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Extractos - Rafael Redondo

Despertar

Por Rafael Redondo
Despertar

Hay quien utiliza el razonar como narcótico, pero lo cierto es que el ser humano allá en su mas profunda hondura, siente ―más bien padece― un hambre secreta. Su cuerpo, más aún que su mente, presiente un destino distinto del que la conciencia cotidiana le brinda. Hambruna de otra latitud oculta que tan sólo descubre cuando se halla su casa sosegada. Una secreta, aunque muy persistente, voz le interpela como un grito milenario que retumba en su interior; voz sin voz que se aviene a las enseñanzas de los sabios de todos los tiempos y lugares, la que denuncia y proclama que somos peregrinos de una nostalgia: la añoranza de un Origen al que hemos dado las espaldas: nuestra verdadera naturaleza velada por los velos de una conciencia simple, asfixiada, casi atrofiada por los lugares comunes y las programaciones mentales de una civilización narcotizada.

Pero esa nostalgia late fuerte por re-conocer y re-cobrar el paraíso perdido. Re-conocer que nuestra vida posee una profundidad a la que no alcanza la razón más refinada ni el más cumplido silogismo. Ello le impele a una transformación, a veces devenida en crisis que desgraciadamente no comprenden la mayoría de los terapeutas. ¿Quién soy yo? Es la pregunta que la conciencia cotidiana no llega a responder porque, encerrada en afanes vacuos, no comprende, ni entiende, el fondo del existir. Y así, aferrada a un sistema de referencias fabricadas en torno a los genes, familia, educación, relaciones sociales, política y religión, se ha forjado un modo de asegurar su corralito y una patria en medio de un infinito universo que desconoce los puntos cardinales.

Pero ese montaje afecta tanto al yo individual como al colectivo y tanto los sabios como los neurólogos confluyen en afirmar la falsedad de tal montaje. El yo es una ilusión que enmascara la naturaleza humana auténtica.

Nuestra des-gracia radica en habernos identificado con una mente personal y con una conciencia encapsulada en un cuerpo limitado rodeado de lo ilimitado, un yo simple, función, rol y papel a cuyo través se manifiesta la naturaleza auténtica. Es preciso, pues rebasar esos límites; diría más: soltar toda imagen que se sustente en el yo. Tan sólo quien tiene el valor de pulverizar esas fronteras hallará la liberación que añora el ser humano en su más profunda arteria.

Somos más que cuerpo, más que mente y pensamiento, más que sentimientos y deseos. La práctica de la meditación es capaz de disolver esas fronteras hasta alcanzar la conciencia testigo ―el hacedor vacío― que nos faculta para percibirnos como presencia, como Presencia. Eso es el despertar.

"Estas buscando una experiencia: Dios, la Belleza... esto significa que ves lo que estás buscando como un objeto. En ese caso: explora simplemente quién ve. Cuando explores realmente, comprenderás que buscas a quien ve. Es el camino más directo, si es que se puede hablar de camino.

Ten claro que lo que estás buscando nunca puede ser un objeto, porque tú eres lo que estás buscando, así que no podrás verlo ni comprenderlo nunca: solo podrás serlo. Serlo significa que no hay una interpretación, una idea acerca de ello. Estarás libre de conceptos. Cuando la mente llega a esta situación, se aquieta. Hay una suspensión. Todas las ideas sobre ti, todos tus atributos deben suspenderse. Entonces te encontrarás en una suerte de desprendimiento. Tú eres ese desprendimiento, esa presencia libre de atributos. De manera que sé eso, completamente en sintonía con ello."

(Jean Klein)