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Extractos - Arthur Osborne

Ramana Maharshi

¿Quién es Ramana Maharshi?

Por Arthur Osborne

Introducción

En la India, Ramana Maharshi está considerado como un Sabio. El concepto de Sabio varía mucho de Oriente a Occidente. Nosotros entendemos como sabio a una persona erudita; en Oriente, Sabio es aquel que ha alcanzado la sabiduría espiritual, aquel que ha logrado la Liberación, aquel que se ha liberado de la ignorancia, única causa del mal, ya que el mal y el bien son conceptos creados por nosotros y no existen por sí mismos: son producto de nuestra falsa identificación con el cuerpo físico, con el «ego» y resultado de un sentimiento de dualidad que no es real. «Yo soy mi cuerpo, yo soy esto o aquello, yo experimento sensaciones, sufrimientos, alegrías, etc.». Todo esto desaparece cuando la dualidad se resuelve en la Unidad. Entonces solo queda el Yo, la Conciencia Pura, el Ser Divino, Eterno y Real. Y la conciencia separada individual se funde con la Conciencia Absoluta, llámese Dios, Conciencia Pura, Realidad o como se quiera. Esto trasciende la mente y es inexplicable, ya que el vehículo para explicarlo solo puede ser la propia mente y ésta se encuentra en el campo de la dualidad, y la dualidad nunca puede explicar la unidad que, sin embargo, es experimentable. Pues bien, aquel que está en el camino para lograr esta experiencia, que incluso ha tenido destellos de ella, es considerado en la India como un «Santo»; y el que está establecido de un modo permanente en ese Estado, es el que es llamado «Sabio» (Jivanmukta). (1)

 

Cuando Bhagavan Sri Ramana Maharshi realizó el Ser (Atman) era un joven brahman de 17 años perteneciente a una familia media del Sur de la India. Todavía estaba estudiando bachillerato y nada sabia de disciplinas espirituales y ni aun siquiera de filosofía espiritual. Normalmente, para alcanzar ese «Estado» se requiere algún tipo de estudio seguido de un duro entrenamiento que muchas veces se extiende durante toda una vida y aun mucho más. Los Sabios dicen que ello depende de la madurez espiritual de la persona. Según las tradiciones hindúes esto puede compararse a un peregrinaje, y un día de este a la vida de un ser. Cuándo se llega a la meta o cuánto nos acercamos a ella depende, en parte, de la energía con que trabajamos y en parte de la distancia a la que uno se encuentre en el momento de comenzar la vida. En muy raros casos, como fue el del Maharshi, se necesita solamente dar un último paso.

El afirmar que el Maharshi realizó el Ser (Atman) no significa que aprendió una nueva doctrina o que adquirió un estado más alto o unos poderes milagrosos, sino que el «yo», que entiende o no entiende una doctrina y que posee o no posee poderes, se identificó conscientemente con el Atman, Ser Universal o Espíritu. El propio Maharshi describió en su simple y pintoresco estilo, cómo pasó esto:

Fue aproximadamente seis semanas antes de que yo dejara Madura para siempre cuando se produjo este gran cambio en mi vida. Sucedió de repente. Yo estaba solo, sentado en una habitación, en el primer piso de la casa de mi tío. Casi nunca había estado enfermo y aquel día me encontraba perfectamente bien. Súbitamente me invadió un violento miedo a morir. No había nada en mi salud que hiciera pensar en ello. Ni siquiera me formulé preguntas sobre la razón de mi miedo; solo tuve este sentimiento: «Voy a morir», y me puse a pensar sobre lo que en aquel momento debería hacer. No se me ocurrió consultar a un médico, ni a mis parientes, ni a mis amigos. Sentí que tenia que resolver el problema por mi mismo, allí y entonces. Esta conmoción hizo que mi mente se volviera hacia dentro y pensé sin detenerme realmente en las palabras: «Ahora llega la muerte». ¿Qué es lo que significa? ¿Qué es lo que muere? Este cuerpo muere.» Inmediatamente dramaticé el hecho de la muerte. Me tumbé, con mis miembros rígidos, e imité a un cadáver para dar mas realidad a esta investigación. Contuve el aliento y cerré mis labios. «Bien, ―me dije― este cuerpo está muerto. Será llevado para ser quemado y reducido a cenizas. Pero con la muerte de este cuerpo, ¿estoy yo muerto? ¿Soy yo el cuerpo? Este permanece silencioso e inerte y, sin embargo, yo siento toda la fuerza de mi personalidad e incluso la voz de mi “yo” dentro de mi, aparte de mi cuerpo. Asi que yo soy espíritu y trasciendo el cuerpo. El cuerpo muere pero el Espíritu que lo trasciende no está afectado por la muerte. Esto significa que soy Espíritu inmortal».

Todo esto no era un simple pensamiento; era una luz en mí, vívidamente sentida. Era una Verdad viva que yo percibía directamente, casi sin proceso mental. El «yo» era algo muy real, la única cosa real en mi presente estado, y toda mi actividad consciente estaba centrada en ese «yo». Desde ese momento, en adelante, el Yo, el Ser (Atman), fijó su atención en sí mismo con poderosa fascinación. El miedo a la muerte había desaparecido de una vez para siempre y la absorción en el Ser continuó sin interrupción. Otros pensamientos, como notas de música, pueden ir y venir, pero el Yo continúa como el “Sruti”, la nota fundamental que es la base y con la que se funden todas las otras notas (2). Aunque el cuerpo estuviera hablando, leyendo o actuando, yo estaba siempre centrado en ese Yo.»

Una experiencia de identidad como la del Maharshi no siempre suele resolverse en Liberación permanente. Esta puede producirse, pero las tendencias del «ego» vuelven a ocultarla aunque a partir de ella se conserve la memoria y la indudable certeza de lo que es el verdadero «Estado» aunque no se viva permanentemente en él. El milagro, en este caso, fue que en el Maharshi la experiencia se plasmó en forma permanente sin que volviera a sufrir jamás ninguna recaída en la ignorancia, sino que, por el contrario, permaneció desde entonces completamente identificado con el Ser (Atman), esto es, con la Realidad.

Durante varias semanas después de esta experiencia él vivió con su familia, su vida de estudiante. En apariencia todo seguía igual, pero los valores externos habían perdido su significado para él. No le importaba lo que comía, aceptando con indiferencia todo lo que le era ofrecido. Su falta de interés por todo, afectó sus actividades escolares, así que, dándose cuenta de que sus familiares se resentían por el hecho de que viviera como un «sadhu» (3) y a la vez disfrutara de los beneficios de una vida de familia, abandonó secretamente su hogar y se trasladó a Tiruvannamalai, lugar que jamás abandonó y donde habría de permanecer por mas de cincuenta años. Y allí, en la sagrada colina de Arunachala, que es el símbolo de la enseñanza por el Silencio; que también es el asiento de Siva (4) y también el centro y el sendero donde el contacto físico con el Gurú (5) no es necesario y donde es el Silencio el que habla directamente al corazón, el Maharshi enseñó a quienes acudieron desde otros lugares de la India y desde otros muchos de Oriente y Occidente, el sendero del Conocimiento de sí mismo. Y fue llamado «el Maharshi» porque significa «el Gran Sabio», título que tradicionalmente se da en la India a aquel que inicia un nuevo camino espiritual.

La realización del Ser supone un constante y consciente «darse cuenta» de la identidad con el Atman (lo Absoluto, el Espíritu). Es el estado que Cristo expresó cuando dijo: «Yo y mi Padre somos Uno». Por eso al Maharshi también le llamaron «Bhagavan», que significa Dios.

Ramana de joven
Ramana a los 21 años

Cuando Bhagavan llegó a Tiruvannmalai no habían surgido aun ni discípulos ni enseñanzas. Permanecía sin manifestar interés alguno por el mundo, sumergido en esa experiencia de Ser, que significa conocimiento integral e inefable beatitud. No hacía nada para mantener su cuerpo. Algunas gentes, llenas de admiración por aquel joven, le proporcionaban diariamente algo de comida que a veces tenían que dársela, pues él permanecía totalmente ajeno al mundo que le rodeaba. Fue muy gradualmente como volvió a participar en las actividades de la vida, quizás movido por la compasión hacia los seres que tenia a su alrededor.

Algo parecido puede decirse de sus estudios en filosofía. El no necesitaba ninguna confirmación teórica de su maravillosa Realidad, en la cual estaba establecido, pero sus seguidores le pedían explicaciones. Si leyó libros fue para, a su vez, leérselos a ellos, y así se convirtió en un erudito sin buscar ni dar valor a la erudición. No hubo jamás un cambio en sus enseñanzas. Enseñó la doctrina de la no-dualidad o Advaita, en la cual todas las otras doctrinas quedan absorbidas: que el Ser es Uno; que se manifiesta en el universo y en todas sus criaturas sin cambiar nunca de su eterno e inmanifestado Ser, lo mismo que en un sueño la mente crea hechos y personajes sin perder nada con su creación y sin ganar nada con su reabsorción. Algunos encuentran esto muy incomprensible, tomándolo en el sentido de que el mundo es irreal, pero el Maharshi explicaba que el mundo sólo es irreal como mundo, o sea, como entidad subsistente por si misma, pero que es real como manifestación del Ser (Atman), lo mismo que las escenas que se proyectan en la pantalla del cine son irreales en cuanto que no son vivas, pero que sin embargo son reales si son consideradas como espectáculo de sombras. Algunos temieron que esta doctrina negara la existencia del Dios personal a quien adorar, pero precisamente por trascender la idea del Dios personal, no lo niega, ya que al final el que adora es absorbido en la Unión con el Adorado. El ser que adora, la adoración y el Dios adorado sólo tienen realidad en cuanto que son manifestaciones del Ser.

Ramana Maharshi

El Maharshi dio muy poca importancia a la teoría, en su trato con los discípulos. La teoría que expone a lo largo de su obra está expuesta con el sentido de orientar hacia un propósito práctico de ayudar a experimentar el Conocimiento del Ser que está mas allá del «ego» o de la mente. Las preguntas que le hacían sólo por simple curiosidad, las dejaba de lado. Si le preguntaban acerca del estado póstumo de un hombre, contestaba: «¿Por qué quieres saber lo que serás después de la muerte antes de saber lo que eres ahora? Primero descubre lo que eres ahora.» De esa manera hacía que aquel que le preguntaba sustituyera su pregunta meramente intelectual por una búsqueda espiritual. Sin embargo, cuando le consultaban de una forma sincera sobre cómo cumplir la tarea para descubrir el Ser, mostraba una gran paciencia en sus respuestas.

El método para la indagación en sí mismo que enseñó va más allá de la filosofía o de la psicología, ya que no se trata de indagar en las cualidades del «ego», sino en el «Ser» resplandeciente, sin cualidades, que existe para nosotros cuando el «ego» deja de actuar. Lo que la mente tiene que hacer no es tratar de encontrar respuestas, sino simplemente mantenerse quieta a fin de que la verdadera respuesta pueda surgir. No sería correcto adormecer la mente a fuerza de repetir el «¿Quién soy yo?», que era la fórmula que él aconsejaba (Vichara). Lo que había que hacer era formularse esta pregunta una sola vez y luego concentrarse, tratando de encontrar la fuente del «ego», impidiendo la aparición de pensamientos. El encontrar la fuente del «ego» implica concentración sobre el centro espiritual del cuerpo («el corazón en el lado derecho»), según explicaba el Maharshi, y así, concentrándose e impidiendo la aparición de pensamientos, no había que sugerirse ninguna respuesta. La «verdadera» aparecería por si misma; ninguna respuesta que el «ego» pudiera dar, sería la auténtica.

El método del Maharshi para la búsqueda del Ser abarca el Karma-marga así como el Jnana-marga (el camino de la acción y el camino del Conocimiento), ya que este método debe ser utilizado no solo como meditación sino también durante los conocimientos de la vida, atacando las manifestaciones del egoísmo, preguntándose constantemente a quién suceden la buena o la mala fortuna, el triunfo o el fracaso, etc. etc. De esta manera, las circunstancias de la vida, lejos de ser un obstáculo para la sadhana (6), se convierten en sus instrumentos. Por lo tanto él desanimaba siempre a aquellos que le preguntaban si debían abandonar la vida mundana; por el contrario, él les alentaba a cumplir sus tareas en la vida en forma inegoísta y renunciando a los frutos de sus acciones.

También abarcan sus enseñanzas el camino del amor y de la devoción. Decía: «Hay dos caminos: pregúntate a ti mismo ¿quien soy yo?, o mas exactamente ¿qué soy yo?, o entrégate. Ambos llevan a la misma meta». «Dios, el Gurú y el Ser no son entidades diferentes, sino sólo uno. Aquellos que siguen el camino del conocimiento de sí mismo buscan el Ser internamente, en tanto que aquellos que se esfuerzan por la vía del Amor, se entregan al Gurú manifestado externamente o a Dios. Pero los dos caminos son lo mismo. De esta manera el Maharshi abrió una nueva vía, ya que el antiguo camino del Conocimiento de sí mismo (Jnana-marga) era solo seguido por ermitaños entregados a la meditación, y lo que Bhagavan hizo fue no solo restablecer el antiguo camino, sino crear uno nuevo adaptado a las condiciones de nuestra época, que puede ser seguido en una ciudad, siendo padres de familia, y tanto en un bosque como en una ermita, pudiendo alternar diariamente periodos de meditación con actividades cotidianas.

El Maharshi escribió muy poco. Enseñó principalmente por medio del Silencio Espiritual, lo que no significa que se abstuviera de contestar a las preguntas que se le hacían; contestaba y escribía en tanto que sintiera que las preguntas eran sinceras y no producto de una simple curiosidad. Sin embargo, la influencia silenciosa (o el Silencio) era su enseñanza esencial.

Excepto la introducción, el texto es una traducción del Prefacio del libro "The Collected Works of Ramana Maharshi" por Arthur Osborne, publicado por el Sri Ramanasrarnan, Tiruvanninalai, S. India.
Notas:
  1. Liberado en vida.
  2. En la música hindú hay una nota monótona fundamental, que persiste en toda la pieza, como un hilo en un collar de perlas y representa el Ser (Atman), que está penetrando y sosteniendo todas las otras formas.
  3. Un asceta o uno que ha renunciado al mundo en busca de la Liberación.
  4. El Señor supremo. También uno de los dioses de la Trinidad Hindú.
  5. Un maestro espiritual.
  6. Disciplina espiritual.
Fuente: Revista Viveka (Dirigida por Consuelo Martín), 1978, Nº 4