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Extractos - Chögyal Namkhai Norbu

Dzogchen, un estado de conocimiento

Por Chögyal Namkhai Norbu
Namkhai Norbu

Las personas que comienzan a tener interés por las enseñanzas pueden caer en la tentación de alejarse de la realidad de las cosas materiales, como si las enseñanzas constituyesen algo completamente separado de la vida diaria. Bajo esta tendencia se oculta, muchas veces, el propósito de eludir nuestros problemas y la ilusión de que vamos a encontrar algo que, milagrosamente, nos ayudará a trascenderlos. Sin embargo, las enseñanzas se basan en nuestra condición humana actual. Tenemos un cuerpo físico con sus distintos límites: cada día tenemos que comer, trabajar, descansar, etc. Esta es nuestra realidad y no podemos ignorarla.

Las enseñanzas Dzogchen no son una filosofía, ni una doctrina religiosa, ni tampoco una tradición cultural. Entender el mensaje de las enseñanzas significa descubrir la verdadera condición de uno mismo, despojada de todas las decepciones y falsificaciones que crea la mente. El mismo significado del término tibetano Dzogchen, "Gran Perfección", se refiere al verdadero estado primordial de cada individuo y no a alguna realidad trascendente.

Muchos senderos espirituales tienen como base el principio de la compasión, de beneficiar a otros. En la tradición budista Mahayana, por ejemplo, la compasión es uno de los puntos fundamentales de la práctica, junto con el conocimiento de la verdadera naturaleza de los fenómenos, o "vacuidad". A veces, no obstante, la compasión puede convertirse en algo construido y provisional porque no entendemos su verdadero principio. Una compasión genuina, no artificial, sólo puede surgir cuando hemos descubierto nuestra verdadera condición. Observando nuestros límites, nuestros condicionamientos, nuestros conflictos, podemos llegar a ser verdaderamente conscientes del sufrimiento de otros, y entonces nuestra propia experiencia se convertirá en una base, o modelo, que nos permitirá entender y ayudar mejor a los que nos rodean.

La única fuente de toda clase de beneficio para los demás es ser conscientes de nuestra propia condición. Cuando sabemos cómo ayudarnos a nosotros mismos y cómo trabajar con nuestra situación, estamos en disposición de ayudar realmente a los demás, y nuestro sentimiento de compasión surgirá espontáneamente sin necesidad de someternos a las reglas de conducta de ninguna doctrina religiosa en particular.

¿Qué queremos indicar cuando decimos, "hacernos conscientes de nuestra propia condición"? Significa observarnos a nosotros mismos, descubrir quiénes somos, quiénes creemos que somos, y cuál es nuestra actitud hacia los demás y hacia la vida. Para ello es suficiente con observar los límites, los juicios mentales, las pasiones, el orgullo, los celos, los apegos y todas las actitudes en las que nos encerramos en el curso de tan sólo un día. ¿De dónde surgen?, ¿dónde están enraizados? Su fuente es nuestra visión dualística y nuestros condicionamientos. Para ayudarnos a nosotros mismos y a los demás, tenemos que superar todos los límites en los que estamos encerrados. Esta es la verdadera función de las enseñanzas.

Toda enseñanza es transmitida a través de la cultura y conocimiento de los seres humanos. Pero es importante no confundir ninguna cultura o tradición con las enseñanzas mismas, porque la esencia de las enseñanzas es el conocimiento de la naturaleza del individuo. Cualquier cultura dada puede ser de gran valor, porque es el medio que capacita a la gente para recibir el mensaje de una enseñanza, pero no es la enseñanza misma. Pongamos el ejemplo del budismo. Buda vivió en India, y para transmitir su conocimiento no creó una forma nueva de cultura, sino que se valió de la cultura del pueblo de la India de su tiempo como base para la comunicación. En el Abhidharmakosha (1), por ejemplo, encontramos conceptos y nociones, tales como la descripción del Monte Meru y los cinco continentes, que son típicos de la antigua cultura India, y que no deberían ser considerados de importancia fundamental para un entendimiento de las enseñanzas del Buda. Encontramos otro caso similar en la forma completamente original que tomó el budismo en Tibet tras su integración con la cultura indígena tibetana: cuando Padma Sambhava introdujo el Vajrayana en Tíbet, no acabó con los usos rituales de la antigua tradición Bon, sino que supo integrarlos con su incorporación a las prácticas tántricas budistas.

Si uno no logra entender el verdadero significado de una enseñanza en el contexto de su propia cultura, puede llegar a confundir la forma externa de una tradición religiosa con la esencia de su mensaje. Pongamos el ejemplo de una persona occidental, interesada en el budismo, que se va a la India en busca de un maestro. Allí encuentra un maestro tibetano tradicional que vive en un monasterio aislado y no conoce nada sobre la cultura occidental. Cuando a tal maestro se le pide que dé enseñanzas, seguirá el método que se usa para enseñar a los tibetanos, y la persona occidental tendrá algunas dificultades graves a superar, comenzando por el obstáculo del lenguaje. Quizá reciba una iniciación importante y quede impresionada por la atmósfera especial, por la "vibración" espiritual, pero no entenderá su significado. Atraída por la idea de un misticismo exótico, puede que permanezca durante unos meses en el monasterio, absorbiendo unos cuantos aspectos de la cultura tibetana y de sus costumbres religiosas. Cuando regresa a occidente está convencida de que ha entendido el budismo y se siente diferente de los que le rodean, comportándose como un tibetano.

Pero la verdad es que para que un occidental practique una enseñanza que viene de Tíbet, no hay necesidad de que se convierta en un tibetano. Por el contrario, es de capital importancia para él saber cómo integrar tal enseñanza con su propia cultura, a fin de poder comunicarla, en su forma esencial, a otros occidentales. A menudo, cuando la gente se aproxima a una enseñanza oriental, cree que su propia cultura no tiene valor. Esta es una actitud equivocada, porque cada cultura tiene su valor, relacionada con el medio ambiente y circunstancias en que se desarrolló. No se puede decir que ninguna cultura sea mejor que otra; más bien depende de cada individuo el que obtenga mayor o menor provecho de ella en términos de su desarrollo interno. Por esta razón, no tiene utilidad transportar reglas y costumbres a un ambiente cultural diferente de aquel en que surgieron.

El medio ambiente cultural y los hábitos personales son importantes para que un individuo pueda entender una enseñanza. No se puede transmitir un estado de conocimiento usando ejemplos desconocidos para el que escucha. Si a un occidental le sirven tsampa (2) con té tibetano, probablemente no tenga idea de cómo comerla; en cambio, un tibetano que ha comido tsampa desde que era pequeño, no tiene ningún problema; mezclará inmediatamente la tsampa con el té y la comerá. De la misma forma, si uno no tiene conocimiento de la cultura a través de la que se transmite una enseñanza, será difícil entender su mensaje esencial. Este es el valor de conocer una cultura particular. Pero las enseñanzas incorporan un estado interno de conocimiento que no debe ser confundido con la cultura a través de la que se transmite, o con sus hábitos, costumbres, sistemas políticos y sociales, etc. Los seres humanos han creado diversas culturas en lugares y tiempos diferentes, y alguien que esté interesado en las enseñanzas debe estar al tanto de esto y saber cómo utilizar las distintas culturas sin llegar a quedar condicionado por sus formas externas.

En línea de lo dicho, las personas familiarizadas con la cultura tibetana podrían pensar que para practicar Dzogchen uno tiene que convertirse al budismo o al Bon, ya que el Dzogchen ha sido propagado por estas dos tradiciones religiosas. Esto demuestra lo limitado de nuestra forma de pensar. Si decidimos seguir una enseñanza espiritual, creemos que necesitamos cambiar algo, como nuestra forma de vestir, de comer, de comportamos, o algo así. Sin embargo, el Dzogchen no le pide a uno que se adhiera a ninguna doctrina religiosa, o que entre en una orden monástica, o que acepte ciegamente las enseñanzas y se convierta en un "dzogchenista". Todo esto puede crear serios obstáculos al verdadero conocimiento.

El hecho es que la gente está tan acostumbrada a poner etiquetas a las cosas, que es incapaz de entender algo que sobrepase sus límites. Permítaseme poner un ejemplo personal. Siempre que me encuentro con un tibetano que no me conoce bien, me hace la misma pregunta: "¿A qué escuela perteneces?". En Tibet, a lo largo de los siglos, se han desarrollado cuatro tradiciones budistas principales, y si un tibetano oye hablar de un maestro, estará convencido de que necesariamente pertenece a una de estas cuatro sectas. Si yo contesto que soy un practicante de Dzogchen, esta persona presumirá que pertenezco a la escuela Nyingmapa, dentro de la que se han preservado los textos Dzogchen. También me ha ocurrido que algunas personas, sabiendo que he escrito algunos libros sobre el Bon con objeto de revalorizar la cultura indígena de Tíbet, han dicho que soy un Bonpo. Pero Dzogchen no es una escuela o secta, ni un sistema religioso. Es simplemente un estado de conocimiento que los maestros han transmitido más allá de todo límite de sectas o tradiciones monásticas. En el linaje de las enseñanzas Dzogchen ha habido maestros pertenecientes a todas las clases sociales, incluyendo granjeros, nómadas, nobles, monjes y grandes figuras religiosas de todas las tradiciones espirituales y sectas. El Quinto Dalai Lama mismo, mientras mantenía perfectamente las obligaciones de su elevada posición religiosa y social, fue un gran practicante de Dzogchen.

Una persona realmente interesada en las enseñanzas tiene que entender su principio fundamental, sin permitirse quedar condicionada por los límites de una tradición. Las organizaciones, instituciones y jerarquías que existen en las distintas escuelas, se convierten frecuentemente en factores que nos condicionan, y esto es algo difícil de percibir. El verdadero valor de las enseñanzas está más allá de las superestructuras que la gente crea, y para descubrir si las enseñanzas constituyen, realmente, algo vivo en nosotros, sólo tenemos que observar hasta qué punto, aplicándolas, hemos conseguido liberarnos de todos los factores que nos condicionan. A veces creemos que hemos entendido las enseñanzas y que sabemos cómo aplicarlas, pero en la práctica aún permanecemos condicionados por actitudes y principios doctrinales, que están lejos del verdadero conocimiento de nuestra condición verdadera.

Cuando un maestro enseña Dzogchen, trata de transmitir un estado de conocimiento. El objetivo del maestro es despertar al estudiante abriendo su conciencia al estado primordial. El maestro no dirá "¡Sigue mis reglas y obedece mis preceptos!", sino, "abre tu ojo interno y obsérvate. Deja de buscar una lámpara externa que te ilumine desde fuera, y enciende tu propia lámpara interna. Así las enseñanzas vivirán en ti, y tú en el espíritu de las enseñanzas".

Las enseñanzas deben convertirse en un conocimiento vivo en todas nuestras actividades diarias. Esta es la esencia de la práctica, y fuera de esto no hay nada en particular que deba hacerse. Un monje, sin romper sus votos, puede perfectamente practicar Dzogchen, como puede hacerlo un sacerdote católico, un oficinista, un trabajador, y así sucesivamente, sin tener que abandonar su papel en la sociedad, porque el Dzogchen no cambia a las personas desde el exterior. Más bien las despierta internamente. Lo único que un maestro Dzogchen pedirá es que uno se observe a sí mismo a fin de obtener la conciencia despierta necesaria para aplicar las enseñanzas en la vida diaria.

Toda religión, toda enseñanza espiritual, tiene sus principios filosóficos básicos, su forma característica de ver las cosas, que conforma el conjunto de principios conceptuales de su doctrina. En este sentido, dentro de la filosofía del budismo han surgido diferentes sistemas y tradiciones, a menudo en desacuerdo unas con otras sólo sobre sutilezas de interpretación de los principios fundamentales. En Tíbet, estas controversias filosóficas han perdurado hasta la actualidad, y los polémicos escritos resultantes forman en sí mismos un cuerpo completo de literatura. Pero en el Dzogchen no se da ninguna importancia a opiniones y convicciones filosóficas. La forma de ver en el Dzogchen no está basada en el conocimiento intelectual, sino en ser conscientes de la verdadera condición del individuo.

Todo el mundo tiene su propia forma de pensar y sus propias convicciones sobre la vida, aunque no todos puedan formularlas con precisión o definirlas filosóficamente. Todas las teorías filosóficas que existen han sido creadas por las confundidas mentes duales de los seres humanos. Lo que hoy se considera verdadero, mañana se puede reputar falso. Nadie puede garantizar la validez de una filosofía. Debido a ello, cualquier forma intelectual de ver es siempre parcial y relativa. El hecho es que no hay una verdad a buscar o confirmar lógicamente; más bien, lo que uno necesita hacer es descubrir en qué forma la mente nos confina continuamente en una condición de dualismo.

El dualismo es la verdadera raíz de nuestros conflictos y de nuestro sufrimiento. Todos nuestros conceptos y creencias, por profundos que puedan parecer, son como redes que nos atrapan en el dualismo. Cuando descubrimos nuestros límites, hemos de tratar de superarlos, desatándonos de cualquier tipo de convicción social, política o religiosa que pueda condicionarnos. Tenemos que abandonar conceptos tales como "iluminación", "naturaleza de la mente" y otros parecidos, para no contentarnos con un conocimiento meramente intelectual que nos haga descuidar su integración en nuestra existencia concreta.

Por lo tanto, es necesario comenzar con lo que conocemos, con nuestra condición material humana. En las enseñanzas se explica que el individuo está compuesto por tres aspectos: cuerpo, voz y mente. Constituyen nuestra condición relativa, es decir, sujeta al tiempo y a la división de objeto y sujeto. Aquello que está más allá del tiempo y de los límites del dualismo se denomina "la condición absoluta", el verdadero estado de cuerpo, voz y mente...

...Entender nuestra verdadera naturaleza significa comprender la condición relativa y saber cómo reintegrarla con su naturaleza esencial, de tal forma que una y otra vez nos hagamos como un espejo, que puede reflejar cualquier cosa manifestando su claridad.

Notas:
  1. Una obra de Vasubandhu, maestro Indio de metafísica budista.
  2. Tsampa: Cebada tostada mezclada con té tibetano y manteca. Es la dieta principal del pueblo tibetano.
Fuente: Chögyal Namkhai Norbu. Dzogchen - el estado de autoperfección (La Llave, 2008)