Extractos - Mónica Cavallé
La filosofia, maestra de vida
Respuestas a las inquietudes de la mujer de hoy
Introducción por Mónica CavalléRelegada durante los últimos siglos a los entornos académicos, finalmente el interés por la filosofía parece renacer entre el gran público. A ello ha contribuido el nacimiento de una forma de aplicación de la filosofía al asesoramiento individual, dirigida a todos los sectores de la sociedad; una aplicación que es nueva en su forma, pero, a la vez, muy antigua en su espíritu, en la medida en que se inspira en la actividad de los primeros filósofos y en que retoma la intencionalidad profunda con la que la filosofía nació: la de ser el arte por excelencia de la vida. El asesoramiento filosófico supone, de hecho, una vuelta a las raíces socráticas de la filosofía, si bien, obviamente, adaptada a marcos y contextos contemporáneos.
El asesoramiento filosófico constituye una oferta alternativa a las psicoterapias; una nueva opción profesional para aquellos filósofos que apuestan por un modo alternativo de hacer filosofía y sienten que su vocación filosófica no pasa por la dedicación exclusiva a la investigación erudita o a la enseñanza académica. Pero es mucho más que eso: es toda una forma de entender la actividad filosófica; una invitación a que ésta recupere su relevancia social, y a que no se aísle en la torre de marfil del pensamiento especulativo; una reivindicación de su olvidada dimensión sapiencial: aquella que concierne a todo ser humano interesado en vivir de forma plena y lúcida y no sólo a los que se desenvuelven en los circuitos especializados; el intento de promover un enfoque de la filosofía que permita que el mayor número de personas se beneficie de la reflexión filosófica en su vida cotidiana.
El asesoramiento filosófico nació en Alemania en 1981 y es, en la actualidad, una realidad de aceptación creciente en los cinco continentes, que está dando sus primeros pasos en España.
Los objetivos fundamentales de este libro son tres. En primer lugar, servir de introducción al asesoramiento filosófico: la mencionada modalidad de asistencia de carácter no clínico, médico, ni psicológico, sino específicamente filosófico. En segundo lugar, mostrar cómo la práctica del asesoramiento filosófico propicia el acercamiento entre la filosofía y la mujer, en la medida en que se sustenta en una forma de entender la filosofía que asume ciertos valores específicamente «femeninos» que han tendido a ser relegados de la actividad filosófica desde la Edad Media hasta el presente. En tercer lugar, quiere ilustrar el modo en que la reflexión filosófica puede acercarse a las mujeres y ayudarlas en la búsqueda de su propia identidad, a través de casos prácticos que recogen diálogos que han tenido lugar en consultas de asesoramiento filosófico.
El libro se estructura en dos partes claramente diferenciadas, aunque relacionadas entre sí, lo que permite realizar una lectura selectiva (1).
La primera parte se divide en tres capítulos. En el primero ―Maestros de vida―, sostengo que, para entender el concepto de filosofía que subyace al asesoramiento filosófico, es preciso remitirse al significado originario de esta actividad ―muy alejado, por cierto, del que tiene en el presente―. En el mundo antiguo, la filosofía tenía un profundo impacto en la vida de quienes la cultivaban. El filósofo no era sólo aquel que buscaba alcanzar una visión cada vez más profunda de la realidad, sino el que, además, vivía en armonía con ella. Se consideraba que esta concordancia permitía al ser humano superar sus modos errados de percibir y sus modos inauténticos de ser, desplegar sus mejores posibilidades y alcanzar un estado de lúcida plenitud. Por eso, el filósofo era considerado el legítimo maestro en el arte de vivir. En los inicios de nuestra civilización, la filosofía era arte de vivir, ciencia de la vida, garante de la «salud del alma» y camino hacia la verdadera libertad.
Aunque en este capítulo me centro fundamentalmente en la concepción de la filosofía propia del mundo antiguo grecorromano, son muchos los filósofos de Oriente y de Occidente que a lo largo de la historia han compartido esta forma de entender la filosofía que no disocia el pensamiento del ser, el conocimiento profundo de la transformación personal. En todos ellos se inspira el asesor filosófico.
En el segundo capítulo ―El asesoramiento filosófico: un nuevo uso de una vieja tradición―, explico qué es el asesoramiento filosófico. En pocas palabras, éste constituye una nueva modalidad de relación de ayuda en la que un filósofo se ofrece para establecer una conversación franca y libre que contribuya a esclarecer las preguntas, conflictos no patológicos, y retos vitales de sus interlocutores, desde una perspectiva filosófica. El procedimiento básico de esta actividad de orientación es el diálogo, y su principal inspiración, la mayéutica socrática, pues no compete al asesor dar consejos paternalistas, sino ayudar al asesorado a que clarifique y madure sus puntos de vista y a que encuentre dentro de sí sus propias respuestas.
Esta actividad parte de la premisa de que la causa de muchas de nuestras dificultades vitales no es de naturaleza médica ni psicológica, sino específicamente filosófica, ya que se derivan de nuestro modo de interpretar, valorar y significar nuestra experiencia; en otras palabras, se explican por nuestras insatisfactorias filosofías de vida: nociones limitadas acerca de quiénes somos y cómo debemos vivir, contradicciones entre nuestras creencias, conflictos de valores, ideas acríticamente asumidas, etcétera. El asesoramiento filosófico se aparta, de este modo, de una tendencia creciente en nuestra sociedad: la que conduce a patologizar los conflictos íntimos, es decir, a querer ver en aspectos normales de la existencia, síntomas de trastornos psicológicos o de enfermedades mentales; un hecho que conduce a obviar la importancia que tienen, en la vida humana, otros factores decisivos, como los filosóficos. En su relación con los consultantes, el asesor prescinde de los esquemas «salud/enfermedad», «normal/anormal». No ve, en las dificultades que le plantean, síntomas que necesiten ser diagnosticados y tratados desde un modelo médico, sino retos ineludibles que conlleva la existencia en el seno de una sociedad compleja como la nuestra y que pueden ser abordados filosóficamente. A su vez, quienes acuden al asesor no son personas que se consideran enfermas o poseedoras de desórdenes de personalidad, sino individuos inteligentes que se enfrentan a las dificultades indisociables de la condición humana, y que quieren aprender a utilizarlas como oportunidades para su desarrollo, como peldaños hacia una vida más rica, más profunda y más plena de significado.
En el tercer capítulo ―Mujer y filosofía: el deseable final de un desencuentro histórico― explico en qué sentido el concepto de filosofía que se ha impuesto en nuestra cultura ha tendido a prescindir de valores femeninos fundamentales; un hecho que, de forma sutil, ha apartado a las mujeres de la filosofía. En la medida en que esta última abandonaba, históricamente, su dimensión de arte de vida, se disociaba de la dimensión cotidiana (de las situaciones de vida con respecto a las cuales había cobrado sentido la filosofía en la antigüedad), de su función social, del ser total del filósofo (incluidos su cuerpo y su entorno), del compromiso con la transformación propia y con el servicio a los demás, de los frutos emocionales y afectivos que habían sido la piedra de toque de los primeros filósofos... El asesoramiento filosófico busca integrar estas dimensiones relegadas, y propicia, por ello, una modalidad de reflexión que no violenta ni parcializa el ser de la mujer. De hecho, en la práctica está revelando su capacidad para prestarle una ayuda inestimable.
La segunda parte del libro, eminentemente práctica, ilustra un modo de ejercer del asesoramiento filosófico. Los capítulos de esta segunda sección se corresponden con los diferentes casos prácticos expuestos. En ellos se reproducen, de forma aproximada, diálogos que han tenido lugar en consultas reales de orientación filosófica. He seleccionado casos centrados en figuras femeninas que planteaban situaciones y retos frecuentes entre las mujeres de hoy.
Aunque me inspiro en situaciones reales, no he pretendido otorgar a los casos descritos un tratamiento «realista». Están recreados y estilizados con el fin de facilitar la lectura y de potenciar el carácter paradigmático de las situaciones descritas. Me permito esta libertad por el mismo motivo por el que sólo me centro en casos que tuvieron una rápida evolución: no pretendo realizar una exposición técnica de casos ―una perspectiva que probablemente sólo interesaría a los asesores profesionales―; busco aproximar a los lectores, y muy en particular a las lectoras, a la reflexión filosófica, de una forma no abstracta, sino «encarnada» en situaciones que les puedan resultar cercanas.
La filosofía poseía en sus orígenes un carácter eminentemente práctico y dialógico (el diálogo era el método de filosofar por excelencia). Era una actividad que el filósofo no llevaba a cabo en un estado de aislamiento, por más que hoy en día la imagen convencional del filósofo nos sugiera exactamente lo contrario. Según el asesor filosófico Peter Raabe, este retraimiento del filósofo es «un fenómeno relativamente reciente y cabe encontrarlo predominantemente en la filosofía académica, donde las ideas son cuidadosamente guardadas y protegidas de la competencia. Recordemos que Sócrates y los numerosos filósofos que lo emularon no avanzaban simplemente por su camino en orden a alumbrar sus propios pensamientos. Practicaban la filosofía cooperativamente entre grupos de individuos interesados. Los primeros filósofos creían que el mejor modo de probar la veracidad de sus ideas era compartirlas, y que la mejor manera de desarrollar el propio pensamiento era escuchar cuidadosamente los pensamientos de los demás» (2).
Este carácter dialógico de buena parte de la filosofía antigua permitía que la reflexión se ajustara a las peculiaridades de los individuos y a su vida cotidiana. Las palabras de los filósofos cobraban todo su sentido en el contexto de un momento particular, de una determinada situación de vida, y con relación al estado mental y anímico de su interlocutor. A su vez, el filósofo no transmitía su enseñanza sólo a través de su palabra, sino, sobre todo, de su persona y de su estilo de vida. La filosofía no era, por tanto, una actividad especulativa descarnada ―por más que el hecho de que la conozcamos a través de textos escritos, con frecuencia nos oculte esta realidad―. Prueba de ello es que muchos filósofos antiguos ni siquiera produjeron una obra escrita.
Con el fin de encarnar la propia filosofía, de vivir aquello que pensaban, los filósofos de la antigüedad llevaban a cabo, además, ciertos «ejercicios filosóficos», a los que un filósofo contemporáneo, Michel Foucault, ha denominado «tecnologías del yo». Con esta expresión busca designar «aquellas técnicas que permiten a los individuos efectuar un cierto número de operaciones en sus propios cuerpos, en sus almas, en sus pensamientos y en sus conductas, y ello de un modo tal que los transforme a sí mismos, que los modifique, con el fin de alcanzar un cierto estado de ser, de felicidad, de sabiduría...» (3). Por cierto, estas «tecnologías» filosóficas, al igual que el diálogo entendido como método de indagación, también han sido centrales en las principales filosofías sapienciales de Oriente.
Los asesores filosóficos se inspiran en este modo práctico y dialógico de hacer filosofía, que posibilita su integración en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. Los asesores, tanto en su vida personal como en la práctica del asesoramiento, enfatizan la importancia de los «ejercicios filosóficos» así como del diálogo creativo entre afines en el que tanto el filósofo como sus interlocutores se transforman por igual, y cuya finalidad no es alumbrar verdades teóricas ni ajustar nuestra vida a las teorías ―lo que sería una forma de enajenación―, sino ayudarnos a ser seres humanos veraces, es decir, verdaderos con respecto a nosotros mismos.
Hoy más que nunca, la mujer parece comprometida con su veracidad, con conseguir una satisfactoria adecuación entre lo externo y lo íntimo. Busca nuevos ámbitos de expresión y de libertad exterior y un sentido renovado de su identidad que relativice roles y patrones que tradicionalmente le habían sido impuestos. El mensaje de la filosofía es que esta conquista sólo culminará para ella cuando trascienda el plano de las necesarias reivindicaciones exteriores, así como del horizonte de autoconocimiento que proporcionan la psicología o la sociología, y se adentre de forma serena en lo que ha sido la meta de la filosofía: el reencuentro con nuestra identidad y libertad esenciales. Sólo esta conquista íntima le permitirá recobrar su poder creador y encontrarse a sí misma más allá de la sumisión y de la rebelión: de los guiones que han sido escritos para ella, o de la mera reacción frente a los mismos. La filosofía, para recuperar su sentido originario, necesita feminidad. La mujer, para recobrarse a sí misma, filosofía.
- El lector, si lo desea, puede sortear la primera parte, más teórica, y adentrarse directamente en la segunda; o bien prescindir de esta última.
- Philosophical Counseling, p. 221.
- Tecnologías del yo, p. 48.