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Extractos - Osho

La libertad de la conciencia

Por Osho
Osho

El ser humano vive atribulado y angustiado debido a los pensamientos y las doctrinas, que son la causa de que la verdad nunca emerja. El conocimiento prestado y las opiniones ajenas que el hombre alberga en su interior suponen un obstáculo para la verdad. El conocimiento no se obtiene del exterior, cualquier cosa que se tome de fuera impide que la verdad asome.

Yo también soy un elemento externo y cualquier cosa que diga procederá igualmente de fuera, de modo que no deberías considerarlo conocimiento. No lo es. Lo que otra persona te aporte no puede ser tu propio conocimiento e incluso existe el riesgo de que tape tu ignorancia: puede cubrirla y ocultarla, y eso quizá te lleve a creer que sabes algo.

Cuando lees u oyes hablar sobre la verdad, crees que ya la conoces y de esta forma te incapacitas para poder alcanzarla.

Permíteme decirte antes de nada que cualquier cosa que proceda del exterior nunca podrá ser un conocimiento propio. Naturalmente, alguien podría preguntarme la razón por la que estoy hablando: ¿por qué hablo? Justamente yo estoy fuera y estoy diciendo algo. Lo único que deseo transmitir es que tomes todo lo que te llegue de fuera como un elemento externo y no lo consideres tu propio conocimiento, ya provenga de mi o de otra persona.

El saber constituye la auténtica naturaleza esencial de todo ser humano y para conocer esa naturaleza innata no es necesario buscar fuera. Si deseamos conocer qué hay en nuestro interior, hemos de desaprender y dejar de lado todo aquello que hayamos incorporado del exterior.

Aquellos que desean conocer la verdad han de apartar las escrituras sagradas; quien se aferra a ellas ―y todos nosotros lo hacemos― no puede alcanzar la verdad; los problemas del mundo se deben a este aferramiento a los libros sagrados. ¿Quiénes son los hindúes, los musulmanes, los jainistas, los cristianos o los parsis? ¿Qué los hace luchar entre sí? ¿Qué los separa?

Los libros sagrados. La humanidad está dividida porque unas personas se aferran a ciertos textos y otras a otros, que se han vuelto tan valiosos que podemos llegar a matar por su causa. Durante los pasados tres mil años, millones de personas han muerto debido al gran valor que hemos conferido a los libros. Dado que se han vuelto dignos de adoración, menospreciamos, rechazamos y apagamos la divinidad que existe en nuestro interior. Esto es lo que ha sucedido y aún sigue sucediendo en nuestros días.

El muro que separa a una persona de otra está hecho de escrituras sagradas. ¿Te has preguntado de qué manera esos textos que separan a un ser humano de otro podrían unir al hombre con la existencia? ¿Cómo eso que distancia a las personas podría convertirse en una escalera que conecte al ser humano con la existencia? Creemos que quizá podamos encontrar algo en esos textos y realmente lo hacemos: descubrimos definiciones de la verdad que nos aprendemos de memoria. Entran a formar parte de nuestra memoria y eso nos parece conocimiento.

Pero la memorización no es conocimiento; aprender algo y memorizarlo no es saberlo. El surgimiento del saber es algo completamente diferente que revoluciona la vida. Con el entrenamiento de la memoria alguien puede convertirse en erudito, pero no experimenta el despertar de la sabiduría.

No tengo intención de cometer el pecado de impartir una conferencia. Quienes disertan sobre un asunto son agresivos y pecan, pero no es ese mi propósito: solo estoy aquí para compartir algunas cosas contigo, no porque debas creértelas; cualquiera que te diga que debes creer en algo es tu enemigo; cualquiera que te exhorte a tener fe o creer será letal para ti, pues representa un obstáculo para el despertar de tu inteligencia y te impedirá avanzar.

Somos creyentes desde hace mucho tiempo y nuestro mundo es el resultado de ello; pues bien, ¿puede haber un mundo más viciado y corrupto que este? Aunque llevamos creyendo durante tanto tiempo, ¿puede el ser humano estar peor de lo que está en nuestros días?, ¿pueden estar más corrompidos nuestros cerebros?, ¿puede haber más dolor, tensión y angustia de la que hay en la actualidad? Hemos abrigado creencias durante largo tiempo y el mundo entero cree en algo ―unos en este templo, otros en esa mezquita o en aquella iglesia; unos en este libro y otros en un libro diferente; unos en este profeta y otros en un profeta distinto―. Toda la humanidad cree en algo y, aun teniendo esas creencias, el resultado es el mundo en que vivimos.

Algunos podrían afirmar que esto se debe a la falta de fe. Pero ¡ojalá la existencia erradique todas esas creencias por completo! Si el nivel de creencia fuera absoluto, el ser humano estaría acabado, porque su inteligencia se habría destruido. La creencia va en contra de la inteligencia. Siempre que alguien te diga que te creas sus palabras, lo que está queriendo expresar realmente es que no necesitas caminar por ti mismo. Siempre que alguien te pida que tengas fe, está diciendo: "¿Para qué necesitas ojos si tienes los míos?".

 

Alguien que desee experimentar la verdad, que desee acercarse a lo divino, que anhele experimentar la luz y el amor divinos debería recordar que la primera condición consiste en estar libre de toda clase de creencias. La libertad ―la libertad de la conciencia y de la inteligencia― constituye la primera condición para alcanzar la verdad. Alguien que no haya liberado su conciencia podrá saber de todo lo demás, pero nunca conocerá la verdad. La libertad de la conciencia resulta esencial para cruzar el umbral de la verdad.

¿Cómo puede ser libre nuestra conciencia?, ¿cómo liberarla?, ¿cómo poner en libertad una mente aprisionada? El mayor problema al que se enfrentan los seres humanos es la liberación de la conciencia. El asunto que debe abordarse no es la existencia de Dios, sino la libertad de la conciencia.

La gente suele preguntarme si Dios existe y yo respondo: "Olvídate de Dios; dime, ¿es libre tu conciencia?". Si alguien me preguntara si existen el cielo o el Sol, ¿qué debería responder? Le preguntaría: "¿Tienes los ojos abiertos?". Aunque el Sol existe, la cuestión es si esa persona tiene los ojos abiertos para poder verlo. Del mismo modo, aunque lo divino existe, la conciencia ha de estar abierta para percibirlo. ¿Cómo podrán ver lo divino una mente limitada y unos ojos cerrados?

Una persona que está obsesionada con sus creencias tiene una mente limitada y los ojos cerrados. Cuando alguien tiene una idea preconcebida sobre algo, su mente ya se ha cerrado antes de llegar a conocerlo. Esa persona ha cerrado sus puertas. Entonces pregunta: "¿Hay un Dios?, ¿existe la verdad?".

Para una mente restringida no existen ni Dios ni la verdad. Pero la cuestión fundamental no es si Dios existe, si el alma existe o si la verdad existe. El verdadero problema es el siguiente: ¿tiene esa persona una conciencia capaz de saber? Sin esa clase de conciencia no es posible tener una vida plena ni desentrañar el significado de la existencia. Solo quien posee una inteligencia completamente libre y ha adquirido la capacidad de percibir es capaz de saber.

¿Cómo podemos dirigir la conciencia hacia la liberación última? ¿Cómo podemos abrir sus puertas y ventanas para que la luz del sol penetre? ¿Cómo podemos abrir los ojos para poder ver aquello que es? Siempre que comenzamos a creer en algo, nuestros ojos se cubren con un velo que impide que veamos aquello que es y empezamos a ver aquello que creemos.

 

Lo primero que has de recordar para liberar tu conciencia es que ningún pensamiento te pertenece. Si los pensamientos no son tuyos y simplemente vienen y van, ¿quién eres tú? Realmente no eres sino un testigo, un observador, alguien que ve los pensamientos.

Quien desee ser un testigo y conocer la verdad ha de entender que todos los pensamientos son solo pensamientos. Nada es bueno y nada es malo. Cuando alguien establece la distinción entre bueno y malo se aferra a uno y desecha el otro y no puede vivir como testigo. Para ser un testigo debes permanecer en un estado libre de juicio, deseo o imaginaciones, o lo que es lo mismo, un estado sin proyecciones en el que veas los pensamientos tal como son. Alguien que sea testigo de los pensamientos sin juzgarlos ni considerarlos buenos ni malos ni censurarlos, criticarlos ni ensalzarlos, se llevará una gran sorpresa. Si continúa observando de este modo de forma silenciosa y serena, poco a poco descubrirá que sus pensamientos han desaparecido: se han vuelto vacíos. Los pensamientos dejan de llegar a la conciencia de alguien que se ha despojado de todo sentimiento de apego por sus procesos mentales.

Hemos de despertar para ver qué sucede en nuestro interior. Alguien que es consciente del flujo de los pensamientos, lo ve, lo comprende y permanece como testigo, vive una experiencia única. Comienza a experimentar que al observar los pensamientos con desapego, estos dejan de surgir. Esos pensamientos que observa van dejando de aparecer y llega un momento en que no queda ni uno: solo la inteligencia permanece.

He mencionado antes que has de observar los pensamientos y permitir su disolución hasta que se vuelvan vacíos. Los pensamientos desaparecen una vez eres consciente. Los pensamientos desaparecen mediante el proceso de observarlos y cuando lo hacen, la inteligencia se libera. Cuando una inteligencia libre se topa con la verdad, no le preocupa conocer doctrinas ni libros sagrados. Una inteligencia libre abandona la orilla para penetrar en el océano ilimitado.