Extractos - Keith Dowman
La Visión del Dzogchen
De la Introducción
Por Keith DowmanLa visión del Dzogchen, debemos decirlo desde el inicio, no es una visión o, mejor aún, es una no-visión. Porque si el Dzogchen tuviese una visión, su perspectiva no sería diferente a la de cualquier otro camino budista o cualquier otra indagación filosófica. Y dado que el Dzogchen no es un camino intelectual, por eso mismo no tiene una visión discursiva. La visión del Dzogchen es, más bien, una forma de ver total, desde el punto de vista de la consciencia primordial, que informa los sentidos, las emociones y el intelecto. Y ya que no podemos delimitar esa perspectiva, y que esta no tiene consistencia, podemos llamarla una no-visión. Mas aún, dado que la visión del Dzogchen incorpora tanto al observador subjetivo como a la visión objetiva variable, e incluye a la consciencia que los abarca a ambos en un campo no-dual, la visión del Dzogchen no puede separarse de ese momento unitario de consciencia pura que reúne al que ve y a lo visto.
Solo podremos seguir utilizando el término visión, si entendemos que la visión del Dzogchen es una no-visión. Pero en el caso de que exista alguna duda, aunque sea ínfima, que nos lleve a aferrarnos a la noción de “visión” como si esta fuese un concepto, entonces deberíamos preferir el término “no-visión”. El hecho de que el intelecto insista en su derecho primario y en su función de formular la visión en términos filosóficos o psicológicos ―o incluso a través de acertijos al estilo del Zen―, revela que aún no estamos identificados con el mándala Dzogchen y que no hemos realizado plenamente la experiencia iniciática, que es solo otra forma de decir “relajarse en la naturaleza de la mente”.
La visión, o no-visión, del Dzogchen, sitúa a la enseñanza, en términos de la visión, meditación, y acción, en el camino de la inmediatez, que es un no-camino en la medida en que no sigue los cauces del tiempo. (No es que se rechace el camino gradual, temporal; simplemente se lo desplaza hacia una posición subordinada). La visión del Dzogchen incorpora la meditación y la acción y, en la medida en que la visión es aquella del aquí y el ahora, donde no es necesario hacer nada para alcanzar “la gran perfección”, toda la meditación estructurada y la acción disciplinada devienen redundantes. Al menos esa es la visión del Dzogchen.
Sin embargo, hay que decir de inmediato, en aras de no confundir el samsara con el nirvana, que la visión depende de la revelación. Y la revelación es la introducción directa a la naturaleza de la mente, aquello que llamamos “experiencia iniciática”. Creo que la visión del Dzogchen es, por lo tanto, la mejor manera de acercarse al Dzogchen para la generación de los “boomers”. Y no solo para ellos, sino para todos aquellos que, en cualquier momento, hayan experimentado una intuición directa de la naturaleza de la mente, de la esencia de la mente, y la hayan valorado como la experiencia más importante de sus vidas.
La visión Dzogchen no es otra cosa que la intuición experiencial de la Gran Perfección. La escolástica tibetana utiliza los encabezados “visión”, “meditación” y “acción” para definir la teoría, la práctica y el resultado de las distintas tradiciones del entrenamiento budista. Pero el Dzogchen, por supuesto, no tiene un punto de partida filosófico; sino que su génesis es una realización existencial que destrona al intelecto, lo desplaza a un lugar subsidiario y lo acalla en la realización experiencial del aquí y ahora no-dual, tal y como es. Por lo tanto, el término “visión del Dzogchen” abarca la totalidad del Dzogchen. Porque cuando albergamos la visión Dzogchen, la meditación y el fruto llegan por añadidura. ¡Sólo importa este momento! ¡Nada más es real!
La visión incluye tanto el punto de vista, como lo visto y la observación misma; comprende al espectador subjetivo y a la visión objetiva, junto con el acto de ver. Entendida así, la palabra “visión” se convierte en un sinónimo de rigpa, aquella palabra tibetana a la vez pequeña y vital. Rigpa describe la conciencia no dual que abarca “el actor”, “la acción” y “aquello sobre lo que se actúa”.
“La visión” describe así el momento atemporal del ahora, tal y como es, en su manifestación en los campos de la experiencia. Es una visión sin un punto de vista: por eso es una “no-visión”. Simplemente es lo que es en esa atemporalidad que no ofrece ningún resguardo temporal donde se pueda atrapar y materializar la experiencia. La visión del Dzogchen es, por lo tanto, la consciencia primordial que resplandece en la naturaleza de la mente en un momento atemporal donde la consciencia y la información sensorial se encuentran.
La belleza de la visión del Dzogchen es que todas las demás visiones se disuelven en ella. No hay ninguna otra visión aparte de las visiones samsáricas que conducen al sufrimiento de un tipo o del otro. El punto crucial de la consciencia pura, inherente a esta visión, es la atemporalidad. Y aunque no podemos negar esa momentánea insinuación de percepción sensorial, su ausencia de duración nos obliga a concebirla como “no-visión”. Decir que la visión del Dzogchen es una visión no-dual, donde se encuentran el tiempo y la atemporalidad, es subrayar la invalidez de cualquier dualismo. Pero si cristalizamos la no-dualidad en una mónada, si forzamos conceptualmente a la unidad ―una realidad absoluta, última― nos dirigimos entonces hacia la obsesión por un absoluto reificado, como Brahma. Dicha concepción nos conducirá sin duda a un orgullo antinatural, un orgullo divino.
Para continuar con esta declaración de la “gran perfección” como la visión del Dzogchen, debemos agregar que no podemos alcanzarla, ya que su experiencia no tiene extensión en el tiempo. ¿Y, cómo podemos decir que algo que no dura existe? Pero, de otro lado, dado que es coexistente con la atemporalidad, ¿podemos negar acaso que ha existido desde el principio del tiempo? No podemos desarrollarla ni alcanzarla. ¡Ya es completa y perfecta desde el principio y no puede manifestarse en el tiempo! Realizarla es imposible, no sólo porque ya se realizó, sino porque al coexistir con la atemporalidad, no puede tomar ninguna forma fija excepto en el destello momentáneo de color y forma que no tiene extensión en el tiempo. De este modo, la visión del Dzogchen es la visión de la gran perfección aquí y ahora. No se puede alcanzar. Y por lo mismo no se puede perder.
La visión del Dzogchen se proyecta desde la misma naturaleza de la mente, o para acuñar un sinónimo, desde la mismidad o esencia de la mente. Es la consciencia inmaculada, pura y atemporal de la esencia de la mente. Aquí la tradición hace una distinción entre la mente condicionada que se manifiesta como una fuerza objetiva y la Mente que es libre en virtud de nuestra identidad con su naturaleza, su esencia noética. Al identificarnos con la esencia de la mente, podemos abrazar cualquier concatenación kármica y cualquier punto de vista filosóficos, siempre y cuando sean lo que determine la ética bodhisáttvica. Ninguna particularidad nos parece esencial, no concebimos ningún específico como existente de forma independiente y ningún detalle posee mayor valor que ningún otro. Al percibir “la totalidad en un grano de arena”, cada percepción deviene absolutamente incluyente: esa percepción es la que define el mándala del Dzogchen. Al interior del espectro momentáneo de la naturaleza de la mente, puede surgir cualquier variación potencial de color y forma; eso es la visión Dzogchen.
En la visión que se sostiene desde el interior de la naturaleza de la mente, la esencia de la mente sostiene los reflejos del universo multidimensional en su aprehensión cognitiva por un momento intemporal. A dichos reflejos los llamamos Maya. Son reflejos ilusorios, aparentes pero insustanciales, que existen transitoriamente como una estela que no perdura. Si, Maya tiene color y forma y, en la ilusión del tiempo, se percibe como una corriente de afectos fantasmagóricos que mutan sin cesar. Pero lo cierto es que nunca podemos inmovilizarla, ni siquiera por un nano-instante, y por eso siempre permanece ilusoria, definida sólo por la consciencia invariable que le subyace y la impregna. Así ocurre con cada información que los sentidos traen a nuestra atención, sea interna o externa. Todo está kármicamente determinado, pero es esencialmente invariable, sin especificidad: ¡todo es lo mismo!
La visión existencial, la visión del Dzogchen, definida así, no es distinta de la meditación, cuando ésta última se libera de la intención del meditador. La meditación del Dzogchen es el sostenimiento de la consciencia existencialmente pura de la visión. Recordemos que la visión es una no-visión, por lo tanto, la meditación es una no-meditación. La visión es la perfecta intuición del momento y la meditación se refiere a la función de la corriente incesante de consciencia primordial que informa dicha intuición. La no-meditación no puede iniciarse por medios intelectuales, o por un esfuerzo orientado a alcanzar una meta, porque la visión que es la meditación ha estado en su lugar desde el comienzo del mundo, y siempre hemos sido inconscientemente conscientes de su autoridad subyacente, aunque no la hayamos reconocido hasta que nos la señalaron. La meditación no es algo que se hace; es una función integral del ser. La meditación es la consciencia pura en sí misma, y cuando es completamente libre, no es otra cosa que la consciencia de la presencia pura (rigpa) ahora mismo.
La meditación del Dzogchen es no-meditación sólo en el atiyoga. En el mahayoga y en el anuyoga se perfilan otras mentalidades que requieren de otras condiciones. Estrictamente hablando, los preliminares del atiyoga no pueden clasificarse como Dzogchen. La visión del Dzogchen, y la práctica del atiyoga, presuponen la realización de una intuición de ―de una identidad con― el estado natural de la mente. No importa si aún ha de convertirse en una identidad constante y total; la experiencia iniciática ha introducido ya un estado mental que nunca podemos olvidar ni superar. Una estrella guía ―la condición natural de la mente en su estado no-dual― se ha reconocido en el firmamento y, en lo sucesivo, determinará cada decisión y resolverá cada dilema. La práctica de los preliminares como si fueran peldaños, pone en evidencia una mente atrapada en la trampa de la causa y el efecto, una mente que trabaja bajo la premisa de que podemos influenciar a la naturaleza de la mente a través de condiciones causales, de que podemos comprar o manipular a la experiencia iniciática, y de que el intelecto puede controlar a la matriz que lo hace brillar. Los preliminares pueden llevar al caballo al bebedero, pero no pueden hacerlo beber. Y aún así, esta afirmación no pretende subvalorar al ngöndro (prácticas preliminares), ya que, si no llevamos el caballo al bebedero, no existe ninguna posibilidad de que este sacie su sed. Cuando la moto se queda sin gasolina, ningún peso sobre el acelerador produce movimiento: solo nos queda empujarla hasta la gasolinera.
Si la “meditación” se ocupa de sí misma, también lo hace la “acción”. Es contraproducente solicitarle un programa de acción al intelecto, aunque lo que se requiera sea la agenda del bodhisattva. Y es que la verdadera acción se determina intuitivamente y se ejecuta espontáneamente por una mente (¿Mente?) que abarca tanto al yo como al otro y que no puede actuar sino en beneficio de ambos. O, más bien, actúa de forma autónoma en beneficio del universo no-dual. ¿Cómo es posible? El sentido de un yo, y su sucedánea agenda racional, egoísta y limitada, se oblitera a través de la visión del Dzogchen. Y de ahí, su menesterosa identidad con la naturaleza de la mente en la experiencia iniciática, y la naturaleza de la mente en sí misma, sólo pueden generar una actividad que se despliega por el bien de todos los seres sintientes. Si no es así, ¿entonces de qué valió la iluminación de Sakyamuni bajo el árbol bodhi?
Visto así, no es posible “practicar” la visión del Dzogchen. Tanto el que conoce como cualquier cosa que se conozca, ambos se integran en la visión del Dzogchen en cada momento atemporal de la consciencia. La visión, desde el punto de vista de la consciencia que todo lo abarca, que “conoce” o “comprende”, es siempre atemporal y perfecta en sí misma. No hay tiempo para la discriminación, entendida como la preferencia por una cosa sobre otra. La visión está exenta naturalmente de prejuicios o preferencias. Y, si es que hemos de utilizar la palabra “práctica” en absoluto, esta solo debe referirse al sostenimiento de la consciencia de la encarnación que empieza a existir con el nacimiento y que se sostiene hasta que se desvanece del cuerpo en el momento de la muerte. Aunque, a decir la verdad, la visión será más feliz con la noción de que no tiene principio ni fin y, de hecho, precede al nacimiento y sobrevive a la muerte. La idea de “practicar la respiración” es lo que más se acerca a la noción de “practicar la visión”, o de “practicar el Dzogchen”, o, quizás, de “practicar el estar en el cuerpo mientras se es consciente de su relación simbiótica con el entorno cósmico”.