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Extractos - Mónica Cavallé

Yin Yang

Qué significa “sabiduría perenne”

Por Mónica Cavallé Versión PDF

En primer lugar, es preciso clarificar que la expresión “sabiduría perenne”, en el sentido que aquí le atribuimos, no alude directamente a contenidos doctrinales, sistemas de pensamiento ni, en general, a ninguna doctrina objetiva. Alude, en esencia, a un conocimiento por identidad, a una real-ización supraobjetiva de la no-dualidad última de lo real. Esto es lo “perenne” en la expresión “sabiduría perenne”. Las interpretaciones objetivas de esa real-ización supraobjetiva, las articulaciones discursivas de dicha visión no-dual, necesariamente serán relativas, parciales y estarán condicionadas por supuestos culturales, históricos e individuales específicos; pues la intuición no-dual, en cuanto tal, puede ser realizada ―puede ser “sida”― pero no conocida objetivamente ni enunciada.”

Hay ciertas doctrinas y enseñanzas históricas que: 1) han tenido conciencia de su relatividad en lo que tienen de doctrinas objetivas y han sabido que «el Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao». 2) Esta certeza las ha llevado a constituirse, no como teorías o sistemas de pensamiento dotados de valor autónomo, sino como “indicaciones” o sistemas operativos ―instrucciones operacionales― orientados a posibilitar la realización experiencial y la toma de conciencia de la no-dualidad última de lo real. De hecho, las enseñanzas no-duales no son tanto doctrinas como instrucciones subordinadas a una real-ización inobjetiva o conocimiento por identidad en el que la doctrina/instrucción misma deviene irrelevante.

Denominaremos “sabiduría perenne”, en una segunda acepción (la primera, recordemos, la identifica con la real-ización de la no-dualidad última de lo real), a estas doctrinas o enseñanzas sólo y exclusivamente en la medida en que han sido y siguen siendo ocasión de acceso a dicha real-ización, y en la medida en que han considerado que su validez es la de la mera “instrucción”; es decir, en la medida en que se han relativizado a sí mismas en lo que tienen de doctrinas teóricas ―pues reconocen que cualquier doctrina sobre lo inobjetivable es una contradicción in terminis―, en la medida en que no han degenerado en “metafísica” (en la acepción heideggeriana del término), pretendiendo desde la dualidad aprehender lo no-dual, o desde lo históricamente condicionado ―y toda exposición doctrinal, en cuanto tal, lo es― monopolizar lo que trasciende toda condición.

Por lo mismo, divergimos de quienes utilizan las expresiones “sabiduría perenne”, “filosofía perenne”, “tradición primordial”, etc., en una defensa ―en ocasiones reaccionaria― de ciertas tradiciones de pensamiento: de las enseñanzas y formas que han adoptado o adoptan las mismas en su estricta literalidad. Divergimos igualmente de los supuestos defensores de una “tradición primordial” que, en una actitud nostálgica, evasiva y de no reconciliación con el presente histórico, identifican la intuición atemporal de la no-dualidad con lo que dijeron e hicieron los sabios de la antigüedad, lo cual no deja de ser paradójico, pues si hay algo que afirma toda sabiduría perenne ―y utilizamos una expresión de Heidegger― es que todo es igualmente destino y desvelamiento del Ser. Nuestro presente no necesita sabiduría antigua, pues la historia no puede y no debe dar marcha atrás; necesita, sencillamente, sabiduría. El diálogo con las sabidurías del pasado es imprescindible, pero no para reiterarlas, sino para reconocer y acceder a la intuición no-dual que late más allá de toda doctrina y de todo tiempo, y para alumbrar desde ahí nuestro actual momento histórico y nuestro futuro próximo en su peculiaridad y especificidad. El Ser ―nos recordaba Heidegger― se dice de modo diverso en cada tiempo. No hay que pretender que se diga como ya se dijo en otro lugar y en otro momento, sino crear el espacio y la actitud de escucha ―que es la actitud antipódica al apego doctrinal, pues es siempre un “no saber”― para darle voz, para dejar que se diga, cada vez, de un modo nuevo. Sólo así la palabra humana que expresa y canta el fondo supraobjetivo del que todo brota ―la sabiduría perenne― no se cristalizará, no se volverá opaca y auto-referencial (“metafísica”, en sentido heideggeriano: objetivación de la verdad); sólo así ya no simplemente se perpetuará horizontalmente, sino que se renovará perennemente desde su fuente.

Hemos elegido a Nisargadatta como referencia fundamental en nuestra exposición del pensamiento advaita, entre otras cosas, para mostrar que ésta es una sabiduría viva y actual; para no recaer en una suerte de culto al pasado que otorga autoridad, no se sabe bien por qué, sólo a lo que nos es lejano en el tiempo (más aún, si está expresado en una lengua muerta o extraña); para acercarnos a una voz que habla de lo atemporal y desde lo atemporal en los modos que propicia y requiere nuestro momento y su peculiaridad.

Resumiendo nuestra posición, podríamos decir que la relación entre las distintas enseñanzas que pueden calificarse de “sabiduría perenne” es no-dual. En otras palabras: lo universal en ellas no es un “común denominador” doctrinal, una suerte de “resumen” de lo esencial de dicho conocimiento. Si así se considerara se estaría de nuevo otorgando valor absoluto a una realidad objetiva ―no a la no-dualidad supraobjetiva― y se estaría buscando la unidad en el plano de la multiplicidad, con lo que la misma multiplicidad quedaría amenazada; no se trataría, pues, de la unidad no-dual que respeta las diferencias, las funda, las justifica y las deja ser.

En palabras de R. Panikkar: «Hay invariantes humanos (...) pero no hay universales culturales de vigencia absoluta». De modo análogo a como hay invariantes humanos biológicos, hay también invariantes en la estructura de la conciencia humana. Estos invariantes humanos son estructuras profundas o subyacentes que se articulan de distinta forma ―estructuras superficiales― en diversas culturas, doctrinas, etc. La universalidad de lo que hemos denominado “sabiduría perenne” no es doctrinal ―toda doctrina está condicionada culturalmente― sino relativa a la realización operativa de las posibilidades latentes en las estructuras profundas de todo ser humano. El común reconocimiento estructural y operativo en tradiciones diversas de ciertos invariantes últimos de lo humano ―en concreto, los relativos al ápice de la conciencia humana en el que ésta se trasciende a sí misma en una intuición no-dual de la no-dualidad última de lo real― funda la universalidad de la sabiduría perenne.