Extractos - Steve Taylor
18 señales inequívocas del despertar espiritual
Por Steve Taylor 17 de octubre de 2017¿Qué significa estar despierto? ¿Cuáles son las características del estado de «despertar espiritual» o «iluminación»?
Resumiré estas características o señales del despertar espiritual tal como han surgido de mi investigación. Después analizaremos de dónde provienen dichas características; es decir, intentaremos identificar de qué manera las produce u origina el sistema del yo propio del estado despierto.
Estas características son uniformes, lo que quiere decir que habitualmente quienes están despiertos de forma permanente las presentan todas y, por lo general, las experimentan con el mismo grado de intensidad. Esta uniformidad es una de las conclusiones más sorprendentes de mi investigación, y no hace sino recalcar la validez de la concepción del estado despierto como un estado psicológico diferenciado.
La única variación significativa se encuentra en la intensidad general o total del estado despierto. El espectro del estado despierto abarca desde estados de poca intensidad hasta estados muy intensos. Obviamente, la intensidad de las características del estado despierto variará según la intensidad general del estado despierto del individuo. Es decir, si una persona experimenta el estado despierto con una alta intensidad, entonces, obviamente, también experimentará un alto nivel de bienestar, de calma y quietud mental, una tendencia muy pronunciada hacia el altruismo, una falta muy acusada de identidad de grupo, etc. Como es lógico, lo contrario también es cierto en los casos de estados despiertos de baja intensidad.
También merece la pena señalar que muchas de las características a las que voy a referirme son igualmente comunes en las experiencias temporales de despertar.
Un nuevo mundo: características perceptuales
La manifestación más clara del estado despierto es el modo distinto en que la persona despierta percibe y siente el mundo que le rodea. Aquellos que han despertado no perciben el mismo mundo que los demás. Su mundo es tan diferente como pueda serlo el mundo de un niño comparado con el de un adulto ―o también, podríamos decir, tan diferente como el mundo de una persona indígena anterior a la civilización lo es del mundo de un occidental moderno.
1. Agudización de la percepción
En el estado despierto la percepción es muy vívida, muy intensa y directa. Las personas despiertas ven el mundo de una forma muy similar a como lo ven los niños ―fascinados por la maravilla, la belleza y la complejidad de los fenómenos que los demás dan por hecho y a los que no prestan demasiada atención―. Para ellos el mundo es un lugar más resplandeciente, más fascinante y hermoso. En particular, les cautiva la naturaleza: la increíble es-eidad y belleza del paisaje natural, del cielo y el mar; lo extraños, complejos e intricados que son los animales, las plantas y los fenómenos.
A veces esta intensidad de percepción se siente como una apertura a la experiencia o, en términos ligeramente diferentes, como una mayor sensibilidad. Como si se hubiesen eliminado los filtros, como si se hubiesen levantado las persianas y, de este modo, pudiesen penetrar más impresiones en nuestra mente y afectarnos con más fuerza. Como hemos visto, hay ocasiones en las que la percepción intensificada puede resultar abrumadora e insoportable en el despertar repentino (como también puede serlo en el caso de las experiencias psicodélicas), pero por lo general no constituye problema alguno una vez que el estado despierto se ha asentado y establecido.
Todas las personas despiertas a las que he entrevistado han mencionado este tipo de percepción agudizada o intensificada. Una de ellas me dijo que el mundo se había vuelto «más nítido, más real», mientras que otra estaba «impresionada por lo vivo que parecía todo». Otra comentó que «los colores parecían más brillantes, más vivos», y otras mencionaron un sentido de fascinación y de asombro, así como una nueva capacidad para apreciar y valorar placeres y actividades simples, como caminar, cocinar, comer o simplemente contemplar el entorno.
2. Mayor sentido de presencia y de atemporalidad
Otro síntoma del despertar también trae consigo una percepción diferente del tiempo o, podríamos decir, un cambio en la orientación del tiempo. En el estado despierto, el pasado y el futuro se vuelven mucho menos importantes, y el presente se hace más importante en la misma medida. Los individuos despiertos pasan mucho menos tiempo recordando eventos pasados, rumiando o dando vueltas mentalmente a cosas que han sucedido en el pasado, y, del mismo modo, también pasan menos tiempo mirando hacia el futuro, soñando despiertos sobre posibles acontecimientos por llegar o enfocándose en metas futuras. En cambio, se centran en su experiencia actual, en el entorno en el que se encuentran, la gente con la que están y las sensaciones e impresiones que están teniendo en este momento.
A algunos este aumento de presencia les conduce a desarrollar un sentido de expansividad del tiempo. De algún modo, el tiempo parece abrirse, ralentizarse, o incluso desaparecer por completo. Esta señal del despertar espiritual es el sentido del eterno ahora al que a veces se refieren los místicos, cuando el pasado, el futuro y el presente se funden en uno.
En última instancia, el pasado y el futuro no son más que conceptos creados por la mente humana. Nunca llegamos a experimentarlos realmente, pues tanto la mente como el cuerpo están siempre en el presente. El pasado y el futuro existen únicamente en el pensamiento, mientras que el presente no existe en el pensamiento.
Además, como sugiero en mi libro Creando el tiempo, la percepción lineal del tiempo que tenemos normalmente es una construcción mental generada por nuestro intenso sentido del ego, por lo que cuanto más débil sea este, más parecerá desvanecerse el tiempo lineal. La percepción del tiempo se ralentiza y se expande, y, finalmente, acaba desapareciendo en la propia presencia del ahora.
3. La consciencia de la «presencia» o de una energía espiritual que todo lo impregna.
En estados despiertos más intensos nos volvemos conscientes de una fuerza espiritual que impregna todas las cosas y todos los espacios que quedan entre ellas. En mi investigación, un participante lo describió como «la profunda sensación de una presencia viva interior, grandiosa e imponente y, a la vez, muy ordinaria». Otro se refirió a esto mismo como «una inmensa y vasta presencia, sobre todo en la naturaleza, que sencillamente es infinita y bastante increíble». Una tercera persona hablaba de «una presencia fascinante» a la que aludía utilizando el término «Dios». En ocasiones esta fuerza se describe como una «fuente», algo subyacente y fundamental que no solamente impregna todas las cosas, sino que también las origina. En cierto sentido, todas las cosas son manifestaciones de ella.
4. Vitalidad, armonía y conexión
En un estado despierto de menor intensidad, es posible que el individuo no sea consciente directamente de esta fuerza espiritual omnipresente, pero quizá sea capaz de percibir sus efectos de forma indirecta.
Una de las señales del despertar espiritual es una sensación de vitalidad o vivacidad. Para la persona despierta no existen los objetos inanimados. Incluso los fenómenos naturales que no están vivos en el sentido biológico del término (como las nubes, el mar o las piedras) y los objetos artificiales creados por la mano del hombre (como muebles o edificios) irradian la resplandeciente vitalidad del espíritu. Por su parte, los objetos que ya están biológicamente vivos pasan a percibirse como aún más intensamente animados. Una mujer a la que entrevisté se refería a esta forma de percibir del siguiente modo: «Todo parecía y se sentía vivo y ultrarreal. No hacía más que mirar por la ventana llena de asombro... Casi podía ver los átomos en todo lo que miraba. Tuve la intensísima sensación de que todo estaba perfectamente bien, de que todo era perfecto en el universo».
Los recuerdos de esta mujer también hacían referencia a Otro efecto indirecto de esta fuerza espiritual omnipresente: la sensación de que «todo está bien». Como nos dicen los místicos y los textos espirituales, la naturaleza de esta energía es pura dicha, pura felicidad. Su naturaleza es la alegría, el gozo, la felicidad, del mismo modo que la naturaleza del agua es la humedad; por tanto, cuando percibimos su presencia en el mundo, se produce una sensación de armonía ―nuevamente, se trata de un tipo de consciencia a la que se refieren comúnmente los pueblos indígenas―. Sentimos que el universo es un lugar benévolo y que la armonía y el propósito constituyen sus cualidades fundamentales.
Por último, esta energía espiritual subyace e impregna todas las cosas, por lo que genera también una sensación de unidad o conexión. Una persona despierta puede tener la sensación de que se han disuelto las fronteras entre lo que superficialmente parecen objetos separados y diferenciados. Todavía pueden sentir lo que algunos de los participantes de mis investigaciones describen como «la unidad de todo» o «la unidad del universo».
Un nuevo yo: características afectivas
Cuando despertamos, toda nuestra vida interior cambia. Se produce una transformación evidente en la forma en que nos sentimos por dentro, es decir, en nuestra experiencia psicológica. Esta transformación nos cambia tan profundamente que, hablando en general, sentimos como si tuviéramos una nueva identidad, como si hubiésemos nacido de nuevo.
Adoptamos una nueva identidad a medida que surge el sistema del yo del estado despierto y va reemplazando al antiguo sistema del yo del sueño. En el caso del despertar gradual, este cambio de identidad se va produciendo muy lentamente a medida que el antiguo sistema del yo va adquiriendo gradualmente una forma diferente. Puede que ni siquiera se note, salvo en retrospectiva. Por el contrario, en el despertar espiritual repentino, el cambio es tan abrupto, tan drástico y súbito, que muchas personas pueden identificar el momento exacto en que les ocurrió.
En esta sección examinaremos los cambios internos que contribuyen a generar esta sensación general de convertirse en una persona completamente diferente.
5. Calma interior
Con el estado despierto se produce una reducción dramática del ruido interior, de la charla mental que en nuestro estado habitual no cesa de fluir por la mente de manera casi constante: un torbellino de asociaciones, de imágenes, de preocupaciones y fantasías que, por lo general, tan solo se detiene cuando la atención queda absorbida en algún objeto externo. Es una parte tan normal de nuestra experiencia que muchos la damos por sentada. Estamos tan inmersos en ella ―y tan identificados con ella― que ni siquiera nos damos cuenta de que está ahí, y ciertamente, no somos conscientes de lo mucho que nos afecta. Altera enormemente nuestro mundo interior, dando lugar a pensamientos y emociones negativas. Nos desconecta de la esencia de nuestro ser, refuerza constantemente nuestra identidad como ego y fortalece el sentido de separación.
Casi todos los individuos despiertos con los que he hablado describen experiencias similares, aunque con ciertas variaciones. Algunos ―una pequeña proporción― mencionaron que su mente se había quedado completamente en silencio, que se había producido un cese total de la charla mental. Sin embargo, lo más común es que estas personas aún conserven cierta actividad mental, aunque mucho menos intensa y abundante que antes.
Otros declararon que, si bien la charla mental seguía estando presente (aunque en menor medida que antes), se sentían menos identificados con ella. Eran capaces de dar un paso atrás, de observar sus pensamientos y dejarlos fluir sin verse atrapados, sin que les afectasen demasiado.
6. Trascendencia de la separación / Sentido de conexión
En el estado despierto el sentido de diferenciación entre nosotros y el mundo ―el sentido de otredad― se desvanece. Ya no sentimos que estemos «aquí dentro», viendo un mundo que parece estar «ahí afuera». Ya no observamos desde lejos, desde la distancia; ahora somos parte del flujo de la es-eidad ―de la propia cualidad de ser― que se despliega en el mundo. La separación se disuelve en la conexión. De la misma manera que sentimos que todas las cosas están conectadas entre sí, sentimos también que nosotros mismos estamos conectados a todas las cosas, que somos parte de la unidad de todo lo que existe.
Este sentido de conexión se manifiesta de diferentes maneras y en diferentes grados de intensidad. En el nivel más básico, el individuo puede sentirse fuertemente conectado con otros seres humanos, con otros seres vivos en general, o con el mundo natural en su conjunto. Cuando el estado despierto se da a intensidades más altas, puede que aparezca un sentido de conexión con la fuerza espiritual que impregna todo el universo y que forma la esencia de nuestro ser. En otras palabras, puede que no solo seamos conscientes de esta fuerza espiritual, sino que también nos sintamos conectados a ella.
A una intensidad aún mayor, este sentido de conexión puede intensificarse y llegar a convertirse en un sentido de unidad. En este caso, el individuo puede llegar a notar que existe en un estado de unidad con todas las cosas ―e incluso que él mismo es todas las cosas―; es posible que no se limite a sentir que es uno con el mundo, sino también que, en realidad, es el mundo. Su sentido de la separación puede disolverse hasta tal punto que finalmente ya no exista ninguna distinción en absoluto entre él y lo que percibe.
7. Empatía y compasión
Este sentido de conexión está estrechamente relacionado con los altos niveles de empatía y compasión que también conlleva el estado despierto. Cuando estamos conectados con otros seres ―no solo con seres humanos, sino también con los animales y con el mundo natural en general―, somos capaces de sentir lo que están sintiendo, de percibir lo que están experimentando. Si están sufriendo, sentimos ese sufrimiento, por lo que tenemos el impulso natural de consolarlos o tratar de aliviar su dolor. Nos sentimos afectados por el dolor de otras personas porque no hay separación entre nuestro ser y el suyo.
La empatía es, en su sentido más profundo, la capacidad de «sentir con» otras personas al experimentar un sentido de ser compartido con ellas. Esta capacidad de «sentir con» otros seres es la que origina la compasión y el amor. El amor se deriva de un sentido de conexión y unidad, de la sensación de que somos otra persona o personas, de modo que les pertenecemos y compartimos con ellas lo que sienten.
8. Bienestar
El bienestar quizá sea el cambio afectivo más evidente que genera el despertar.
Puede que quienes han despertado no vivan en un estado de felicidad ininterrumpida o total, pero por lo general suelen estar mucho más contentos, alegres y satisfechos que el resto. Una de las principales fuentes de este bienestar reside en el hecho de haberse liberado de los conflictos psicológicos que tanto afectan a los seres humanos en el estado de sueño ―las habituales preocupaciones sobre el futuro, los sentimientos negativos que tienen que ver con el pasado y una sensación general de desasosiego o malestar. Los individuos despiertos son mucho menos propensos a experimentar estados negativos, como el aburrimiento, la soledad o la insatisfacción. La atmósfera de su mundo interior está mucho menos cargada de negatividad y es mucho más armoniosa.
El bienestar propio del estado despierto también está relacionado con un sentido de apreciación. Al despertar, la gente es más propensa a tener un gran sentimiento de gratitud por su salud, por su libertad, por sus seres queridos y por todas las cosas buenas que hay en sus vidas. Por el contrario, en el estado de sueño habitual lo más común es que demos todas estas cosas por sentadas y no apreciemos su verdadero valor. La gratitud es importante en lo referente al bienestar, ya que nos ayuda a liberarnos de los deseos. En términos budistas, nos liberamos del deseo ―del anhelo―, así como del sufrimiento psicológico que este crea.
9. Ausencia (o disminución) del miedo a la muerte
El miedo en general disminuye en el estado despierto y el miedo a la muerte constituye nuestro temor fundamental. El hecho de que la muerte puede golpearnos en cualquier momento ―y que, con el tiempo, reducirá todo lo que hemos logrado o acumulado a nada― crea en nosotros una sensación muy básica de falta de sentido, especialmente si no creemos en la posibilidad de la vida después de la muerte.
Este menor temor a la muerte está relacionado con la trascendencia del ego separado. Dado que nuestro propio ego ya no es el epicentro de nuestro universo, su desaparición ya no nos parece una perspectiva tan trágica. Sabemos que nuestra propia muerte no es el final de todas las cosas; el mundo, que ahora forma también parte de nuestra identidad, continuará.
Sin embargo, quizá la principal razón por la que los individuos despiertos pierden el miedo a la muerte sea su diferente actitud ―y entendimiento― ante ella. El despertar trae consigo la comprensión de que la muerte no es el fin, que la esencia de nuestro ser seguirá existiendo después de la disolución del cuerpo.
Desde el punto de vista de la cosmovisión materialista derivada del estado de sueño en el que nos encontramos actualmente, parece estar completamente claro que no hay ningún tipo de vida después de la muerte. Según esta concepción, la consciencia no es más que el producto de la actividad cerebral, por lo que, cuando el cerebro deja de funcionar, la consciencia cesa también. Pero desde la perspectiva despierta, la realidad es mucho más compleja que eso. La esencia de nuestro ser trasciende el cerebro y la identidad individual. La muerte no es el fin de la consciencia, sino una transformación de esta.
Una nueva mente: características conceptuales y cognitivas
Las características conceptuales que vamos a ver hacen referencia a cómo ven las personas el mundo y a los demás seres humanos, y también a cómo se ven a sí mismas en relación con ellos.
10. Falta de identidad de grupo
En el estado de sueño tenemos una fuerte tendencia a identificarnos, a ponernos etiquetas, en un intento por mejorar nuestro frágil sentido del yo. Nos gusta definirnos en función de cuál es nuestra religión, nuestra etnia, nuestra nacionalidad o nuestra afiliación política, y también por las etiquetas de las carreras o titulaciones que tenemos, los logros que hemos conseguido o las aptitudes que poseemos. Definirnos de este modo nos aporta un sentido de pertenencia y refuerza nuestro ego. Sentimos que no estamos solos, que somos parte de algo más grande que nosotros mismos.
En el estado despierto esta necesidad de identidad y pertenencia desaparece. Los que han alcanzado dicho estado ya no sienten que estén vinculados a ninguna religión o nacionalidad en particular, del mismo modo que ya no sienten que cosas como las carreras que tienen o los logros que han conseguido les definan. Ya no sienten que sean americanos, judíos, científicos o socialistas. No extraen ningún orgullo de su nacionalidad, su etnia o sus propias aptitudes personales. Y tampoco tienen un sentido de otredad, por lo que no sienten ninguna animosidad hacia los miembros de otros grupos. Para ellos ese tipo de etiquetas son superficiales y carecen de importancia. No ven ninguna diferencia entre estadounidenses e iraquíes, entre cristianos y musulmanes; tratan a todo el mundo con idéntico respeto. Si se ven a sí mismos con algún tipo de identidad, entonces sería la de ciudadanos globales, la de habitantes del planeta Tierra, más allá de las nacionalidades, más allá de las fronteras.
Quienes han despertado a menudo muestran una actitud similar respecto a las diferentes tradiciones espirituales. Incluso si pertenecen a alguna en particular, no sienten que dicha tradición sea la única válida y verdadera, tal y como hacen los fundamentalistas religiosos. Tienen una actitud abierta y ecuménica, y reconocen que las diferentes tradiciones son simplemente distintas expresiones de las mismas verdades subyacentes.
11. Una perspectiva más amplia, una visión universal
Los individuos despiertos tienen un amplísimo sentido de la perspectiva, lo que podríamos denominar una visión macrocósmica. No están preocupados por sus problemas y asuntos personales exclusivamente. Saben que no son el centro del universo.
Esto significa que son conscientes del impacto que sus acciones individuales tienen sobre la totalidad y de cómo las decisiones que toman afectan a los demás, o a la tierra misma, por lo que son más propensos a vivir de una forma ética y responsable. Por ejemplo, puede que tomen la decisión de no comprar o utilizar cosas que hayan sido producidas explotando a los trabajadores o en regímenes opresivos. Al ser conscientes de hasta qué punto su propio estilo de vida puede contribuir a dañar el medio ambiente, se muestran más proclives a adoptar hábitos de conducta que sean respetuosos con él.
Esta perspectiva más amplia también significa que, para los individuos despiertos, las cuestiones sociales o globales son tan reales e importantes como sus propias preocupaciones personales. Es probable que muestren interés por los colectivos oprimidos, por problemas sociales como la pobreza y la desigualdad o por desafíos globales como el cambio climático o la extinción de las especies.
12. Elevado sentido de la moralidad
Esta perspectiva expandida también lleva asociadas ciertas implicaciones morales. Como hemos visto, las personas despiertas tienden a comportarse de un modo más ético y responsable, a ser más compasivas y altruistas; pero el despertar también propicia un tipo de moral más incondicional y omnincluyente. No practican la exclusión moral; es decir, no se limitan a mostrar su interés, su preocupación y su bondad hacia las personas con quienes comparten similitudes superficiales, como en lo que respecta a la religión o la etnia, sino que expanden su benevolencia a todos los seres humanos de manera indiscriminada.
Otro aspecto moral característico del estado despierto es que el sentido del bien y del mal (o de lo correcto y lo equivocado) del individuo no está determinado por la cultura, sino que proviene de un conocimiento innato, de una profunda certeza moral que va más allá de su propio interés y cultura. Para los individuos despiertos, la justicia y la igualdad son principios universales que trascienden las leyes y las convenciones. Puede que incluso lleguen a violar las leyes y a sacrificar su propio bienestar ―tal vez incluso su vida― para hacer valer sus principios morales.
13. Gratitud, aprecio y curiosidad
En el estado de sueño, el proceso de familiarización que hace que la atención se desconecte del mundo fenoménico también actúa sobre la consciencia conceptual; dejamos de poner atención en las cosas por las cuales, idealmente, deberíamos sentirnos agradecidos. A esto yo lo denomino el «síndrome de dar por sentado», lo que significa que en lugar de estar agradecidos por lo que tenemos, nos sentimos insatisfechos. En lugar de apreciar aquello de lo que ya disponemos, queremos más.
Pero las personas despiertas sí que se sienten agradecidas. No se acostumbran a las cosas buenas que hay en sus vidas una vez que ya han disfrutado de ellas durante cierto tiempo. Aprecian el valor de cosas como la salud, la libertad, la belleza y la benevolencia de sus compañeros sentimentales o la inocencia y el resplandor de sus hijos. Tienen la capacidad de ser conscientes de todas las bendiciones que la vida les ha concedido, sin importar durante cuánto tiempo lleven disfrutando de ellas. Hacen gala de un profundo sentido de gratitud por las cosas pequeñas y sencillas de la vida.
Este sentido de aprecio y gratitud también conduce a la curiosidad y a la apertura. Dado que las personas despiertas no dan por descontado ni tan siquiera el hecho de estar vivos y son conscientes de su fugacidad, siempre están abiertas a lo nuevo y a lo desconocido. Nunca llegan a sentir que su comprensión del mundo sea completa; no se sienten satisfechas con lo que ya saben. Están deseosas de explorar nuevas ideas, de descubrir nuevas habilidades, asumir nuevos retos, viajar a nuevos lugares, etc. En esto también se parecen a los niños. Para ellos, el mundo es un lugar fascinante y están dispuestos a explorarlo más profundamente.
Una nueva vida: características conductuales
Las características conductuales que vamos a examinar a continuación son la expresión externa de las características perceptuales, afectivas y conceptuales que ya hemos visto. Son el fruto de esos cambios internos, que se expresan en forma de nuevos rasgos de personalidad, nuevos hábitos y formas de vida.
14. Altruismo y compromiso
Por lo general, creemos que los individuos desarrollados espiritualmente están separados o desligados del mundo y que no les preocupa demasiado lo que esté ocurriendo en él. Suponemos que su iluminación los hace indiferentes a los retos y las tribulaciones que la gente común tiene que afrontar en la vida cotidiana. Nos los imaginamos sentados en la cima de una montaña, o en monasterios, disfrutando de su propia auto-realización.
Lo que he podido comprobar en mis investigaciones ha sido justamente lo contrario a este tipo de desapego ― las personas despiertas tienden a ser más altruistas. El altruismo es el fruto natural de la gran capacidad que estos individuos tienen para la compasión, de su perspectiva universal y su sentido innato de la justicia.
Las siguientes señales y características del despertar espiritual a menudo están presentes: Sentimos el fuerte impulso de aliviar el sufrimiento de los demás y de contribuir a que otras personas lleguen a desarrollar todo su potencial. Tenemos un fuerte deseo idealista de cambiar el mundo para mejor, el deseo de servir a otras personas y de contribuir de algún modo al bienestar de la especie humana en su conjunto. También es muy probable que tengamos un sentido de misión, un deseo de ayudar a que la especie humana deje atrás su fase actual de caos y crisis y llegue a una nueva era de armonía.
15. Disfrutar de la inactividad: la capacidad de «ser»
A las personas despiertas les encanta no hacer nada. Disfrutan mucho de la soledad, la tranquilidad y la inactividad. En mi libro Back to Sanity sugiero que esta es una de las diferencias más obvias entre vivir en un estado de «humania» ―es decir, el estado de locura en el que actualmente vive la humanidad― o en un estado de armonía interior. En humania, que es equivalente al estado de sueño, a la gente le resulta difícil no hacer nada o estar a solas con ellos mismos, porque eso significa tener que hacer frente a los conflictos de su propio ser y al desorden de sus propios pensamientos. Así, se ven impulsados a buscar distracciones y actividades, es decir, cosas externas en las cuales poder sumergir su atención para que esta no se dirija hacia adentro, hacia su propio ser. Pero cuando se alcanza un estado de armonía ―es decir, el estado despierto― esto ya no es necesario. Entonces podemos descansar felizmente dentro de nuestro propio ser, porque ya no hay alteraciones ni conflictos en nuestro interior. No necesitamos estar constantemente haciendo cosas tan solo por el mero hecho de hacerlas o por no dejar de tener distracciones a nuestro alcance. En lugar de temer el silencio, la quietud y la inactividad, los disfrutamos profundamente, puesto que nos permiten entrar en contacto con el resplandor de nuestro propio bienestar.
16. Más allá de la acumulación y el apego / El no-materialismo
En el estado despierto, el deseo de acumular desaparece. Tratar de acumular posesiones, riquezas, estatus, éxito o poder deja de parecernos algo importante. Por el contrario, en el sueño, el impulso de acumular es una respuesta a la sensación de incompletitud y fragilidad. Intentamos reforzar nuestro sentido de nosotros mismos añadiendo posesiones, logros y poder, de igual manera que un rey inseguro construye continuamente su castillo y no para de reforzar sus muros. O también podemos aferrarnos y dar una importancia desmesurada a ciertos aspectos de nuestra identidad que existían previamente, como la apariencia o el intelecto. A partir de ellos, extraemos un sentido de ser especiales, lo cual también sirve para reforzar nuestro frágil sentido del yo. Pero todos estos esfuerzos dejan de ser necesarios cuando despertamos, porque ese sentido de incompletitud y de vulnerabilidad desaparece.
El despertar trae consigo un cambio que nos hace pasar de estar enfocados en la acumulación a centrarnos en contribuir. Toda esa energía que antes consumíamos en tratar de aliviar nuestro propio sufrimiento psicológico se redirige a tratar de aliviar el sufrimiento de los demás... Hay un cambio de enfoque «de lo que puedo conseguir de la vida a lo que puedo darle a la vida».
17. Autonomía: vivir de forma más auténtica
En el estado de sueño, la mayoría de las personas son producto del entorno en el que nacen, tienden a ajustarse a los valores propios de su respectiva cultura y son felices de adoptar el estilo de vida que se espera de ellos. Por el contrario, los que han despertado tienden a ser más autónomos e introspectivos, se sienten menos identificados con los valores de su cultura, e incluso es posible que los rechacen para seguir sus propios impulsos. Muestran una mayor confianza en sus propias elecciones y preferencias, y son más propensos (en parte debido a su seguridad interior) a ceñirse a ellas, incluso cuando eso supone tener que hacer frente al ridículo o a actitudes hostiles por parte de los demás. Viven su vida en función de su propio sentido de lo que es correcto y lo que no, en lugar de tratar de complacer a los demás o hacer lo que se espera de ellos.
Es frecuente que las personas se den cuenta de que antes de despertar no estaban viviendo realmente su propia vida, sino que, en gran medida, se limitaban a seguir las convenciones sociales o a tratar de complacer a los demás; pero después del despertar se vuelve mucho más importante para ellas vivir auténticamente y seguir sus propios impulsos. Los demás pueden verlos como rebeldes o excéntricos, ya que son propensos a ignorar las normas y las tendencias sociales. Es muy probable que rechacen los valores consumistas orientados hacia el estatus de su cultura en favor de una vida basada en la simplicidad. Tienen muy poco interés en cosas como ver los programas de televisión más populares del momento, adquirir los últimos aparatos tecnológicos o los objetos más modernos, o tratar de impresionar a la gente con su apariencia, su estatus o su sofisticación, por lo que puede que los demás se sorprendan ante su falta de convencionalidad y su voluntad de contradecir las opiniones más aceptadas.
18. Relaciones mejores y más auténticas
En algunos casos, los amigos y los parientes de aquellos que se han transformado están resentidos por la nueva y más auténtica manera de vivir de estos, o bien pueden interpretarla erróneamente como simple egoísmo. Estos malentendidos contribuyen a los problemas de relación que pueden presentarse tras el despertar. Sin embargo, por lo general, las personas despiertas sienten que sus relaciones se vuelven más profundas y satisfactorias, y la autenticidad de su estilo de vida también se expresa dando lugar a relaciones más auténticas.
En parte, las relaciones se vuelven más profundas debido a su mayor empatía y compasión, lo que significa que estas personas se vuelven más tolerantes, más comprensivas y menos críticas. Por todo esto, los individuos despiertos son menos propensos a reaccionar con hostilidad y animosidad hacia los demás, y menos aún a iniciar un conflicto.
Ciertamente, también existe una conexión entre este tipo de relaciones más profundas y la seguridad interna. Cuando nos sentimos inseguros, las interacciones sociales que mantenemos suelen centrarse en nosotros mismos: nos preocupa causar una buena impresión, decir lo correcto y comportarnos de una forma adecuada. A menudo llevamos puestas ciertas máscaras sociales para tratar de parecer más encantadores o interesantes. En cambio, si nos sentimos seguros en nuestro interior ―tal y como hacen las personas despiertas―, este egocentrismo y este juego de roles desaparecen. El foco deja de estar puesto en nosotros y le prestamos una atención total a la gente con la que estamos.
(La versión española es de El Salto: el mapa del despertar espiritual, Gaia Ediciones, Madrid, 2018)
Steve Taylor es profesor titular de Psicología en la Universidad Leeds Beckett (Inglaterra) y autor de varios libros sobre psicología y espiritualidad que han encabezado listas de bestsellers y han sido traducidos a más de veinte idiomas. Entre ellos destacan La Caída, Salir de la oscuridad y El Salto (publicado por Eckhart Tolle). Asimismo, ha colaborado en más de cuarenta publicaciones académicas, revistas y periódicos, como Philosophy Now, Journal of Humanistic Psychology y Journal of Consciousness Studies. Desde 2012 aparece entre las Cien personas vivas más influyentes a nivel espiritual de la revista Mind Body Spirit, de Watkins Books.. / Más info