinarios. Y todo eso se vierte en tu propia conciencia, el nexo creativo de tu Yo puro y de tu voluntad infinita impregnada de una Alegría radical, un Amor puro, una Belleza inmensa y una Libertad ilimitada. Y, cuando tal cosa ocurre mientras duermes, a menudo entras en el estado de sueño profundo sin sueños con una conciencia tácita y sutil que mantiene un hilillo de conexión con ese centro profundo de Conciencia que cada vez tienes más claro que es tu Yo Soy más verdadero, profundo, pleno y abierto.

Este es el Yo inmenso y puro, el Yo Soy vacío e incalificable que entra en escena en el siguiente estadio de los estados, la conciencia Testigo pura y vacía. Con una súbita sacudida de reconocimiento, uno se da entonces cuenta de que ese es su Yo verdadero, uno y único, el Yo que tenía antes de que sus padres nacieran, el Yo que era antes de que el universo naciera, el Yo que era antes de que se originase el tiempo, porque es anterior al nacimiento del tiempo, dicho más exactamente, el Yo que jamás se adentra en la corriente del tiempo porque vive en el Ahora atemporal, la Presencia pura del Presente puro y el Yo Soy antes de que Abraham fuese.

Este Yo Soy puro es la Conciencia clara y profunda que ahora mismo es consciente, sin realizar esfuerzo alguno, de un modo tan sencillo como espontáneo, de todo cuanto emerge ―esta página, este ordenador, esta habitación y este paisaje―, pero que no está identificado con nada de eso (neti, neti, es decir, "yo no soy esto, yo no soy eso, sino más bien su simple Testigo"). Este Yo Soy, este Testigo, este Yo observador claro y silencioso comprende que yo tengo sensaciones de estos objetos (los coches, la casa, el avión), pero no soy esos objetos; yo tengo sensaciones, pero no soy esas sensaciones; yo tengo sentimientos, pero no soy esos sentimientos; yo tengo pensamientos, pero no soy esos pensamientos; yo tengo un cuerpo, pero no soy ese cuerpo; yo tengo una mente, pero no soy esa mente, y yo tengo un alma, pero no soy esa alma. Todos esos objetos pueden ser vistos, pero el Yo verdadero no puede ser visto, porque es el Vidente puro. Y es que, del mismo modo que el ojo no puede verse a si mismo, o que la lengua no puede degustarse, yo no puedo ver al Vidente. Lo único que veré si trato de ver al Vidente, de sentir al Sintiente o de conocer al Conocedor serán simples objetos, no el Sujeto verdadero, el Vidente verdadero o el Yo Real. Lo único que descubriré cuando descanse en ese puro Testigo o Yo verdadero será una inmensa sensación de Libertad, de expansión, de relajación y de profundidad infinita. Finalmente me habré liberado entonces de la identificación con todos los objetos pequeños, finitos e insignificante, (ordinarios, sutiles o causales; sensaciones, pensamientos o sentimientos) con los que mi Yo Verdadero e infinito se había identificado erróneamente.

Esta tranquila y silenciosa expansión de profundidad y libertad infinita, esta inmensa ecuanimidad, suele ser conocida como la mente espejo porque refleja simplemente, del mismo modo en que lo hace un espejo, todo lo que aparece sin identificarse ni pretender aferrarse a nada. Según Chuang Tzu; "El Perfecto emplea su mente como un espejo: recibe sin conservar y acepta sin aferrarse". Ramana Maharshi lo llamaba el Yo Real, el Yo Soy, el Yo-yo, el Yo observador puro que es consciente del yo objeto (o ego). Cuando uno es consciente de sí mismo, el yo del que se es consciente es el pequeño yo (el ego) y el Yo que es consciente es el Yo Real o Testigo Verdadero. Pero si, en lugar de ello, me desprendo de mi Identidad Suprema con el Espíritu, con lo Divino, con lo supraconsciente y me identifico en su lugar con este yo pequeño, encadenado, finito, mortal y encapsulado en la piel que me separa del resto de la Totalidad y me deja parcial, limitado, fragmentado, desgarrado, roto y por lo tanto expuesto de continuo al sufrimiento, el tormento, la tortura, el terror y las lágrimas, lo que, durante todos estos años, he llamado yo no era más que una colosal confusión de identidad.

Mi Yo Verdadero, mi Yo Original es, por el contrario, una extraordinaria Libertad, una sensación de Apertura o Vacuidad radical. Tengo sentimientos, pero no soy esos sentimientos y soy, por tanto, libre de esos sentimientos. Tengo emociones, pero no soy esas emociones y soy, por tanto, libre de esas emociones. Tengo pensamientos, pero no soy esos pensamientos y soy, por tanto, libre de esos pensamientos. Tengo un cuerpo, pero no soy ese cuerpo y soy, por tanto, libre de ese cuerpo. Tengo una mente, pero no soy esa mente y soy, por tanto, libre de esa mente. Esta Libertad radical, esta Vacuidad pura, esta Apertura transparente, es mi único Yo Verdadero, Yo Real y Yo soy puro, omnipresente, omniinclusivo y que todo lo abarca, la mente espejo que atestigua, con inquebrantable ecuanimidad, cualquier cosa, objeto y acontecimiento que aparezca en su conciencia pura sin fronteras, el Rostro Original que tenía antes de que mis padres nacieran, antes de que el universo naciera y antes incluso de que naciera el espacio-tiempo y asentara el entramado de este universo concreto. "Antes de que Abraham fuera Yo Soy". Esta Conciencia espaciosa y pura no es nada que pueda ver como objeto, sino el espacio, el claro o la apertura en la que, instante tras instante, emergen todos los objetos, el espacio claro y abierto en el que emergen las montañas, en el que emergen estas nubes, en el que emerge esta habitación, en el que emerge este edificio y en el que emerge este libro. Libre de todos los objetos, es el espacio o claro en el que todo emerge ahora mismo, ahora mismo y también ahora mismo, instante, tras instante, tras instante.

Cuando descanso en el espacio infinito de la Libertad pura y de la Vacuidad radical, la sensación de ser un Testigo, de ser un Yo observador o de ser un Vidente acaba colapsándose completamente (o, como dice el Zen, "se rompe el fondo del saco") y la sensación de ser un Yo contemplando los objetos que me rodean se desvanece por completo. Entonces el Vidente se diluye en las cosas vistas; sujeto y objeto se tornan "no dos" y el mundo "fuera de aquí" y el mundo "de aquí" se funden en la sencilla experiencia de Un Solo Sabor. Ya no contemplo entonces la montaña, sino que me convierto en la montaña; ya no siento la lluvia, sino que me convierto en lluvia; ya no escucho el sonido distante de la cascada, sino que me convierto en la cascada, y ya no veo las nubes, sino que me convierto en las nubes. Así es como dejo de estar atrapado en el lado de aquí de mi rostro contemplando el mundo que, instante tras instante, emerge fuera de aquí. Lo único que hay es el mundo emergiendo instante tras instante, tras instante, y yo soy todo eso. Cada cosa y cada acontecimiento emerge de sí mismo, se ve a sí mismo, existe por sí mismo y se libera a sí mismo. Ya no se trata de un objeto percibido por un sujeto, ni siquiera de un Sujeto o de un Yo Absoluto, sino que se ve a sí mismo en y como su Talidad, Esidad y Esencia pura. Ya no veo la mesa, sino que la mesa se ve a sí misma. El Testigo Vacío se convierte en uno (o no dos, no dual) con todos los objetos (ordinarios, sutiles y causales), de modo que Vacuidad y forma son realmente no duales o, como dice el Zen, para evitar calificar lo último, son "ni dos ni uno". Y lo mismo podríamos decir con respecto al yo y el Espíritu, lo finito y lo Infinito, la forma y la Vacuidad, lo relativo y lo Último, el samsara y el nirvana, lo manifiesto y lo no manifiesto y uno y la Divinidad última. Entonces reconocemos el Hogar que jamás habíamos abandonado.