Ruta de Sección: Inicio > Artículos >Extractos > Artículo

Extractos - La Nube del No-Saber

La Nube del No-Saber

y el libro de la Orientación Particular

Un ensayo introductorio por William Johnston (Parte 3 de 3)

Dionisio

La Nube del No-Saber y El Libro de la Orientación Particular

Este inglés pertenece a la tradición llamada "apofática" por su tendencia a acentuar que Dios es mejor conocido por la negación: podemos saber más sobre lo que no es Dios que sobre lo que es. Influido por el neoplatonismo, es una doctrina que debe mucho a Gregorio de Nisa y a Dionisio Areopagita. A este último se le reconoce al final de su obra: "Quien lea el libro de Dionisio verá confirmado en él todo lo que he venido tratando de enseñar en este libro desde el principio hasta el final" (p. 139). De la sinceridad de estas palabras da fe el hecho de que el autor inglés hizo una traducción de la Teología mística de Dionisio, que corre con el nombre de Hid Divinity. Sin embargo, eruditos recientes han demostrado que tal obra era menos dionisiana de lo que él mismo suponía. Una razón de ello es que ningún medieval logró una visión objetiva de los escritos del Areopagita. Sólo recientemente ha quedado establecido con certeza que Dionisio fue un monje sirio de principios del siglo VI. Para los de la Edad media fue un convertido de san Pablo que escribe a Timoteo con una autoridad que raya en la de las Escrituras mismas. Sus escritos influyeron no sólo en los místicos griegos, especialmente Máximo el Confesor, en el siglo VIII, sino que después de la traducción de Juan Escoto Eriúgena en el 877 tuvieron un impacto incalculable en toda la Iglesia latina. Se multiplicaron los comentarios; Tomás de Aquino y Buenaventura no escaparon a la influencia del Areopagita, incluso Dante cantó las alabanzas del Areopagita. En consecuencia, el Dionisio que llegó al autor de La Nube..., como el Aristóteles que a veces llega a los tomistas, venía cargado de una tradición que ningún medieval podría haber reconocido. Y fue este Dionisio adornado el que influyó en nuestro autor inglés. No oculta, además, el hecho de que no quiere seguir "la pura letra" del libro de Dionisio; trata de interpretarlo por si mismo y de echar mano de otros intérpretes. Es casi seguro que no leyó el texto original de Dionisio sino que usó la versión latina de Juan Sarraceno, junto con el comentario de Thomas Gallus, abad de Vercelli.

Sin embargo, aun concediendo que Dionisio fue bastante adornado en los años que transcurren entre el siglo VI y el XIV todavía es cierto que sus ideas básicas son fundamentales al pensamiento del autor de La Nube.... Intentaré, pues, hacer un breve resumen de su doctrina.

Según Dionisio, el hombre puede conocer a Dios de dos maneras: una por la vía de la razón (logos) y la otra por la contemplación mística (mystikon zeama). El conocimiento racional de Dios se obtiene por medio de la teología especulativa y la filosofía. Pero el conocimiento místico es infinitamente superior a este, ya que proporciona un conocimiento de Dios intuitivo e inefable. De ahí su nombre de "místico" o "escondido". Dionisio habla mucho de la trascendencia de Dios, destacando el hecho de que por el razonamiento conocemos poco sobre él. Pero nunca niega el poder de la razón discursiva para darnos algún conocimiento de Dios, acentuando simplemente la superioridad del conocimiento místico.

De hecho, enseña dos vías de conocimiento de Dios por la razón, una afirmativa y otra negativa. Podemos afirmar de Dios todo bien que puede atribuirse a su creación diciendo que él es santo, sabio, benevolente, que es luz y vida. Todas estas cosas vienen de Dios, de manera que podemos afirmar que la fuente posee sus perfecciones en su más alto grado. Pero (y este es el punto que pone de relieve Dionisio) hay también una forma negativa de saber de Dios, puesto que está por encima de todas sus criaturas. Es sabio, pero con una sabiduría diferente de la de los hombres. Su belleza, su bondad 17y su verdad son diferentes de las que conocemos. Por eso, en un sentido, Dios es distinto a todo lo que conocemos: hemos de grabar en la mente que las ideas que tenemos de él son totalmente inadecuadas para contenerle.

Pero hay una manera superior de conocer a Dios. Además del conocimiento de Dios, fruto de un proceso de especulación filosófica y teológica, existe el más divino conocimiento de Dios que tiene lugar a través de la ignorancia. En este conocimiento el intelecto es iluminado por "la insondable hondura de la sabiduría". Este conocimiento no se encuentra en los libros ni se obtiene mediante el esfuerzo humano, pues es un don divino. El hombre, sin embargo, puede prepararse a recibirlo, y lo hace por la oración y la purificación. Este es el consejo de Dionisio:

"A la hora, pues, de intentar la práctica de la contemplación mística, has de dejar atrás los sentidos y las operaciones del intelecto, todo lo que los sentidos y el intelecto pueden percibir, las cosas que son y las que no son, y has de adentrarte hacia el no-saber y, en lo posible, hacia la unión con aquel que está por encima de todas las cosas y de todo conocimiento. Por el constante y absoluto abandono de ti mismo y de todas las cosas, dejando todo y viéndote libre de todo, te abrirás al rayo de la divina oscuridad que supera a todo ser" (De myst. Theol., 1,1).

La idea de Dionisio es que los sentidos humanos y el intelecto son incapaces de llegar hasta Dios y por tanto, han de "vaciarse" de las criaturas o purificarse a fin de que Dios pueda derramar su luz sobre ellos. En este sentido están en completa oscuridad con respecto a las cosas creadas, pero al mismo tiempo quedan llenos de la luz de Dios. De ahí que podamos decir que "la Divina Oscuridad es la luz inaccesible en que, según se dice, Dios habita". Cuando las facultades están vacías de todo conocimiento humano, reina en el alma un "silencio místico" que la lleva al clímax que es unión con Dios y la visión de él tal cual es en sí mismo.

Tal es la doctrina que fluye desde los místicos apofáticos hasta el tiempo de san Juan de la Cruz. El punto fundamental es que nuestras facultades ordinarias, tanto sensibles como intelectuales, son incapaces por si mismas de representarnos a Dios. Por lo mismo, ha de abandonarse su uso ordinario. Dios está por encima de todo lo que podemos representar en nuestra imaginación o concebir en nuestra mente. Los capítulos 4 y 5 de la Teología mística de Dionisio dan un formidable y detallado catálogo de todas las cosas que no se parecen a Dios. En primer lugar ninguna cosa sensible semeja a Dios, de manera que "quitamos de él todas las cosas corporales, y todas las que pertenecen al cuerpo o a cosas corporales como son la figura, la forma, la calidad, cantidad, peso, posición, visibilidad, sensibilidad... Pues él ni es ninguna de estas cosas ni tiene ninguna de ellas; ni parcial ni conjuntamente no es ni tiene ninguna de estas cosas sensibles". Una vez más, no se parece a nada de cuanto podamos concebir en nuestra mente, y una vez más, sigue el catálogo de las cosas espirituales que no se parecen a Dios. Tal es la teología negativa que subyace a los místicos apofáticos.

En su versión de la Mystica Theologia, el autor inglés añade por su cuenta algunas anotaciones al texto original. La principal de todas es su inserción del amor como el elemento más importante de la oración contemplativa.

En esto va más adelante que Dionisio y sigue probablemente a un escritor anterior, Thomas Gallus, cuyo comentario debe haber usado. Ya he hablado detenidamente sobre el énfasis que el autor inglés pone en el amor. Permítaseme, no obstante, citar un pasaje más de La Nube... en que volvemos a encontrar un acento dionisiano sobre la incapacidad del conocimiento, unido a un nuevo y fuerte acento sobre la centralidad del amor:

"Intenta entender este punto; las criaturas racionales, como los hombres y los ángeles, poseen dos facultades principales, una facultad de conocer y una facultad de amar. Nadie puede comprender totalmente al Dios increado con su entendimiento; pero cada uno, de maneras diferentes, puede captarlo plenamente por el amor. Tal es el incesante milagro del amor: una persona que ama, a través de su amor, puede abrazar a Dios, cuyo ser llena y trasciende la creación entera. Y esta obra maravillosa del amor dura para siempre, pues aquel a quien amamos es eterno".

De este modo, el autor inglés, que comienza en un marco neoplatónico, se ha adentrado más hondamente en una contemplación que está llena del amor cristiano. En ciertos aspectos, su obra puede considerarse como un himno al amor, lo mismo que la de ese gran español que cantó: "¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma el más profundo centro!".

En este ensayo introductorio he puesto de relieve la doctrina del amor de nuestro autor no sólo porque es la clave para entender su pensamiento, sino también porque es particularmente relevante para nuestros días, en que la ciencia está explorando los "estados alterados de la conciencia", que no son muy distintos de los estados a los que apunta el místico. No hay por qué hablar aquí de bio-retroalimentación, del control de la mente, de las drogas, ni de otras técnicas que transportan a la gente más allá del pensamiento hacia la conciencia silenciosa e intuitiva.

Lo que distingue a la contemplación enseñada por el autor inglés y otros místicos cristianos es la centralidad del amor. Motivada por el amor es una respuesta a una llamada que termina en un ágape mutuo y cualquier cambio de conciencia no es más que una consecuencia de este puro impulso del amor.

El fondo histórico

Creo que el lector está ya ansioso de saber algo más sobre este autor. Por desgracia, los datos son mínimos y poco podemos decir. Sin duda, la mejor manera de conocerlo es leer sus obras, donde, como siempre, el estilo es el hombre. A pesar de los muchos intentos, nadie ha conseguido darle un nombre; tampoco sabemos a qué orden religiosa perteneció, si es que realmente fue religioso. Hasta tal punto llegó su humilde deseo de permanecer anónimo. Los manuscritos de sus obras son, sin embargo, numerosos; el más antiguo de los manuscritos data de principios del siglo XV. Puesto que el autor parece haber conocido la obra de Richard Rolle, y Walter Hilton parece haberle conocido a él, los historiadores concluyen que debió escribir en los últimos años del siglo XIV. Ello está corroborado por su estilo, que, además, indica que los tratados están escritos en las tierras centrales del nordeste.

Pertenece a un siglo famoso en los anales de la espiritualidad por los nombres de Richard Rolle, Juliana de Norwich y Walter Hilton en Inglaterra; por el maestro Eckhart, Juan Taulero y Enrique Suso en Alemania; por Jan van Ruysbroeck en Flandes; por Jacopone da Todi y Catalina de Siena en Italia. Es una época vinculada a los nombres de ngela de Foligno y Tomás de Kempis, una edad, en fin, en que, a pesar de las convulsiones y de los inminentes presagios de tormenta, Europa era profundamente religiosa.

La fe penetraba hasta el fondo de los corazones del pueblo e influía no sólo su arte, su música y literatura, sino todos los aspectos de su vida.

La alegre Inglaterra estaba saturada de una fe religiosa que irrumpe en Piers Plowman y en Canterbury Tales. Chaucer puede reírse con buen humor de las debilidades de monjas y frailes, pero aceptaba la religión establecida con espíritu sumiso. Tal era la sociedad en que el autor de La Nube... vivió y escribió: tanto él como su público daban por buena una Iglesia, una fe y una vida sacramental que ya no son aceptadas sin cuestionárselo por muchos de sus lectores de hoy.

Fue, pues, un medieval perfecto, anclado en el espíritu de su tiempo e incluso de su tradición. Tantas palabras, frases e ideas suyas se encuentran también en La Imitación de Cristo, De Adhaerendo Deo, en los escritos de los místicos de las orillas del Rin y en otros tratados devocionales de la época que uno lo ve inmediatamente como parte de la gran corriente de la espiritualidad medieval. Estaba también al tanto de lo que se decía y pensaba en la cristiandad, pues no existía ningún "espléndido aislamiento" en aquel tiempo. Los monjes ingleses y los sabios frecuentaban los grandes centros del saber diseminados por Europa.

Si necesitáramos pruebas de su carácter tradicionalista, no tendríamos más que citar su constante alusión no sólo a la Escritura sino también a Agustín, Dionisio, Gregorio, Bernardo, Tomás de Aquino, Ricardo de San Víctor y demás. La modestia y el miedo a la vanidad le prohíben citar ampliamente a estos autores con alguna extensión, pero no puede evitar el referirse a sus obras y reflexionar sobre su pensamiento. Y una vez más, la riqueza de la tradición latente en sus escritos aparece en las figuras e ilustraciones que llenan sus páginas. La misma "nube del no-saber", el motivo Marta-María, la figura de Moisés que sube a la montaña, la noción del alma como espejo en el que puede ver a Dios, la comparación de la oración mística con el sueño, "el puro impulso de la voluntad", "el casto y perfecto amor de Dios", "el punto soberano del espíritu", todas ellas, expresiones tan impregnadas de tradición y usadas por tantos autores cristianos que es casi imposible afirmar categóricamente de quién toma prestado el autor inglés o de quién saca fundamentalmente su inspiración.

Pero cuando se llega a estudiar a este autor en su marco histórico, surge otro problema que es necesario mencionar aquí: su sorprendente semejanza con san Juan de la Cruz. No pocos comentaristas se han percatado de esto, llamando al autor inglés un san Juan de la Cruz de dos siglos antes que él. Pues la verdad es que casi todos los detalles de su doctrina tienen su paralelismo en el místico español posterior, y no sólo la doctrina sino también las palabras y frases son en muchos casos idénticas. ¿Cómo explicar esta afinidad digna de tenerse en cuenta?

No es imposible que el místico español leyera la versión de La Nube que pudo haber circulado en el continente europeo de su época. Sea lo que fuere, parece claro que ambos escritores pertenecen a la misma tradición espiritual. A través de sus páginas hablan Agustín, Dionisio, Los Victorinos, Taulero, Ruysbroeck y demás; y sabemos, también, que ambos eran tomistas declarados. Es, pues, la gran corriente de una tradición común la que ha tomado los espíritus de estos dos hombres. Los dos forman parte de una corriente mística que ha fluido a través de la cultura cristiana, rompiendo las barreras de tiempo y espacio que separan la Inglaterra del siglo XIV y la España del siglo XVI. Sus potentes olas no han perdido fuerza ni siquiera en el siglo XX.

En las notas he dado una lista de las citas de las obras de san Juan de la Cruz. No quieren ser exhaustivas, pero son suficientes para demostrar que ambos escritores pertenecen a la misma tradición. Y quizá ellos nos ayuden a refutar la teoría, sugerida a veces, de que el autor inglés fue un rebelde, un extraño a la tradición, innovador sospechoso y heterodoxo. Nada más lejos de la verdad. Es el místico occidental más representativo, un guía seguro tanto en el siglo XX como en el XIV. Y su orientación será altamente valiosa tanto para los que siguen la oración tradicional como para los que practican la meditación trascendental u otras formas contemplativas recientemente importadas de Oriente.

Respecto a la edición inglesa

Diré, finalmente, una palabra sobre esta edición, que es un esfuerzo para hacer accesible e inteligible al mundo moderno el pensamiento del autor. Y de modo particular al lector actual que desee practicar la forma de oración aquí descrita. He usado como base el texto critico verdaderamente excelente del profesor Phyllis Hodgson: The Cloud of Unknowing y The Book of Privy Counseling, edición tomada de los manuscritos, con introducción, notas y glosario, Oxford University Press, 1944 (reimpresión 1958). Sólo una vez me he apartado de este texto. Es al final de El Libro de la Orientación Particular. Mi último párrafo no se encuentra en la edición del profesor Hodgson. Aparece, sin embargo, en algunos manuscritos tardíos y lo he incluido en mi edición, porque creo que sin él el libro termina con bastante brusquedad.

Por lo que se refiere a las citas de la Escritura, me he servido de la versión de Donay cuando la exégesis del autor parecía exigirlo. En otros casos me he valido de traducciones modernas.

He mantenido el título de El Libro de la Orientación Particular (The Book of Privy Counseling), en parte porque creo que no hay por qué discutir el titulo de un clásico y, en parte, porque es más o menos intraducible. Además, la palabra "counseling", "orientación", como he señalado ya, tiene pleno sentido para la gente de nuestro tiempo. Por lo que respecta a la palabra "privy", 22"particular", supone por una parte que la carta no va dirigida a cualquiera sino sólo a los que quieran entender y también, que el contenido es íntimo y confidencial. Pienso que ambos sentidos se mantienen mejor conservando la palabra original.

Las divisiones de capítulos de El Libro de la Orientación Particular son mías. El texto original es de una pieza y no tiene capítulos. Creí, sin embargo, que esta edición seria más fácil de leer dividiendo el texto más o menos en la misma forma que La Nube....

Concluiré haciendo mías las palabras del autor: "Me despido de ti con la bendición de Dios y la mía. Que Dios te dé a ti y a todos los que le aman la verdadera paz, la orientación sabia y prudente, y su alegría interior en la plenitud de la gracia. Amén".

William Johnston
Universidad de Sophia,
Tokyo