Extractos - Carlos L'Abbate
¿Quién soy yo?
Por Carlos L'AbbateHe escuchado muchas veces de diferentes maneras, en libros o de maestros, que somos perfectos tal como somos. Sin embargo, yo no me siento así. ¿Cómo puedo llegar a esa comprensión? ¿Cómo puedo dejar de esperar que algo externo me haga feliz? ¿Cómo puedo entender cuál es el significado de mi vida? También he escuchado que puedo ser feliz, pero no por nada en concreto, sino simplemente porque «yo soy». ¿Qué significa esto? ¿Cómo puedo ser feliz simplemente siendo?
Tus preguntas son muy hermosas, pero la respuesta a las mismas no es sencilla de aceptar. ¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú de verdad?
En tus preguntas dices:
- ¿Por qué no somos felices («nosotros»)?
- («Yo») no me siento así.
- ¿Cómo puedo («yo») comprenderlo?
- ¿Cómo puedo («yo») dejar de esperar que algo externo («a mí») me haga feliz?
- ¿Cuál es el significado de («mi») vida?
- ¿Cómo puedo («yo») ser feliz?
En todos los casos hablas de «yo», de «mí» o de «nosotros», sin embargo, ¿quién es este «yo»?, ¿a quién hace referencia este «mí» ?, ¿quiénes son este «nosotros»?
Las preguntas que se hace la mayoría de la gente tienen que ver con cómo tener éxito en la vida, con cómo conseguir cosas, cómo establecer una relación de pareja (o abandonarla), cómo encontrar un trabajo mejor o una casa más grande, etc. También hay quienes se cuestionan sobre la felicidad, el sufrimiento, el dolor y el placer. Unas pocas personas se hacen preguntas sobre cómo ayudar a otras personas o encontrar a Dios, pero es muy extraño que alguien se plantee quién es la persona que está interesada en estas cosas.
¿Quién o qué es el «yo» que está interesado en tener pareja, en conseguir un trabajo, en la felicidad, en el sufrimiento o en Dios? Muy pocas personas están genuinamente interesadas en cuestionar la propia naturaleza del «yo».
Si te pregunto quién eres, lo más probable es que (aunque no seas consciente de ello) recurras a tu mente, a tus recuerdos, a tus pensamientos, y me respondas que eres una persona que nació en una fecha determinada, en un lugar determinado, con unos padres determinados, en el seno de un hogar armonioso o problemático, que ha tenido una serie de experiencias concretas, algunas positivas y otras negativas, que tiene determinadas creencias, ideas, expectativas y deseos, y que ahora se plantea cuestiones sobre la felicidad y sobre por qué no puede ser feliz todo el tiempo.
Esa persona, ese ser que crees que eres, no puede ser feliz todo el tiempo; no es perfecto y, hasta cierto punto, siempre estará esperando algo del exterior que le haga feliz. Piénsalo. El ser que crees que eres está envejeciendo a cada segundo, sabe que la juventud es muy efímera y que tanto la vejez como la muerte son inevitables, depende de cosas como la seguridad, la comodidad y las relaciones para sentirse bien. Pero esto y todas las demás cosas a las que se aferra son absolutamente inestables, cambian todo el tiempo, son inasibles, salvo por unos pocos breves instantes afortunados. ¡Es imposible que esa persona sea feliz todo el tiempo!
Es cierto que el individuo puede volverse más sabio, aprender a tomar las cosas como vienen, ser más tolerante, no tomarse a sí mismo ni a la vida tan en serio, no ser tan dependiente del mundo exterior; puede aprender a ser más compasivo y amoroso, a perdonar; puede volverse más espiritual y menos materialista, en cuyo caso tal vez disfrute de un mayor grado de paz, armonía y felicidad. Pero esa persona, por muy espiritual que sea y por muy despierta que esté, nunca será feliz todo el tiempo ni sentirá que todo es perfecto tal como es. Sencillamente es imposible.
Pero ¿eres esa persona? O mejor dicho, ¿eres esencialmente ese ser? Aquí está el meollo de la cuestión, la línea que es tan difícil cruzar. Y es difícil porque traspasarla es como un terremoto que sacude los más firmes cimientos de la razón sobre los que se fundamenta todo lo que creemos ser.
Hay muchas maneras de cruzar esa línea, y te voy a guiar en una de ellas.
Hay una cita muy famosa que dice: «No somos seres humanos que tienen experiencias espirituales, sino seres espirituales que tienen experiencias humanas». Es una idea expresada de un modo muy bello que mucha gente ha escuchado (e incluso, a menudo, la han repetido hasta la saciedad), pero, por lo general, nadie capta la verdadera profundidad de su significado. La mayoría de las veces no se comprende en absoluto.
La persona que crees ser, esa persona que nació y que va a morir, es un ser humano. No hay ninguna duda al respecto. En todas tus interacciones con los demás, con la vida y contigo misma, nunca, JAMÁS, has puesto en duda la creencia de que eres un ser humano. Ese ser humano es el que está tratando de ser feliz, de estar en paz y alcanzar un equilibrio.
Sin embargo, esa cita dice que no somos seres humanos, sino seres espirituales. Así pues, ¿qué es este ser espiritual?
Es la presencia, la conciencia que es consciente del ser humano.
Es la presencia que está viendo este momento. Creemos que somos los pensamientos, las emociones y las sensaciones que tenemos: «Soy arquitecto», «Me siento feliz», «Tengo frío», pero en realidad somos la conciencia que percibe esos pensamientos, emociones y sensaciones. No soy el arquitecto (o el médico, el maestro, la madre, el padre, rico, pobre, etc.), sino la conciencia que percibe el pensamiento que dice ser un arquitecto, un médico, un maestro, etc. Cuando me siento feliz, no soy la felicidad, sino la conciencia de la emoción que describo como feliz, triste, contento, enfadado, solo, etc. Si tengo frío, no soy el frío, sino la conciencia de la sensación de frío, calor, humedad, sequedad, etc.
En el nivel más esencial o más real no eres un ser humano, sino un ser espiritual. Eres la presencia que es consciente aquí y ahora.
La verdadera espiritualidad es ante todo el reconocimiento del ser espiritual y, posteriormente, el cambio de identidad del ser humano al ser espiritual. Primero es la comprensión y, más adelante, la profunda convicción de que cuando digo «yo» no me estoy refiriendo al ser humano, sino al ser espiritual.
Pero tener interés en nuestra propia naturaleza (ya no digamos encontrarla y encarnarla) es algo extremadamente infrecuente. No porque sea difícil, sino porque sencillamente no sabemos nada sobre ella, o incluso si llegamos a saber algo al respecto, en realidad no nos interesa. La mayor parte (cuando no la totalidad) de nuestra atención y nuestro amor están centrados en «yo, mí, mis cosas, mis deseos y mis problemas», en «conseguir y conservar». Lo cierto es que no tenemos ni tiempo ni interés en prestar atención a nada más.
El ser humano puede ser más o menos feliz dependiendo sobre todo de su grado de conocimiento, de sabiduría, pero la verdadera felicidad (la felicidad de la que hablas) y el verdadero significado de nuestra vida solo se pueden encontrar a través del reconocimiento y la encarnación de nuestra naturaleza espiritual.