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Extractos - Adyashanti

El ego es un movimiento

Por Adyashanti
Adyashanti

El ego es el chivo expiatorio de la espiritualidad. Como no podemos culpar a nadie de todo lo que nos pasa, hemos elaborado este concepto del ego para echarle las culpas de todo. Esto genera mucha confusión, pues en realidad el ego no existe. No es más que una idea, la etiqueta que le ponemos a un movimiento al que hemos vinculado nuestro sentido del yo.

Si tenemos en cuenta que el ego es una idea que realmente no existe, veremos que muchas personas "espirituales" le echan la culpa, injustamente, de todo aquello de lo que les gustaría librarse. Interpretan erróneamente que lo que surge en ellos (un pensamiento, tal vez, una sensación, una predisposición o un momento de sufrimiento) es una prueba del ego, y así justifican su existencia. Creen que el ego existe porque muchas cosas lo evidencian. Nos encontramos con muchas cosas que prueban o evidencian la existencia del ego, pero nunca llegamos a descubrirlo.

Cuando exhorto a la gente a observar su ego, nunca lo encuentran. Un pensamiento o una emoción de rabia desencadenan lo siguiente: "Vaya, tengo que librarme de eso, es mi ego". Es como si se utilizase todo lo que le sucede a las personas, especialmente a las interesadas en la espiritualidad, para probar la existencia de un ego que hubiese que aniquilar. Y, sin embargo, nadie lo encuentra. Sigo esperando que alguien me lo muestre. He visto muchos pensamientos, muchas sensaciones y emociones. He observado expresiones de rabia, de alegría, de depresión y de dicha, pero sigo esperando que alguien me enseñe el ego.

Muchas personas asumen que la existencia de todas esas cosas conlleva la presencia de un chivo expiatorio en su interior, de algo o alguien a quien podamos culpar. Así es como entendemos el ego. Pero eso no es el ego. Las cosas a veces son tan simples como aparentan. A veces un pensamiento no es más que un pensamiento, una sensación no es más que una sensación y una acción no es más que una acción, sin ningún ego de por medio. Pero el ego, si es que existe alguno, es el pensamiento de que está ahí. Todo surge espontáneamente y si existe algún ego, no es más que el movimiento concreto de la mente diciendo "es mío".

No obstante, este pensamiento de "es mío" suele surgir después de un pensamiento o de una emoción, como en el caso de "estoy confundido: es mío" o "estoy celoso: es mío"; también puede tomar la forma de "me pertenece", en respuesta a la aparición de cualquier experiencia. Creemos que el ego estaba presente y que fue el que generó ese pensamiento, sensación o confusión. Sin embargo, cada vez que nos ponemos a buscar el ego directamente, descubrimos que no existía con anterioridad al pensamiento, sino que surgió después de él. Es la interpretación de un determinado acontecimiento, de un pensamiento o de una emoción. La suposición que sigue al hecho es lo que "es mío". El ego es también la interpretación que dice "no es mío" después de un hecho: el rechazo de un pensamiento o de una sensación. Esa postura evidencia la existencia de alguien que no es dueño de esos pensamientos o sensaciones. Es el mundo de la dualidad. Es mi pensamiento, mi confusión, o lo que sea; o no es mi pensamiento ni mi confusión, no son míos. Ambos son movimientos o interpretaciones de lo que es. El ego no es más que esta interpretación, este movimiento de la mente y, por eso, nadie lo encuentra. Es como un fantasma. No es más que un movimiento condicionado de la mente.

El ego es un movimiento. Es un verbo. No es algo estático.
Es el movimiento mental que surge después del hecho.

Nosotros también estamos formados por "condicionantes". No es el ego. Los condicionantes son condicionantes; no son condicionantes del ego. Son una especie de programas instalados en un ordenador. El hecho de instalar un programa no implica que el ordenador tenga ego. Simplemente recibirá unos condicionantes temporales. Al llegar a la edad adulta, el cuerpo-mente ha sido totalmente condicionado. Ha culpabilizado al ego de esos condicionantes aunque éstos no procedieran de él. El ego es lo que surge después del pensamiento y en pos del condicionante, que es donde se produce la verdadera violencia.

Cuando nos damos cuenta de que los condicionantes son una especie de programa proporcionado a través de los códigos genéticos, de la sociedad, de los padres, de los maestros, de los gurús, etc., empezamos a reconocer que los condicionantes no tienen ser alguno. A la mente le asusta esto, pues si los condicionantes no tienen ser, no podemos echarle la culpa a nadie. Autoculparnos o culpar a cualquier otra persona tiene tan poco sentido como echarle la culpa a nuestro ordenador del disco que le hemos metido. Observa el momento presente para ver tus condicionantes y verás que ahí no hay culpa alguna. Los condicionantes forman parte de la existencia. Si nuestro cuerpo no tuviese condicionantes ni programación dejaríamos de respirar, el cerebro se ablandaría y la inteligencia dejaría de existir - eso es otro condicionante.

Los condicionantes se mantienen firmemente anclados en nosotros porque los interpretamos como algo nuestro. Entonces, evidentemente, nos inculpamos, culpamos a los demás y procuramos librarnos de ellos porque pensamos "yo los creé", "yo no los creé" o "puedo librarme de ellos", y a la mente no le gusta eso. Ésta se engaña creyendo que puede librarse de los condicionantes, pero cuando la verdad se hace presente, nos sentimos cada vez menos divididos. Si no reivindicamos los condicionantes como nuestros, surgirán en un estado no dividido, al que podríamos denominar estado del ser no dividido. Cuando los condicionantes se encuentran con un estado no dividido, se produce una transformación alquímica. Ocurre un milagro sagrado.

[...] En el estado no dividido pueden suceder dos cosas. La primera, un despertar de nuestra verdadera naturaleza, que es un estado no dividido, este ser no dividido. Lo segundo que puede ocurrir es que el condicionante, la confusión heredada inocentemente a través de la ignorancia, se reunifique consigo mismo. Cuando los condicionantes surgen en una persona cuyo ser no está dividido, por lo que no se apropia de ellos ni los niega, puede ocurrir un proceso alquímico sagrado a través del cual los condicionantes se reunifican solos. Al igual que el barro en el agua, los condicionantes se hunden sin hacer nada. Es una especie de milagro natural.