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Extractos - Jeff Foster

La divina paradoja

Por Jeff Foster

Yo no estoy aquí.

Jeff Foster

Cuando me miras, lo único que ves es un montón de carne y huesos, un montón de carne y huesos que tiene aspecto de comportarse de forma predecible y que emite sonidos y olores también predecibles. Y al ver esta conducta, cuentas la historia de Jeff Foster. Ésa es la figura que tú has creado de mí. Ése soy yo según tú.

Pero ¿existe en quien ahora os habla un "yo" verdadero al que tú te estás dirigiendo? ¿Existe realmente ese "Jeff" que tú consigues reconocer y a quien asignas un nombre?

Yo, aquí, lo único que encuentro es un espacio abierto, lleno de visiones, sonidos, olores, pensamientos y sensaciones pero —y éste es el gran descubrimiento— ese "yo" no se encuentra en el centro de todo esto, sencillamente, no hay ningún "yo" que se encargue de todo esto. En quien habla no hay nada sólido sino un abrirse al paisaje del mundo, una de cuyas partes es este "yo", este "yo mismo". Este "yo" es algo que aparece en el presente. Como todo lo demás —el ruido del tráfico, el canto de los pájaros, el latido del corazón— es sólo algo que sucede en la conciencia, otra manifestación perfecta de la Totalidad.

Esto es lo único que hay: visiones, sonidos y olores del presente, vida presente que se representa a sí misma; pero en el centro de todo eso no hay ningún "yo" que lo esté controlando todo. La vida no tiene ningún centro.

Entonces, cuando miras a quien te habla, a este montón de carne y huesos con sus conductas asociadas, y cuando lo llamas "Jeff", en quien te habla se produce una respuesta porque eso es lo que parece ser lo adecuado. No contestar sería algo socialmente inaceptable y podrían acabar metiendo a este montón de carne y huesos en un manicomio o, por lo menos, atiborrarlo de medicamentos.

Aunque uno no puede evitar plantearse que, quizás, no es lo más honrado responder a un nombre e identificarse con el que todo el mundo dice que soy porque, desde luego, mi experiencia de mí mismo no se corresponde con ninguna persona, con ningún individuo, con algo que sea un ente aislado del mundo. No, de ser algo, soy este espacio vacío en el que aparece el mundo en su totalidad; de ser algo, soy lo que está sucediendo aquí mismo, ahora mismo, en este momento; de ser algo, soy esto, esto y solamente esto. Ése es el verdadero significado de la no-dualidad y eso es lo que quería decir Buda al declarar:

El sufrimiento existe por sí solo, pero no el que sufre;
la acción existe, pero no el hacedor;
el nirvana existe, pero no el que lo busca;
el camino existe, pero no el que avanza por él.

"Jeff" no capta esto ni remotamente. "Jeff" es una reliquia del pasado, es parte de una narración que cada cual interpreta a su modo. Por eso da la sensación de que existen tantos "Jeffs" como personas lo conocen.

No se intenta negar que en quien ahora te habla exista una idea de un tal "Jeff", que flota en la conciencia en forma de pensamiento, pero eso es todo lo que hay. No hay ningún Jeff pensante como tal: ése es el espejismo. En quien habla sólo existe el pensamiento de "Jeff", sólo existe esa narración que flota por ahí.

Y todo esto no sucede para nadie en particular sino que brota dentro de este espacio vacío, dentro de esta inmensidad que lo contiene todo, con cariño y sin condiciones, en esta claridad que permite que todo exista. Y fuera de esta inmensidad no hay "Jeff" alguno, que es lo mismo que decir que "Jeff" no existe. Sencillamente, yo no existo. "Yo" no estoy aquí. Te lo digo de verdad.

Donde no hay yo, no hay problemas, como dijo una vez un viejo monje zen.

Pero aun así, aun así... a efectos prácticos, sí que existo. Para el mundo, no cabe duda de que existe un Jeff. ¡un Jeff con partida de nacimiento, número de la Seguridad Social y todo lo demás! Para poder formar parte del mundo parece que es necesaria una suposición: que existe un individuo, una persona. Pero no es más que una suposición, una idea y nada más, sin ninguna realidad más profunda.

Con esa toma de conciencia, el mundo entero se autolibera. Al liberarse del monopolio del pensamiento, al liberarse de ese lastre de "yo y mis problemas", todo queda sumido en un gran desahogo. Libre de objetivos y significados, cada momento es una meta en sí mismo, todo tiene un significado intrínseco porque cada momento es lo único que existe ahora y siempre. Libre de toda inhibición, todo está permitido y las consecuencias ni siquiera son posibles.

Aunque esto no quiere decir que puedas dedicarte a dar palizas a las abuelitas... Al no existir un yo aislado del resto, tampoco existen los demás —o, por lo menos, los demás en cuanto que entes separados de ti. Por tanto, esto constituye el final de la violencia, el final del "yo contra ti". Fuera del espejismo del "yo contra ti", hay tal nivel de intimidad, tal nivel de amor y de aceptación incondicionales que, sencillamente, se desvanece hasta la idea misma de pegar a las viejecitas —o, en realidad, de pegar a nadie— porque esa viejecita soy yo mismo y no me veo dándole una paliza sino ayudándola a cruzar la calle. Lo paradójico de todo esto es que aunque los demás no existen, existe un amor inmenso por los demás, un espacio inmenso que les permite ser exactamente tal y como son.

En "una vida sin centro" puede haber dolor, rabia y tristeza, pero sucede algo curioso: ese dolor, esa rabia y esa tristeza ya no son propiedad de ninguna persona en concreto —ya no existe ningún ego ansioso de identidad que las reclame. En otras palabras, se podría decir que esos sentimientos siguen apareciendo pero que, ahora, no los siente nadie en vez de alguien y, por tanto y sorprendentemente, ya no tienen ninguna importancia (¡dado que ya no existe nadie para quien pudieran tener importancia alguna!). Aunque hay dolor, rabia y tristeza, ya no le pertenecen a nadie y, al no reclamarlos nadie, simplemente se desvanecen cuando les llega el momento, como siempre han hecho.

Todo lo que estoy escribiendo aquí ya es así para todos nosotros, incluso para ti, por supuesto. La liberación está aquí. Está aquí la liberación de todo. De por sí, las cosas simplemente surgen por sí solas. Fíjate: el corazón late sin que nadie lo provoque, la respiración no para y se sucede por sí sola, los pensamientos surgen, los sonidos brotan, las visiones brotan, las sensaciones en el cuerpo brotan, pero no le están brotando a nadie. Llega la primavera y la hierba crece por sí sola.

Esto es algo que el intelecto no puede comprender, pero puede que se produzca una resonancia en algún lugar más allá de las palabras, más allá de todo pensamiento: ése es el lugar al que apuntan ahora mismo todas estas palabras, un lugar sin ubicación alguna... lo cual es como decir que no está en ningún sitio y, al mismo tiempo, en todas partes. Está en el latido de tu corazón. Está en tu respiración. Está en las sensaciones de tu cuerpo y en el espacio en tomo a esas sensaciones. Está en tus pensamientos y en los resquicios que hay entre ellos, en las visiones, en los sonidos y en los olores que hay en la habitación. De hecho, eso es lo único que hay. Está donde tú siempre estás. Es tu hogar.