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Extractos - Swami Vivekananda

El Dios impersonal

Por Swami Vivekananda
Vivekananda

Es dificilísimo entender este concepto de impersonalidad, porque las gentes están siempre pensando y hablando en sentido personal, y aun muchos pensadores no aciertan a concebir la impersonalidad de Dios, aunque a mí me parece absurdo concebir un Dios en forma humana.

¿Qué idea es más elevada? ¿La de un Dios vivo o la de un Dios muerto? ¿La de un Dios a quien nadie ve ni conoce o la de un Dios conocido?

El Dios impersonal es un Dios vivo, una Esencia. La diferencia entre el Dios personal y el impersonal consiste en que el personal es un hombre, y el impersonal es el ángel, el hombre, el animal y todo cuanto no podemos ver, porque la impersonalidad incluye todas las personalidades y es la suma total de cuanto en el universo existe y aún más allá. El Dios impersonal es “como el fuego que se manifiesta en multitud de formas Y sin embargo es infinitamente trascendente”.

Necesitamos adorar al Dios vivo. Toda la vida estamos viendo a Dios en todos los seres y todas las cosas. Por doquiera existe diciendo: “Soy”. Desde el momento en el que el hombre dice de verdad “Soy”, es consciente de la Existencia.

¿En dónde encontraremos a Dios si no acertamos a hallarle en nuestro corazón y en todo ser viviente?

Dice el Upanishad: “Tú eres el hombre, Tú eres la mujer, Tú eres el niño y Tú la niña y el anciano que vacilante anda apoyado en un bastón y el joven que arrogante anda prevalido de su fuerza”.

En efecto, el Dios impersonal es todo cuanto existe, es la única Realidad del universo. Este concepto les parece a muchos una terrible contradicción con el Dios tradicional que vive tras un velo en algún lugar donde nunca nadie le vio. Los sacerdotes sólo nos dan la seguridad de que si les obedecemos, si escuchamos sus consejos y seguimos el camino que nos trazan, cuando muramos nos darán un pasaporte para ver a Dios. Así, las ideas del cielo son modificaciones de las que enseñan los sacerdotes.

Desde luego que la idea de un Dios impersonal derriba muchas rutinas, entre ellas el mercantilismo de los clérigos, de las iglesias y templos. La India ha sufrido la plaga del hambre y entre tanto hay templos que atesoran joyas de sobrada valía para comprar todo un reino. Si los clérigos enseñaran a las gentes la idea de un Dios impersonal, se les arruinaría el oficio. Pero nosotros la hemos de enseñar sin egoísmo y sin sacerdocio. Si todos somos esencialmente divinos ¿quién puede adorar a quién? Si cada ser humano es el templo de Dios, no tengo necesidad de adorar a Dios en ningún templo ni en ninguna imagen ni me sirve la Biblia.

¿Por qué son tan contradictorias las gentes en sus pensamientos?

Son como la anguila que se escurre de entre los dedos. Dicen que son sumamente prácticos; pero ¿qué hay más práctico que reconocer a Dios en el interior de todo ser viviente?

El Corán dice que no hay más Dios que Alah. El Vedanta dice que no hay nada que no sea Dios. Este concepto asusta a quienes por vez primera lo escuchan y muchos lo rechazan porque los conceptos rutinarios establecidos en su mente desde la niñez, no se lo dejan comprender, y por este motivo, se ha de ir dando a entender por grados.

El Dios vivo reside en el interior del hombre; y sin embargo, el hombre edifica templos, construye iglesias y mantiene multitud de creencias absurdas. El único Dios a quien cabe adorar es el alma humana en el templo del cuerpo humano. Desde luego que también los animales son templos de Dios; pero el hombre es el magno templo, el Taj Mahal de los templos. Si no sabemos adorar en este templo, de nada nos servirá adorar en cualquier otro.

En el momento en que reconozco que todo cuerpo humano es el templo de Dios y reverencio a todo ser humano porque veo a Dios en su interior, en aquel mismo momento me emancipo de toda esclavitud y soy libre.

Este es el culto más práctico, pues está del todo exento de las teorías y lucubraciones puramente especulativas, aunque muchos no aciertan a comprenderlo y no sólo lo niegan sino que lo impugnan, y siguen teorizando sobre los viejos conceptos tradicionales de un Dios residente en alguna parte del cielo, y que se reveló a alguien como Dios. Desde entonces se han entretenido en nuevas teorías, y este entretenimiento es para ellos lo positivamente práctico mientras que nuestras ideas les parecen impracticables.

Desde luego que el Vedanta dice que cada cual ha de seguir su propio sendero; pero el sendero no es la meta final. La adoración de un Dios en el cielo y todas las cosas que lo acompañan, no son malas de por sí. Son los pasos que se han de dar en el sendero de la Verdad; pero no son la Verdad.

El Vedanta dice:

“Aquél a quien adoras sin conocerle, yo le adoro en ti. Aquél a quien sin conocer adoras y por todo el universo buscas, no se aparta jamás de ti”.

Y añade:

“Aquél a quien los Vedas adoran y está siempre presente en el eterno “Yo”, es la existencia, la luz y vida del universo. Si el “Yo” no estuviera en ti no podrías ver el sol y todo sería una tenebrosa masa. Cuando el “Yo” brilla, ves el mundo”.

Suele objetarse que si se divulgara entre todas las gentes la enseñanza de que el Dios vivo y verdadero reside en el interior del hombre, cada cual pensaría diciendo para si: “Yo soy Dios, y por lo tanto, todo cuanto yo haga o piense debe ser bueno, porque Dios no puede hacer nada malo”.

En primer lugar, aunque diéramos por supuesto este error de interpretación ¿puede demostrarse que no existe el mismo riesgo en quienes no reconoce su interna divinidad? Adoran a un Dios en los cielos, independiente de sí mismos y a quien muchísimo temen. Desde que nacieron se estremecen de temor y toda su vida continúan estremeciéndose. ¿Ha mejorado en consecuencia el mundo? Entre los que adoran a un Dios personal y los que reconocen y adoran a un Dios impersonal, ¿de qué parte han estado los insignes instructores de la humanidad? ¿A qué bando pertenecieron los colosos morales, los gigantescos bienhechores? Seguramente a los que reconocían y adoraban a un Dios impersonal.

¿Cómo es posible que la moralidad dimane del temor?
De ningún modo.

Dicen los Upanishads: “Donde uno ve a otro y uno daña a otro hay Maya. Cuando no ve a otro ni daña a otro, cuando todas las cosas se han identificado en Atman ¿quién ve a quién y quién percibe a quién?”

Todo es Él y todo Yo a un mismo tiempo. Cuando el alma es pura, entonces y sólo entonces comprendemos qué es el amor, porque el amor no puede dimanar del temor. El fundamento del amor es la libertad. Cuando empezamos a amar al prójimo, entonces y no antes, comprendemos lo que significa la fraternidad universal. Por lo tanto, no es justo decir que el concepto de un Dios impersonal acarrearía infinidad de males al mundo, como si el sectarismo religioso no hubiese inundado de sangre al mundo y forzado a los hombres a destrozarse los unos a los otros, creyendo cada cual que su Dios era el único Dios verdadero.

Tales son las consecuencias que ha tenido el dualismo para la humanidad. Por lo tanto, salgamos todos a la plena luz del día y apartémonos de los vericuetos porque ¿cómo puede el alma infinita resignarse a vivir y morir en mezquinos andurriales? Salgamos al universo de Luz donde todo es nuestro, extendamos los brazos y abracémoslo todo con amor. Entonces reconoceremos a Dios.

Recordemos aquel pasaje del sermón de Buda en el que envía un pensamiento de amor a los cuatro puntos cardinales para que el universo entero quedara henchido de su infinito, de su inmenso amor.

Desechemos lo insignificante por lo infinito; los placeres fugaces por la infinita felicidad. Todo es nuestro, porque lo impersonal incluye lo personal. En este sentido, Dios es personal e impersonal a un mismo tiempo, y en el hombre se manifiesta personalmente. Dice el Vedanta que el Infinito es nuestra verdadera naturaleza que nunca se desvanece, que eternamente subsiste, pero que lo limitamos con nuestro karma, que como cadena colgada al cuello nos arrastra a la limitación. Quien rompe la cadena queda libre.

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Cuando reconocemos nuestra verdadera naturaleza y nos liberamos de la esclavitud de la materia, ya no necesitamos huir del mundo y sepultarnos en el yermo, sino que permanecemos donde estamos porque comprendemos la finalidad y esencia de esta vida idéntica a la vida Universal. No comprende bien el hombre qué es el mundo hasta que reconoce su propia y verdadera naturaleza, y se convence de que de su interior salen las voces que parecían resonar en el exterior. Por lo tanto, quien no acierte a adorar al Dios manifestado en su prójimo, en todos los hombres, sus hermanos ¿cómo podrá adorar conscientemente a un Dios no manifestado?

Dice la Biblia: “Porque el que no ama a su hermano al cual no ha visto ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”. Si no es posible ver a Dios en forma humana ¿cómo será posible verle en las nubes ni en imágenes hechas de materia insensible o en los desvaríos del cerebro?

El hombre será verdaderamente religioso cuando vea a Dios en el prójimo y comprenda el significado de presentar la mejilla izquierda cuando le abofetean la derecha. Cuando el hombre ve a Dios en el hombre ve también a Dios en todas las cosas, y cada cosa es para él una manifestación de Dios en la forma de aquella cosa. Así como nuestras relaciones humanas toman el aspecto de padres, madres, hermanos, hijos, parientes y amigos, así nuestra relación con el Dios impersonal toma el aspecto de todas las personas incluidas en lo impersonal y lo miramos como Padre y Madre y Hermano, Amigo y Amado. Considerarlo como Madre es un ideal todavía superior a considerarlo como Padre y más todavía considerarlo Amigo, y aún más ver en Dios el Amado, sin diferencia entre el Amante y el Amado.