Extractos - Peter Russell

Generalmente, pensamos en la oración como una súplica a un poder superior. Podemos orar por la curación de alguien, por el éxito en alguna empresa, por una vida mejor o para recibir orientación sobre algún asunto difícil. Detrás de este tipo de oraciones está la creencia de que no tenemos el poder de cambiar las cosas por nosotros mismos; si lo hiciéramos, simplemente seguiríamos adelante con la tarea, pero optamos por suplicar a un poder superior que intervenga en nuestro favor.

En realidad, ¿qué es lo que de verdad esperamos que cambie? Principalmente buscamos cambiar el mundo para crear las circunstancias que creemos que nos harán felices, o al contrario, para evitar aquellas que nos hacen sufrir. Creemos que si las cosas fueran diferentes, finalmente lograríamos estar en paz. No obstante, si observamos más de cerca el por qué no estamos en paz, encontramos que la raíz de nuestro desconcierto no radica tanto en la situación en sí misma, sino más bien en cómo la interpretamos.

Si estoy atrapado en un atasco de tráfico, puedo verlo como algo que me hace sufrir de alguna manera, llegaré tarde a una cita, perderé alguna experiencia o molestaré a alguien; así, comienzo a sentirme ansioso, impaciente, frustrado. Pero también puedo verlo de otra manera, como una oportunidad para relajarme y tomármelo con calma por unos minutos. La misma situación, dos reacciones muy distintas. Sin embargo, la diferencia está exclusivamente en cómo me tomo las cosas que suceden.

Cuando me sorprendo sintiéndome molesto de alguna manera, me resulta útil recordar que mi molestia podría venir de la forma en que estoy interpretando la situación. Si esto es así, tiene más sentido pedir, no por un cambio en el mundo, sino por un cambio en mi percepción.

Así que eso es por lo que yo rezo. Permanezco en un estado tranquilo, y entonces pregunto, con una actitud de curiosidad e inocencia: "¿Podría haber, quizás, otra forma de ver esta situación?" No trato de responderme esta pregunta a mí mismo, si lo hiciera sin duda activaría la mente pensante, que le encanta hacer las cosas por mí. Así que simplemente planteo la pregunta, la dejo ir y espero.

Frecuentemente, una nueva manera de ver las cosas, me llega. No viene como una respuesta verbal, sino como un cambio real en la percepción. Y me encuentro viendo la situación de una manera nueva.

Un cambio memorable me sucedió hace un tiempo cuando tuve algunos problemas con mi pareja de entonces. Ella no se comportaba de la manera en que yo creía que debía. (¿Cuántos de nosotros no hemos sentido esto algunas veces?) Después de un par de días de una relación tensa, decidí orar de esta manera, solo preguntando suavemente si podría haber otra forma de percibir esto.

Casi inmediatamente, me encontré mirándola desde una perspectiva muy diferente. Aquí estaba otro ser humano, con su propia historia y sus propias necesidades, luchando por superar una situación difícil. De repente todo cambió. Sentí compasión por ella en lugar de animosidad, comprensión en lugar de juicio. Me di cuenta de que durante los últimos dos días había estado sin amor; pero ahora el amor había vuelto.

Los resultados de orar de esta manera nunca dejan de impresionarme. Encuentro que mis temores y quejas desaparecen. En su lugar, hay una sensación de alivio. Quien sea o lo que sea que me ha estado molestando, ahora lo veo con ojos más amorosos y compasivos. Además, la nueva perspectiva a menudo parece tan obvia: ¿por qué no había visto esto antes?

La belleza de este enfoque es que no estoy orando por una intervención en el mundo, sino por una intervención en mi mente, porque ahí es donde más se necesita ayuda.

Tampoco estoy orando a algún poder externo. Estoy orando a mi ser para que me guíe, al Ser interior que ve las cosas tal como son sin la superposición de mis esperanzas y temores. Reconoce cuando me he quedado atrapado en la forma de pensar del ego y siempre está dispuesto a ayudarme a liberarme.