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Extractos - Antonio Marín

Cosmos Hombre

No eres una persona

Por Antonio Marín

«No soy de aquí ni soy de allá.
No tengo edad ni porvenir.
Y ser feliz
es mi color
de identidad».
Facundo Cabral

«Para ti, mientras todavía seamos dos.
Para ti, mientras aún creas que existes allí.
Para ti, que te separas y te fundes de nuevo conmigo.
Para ti, mientras creas ser una persona.
Para ti, que eres eterno».
Autor desconocido

1 - Nunca nací, pero me complací jugando a auto-limitarme, y en mi juego he vivido muchas vidas contigo. Este es el juego:

Estuve en el principio, cuando todo fue creado. De mí brotaron estrellas, planetas, energías, y mi latido estalló en multitud de destellos y desarrollos, en oleadas de color y luz. Formas y fuerzas se compusieron y equilibraron para permitir la generación de maravillas. La chispa de la vida emergió en la energía y la materia, y la creatividad evolucionó en miles de criaturas. Fui pequeño como una partícula y grande como una constelación. Me remonté por los cielos y me refugié en las cuevas. Comí carne cruda, repté y galopé. Flui con los ríos y volé con el viento.

Y el hombre se irguió sobre las piernas y comenzó a caminar en el mundo para gozar de lo creado. Y así surgieron el dos y el tres. Al igual que tú, yo anduve por todas las tierras, fui un apóstol, conquisté pueblos, robé comida, maté a mi hermano, amé a mujeres y hombres, tuve hijos, fui asesinado, enfermé y sané. Fui hombre y mujer, y también muchas otras criaturas y formas. Pensé, hablé, contemplé, fui un sabio y también un ignorante; me iluminé bajo la sombra de un árbol e hice milagros.

Y antes de todo lo que fue hecho, fui plenitud absoluta y además creatividad y energía divinas.

Pero el tiempo es un truco, y la verdad es que siempre vivo hoy. Jamás he habitado otro momento que no sea este, del cual surgieron aparentes historias y miles de cosas. Este momento se mostró en un despliegue de fuegos artificiales que nunca se fueron, que siguen aquí, sumergidos en él, y continúa mostrándose de infinitud de formas distintas. Pero siempre es hoy. Envolví paradojas como esta y otras muchas cosas maravillosas.

No puedes comprenderme con la mente como no puedes respirar con los ojos. En este juego no es posible hacer nada ayer ni mañana. No se puede comprender lo absoluto con el pensamiento ni lo atemporal desde un discurso en el tiempo.

Para conocerme debes mirar con tu alma. No puedes acercarte a mí para tocarme, pero sí fundirte conmigo.

Mi reino no es de este mundo. No soy de aquí. No soy de ningún sitio, pero estoy en todo. No tengo edad ni porvenir y, como resonó en la Pampa, la felicidad es mi color de identidad.

Cuando tú duermes, allí estoy yo, en lo más profundo, cuando no sueñas. No me recuerdas porque no dejo huellas; tan ligero soy.

Yo soy el emisor y el receptor, y también el mensaje y el silencio alrededor del mismo. Y nada ha sucedido nunca en mi ausencia. Tú, al igual que yo, siempre has estado allí conmigo, nunca hemos dejado de vernos y de estar juntos, porque el oro siempre estuvo en la joya dándole sustancia y siendo uno con ella.

Aunque estoy en todas las palabras sabias y también en las ignorantes, escondiéndome de tu comprensión y jugando al ocultamiento, a veces me muestro directamente y te hago un regalo. Entonces te hablo sin palabras, cuando lo hace el mar, cuando lo hace la montaña, cuando lo hace la sonrisa de un bebé, cuando lo hace un paisaje. Otras veces lo hago verbalmente y te dejo una frase dispersa en algún libro, en una canción o en un poema.

Sábete uno conmigo. Siempre nos gustó el juego y el deporte. La aventura es infinita, pero podemos descansar en nuestro Reino de cuando en cuando y también eternamente. Otra paradoja.

Te alimenté y me nutrí de ti. Finalmente me alcanzas y todo se culmina. Y jugamos de nuevo. Descansa en mí. Confía, si puedes, y, si no puedes, sabe que eso también es perfecto y que nada es lo que parece. Tu gloria prevalece siempre, y aquí estará cuando vuelvas, cuando yo te traiga, cuando te fundas en mí.

2 - Una vez fui un vagabundo. Me senté en la hierba y me tumbé en la arena. Monté en bicicleta detrás de mi amada, caminé descalzo y el mar me mojó los pies. No tuve edad ni porvenir. Fui libre como la brisa, ligero como una pluma, feliz como un niño en la playa, fuerte como un campesino y grande como el cielo. Fui dueño de mi pobreza y nunca mendigué nada. Hice aquello que amaba hacer y viví en paz.

Descubrí todo el universo en una hoja de hierba y a Dios en una hormiga, y vi que la punta del alfiler es igual de grande que todas las galaxias juntas y que todos los universos que las contienen. Me desperté llorando de felicidad y me dormí sonriéndole al moribundo. La pena y el dolor se fundieron a veces con la felicidad y la gloria, y crearon un sabor agridulce que también se diluyó en la enormidad del vacío que estaba contenido en uno de sus cabellos.

Una vez fui un vagabundo que cenó con vino y se durmió en tu regazo, confiado, porque sabía que tú eras él.

Un vagabundo que poco pensaba y mucho sabía. Las palabras brotaban de su boca y él las escuchaba con asombro y atención, porque venían de muy adentro, de muy lejos, de muy hondo, de una profundidad inmensa, sin fondo, eterna, tan grande como la nada, divina, de allí donde Yo habito en mi propia esencia, que era la suya.

Tanto escuchó el vagabundo a su fondo profundo que finalmente solo quedó el escuchar, y después el propio escuchar desapareció en ese fondo. Ahora no somos dos. Fui un vagabundo en el mundo, pero el mundo entero está ya en el vagabundo.

(Extraído de la muestra gratuita del libro en Amazon)
Fuente: Antonio Marín. Yo nunca nací (Círculo Rojo, 2022)